La controversia de los historiadores

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  • Es necesario emprender un profundo y exhaustivo examen de nuestro pasado más reciente para responder a la pregunta de cómo pudo suceder la violencia terrorista de ETA
  • No falta información al respecto, sino interacción y consenso entre los diferentes intelectuales que investigan la trayectoria de ETA. Falta una reflexión colectiva que nos haga aprender la lección para construir un futuro mejor

A finales de la década de 1980, en la República Federal de Alemania se desarrolló un intenso debate. La Historikerstreit o “controversia de los historiadores” enfrentó a los intelectuales Ernst Nolte y Jürgen Habermas a la cabeza de sendas visiones contrapuestas sobre la época nazi. Para el primero, los gulags soviéticos fueron un precedente de Auschwitz. El comunismo le habría mostrado a Hitler el camino a seguir, en un contexto, la Europa de entreguerras, sacudido por el desafío revolucionario. El segundo criticó la tendencia a buscar masacres previas y ajenas que explicarían posteriores reacciones. Habría que recordar la tradición antisemita y autoritaria del nacionalismo alemán, y subrayar la singularidad del Holocausto.

La controversia involucró a ensayistas de primera fila y se hizo visible a lo largo de varios años en los medios de comunicación más importantes del país. Como resumió Geoff Eley, detrás de las diferentes interpretaciones del nacionalsocialismo había lecturas opuestas sobre los deberes políticos de aquel momento. La nueva izquierda criticó la gestión del pasado en la RFA. Mientras, sectores conservadores, partidarios de recuperar el orgullo patrio, adoptaron una postura autoindulgente. Si los judíos fueron víctimas, también habrían sufrido los alemanes desplazados en el Este o los bombardeados en Dresde.

Mutatis mutandi, todas las polémicas sobre qué fue y cómo se debe recordar el terrorismo de ETA ya se han desarrollado en otros lugares y a otras escalas: el grado de responsabilidad de la sociedad, los orígenes de la violencia o el final de la misma. Por ejemplo, no es raro encontrar a quienes arguyen que ETA encarnó la resistencia contra la dictadura, como si el 95% de sus asesinatos no se hubieran producido tras la muerte de Franco y como si se pudiera ignorar que la mayoría de la oposición optó por protestas pacíficas.

Existe una fuerte tentación de pasar página y olvidar rápido, pero en el Parlamento o la universidad, por mencionar dos pilares básicos de nuestra sociedad, también se trabaja para dar respuesta a una pregunta clave: ¿cómo pudo suceder esto? Esta cuestión ha generado innumerables novelas, memorias, entrevistas, diarios, artículos de prensa, ensayos u obras periodísticas; así como un torrente de investigaciones que no deja de crecer.

Por centrarme en una parcela cultural concreta, a fecha de hoy contabilizo 67 libros académicos en castellano cuyo tema central es el terrorismo en Euskadi. Veamos algunas de sus características principales. Durante la dictadura no se publicó ninguno. El terrorismo era aún un fenómeno de reciente aparición e influía también la ausencia de libertades propia del régimen. En la transición (1976-1982) aparecieron solo dos estudios: los pioneros de José Mari Garmendia y Gurutz Jáuregui. En el periodo que podemos denominar de consolidación democrática (1983-1994) el número de obras ascendió a 13: aquí se elaboraron los primeros análisis antropológicos y sociológicos. Pero no fue hasta los años de la “socialización del sufrimiento” (1995-2010), con 34 libros (un 50% del total) y del posterrorismo (2011-2017), con 18 en apenas seis años, cuando la producción creció sustancialmente y se diversificó.

Por disciplinas, la historia es la más fecunda: alrededor de un tercio de las obras están vinculadas a dicha rama del conocimiento. Le siguen la sociología, con una docena de libros, la antropología, con ocho, y la politología, con seis. También hay varias contribuciones desde la filosofía, la teología y las ciencias de la información. Por último, la economía, las ciencias de la salud, la filología y la pedagogía son las menos representadas.

Los asuntos tratados son muy diversos: desde la ideología o la estrategia de ETA, cuestiones que ocuparon los primeros trabajos, hasta la creciente atención que suscitan las víctimas del terrorismo, sobre todo en el siglo XXI. Falta, entre otras cosas, más comparación internacional, microhistoria, perspectiva de género y una obra de síntesis. Otra asignatura pendiente de la academia es la difusión de sus resultados. Se ha hecho mucho, pero aún queda un gran trabajo por delante. Es obvio que no se ha desterrado la legitimación del terrorismo presente en un sector político, nacionalista radical, impermeable a las mejores aportaciones de la universidad.

No falta información, pues cualquiera puede encontrarla en las bibliotecas; falta interacción entre diferentes intelectuales, en un proceso serio de reflexión colectiva que nos enfrente a los fantasmas del pasado reciente, que sacuda el polvo de las palabras no dichas y que haga aflorar las verdades incómodas. Los libros y los datos están ahí, pero en Euskadi aún queda por realizar nuestra particular “controversia de los historiadores”. Ésta no debería darse entre eruditos encerrados en una torre de marfil, sino ante la opinión pública, contribuyendo a transformarla. De la falta de debate, o de la mera superposición de “todas las memorias”, no cabe esperar gran cosa. Tras la Historikerstreit, Alemania emprendió un profundo y productivo examen de su pasado. La experiencia nazi no se oculta, sino que sirve para hacer educación cívica, en línea con el ataque de Habermas contra las tendencias blanqueadoras. Hoy, en Euskadi somos más de Nolte: es habitual relativizar la trayectoria de ETA al disolverla en una letanía de múltiples violencias. El mal ya está hecho y no tiene vuelta de hoja, pero cabe aprender la lección para construir un futuro mejor, siguiendo la estela de la actual Alemania en políticas públicas de memoria.