Argumentario religioso para difundir el terror: El caso del monje Wirathu, “el Bin Laden birmano”

Foro Terrorismo y Seguridad Internacional
27/03/2024
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18/04/2024

Portada de la revista Time en la que aparece Ashin Wirathu. Imagen: Time.

Portada de la revista Time en la que aparece Ashin Wirathu. Imagen: Time.

Durante el reino Pagan- o Bagan- (1044-1284), el budismo Theravāda  fue la religión principal  de un territorio que hoy comprende el país conocido como Myanmar. Bajo el gobierno del Primer Ministro U Un, en 1961, fue reinstaurada como religión estatal hasta el golpe militar de 1962. Actualmente, en torno al 90% de la población de Myanmar son seguidores de esa rama del budismo que tiene como cuerpo doctrinal el Canon Pali.

Escrito en el idioma homónimo, y también llamado Tipitaka (Las Tres Cestas), su última edición autorizada del Gran Concilio Budista (1955-1957) se compone de 40 volúmenes con unas 12.000 páginas. Dentro del Khuddakapatha-Pasajes cortos, está el Khp 2 Dasa Sikkhapada–Los Diez Preceptos, así llamado en relación a las diez obligaciones que adquiere un novicio cuando se inicia en la vida monástica, rezando el primero y el tercero respectivamente: «Asumo el precepto de abstenerme de destruir seres vivos»; «Asumo el precepto de abstenerme del habla incorrecta».

Tanto los preceptos anteriormente citados, como los ocho restantes, fueron seguramente recitados por un aspirante a monje budista que en ese momento contaba a la sazón con catorce años: Ashin Wirathu, nacido en 1968 en Mandalay, la segunda ciudad más grande del país entonces llamado Birmania.

Este religioso empezó a cobrar notoriedad en el año 2001, el mismo año que los talibanes afganos-los mismos que aún siguen gobernando ese país- destruyeron las imágenes de los budas de Bamiyan . Ese año puso en boga un lema: «Cuando comas, come 969; cuando vayas, ve 969; cuando compres, compra 969». Este guarismo, rápidamente cobró notoriedad en un país como Myammar cuya población tiene gran afición a la numerología.

El significado numerológico de la cifra proviene de la tradición budista, concretamente en la llamada Tiratana (las Tres Joyas) compuesta por un total de 24 atributos: nueve (9) atributos especiales del Buda, seis (6) enseñanzas budistas centrales y los nueve (9) atributos del monacato.

Este movimiento inspirado en el budismo y su logo, el número 969, surgió como contraposición a una corriente también de inspiración religiosa- esta musulmana- que tenía como emblema otra cifra: el 786 empleado frecuentemente en el sudeste asiático. Defensores de teorías de la conspiración lo circunscriben a una confabulación musulmana para dominar el mundo en el siglo XXI (7+8+6 suman 21). Esta idea fue promovida desde finales de los años 1990 por U Kyaw Lwin, un funcionario religioso de la junta militar.

La realidad es que 786 hace referencia a la cita coránica «En el nombre de Alá, el Más Misericordioso, el Siempre Misericordioso» cuyos valores numéricos suman 786, circunstancias por la cual este número fue empleado durante mucho tiempo en Myanmmar para identificar a los restaurantes halal.

En el año 2001 Ashin Wirathu como acción de respuesta a la destrucción de los budas de Bamiyán incitó a sus seguidores del movimiento 969 a destruir mezquitas y a atacar a los musulmanes y sus propiedades, algo que hicieron. Las ideas de Wirathu, de marcado corte racista, tenían un sustento legal en La ley de ciudadanía de 1982, la que sirvió para privar finalmente a los musulmanes rohingya de sus derechos de ciudadanía. Creó tres clases de ciudadanos: ciudadanos de pleno derecho, asociados y naturalizados. Los ciudadanos de pleno derecho son aquellos que pertenecen a una de las 135 «razas nacionales» o aquellos que pueden probar que sus antepasados estaban en el país antes del inicio de la colonización británica en 1823; ciudadanos asociados son aquellos que, aun perteneciendo a las razas «nacionales» no pueden probar que sus antepasados estuvieron en el país antes de 1823 y los ciudadanos naturalizados son aquellos que pueden probar que sus padres llegaron al país antes de 1948, año de la independencia del país. Las tres clases de ciudadanos no gozan de los mismos derechos ante la ley.

En ese contexto siguió cobrando notoriedad la figura de Ashin Wirathu cuya imagen e imaginario fue reproducido intensamente a través de las redes sociales virtuales, así como en el espacio real. El número 969 fue visible en espacios tan variopintos del país como en calles, taxis, escaparates y hasta en carritos de vendedores de nueces de betel. Fue entonces cuando Wirathu se denominó a sí mismo como el «Bin Laden birmano».

Los disturbios continuaron y en el año 2003 fue detenido y condenado por la junta militar de Myanmmar a 25 años de prisión por la distribución de propaganda contra la población musulmana en su lugar de nacimiento, Kyaukse, una ciudad cerca de Meikhtila. A consecuencia de ello, turbas budistas asesinaron en las calles de esa población a diez ciudadanos seguidores de la fe musulmana. En 2010, como «gesto de buena voluntad», Wirathu fue puesto en libertad.

En 2011, de forma paralela al comienzo de un incipiente proceso de democratización en Myammar, continuaron proliferando discursos extremistas como el de Wirathu, que seguía difundiendo proclamas como «cuidar de nuestra propia religión y raza es más importante que la democracia» o «[los musulmanes] se están reproduciendo muy rápido y nos roban y violan a nuestras mujeres (…) les gustaría ocupar nuestro país, pero no los dejaré. Debemos mantener a Myanmar budista». Del entonces presidente de EE.UU., Barack Obama, dijo: «está contaminado de sangre musulmana negra».

Así las cosas, en el año 2012, concretamente el 28 de mayo, tres hombres de la etnia minoritaria rohingya de confesión musulmana violaron y asesinaron a una mujer budista de 28 años en el municipio de Ramri, Estado de Rakhine. Poco después, el 3 de junio, un grupo de habitantes de la ciudad de Toungop, detuvo un autobús y golpeó hasta la muerte a diez musulmanes que iban a bordo. A partir de ello, se desataron violentos enfrentamientos y catervas de budistas y musulmanes provocaron incendios y perpetraron homicidios, lo que causó miles de desplazados de ambas comunidades. Las autoridades no hicieron nada para detener la violencia por lo que barrios y pueblos musulmanes fueron incendiados. Estos episodios se reprodujeron de manera aún más intensa en octubre de 2012. En los meses anteriores, políticos locales y monjes budistas se dedicaron a estigmatizar a los musulmanes rohingya describiéndolos como una suerte de amenaza existencial. El día 23 de ese mes, miles de budistas que portaban armas de fuego caseras, machetes, espadas y cócteles molotov atacaron nueve poblaciones en el Estado de Rakhine, teniendo lugar varios de esos ataques de manera coordinada incluso en poblaciones muy distantes entre sí. Las fuerzas de seguridad no solo mantuvieron la actitud pasiva de la anterior ola violenta, sino que en esta ocasión llegaron a participar directamente en los ataques.

En 2013 Wirathu tuvo un papel activo en la fundación del «Ma Ba Tha» (Organización para la Protección de la Raza y la Religión). En agosto de 2015, ya había conseguido que se aprobasen cuatro leyes sobre cuestiones étnico-religiosas que eran abiertamente antimusulmanas. En 2017, Wirathu no tuvo empacho alguno en elogiar públicamente a Kyi Linn, autor material de los disparos que acabaron con la vida de Ko Ni, especialista en derecho constitucional de la formación política Liga Nacional para la Democracia.

Ese mismo año, coincidiendo con una brutal represión contra la minoría rohingya, Wirathu siguió acudiendo a manifestaciones a favor de los militares, manteniendo su línea discursiva de fuerte componente nacionalista y crítico con la dirigente de Myanmmar, Aung San Suu Kyi, y su gobierno de la Liga Nacional para la Democracia. En 2018, la plataforma virtual Facebook suspendió su cuenta por su discurso de odio contra los musulmanes. Al año siguiente, en 2019, fue acusado de incitar al «odio y desprecio» contra el gobierno civil y en noviembre de 2020 se dio a la fuga mientras estaba en espera de juicio.

Aunque la estela de Wirathu parecía debilitarse, el golpe militar de 2021 le devolvió su «esplendor». En septiembre de ese mismo año, fueron retirados todos los cargos en su contra. La suerte de Wirathu, lejos de agotarse, siguió in crescendo tal como se puso de manifiesto el 4 de enero de 2023. Esa jornada, en el marco de la conmemoración de la independencia de Myanmar, la cúpula de la junta militar concedió a Ashin Wirathu, el título de «Thiri Pyanchi», nada más y nada menos que por su «trabajo sobresaliente por el bien de la unión de Myanmar»

Es posible que Ashin Wirathu jamás empuñase un arma o que nunca ejerciese la violencia física contra nadie. Es más que posible que jamás arrebatase directamente la vida a ningún ser humano. Pese a ello, no es menos cierto que, al igual que en otros episodios históricos, tejió los mimbres de las cestas en las que se amontonaron numerosas víctimas cuyo único «delito» fue profesar un credo distinto.

El dudoso «mérito» de este personaje consiste en la habilidad de articular un discurso aprovechando situaciones concretas, el cual permitió a sus acólitos canalizar un rencor que, con toda seguridad, ya residía en su interior, y proyectarlo contra aquellos a los que consideraba responsables de sus problemas sin saber que en realidad lo que estaban proyectando muy posiblemente eran sus propias frustraciones.

Periódicamente la historia, pasada y presente, nos recuerda, en muchas ocasiones por la más brutal vía de los hechos que, en determinados contextos, individuos aparentemente anodinos pueden lograr, únicamente con el empleo de su discurso, que el terror y las consecuencias derivadas del mismo afloren con toda su crudeza. Por estas y otras cosas, cabría preguntarse, parafraseando a Noam Chomski, cómo es posible, no ya que exista alguien que difunda mensajes como los de Ashin Whirathu, sino cómo miles de personas fueron -y son- capaces no ya de jalearlos, sino de ponerlos en práctica.

Finalmente, no es menos cierto que, si bien muchos individuos de esta catadura acaban siendo neutralizados o encarcelados, ese no es el caso de Ashin Wirathu, quien no solo no ha pagado por la responsabilidad de sus actos sino que además es respaldado por el actual gobierno de Myanmmar. Hechos como este ejemplifican con prístina claridad que hay veces en las que el karma discurre por extraños senderos.