El nuevo paradigma del terrorismo internacional tras la vuelta al poder de los taliban

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Los taliban han vuelto a tomar Kabul veinte años después de que Estados Unidos los expulsase del poder tras el inicio de la llamada Guerra Global contra el Terror (GWOT, por sus siglas en inglés). En estos momentos de incertidumbre, y a pesar de que solo el tiempo dará respuesta a muchos de los interrogantes que podemos plantearnos, es necesario hacer un análisis en el que tratemos de precisar el impacto que tendrá la vuelta al poder en Afganistán de los taliban y cómo todo ello influirá en el devenir del terrorismo de corte yihadista tanto desde una perspectiva internacional como desde una escala local y regional.

 

Origen y evolución de la relación entre los taliban y Al Qaeda

En primer lugar, resulta clave conocer cuál ha sido la relación de los taliban con otras organizaciones terroristas. En este sentido, es importante tener en cuenta de entrada que, al contrario de lo que se pueda pensar, ideológicamente los taliban no se encuentran dentro del grupo de organizaciones inspiradas por la corriente salafista, sino por la deobandi. Esto implica de entrada que existan ciertas diferencias conceptuales. La corriente deobandi es un movimiento que se originó en la India, en la Universidad de Deoband, justo tras la independencia de Gran Bretaña, lo que marca que sea un movimiento con un fuerte carácter nacionalista. Este sentimiento independentista y nacionalista inicial refuerza que dentro de sus ideas y líneas de actuación se encuentren principios tales como que los musulmanes están obligados al uso de la yihad para combatir al extranjero y defender a los musulmanes de cualquier país. La interpretación que hace la corriente deobandi sostiene que un musulmán se debe siempre en primer lugar a la religión, y solo tras esta a su país, ya que para ellos las fronteras las determina la Ummah y no las fronteras geográficas. Comparte con otros movimientos y corrientes la convicción de que el auténtico islam es el que se dio en los primeros tiempos, y que la shar’iah es la correcta aplicación de la norma. En el caso de los taliban, llegan al movimiento deobandi a través de su participación en seminarios y madrasas en Pakistán, país que acogió inicialmente y con gran apoyo el deobandismo, y lo “fusionan” en cierta manera con ideas de la escuela hanafi y algunas ideas procedentes del wahabismo.

En un sentido histórico, vemos cómo los taliban han forjado una sólida alianza con Al Qaeda a lo largo de las casi dos últimas décadas. No obstante, esta relación no siempre ha sido tan estable como puede creerse, ni tampoco han compartido los mismos puntos de vista o las hojas de ruta a seguir en el futuro a corto y medio plazo. Desde el momento en el que Osama Bin Laden, seguido por el resto de miembros de Al Qaeda, eligió volver a Afganistán en la década de los noventa para prestar fidelidad al mulá Omar y conseguir la protección de los taliban a cambio de armas, combatientes y una importante suma económica anual, se consolida una relación que ya había sentado sus bases durante la guerra contra los soviéticos. Si bien los taliban no existían por aquel entonces, algunos de los muyahidin que combatieron a la URSS acabarían teniendo un papel fundamental en el surgimiento de esta agrupación en 1994, como fue el caso del propio mulá Abdul Salam Zaeef, quien más tarde acabaría ejerciendo como embajador en Pakistán del Emirato Islámico de Afganistán durante los años de existencia del régimen taliban[1]. Por su parte, buena parte de la cúpula de Al Qaeda, que se crearía en el año 1988, también estaba compuesta por veteranos de Afganistán, habiendo formado parte del contingente de los “árabes afganos”, término con el que se hace referencia a todos aquellos combatientes que se desplazaron desde diversos países para luchar frente a los soviéticos tras el llamamiento a la yihad. Durante aquellos años, la relación entre los muyahidin y los árabes afganos no siempre fue buena. La desconfianza y las críticas por parte de los muyahidin fue constante. La sobredimensión del papel desarrollado por los árabes afganos a la hora de participar activamente en la derrota de los soviéticos[2], así como los intentos por parte de algunos de ellos de hacerse con el liderazgo del movimiento no fueron bien vistos entre los muyahidin[3]. La independencia en sus acciones y decisiones, así como la heterogeneidad de los árabes afganos (había todo tipo de individuos entre sus integrantes, desde aventureros, a gente sin otra cosa que hacer, proscritos, etc.) tampoco era algo que mostrase simpatía entre los muyahidin más puristas.

En este sentido, hubo especial suspicacia y discrepancias con algunos árabes afganos procedentes de Egipto, entre los que se encontraba el actual líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri. Este sentimiento de desconfianza no acabaría desapareciendo pese a que el vínculo entre los taliban y Al Qaeda se fortaleció durante la década de los noventa. La mejor muestra de ello es la incomodidad que generó la presencia de Al Qaeda en Afganistán en buena parte de los líderes taliban una vez que estos se hicieron con el poder en 1995. El giro estratégico dado por Al Qaeda a partir del cual Estados Unidos y Occidente se convirtieron en el objetivo prioritario de la organización no fue bien recibido por los taliban, temerosos de que la comunidad internacional pudiese percibir a Al Qaeda y a sus aliados, incluyendo evidentemente los taliban, como una amenaza para la seguridad global. Esta opinión desfavorable hacia Al Qaeda se hizo patente entre altos cargos taliban, quienes aconsejaron al mulá Omar que se deshiciese de este vínculo y obligase a Bin Laden y sus seguidores a marcharse del país. Sin embargo, el líder de los taliban, a quien se le criticó por su indulgencia y condescendencia hacia Bin Laden, decidió seguir ofreciendo a Al Qaeda la protección del Emirato Islámico de Afganistán[4], en parte, aunque no únicamente, debido al estricto código social, de honor, y de comportamiento que rige en Afganistán, el pasthunwali[5].

Apenas unos años más tarde quedó de manifiesto que el mulá Omar se equivocaba manteniendo su cobijo a Bin Laden y a los suyos. Tras cometerse los atentados del 11-S, Estados Unidos solicitó a los taliban que entregaran al líder de Al Qaeda juntos a los máximos dirigentes de la organización, algo a lo que el mulá Omar se negó. Esta decisión no hizo más que levantar de nuevo el recelo por parte de la cúpula taliban, quien ya consideraba a Al Qaeda como una seria amenaza para su propia supervivencia. Tal negativa provocó que Estados Unidos se sintiese ninguneado. Por ello, y con el objetivo de conseguir que Afganistán dejase de ser un santuario para el terrorismo internacional de Al Qaeda, decidió invadir el país junto a sus aliados, acabando con el gobierno taliban en apenas unas semanas y desmantelando todo su gobierno. Los taliban, conscientes de que no tenían nada que hacer ante el poderío militar estadounidense, decidieron no presentar excesiva resistencia y dejaron caer sin mayor oposición su gobierno, marchando hacia las áreas rurales y montañosas con el único objetivo de garantizar la supervivencia para resarcirse en el futuro.

Figura 1. Vista del distrito comercial de Kabul en 1996, dos meses después de la ofensiva taliban que los llevó al poder. Fuente: Emmanuel Dunand / AFP/Getty Images).

El objetivo a corto plazo estadounidense de derrocar al régimen taliban tuvo un éxito inmediato. Sin embargo, si el resultado de esta misión se pone en perspectiva se deduce que los objetivos finales no han acabado cumpliéndose. A lo largo de estos últimos veinte años de intervención militar en Afganistán, ni Al Qaeda ha sido derrotada, ni tampoco se ha roto la alianza entre esta y los taliban. El fracaso es todavía más evidente si ampliamos el foco hacia el escenario global con el fin de conocer el resultado de la lucha contra el terror, dado que a día de hoy existen muchas más organizaciones yihadistas que en el año 2001. Y no solo es importante esta realidad en términos cuantitativos, ya que además la expansión del terrorismo yihadista desde el Sahel hasta el Sudeste Asiático pone de manifiesto la capacidad que tienen estos grupos para convertirse en actores desestabilizadores y en serias amenazas para la seguridad.

Volviendo al escenario afgano, ante la imposibilidad de hacer desaparecer a los taliban, y con el deseo por parte de Estados Unidos de poner fin a dos décadas de intervención militar, se iniciaron las negociaciones para llegar a un acuerdo en Doha. Es importante entender que en el momento en el que se iniciaron estas conversaciones, los grupos taliban mostraban una clara posición ofensiva que les había permitido ir recuperando parte del territorio, beneficiándose así de la retirada progresiva de las tropas internacionales y de la inoperancia de las fuerzas de seguridad afganas. Gracias a ello, la condición como actor negociador les permitió a los representantes taliban ser más exigentes en sus peticiones a la hora de sentarse a hablar sobre el futuro del país y demandar la retirada de las tropas estadounidenses.

El primer gran error de base se produjo cuando Estados Unidos accedió a la petición taliban para que las autoridades afganas quedasen excluidas de este acuerdo, eliminando de golpe toda legitimidad que pudiese tener el gobierno afgano. Más tarde se diría que este acuerdo entre Estados Unidos y los taliban tenía como base establecer una hoja de ruta para favorecer las posteriores conversaciones intra-afganas entre autoridades locales y taliban, conversaciones que acabarían teniendo muy pocos avances. Como era de esperar, los taliban no iban a aceptar compartir el poder; esperarían al momento oportuno para hacerse con él y ejercerlo en solitario. El otro punto de mayor relevancia dentro de estos Acuerdos de Doha que se firmarían el 29 de febrero de 2020 concernía a la amenaza terrorista. Los taliban se comprometían a no dar cobijo a ninguna organización terrorista, especialmente a Al Qaeda, y a combatir cualquier agrupación que pudiese representar una amenaza para Estados Unidos y sus aliados. Pese al compromiso de cumplir este acuerdo, los taliban no tomaron ninguna medida de rechazo hacia Al Qaeda, y sus vínculos siguieron intactos, como así manifestó el informe de la ONU publicado el pasado mes de julio en el que se afirmaba que “Al Qaeda está presente en al menos quince provincias afganas, principalmente en las regiones oriental, meridional y sudoriental[6]. Este informe ponía de manifiesto una realidad que ya se había comprobado de forma empírica meses antes cuando fue abatido en una operación antiterrorista Abu Muhsin al Masri, considerado como número 2 de Al Qaeda. Lo relevante de este suceso es que la operación se desarrolló en la provincia de Ghazni, que por aquel momento era una de las regiones con una amplia presencia de los taliban. De esta forma quedó patente que los taliban seguían ofreciendo protección a Al Qaeda y que los Acuerdos de Doha no se cumplieron en ningún momento. En cierto modo, resulta paradójico que fuesen los taliban quienes en marzo de 2021 emitiesen un comunicado en el que exigían a Estados Unidos que cumpliese lo acordado y retirara a sus tropas, mientras ellos no hacían valer con su parte firmada. Todo ello ante la pasividad e inoperancia de los estadounidenses y del resto de países aliados, quienes no dieron un ultimátum a los taliban por infringir constantemente aquello que habían pactado.

Importante también en las relaciones entre los taliban y Al Qaeda es el papel jugado por la conocida como red Haqqani[7], familia tribal con gran poder en la zona fronteriza entre Afganistán y Pakistán. La red Haqqani siempre ha sido la encargada de los movimientos lícitos e ilícitos de mercancías en la zona, es un actor principal ya desde antes de la invasión soviética, y cuyos vínculos con Al Qaeda siempre han sido fuertes[8]. En estos días, es Khalil Ahmed Haqqani (hermano de quien fuera su carismático líder y fundador, Jalaluddin Haqqani), quien está ahora actuando como representante de los taliban para aceptar las distintas bay’ah que se están produciendo por parte de distintas figuras del país[9]. También se encuentra el hijo de Jalaluddin, Sirajuddin Haqqani, líder de la red Haqqani desde hace dos décadas, y líder adjunto de los taliban solo por debajo del emir, Hibatullah Akhundzada.

 

El futuro del yihadismo

¿Qué efecto tendrá para el terrorismo la toma de Kabul por parte de los taliban? ¿Se convertirá Afganistán en el nuevo santuario para las organizaciones yihadistas? ¿Volverá a repetir los errores del pasado y dejará que Al Qaeda pueda plantear una nueva estrategia para atacar desde suelo afgano a Occidente? ¿Permitirá la llegada de otras organizaciones yihadistas que buscan refugio? ¿Qué tipo de relación tendrá con la franquicia regional del Estado Islámico en Afganistán? ¿Se volverán una fuerza más moderada, como su campaña mediática está tratando poner de manifiesto, pasando a ser una especie de Hay’at Tahrir al-Sham en Asia? ¿Quiénes serán es esta ocasión los países y organizaciones internacionales supranacionales que los reconozcan como fuerza legítima y Estado? Estas son solo algunas de las preguntas que podemos hacernos de entrada para tratar de saber qué impacto tendrá sobre el movimiento yihadista local, regional y global la vuelta al poder de los taliban en Afganistán.

Es muy probable que las respuestas a estos interrogantes definan las tendencias del movimiento yihadista a largo plazo. A partir de la evolución que se dé sabremos si la agenda global sigue siendo una prioridad para Al Qaeda o, como se atisba desde la última década, si se centra en los conflictos locales con el fin de lograr una sólida base de apoyo social que les permita legitimarse ante los ojos de la población musulmana. Asimismo, con el paso del tiempo, conoceremos si los grupos taliban han realizado un ejercicio de análisis y de lecciones aprendidas de lo ocurrido en 2001 para no volver a caer en esos mismos errores que los llevaron a ser derrocados del poder tras asumir hasta las últimas consecuencias su apoyo hacia Al Qaeda.

Por otro lado, y de acuerdo a los acontecimientos recientes, tenemos la certeza de que el Estado Islámico tratará de sacar el máximo partido al nuevo status quo de Afganistán. Esta organización lleva en su ADN el aprovechar situaciones de caos e inestabilidad para obtener el mayor rédito posible, llegando a dar la vuelta a situaciones que eran totalmente contrarias para sus intereses y en las que aparentemente eran los actores más débiles, como ocurre en estos momentos en Afganistán. En este sentido, no podemos olvidar que Estado Islámico considera a los taliban como khawarij (karijitas), es decir, ajenos al islam (ofensa más grave de la que un musulmán puede acusar a otro). Ambas organizaciones son enemigo acérrimo del otro, siendo mutuo el sentimiento de profundo rechazo. Tanto es así que tras la liberación de presos de distintas cárceles por parte de las fuerzas taliban, si bien los militantes de bajo nivel han sido en principio liberados sin más, sus máximos dirigentes que estaban encarcelados han sido ejecutados de inmediato, como ha sido el caso del máximo líder de Estado Islámico en la provincia del Khorasan (ISKP por sus siglas en inglés), Zia ul Haq, cuya kunya o nombre de guerra era Abu Umar Khurasani, y que se encontraba preso en la prisión de Pul-e-Charkhi en Kabul. También es importante recordar que el surgimiento de ISKP tiene su origen en una escisión dada en el propio seno de los taliban, por lo que el sentimiento de traición hacia la causa por parte de estos desertores y el deseo de venganza de los taliban hacia ellos es todavía mayor. Transcurrido poco más de una semana desde la toma de Kabul por parte de los taliban, y de acuerdo a los acontecimientos desarrollados, se podría pensar que los nuevos gobernantes, en base a la política “diplomática y negociadora” que están mostrando hasta ahora, ofrecerán a los integrantes de ISKP jurar lealtad y sumarse a sus filas. En cambio, tanto aquellos que lo rechacen, como los traidores a su causa y los altos cargos más fieles a Estado Islámico podrían ser ejecutados a modo de escarmiento y, de paso, debilitar al máximo a ISKP para no dar ninguna opción a la organización de sacar partido en este nuevo contexto.

No está de más recordar que durante los últimos años, los principales atentados terroristas cometidos por la franquicia afgana del Estado Islámico se produjeron mayoritariamente en la capital afgana y tuvieron como principal objetivo la población civil. Sirva recordar el ataque ocurrido en mayo de 2020 en una sala de maternidad en la que fueron asesinadas una veintena de personas. A partir de todo ello, no se debería descartar la posibilidad de que miembros de la organización traten de volatilizar todavía más la inestable y difícil situación en el aeropuerto de Kabul con alguna acción terrorista que desate el caos por completo. Lo mismo puede ocurrir en los meses venideros, ya que tratarán de sabotear cualquier intento de los taliban por imponer su gobierno. En cualquier caso, es importante señalar que la situación de ISKP nunca ha sido fácil en Afganistán y desde el primer momento han encontrado el rechazo de buena parte de la población, la cual ve a los yihadistas de Estado Islámico como un enemigo invasor más. Por lo tanto, se antoja difícil pensar que en algún momento este grupo pueda tener la misma presencia en Afganistán que la lograda años atrás en Siria e Irak o actualmente en varios países de África Occidental.

En cuanto al devenir de la relación de los taliban con Al Qaeda, si bien los lazos van a seguir existiendo, es presumible que Al Qaeda no pueda operar con la misma libertad con la que lo hizo en el pasado. Los taliban son conscientes de que no pueden permitir que la organización de Al Zawahiri se convierta en una nueva amenaza para la seguridad internacional, dado que los ojos de la lucha antiterrorista volverían a centrarse en el territorio afgano. No hay que olvidar que en buena parte de este país y en su frontera con Pakistán siguen escondiéndose algunos de los máximos dirigentes de la organización[10], y desde ahí emanan las órdenes y directrices a seguir por el resto de franquicias regionales. Por lo tanto, los taliban habrán aprendido la lección de veinte años atrás y tratarán de asegurarse de que Al Qaeda Central no reactive sus acciones terroristas sobre suelo occidental. Esta vez no estarán dispuestos a asumir hasta las últimas consecuencias el respaldo ofrecido. Asimismo, tampoco parece probable que Al Qaeda a corto plazo esté interesado en volver a convertirse en la principal amenaza para Occidente. La nueva toma del poder de los taliban les ofrece una oportunidad inmejorable para reorganizar y reestructurar la organización bajo una sensación de seguridad mayor bajo el amparo taliban como resultado de una menor presión en la lucha antiterrorista por parte de las fuerzas aliadas[11]. A ello habría que sumar la ya comentada antes estrategia actual de Al Qaeda, centrada desde hace una década en los conflictos a escala local y en la búsqueda de respaldo entre las comunidades musulmanas más que en mantener su amenaza hacia Occidente. Pese a que parece poco probable, si Al Qaeda decidiese de nuevo planificar atentados desde suelo afgano hacia Estados Unidos o Europa, los taliban no mantendrán la misma actitud de hace dos décadas y les presionarán para que abandonasen el país, porque cualquier acción terrorista de su socio puede poner en serio riesgo una vez más la permanencia del nuevo régimen taliban.

También será necesario observar en estos próximos días y semanas los distintos comunicados y pleitesías que vayan aconteciendo por parte de grupos y organizaciones presentes en otros escenarios. Así, a la que fue la primera felicitación por parte de otro grupo, siendo esta la emitida públicamente incluso días antes de la toma de Kabul por JNIM mediante un audio a través de su líder Iyad Ag Ghaly, se han sucedido felicitaciones y alabanzas por parte de otras agrupaciones de todo tipo. Entre estas se encuentran: Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), Al Qaeda en el Subcontinente Indio (AQIS), el comunicado oficial de la mencionada JNIM, las ramas siria y jordana de los Hermanos Musulmanes, Hamas, el Partido Islámico del Turquestán (TIP), Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), etc. Incluso organizaciones o individuos considerados ajenos al extremismo, y tan dispares como puedan ser por ejemplo el Partido Islámico de Malasia (PAS), el Gran Mufti de Oman, Gul Agha Sherzai[12], las estudiantes femeninas de la madrasa Jamia Hafsa de Islamabad, se han sumado a estas felicitaciones o directamente prestado bay’ah al grupo y su emir (es el caso de Sherzai por ejemplo).

En este sentido, puede ser interesante buscar una explicación a los motivos por los que no se ha emitido todavía ningún comunicado desde Al Qaeda Central en el que se felicite a los taliban por su vuelta al poder, dado que este silencio puede chocar con los mensajes enviados por sus franquicias. Partiendo de la premisa por la que los taliban están buscando en estos momentos el reconocimiento internacional que sustente y legitime su nuevo régimen, no debería llamar la atención que hayan solicitado a la cúpula de Al Qaeda que no se pronuncie al respecto, al menos de momento, para evitar entorpecer el proceso al mostrar manifiestamente la asociación entre ambas agrupaciones. En esta línea se expresó el especialista en terrorismo yihadista Aaron Zelin, quien dijo que una muestra de apoyo ahora mismo de Al Qaeda podría quebrantar los esfuerzos de los taliban”. En cualquier caso, y desde otro punto de vista, tampoco debe sorprender excesivamente la falta de respuesta de Al Qaeda, dado que durante los últimos años la agrupación se ha caracterizado por dejar transcurrir un período de tiempo prudente antes de pronunciarse sobre cualquier acontecimiento de relevancia. De esta forma, pueden analizar con mayor perspectiva lo ocurrido y pronunciarse con el sosiego necesario. En cuanto al posicionamiento de Estado Islámico hacia los taliban, este sigue siendo igual de claro y sin matización alguna respecto al mostrado durante estos últimos años: rechazo absoluto y crítica por negociar y llegar a acuerdos con los “infieles” occidentales. Posicionamiento en cualquier caso nada sorprendente viniendo de Estado Islámico, dado que es el mismo que aplican a cualquier organización a la que perciban como competidor o no alineada con sus postulados, y que autojustifican mediante el uso del takfir.

Figura 2. Algunos de los comunicados emitidos por distintas organizaciones de la órbita de a Al Qaeda. De izquierda a derecha: Jama’at Nusrat al-Islam wal Muslimeen (JNIM), Global Islamic Media Front (GIMF), y Al Qaeda en el Subcontinente Indio (AQSI).

No menos importante es poner de manifiesto distintas declaraciones llevadas a cabo por los hasta ahora enemigos de los taliban. Así, el presidente estadounidense Joe Biden, seguramente en un intento de aportar algún tipo de justificación a una operación de retirada que no puede más que ser criticada por la premura y desorganización con la que ha sido llevada a cabo, y que aún está por finalizar, ha llegado a manifestar que “al-Qaeda se ha ido de Afganistán”, contradiciendo tanto al Pentágono como a diversas organizaciones de la comunidad de inteligencia estadounidense, que solo días antes publicaban informes indicando justo lo contrario. De la misma manera, el jefe del Estado Mayor de la Defensa británico, el General Nick Carter, manifestaba en una entrevista en televisión para Sky News que: “creo que hay que ser cuidadoso usando la palabra enemigo. Creo que la gente tiene que comprender quienes son los taliban actualmente. Son un conjunto diverso de individuos pertenecientes a distintas tribus…Son personas rurales que viven de acuerdo a un código de honor, el cual ha sido su estándar durante muchos años. Quieren un Afganistán que sea inclusivo para todos”. A estas declaraciones, en otra entrevista para la BBC añadía otras como: “la comunidad internacional debe dar tiempo a los taliban para mostrar sus credenciales. Tenemos que ser pacientes, mantener al margen nuestro nerviosismo y darles el espacio necesario para que formen un gobierno. Puede que estos taliban sean distintos de los que vimos y recordamos de la década de los noventa”. Sin ningún género de dudas, este tipo de declaraciones legitiman en cierta manera la llegada al poder de los taliban, impulsándolos así a que sean reconocidos por la comunidad internacional y puedan ser tratados como un actor gubernamental más.

 

Posibles escenarios

Parte del objetivo del OIET como centro de pensamiento también es anticipar posibles tendencias o hechos que puedan acontecer en nuestro campo de estudio, y este artículo no es ajeno a esta línea de trabajo. En el caso que nos ocupa, la vuelta de los taliban al poder en Afganistán veinte años después es un suceso de gran calado que puede derivar en diversos escenarios, dos de los cuales queremos plasmar a continuación con un doble propósito. Por un lado, ayudar a tratar de discernir entre las distintas posibilidades que surjan en función del devenir de los acontecimientos y, por otro lado, que todo ello finalmente pueda contribuir a generar un debate en base a dos hipótesis en las que tanto sus argumentos como sus posibles desarrollos son en parte contrarios y opuestos entre sí.

Vuelta al punto de partida, continuidad e inmovilismo

El regreso al poder de los taliban veinte años después de ser derrocado su régimen tras la invasión estadounidense de 2001 es una realidad. Si bien era más que previsible que estos acabasen tomando con el paso del tiempo buena parte del país, el rápido desmoronamiento del gobierno afgano, la mala gestión de la retirada por parte de Estados Unidos y sus aliados, y la pasmosa inoperancia de las fuerzas de seguridad locales han acabado por permitir que en apenas dos semanas consiguiesen hacerse con el poder.

Estos días, a medida que aumenta el drama de cientos de miles de afganos que tratan de huir del terror, crece también la percepción sobre un nuevo fracaso de Occidente. No hay duda de que la sociedad afgana será la peor parada de esta situación ante una nueva realidad en la que aparentemente los taliban tratan de mostrar ante la comunidad internacional su nueva imagen, una imagen moderada que tiende la mano a sus adversarios y garantiza que la mujer no perderá sus derechos. Sin embargo, esta fachada únicamente perdurará mientras continúen sobre Afganistán ciudadanos occidentales. En el momento en el que esto ya no ocurra, se alejará el foco mediático, y los taliban tendrán el camino libre para mostrar su verdadero rostro bajo esa misma ideología extremista de hace dos décadas. Esto no quiere decir que no hayan extraído lecciones de los errores del pasado y que vayan a actuar de la misma forma que lo hicieron en su momento. De hecho, ya estamos viendo que eso no es así. Han aprendido a manejar la propaganda y la comunicación, y son conscientes de la necesidad de establecer lazos comerciales con otros países para obtener así el reconocimiento internacional que buscan.

En cuanto a la forma en la que su llegada al poder afectará al desarrollo del terrorismo local, regional e internacional tanto a corto como a largo plazo, el impacto de ello se podrá medir a partir del grado de relación que mantenga con Al Qaeda y la forma en la que los taliban impidan o no que Afganistán se reconfigure de nuevo como principal campo de entrenamiento para el terrorismo yihadista como ocurrió en el pasado. No parece probable que esto vaya a ocurrir; no al menos si el objetivo último de esta reorganización es que este país se convierta en la nueva base logística desde la que Al Qaeda planifique atentados hacia suelo estadounidense o europeo. Los taliban no van a permitir por segunda vez que la agenda global de Al Qaeda y su interés en atacar a Occidente pueda acabar afectándoles de lleno. En estos momentos, resulta difícil de creer que los taliban puedan ser capaces de mostrar de nuevo su apoyo a Al Qaeda hasta las últimas consecuencias, como sí ocurrió hace veinte años. Esto en ningún caso quiere decir que Al Qaeda no se vaya a beneficiar del santuario que ofrece el suelo afgano, ya que tanto Al Qaeda Central como su franquicia regional en el subcontinente indio (AQSI), esta última con presencia en las provincias de Helmand, Nimruz y Kandahar, podrán aprovechar la menor presión de la lucha antiterrorista para reorganizarse y establecer nuevos objetivos de cara al futuro.

Igual de importante será conocer el papel que juega en el contexto de inestabilidad actual de Afganistán el Estado Islámico a partir de su franquicia regional. Pese a que las condiciones que ha encontrado ISKP desde su llegada a suelo afgano han sido desfavorables, han tratado de aprovechar cualquier oportunidad para mermar tanto a las autoridades locales como a los taliban. Ahora que el poder se ostenta en los taliban, solo tendrán un enemigo sobre el que poner el foco. Es preciso tener en cuenta que cuanto mayor caos se genere en Afganistán, más oportunidades tendrá ISKP para convertirse en un actor relevante. Dado que la situación actual le sigue siendo desfavorable, buscarán por todos los medios generar desconfianza entre la población hacia el nuevo régimen y dinamizar cualquier posible estabilidad, como ya han estado haciendo durante los últimos años con atentados cometidos por ellos pero que posteriormente atribuían a los taliban o a las propias autoridades.

Tampoco se debe descartar la posibilidad de que entre los miles de refugiados afganos que lleguen a Occidente en las próximas semanas y meses pueda darse el caso aislado de que se encuentre entre ellos algún terrorista que tenga como propósito llevar a cabo algún ataque sobre suelo europeo, como ya ocurrió con la anterior crisis de refugiados. Si bien no es previsible que ni los taliban ni Al Qaeda puedan actuar así en estos momentos, como se ha dicho a lo largo del artículo, el Estado Islámico aprovechará cualquier ventana de oportunidad que se le abra con el propósito de generar mayor inestabilidad en el país afgano.

Por último, lo ocurrido en Afganistán puede servir de detonante para que otras organizaciones terroristas islamistas suníes presentes en otros países traten de seguir el mismo ejemplo. Cada vez son más las agrupaciones terroristas que aspiran únicamente a una agenda local con objetivos finales similares a los taliban. Ejemplos de ello lo encontramos en Siria con Hay’at Tahrir al Sham, en Cachemira con Lashkar-e-Jhangvi y Jaish-e-Mohammed, con la insurgencia sureña en Tailandia, con el debilitado Boko Haram en Nigeria, con las Fuerzas Aliadas Democráticas en la República Democrática del Congo o con Ansar Al Sunna en Mozambique. Por último, otro efecto de lo ocurrido en Afganistán que podemos ver extrapolado sobre distintos escenarios a corto plazo es la retirada o disminución de tropas extranjeras en otras áreas, como, por ejemplo, la de Francia en su misión Barkhane en el Sahel (zona en la que también Estados Unidos ha reducido enormemente su personal y ayuda a la misión francesa). Esto podrá suponer un nuevo impulso de cara a la implantación y al desarrollo de organizaciones extremistas de carácter yihadista que tengan aspiraciones expansionistas más allá de sus propias fronteras.

Lecciones aprendidas, hacia un nuevo movimiento taliban

Desde el primer momento, se ha culpado a la comunidad de inteligencia estadounidense e internacional de no haber podido prevenir lo que estaba por acontecer tras anunciar la retirada de tropas. Si bien ha quedado más que demostrado que dicha falta de previsión no es achacable a la inteligencia (como demuestran los informes previos emitidos a lo largo del tiempo por distintos organismos de inteligencia, o autónomos e independientes como por ejemplo el Special Inspector General for Reconstruction of Afghanistan, SIGAR[13]), sino a decisiones políticas, siempre es sano realizar el ejercicio de explorar otras vías más allá de las que a priori parecen la obvia. Es por ello que, en un intento de análisis sobre otros posibles escenarios a corto plazo en base a argumento y hechos, hemos de añadir la posibilidad de que realmente los taliban hayan decidido cambiar su estrategia y táctica.

Desde la caída de Kabul, o incluso antes, se ha observado cómo los taliban mostraban su “cara más amable”, remarcando ciertos aspectos en cada una de sus intervenciones, y que han podido resultar sorprendentes. Se habla de que todo es una estudiada campaña propagandística y de lavado de imagen que se mantendrá durante el periodo de retirada de tropas, el cual finaliza el próximo 31 de agosto, y para el que ya se ha manifestado que no existirá prorroga. La opinión generalizada es que una vez hayan salido las ultimas tropas y extranjeros que así lo hayan decidido del país, los taliban volverán a ser lo que fueron en su día. No obstante, existe la posibilidad de que esto no sea así, y que realmente lo expresado una y otra vez por distintas figuras del nuevo régimen, como por ejemplo su portavoz Zabihullar Muhajid, o el líder del emirato, el Mullah Baradar, sea cierto: la creación de un nuevo emirato basado en la shari’ah pero en el cual se respeten derechos y situaciones que en su anterior gobierno fueron inexistentes. En esta línea se han expresado los líderes taliban en algunas de estas intervenciones, quienes afirman que la idea es crear “un emirato inclusivo y en el que todos tengan lugar”, siendo entrevistados por mujeres sin burka en la televisión. Este hecho no debe pasar desapercibido, habida cuenta de que la televisión fue prohibida en el anterior periodo taliban. También en estas intervenciones han informado sobre cómo la mujer podrá trabajar libremente siempre y cuando cumpla los preceptos de la shari’ah. Asimismo, durante estos días atrás han mantenido reuniones con figuras del deporte con el ánimo de promover el mismo, han decretado una amnistía general para todos aquellos que se enfrentaron a ellos en el pasado, se ha invitado a los extranjeros a permanecer en el país y desarrollar sus negocios, etc.

Figura 3. La presentadora Beheshta Arghand, de Tolo News, entrevista a Mawlawi Abdulhaq Hemad, uno de los miembros del equipo de medios de los taliban, dependiente de Zabihullah Muhajid.

 

En este sentido, resulta esencial plantearnos una pregunta, ¿por qué están haciendo todo esto? La respuesta que nos viene a la mente de manera casi automática es: para limpiar su imagen. Siendo esta una realidad innegable, surge la segunda pregunta: ¿para qué limpiarla? ¿Qué necesidad tienen de hacerlo? Si algo han mostrado los taliban ha sido su capacidad de resiliencia: fueron desalojados del poder en el año 2001, y se han mantenido firmes en sus convicciones, hasta el punto de que han sido capaces de recuperar todo el país al gobierno existente en menos de once días, lo que demuestra que nunca llegaron a irse. Una vez logrado su objetivo, alcanzar de nuevo el poder, y una vez las tropas estadounidenses y de otros países salen a marchas forzadas del país, no existe la necesidad para ellos de mostrar una imagen comedida. Han vencido. Parece evidente que Estados Unidos no volverá a intervenir militarmente en el país (no al menos en un periodo cercano), como tampoco lo hará la OTAN sin la participación estadounidense. La Unión Europea, como es habitual, simplemente se posiciona a favor “de respetar los derechos civiles y humanos”, pero no tiene capacidad de intervención. Solo Naciones Unidas podría plantear la implantación de una misión de observadores, pero tampoco esto cambiaría nada. Podríamos pensar que tal vez el miedo a sanciones económicas, embargos, o posibles bloqueos de ayudas sea lo que les motive a esta campaña mediática, pero algunos países, entre ellos potencias como China y Rusia, es prácticamente seguro que se opondrían a estas medidas.

Los taliban podrían haber llegado al poder sin hacer declaraciones, sin mostrar cambio, ejecutando a todos sus opositores sin miramientos, y no tendrían nadie que los enfrentase. Sin embargo, han decidido hacerlo de la manera que lo han hecho, contando, además, nos guste o no admitirlo, con el beneplácito o indiferencia de ciertos sectores de la población, ya que apenas se han sucedido enfrentamientos notables. No solo ha sido el ejército o la policía los que se han rendido sin presentar batalla, sino que la sociedad civil en su conjunto, quitando alguna bolsa muy puntual de resistencia (como puede estar ocurriendo en el valle del Panhsjir, aunque es más superficial que otra cosa), han asimilado como normal la vuelta al poder de los taliban. Desde Occidente vemos las imágenes del aeropuerto de Kabul y podemos pensar lo contrario, pero a medida que nos alejamos de la capital, la vida diaria hasta el momento no ha cambiado sustancialmente, y esto en parte es así porque como comentábamos antes, los taliban siempre han estado presentes. Tal vez no mostrándose en los medios como estamos viendo ahora, sino en los consejos tribales rurales, en las rutas comerciales, en las madrasas, en los campos y en las montañas. En todas esas zonas donde los gobiernos anteriores no llegaban ni tenían presencia, o esta era meramente testimonial.

Viendo las atrocidades de los taliban a lo largo de los años, no es reconfortante pensar que puedan haberse convertido de la noche a la mañana en una versión moderada de los planteamientos extremistas que plantean. Nos cuesta creer en esta hipótesis, pero, es una hipótesis tangible. Parte de esta incredulidad seguramente existe porque la última referencia que tenemos de un emirato real es el que declaró y gestionó Estado Islámico desde 2014 a 2019 en Siria e Irak, y que se caracterizó por una brutalidad que aún nos cuesta olvidar. No obstante, tampoco estaríamos hablando de un escenario inviable, pues ya existen ejemplos previos de yihadistas “moderados”, como por ejemplo podría ser el caso de Hay´at Tahrir al-Sham (HTS) en Idlib, Siria, liderado por Abu Muhammad al-Jawlani.

El ejemplo de HTS sirve también para responder a otra de las cuestiones que surgen respecto a otro de los puntos críticos en cuanto a las declaraciones de los taliban, y el posible desarrollo de los acontecimientos: su relación con Al Qaeda u otras organizaciones terroristas que están presentes en territorio afgano. Las últimas estimaciones indican que existen entre decenas y medio millar de elementos de Al Qaeda en el país, más aquellos que forman parte de TTP o AQIS y operan desde Afganistán. Este hecho, sumado a los vínculos familiares o tribales existentes entre Al Qaeda y la red Haqqani o los taliban, hacen pensar en lo complicado que será que los taliban rompan con aquellos, o eviten que operen, aunque sea a nivel planificador, desde su territorio. Los taliban han declarado que no permitirán la presencia de grupos o individuos que utilicen el país como base de operaciones internacionales, pero también han indicado que los acuerdos de paz que se pusieron en marcha en Doha no estipulaban con quien o con quien no debían mantener relaciones. Resulta complicado pensar en Al Qaeda y los taliban como entes independientes dada su estrecha relación en las últimas décadas, pero es cierto que ya existen ejemplos de escisiones o roturas de vínculos completas entre organizaciones yihadistas. Sirva de ejemplo Estado Islámico, que al fin y al cabo es una perversión evolutiva aún más extrema de lo que en su día fue la franquicia de Al Qaeda en Irak, hasta que diversos motivos de carácter ideológico, estratégico, y de otro tipo, provocaron que ambos grupos yihadistas separasen irresolublemente sus caminos, llegando al punto de convertirse en enemigos de facto, como lo son actualmente.

Si finalmente los taliban cumplen con todo lo que están afirmando, y nos encontramos ante una nueva versión del grupo que busque alcanzar la concordia en el país como han declarado, puede que nos encontremos ante una nueva etapa en la que distintos grupos yihadistas tomaran como modelo esta nueva estrategia. Siendo francos, sería lo mejor que podría ocurrir a la comunidad internacional. Nadie estará cómodo teniendo que conversar con los taliban, o reconociendo su gobierno (incluso Estados Unidos adelantó que estaría dispuesto a ello siempre y cuando se cumplieran una serie de condiciones), pero siempre será más fácil, ética y moralmente, hacerlo con esta nueva “versión” del grupo.

Es viable que, en el caso de que esta versión moderada se mantenga, cierto núcleo duro, ajeno y crítico a este nuevo devenir, dado que el movimiento taliban no es homogéneo y existen distintas facciones dentro del mismo, decida mantenerse en un papel combativo y violento, bien como facción, bien como nuevo grupo, bien aliándose con otros grupos presentes en la zona. Otra variable a observar en esta hipótesis es el papel de TTP. ¿Seguirán los nuevos postulados de sus “hermanos” afganos, o se mantendrán independientes de estos? ¿Cómo actuará el gobierno pakistaní ante (o conjuntamente) a estos taliban?

Todas son preguntas abiertas que se verán respondidas parcialmente en los próximos meses. Con el paso del tiempo veremos si finalmente se cumplen los peores vaticinios, o, por el contrario, los taliban deciden cumplir y poner en marcha hasta las últimas consecuencias los cambios que vienen declarando. Sea como fuere, habrá que estar muy pendientes de Afganistán, pues el movimiento yihadista global estará totalmente influenciado en una u otra dirección por lo que allí suceda.

 

[1] Abdul Salam Zaeef (2010), My life with the Taliban, Hurst.

[2] Que algunos de estos árabes afganos acabasen integrándose en Al Qaeda favoreció la creación de un discurso en el que se exaltaba de forma interesada el papel de estos.

[3] Abdullah Anas (2019), To the Mountains. My Life in Yihad, from Algeria to Afghanistan, Hurst

[4] Más información sobre la difícil relación entre el Mullah Omar y Osama bin Laden puede ser consultada en: Anne Stenersen (2017), Al-Qaida in Afghanistan, Cambridge University Press, páginas 69-95.

[5] El pasthunwali es un estricto código ético que rige la sociedad pastún, y que es conocido por ello como “el código de la vida”. Su pilar central es el Nang (honor), y de este surgen el resto de principios fundamentales: Puth (autoestima), Tora (valentía), Badal (Venganza), Wafa (Lealtad), Nanawatey (asilo), Milmastya (hospitalidad), Kheegara (bienestar, asistencia social), y Jirga (mediación).

[6] Se puede acceder al informe completo a través del siguiente enlace: https://www.undocs.org/en/S/2021/486

[7] Una breve información sobre la red Haqqani: https://www.dni.gov/nctc/groups/haqqani_network.html

[8] Informe de la DIA (Defense Intelligence Agency) desclasificado parcialmente gracias a una petición FOIA (Freedom  Of Information Act) en el que se da cuenta de la relación entre los talibán, los haqqani, y al-Qaeda: https://www.dia.mil/FOIA/FOIA-Electronic-Reading-Room/FOIA-Reading-Room-Other-Available- Records/FileId/155424/

[9] Para profundizar en el significado y la importancia de la bay’ah, véase: Carlos Igualada, Javier Yagüe (2021), The Use of Bay’ah by the Main Salafi-Jihadist Groups, Perspectives on Terrorism, vol.15, no.1.

[10] Algunos otros líderes se cree que se encuentran escondidos en Irán, como es el caso de Saif al Adel, considerado como el posible sucesor de Al Zawahiri al frente Al Qaeda.

[11] Pese a que las autoridades estadounidenses han mantenido que continuarán llevando a cabo operaciones antiterroristas sobre Al Qaeda en territorio afgano, lo más probable es que estas se reduzcan considerablemente. Asimismo, que las fuerzas afganas hayan dejado de ser una amenaza para sus intereses también facilitará que tengan mayor libertad sobre el territorio.

[12] Principal aliado de EEUU y activo de la CIA en su lucha contra Al Qaeda y los taliban que fue llamado por aquellos “el carnicero” debido a la lucha que mantuvo contra miembros de Al Qaeda. Para profundizar, véase: Steve Coll (2018), Directorate S: The C.I.A. and America’s Secret Wars in Afghanistan and Pakistan, Penguin Books.

[13] Todos los informes del SIGAR pueden consultarse en: https://www.sigar.mil/allreports/