Todo el tiempo que dedican precisamente a luchar para evitar ese bloqueo es tiempo que dejan de emplear en otras actividades que podrían ser más dañinas, en mejorar su propio discurso o mejorar productos propagandísticos más sofisticados y efectivos. No hay que caer siempre en ese catastrofismo, esa sensación de que estamos siempre peor que el periodo anterior. Hay que reconocer que en el ámbito de la lucha contra el terrorismo de Internet se ha mejorado y mucho.
¿Tiene algo que ver con el colapso del califato yihadista? ¿Ha tenido consecuencias en la actividad física yihadista?
Sin duda, vimos cómo la pérdida de control territorial está relacionada con varios indicadores de actividad terrorista como la propia disminución de atentados y también en el ámbito de la propaganda. El grupo cada vez se comunica menos e incluso el contenido es todo modificado para su perjuicio. En su momento álgido podían hablar en términos casi positivos, de cómo era la vida en el califato y pintaban un estilo de vida idealizada. Esto ha desaparecido y ahora el grueso de los contenidos tiene una naturaleza relacionada de venganza, violencia y ajusticiamiento. Son contenidos que han perdido bastante atractivo y que resultan menos movilizadores que los del 2015 o 2016.
Tras la caída del califato y los atentados de Cataluña hubo una desmejora en la calidad y rigor de la propaganda yihadista, dos años después, ¿han avanzado?
Lo que se ha producido es que tienen una menor capacidad para explotar un atentado consumado, que para ellos es un éxito. El caso de Barcelona es un punto de inflexión, pues su explotación propagandística ha sido muy inferior a la que podría haber tenido. Ahora, incluso cuando tienen éxito, su capacidad de rentabilizarlo es menor. Por eso, se debe seguir luchando con esa faceta comunicativa pues es la que permite ampliar el miedo, que les da poder coactivo y genera alarma. En definitiva, es lo que les permite ejercer un poder porque su capacidad de matar es limitada y para asustar a muchos necesitan de la comunicación.
Después de esta etapa de poder en internet, una de las tendencias hacia las que va el ciberterrorismo es a los pequeños espacios que permiten su pleno establecimiento, ¿qué otros caminos podrían seguir?
Lo que han demostrado los terroristas es que han sido tremendamente ágiles a la hora de detectar nuevas oportunidades, incluso irrumpiendo en pequeños servicios que iniciaban su andadura y son bastante desconocidos. Ellos han encontrado en esos espacios utilidades, como servir de repositorio de contenidos que luego son distribuidos en un alcance más amplio, o se ve como punto de comunicación seguro. Entonces, lo que tenemos que tener muy presente es que estos individuos están en continua búsqueda de esas oportunidades y eso fuerza a agencias de seguridad o servicios de inteligencia, a no solo hacer un servicio de monitorización de los espacios que se utilizan de manera masiva, sino de cualquier mínima innovación, porque sabemos que estos actores tienen un interés claro: van a intentar sacar partido de esa seguridad que les proporciona el desconocimiento inicial.
Cuando se informa sobre la propaganda yihadista, a veces parece que se termina ayudando a su fin, ¿existe alguna forma de evitar esto?
Sí, aunque hemos aprendido mucho sobre cómo se debe o no informar acerca del terrorismo, se siguen repitiendo estos casos donde convertimos en información datos que realmente no tienen interés informativo. Que un grupo terrorista amenace no aporta nada nuevo. Informar sobre alguno de estos mensajes amenazantes incrementa el número de mensajes y se hace un círculo vicioso. La vía es una actitud de autorregulación por parte de los medios de comunicación y de conocimiento de los especialistas para tener un criterio claro de lo que es relevante, que simplemente la reiteración de lo que ya conocemos. No es habitual encontrar en sus comunicados datos novedosos o inéditos que merezcan la pena ser tratados por los medios de comunicación.
También puede permitir una retroalimentación entre distintos grupos radicales, ¿no?
Esta es otra de las lecciones que hemos aprendido en estos años. Hay grupos que parece que están en las antípodas, en cuanto a objetivo o ideología, pero tienen un punto de contacto precisamente por esa necesidad de usar la violencia para comunicarse. Ellos son conscientes de lo que hacen otros actores y lo adaptan, en ocasiones, incluso, lo imitan directamente. A la hora de abordar informativamente hay que tener muy presente que una sobre atención sobre alguno de los grupos o iniciativas genera un efecto llamada de otros actores que se pueden inspirar y que pueden encontrar una vía abierta precisamente por ese éxito que otros han obtenido. Es responsabilidad de los medios evitar esas auto profecías cumplidas.
La tecnología avanza cada vez más y usted escribe que posiblemente la “tecnofobia” traerá una quinta ola de terrorismo, ¿se convertirá la tecnología en el peor enemigo para los radicales en el año 2040?
El rechazo al cambio social, económico y cultural que está generando la tecnología, puede servir de común denominador para motivar la violencia de actores que, aunque abanderen diferentes causas, de carácter religioso, político o identitario encuentran esa especie de chivo expiatorio en la tecnología. Puede ser uno de esos desenlaces paradójicos. Esa misma tecnología que es vista como un aliado para esos grupos, en unos años puede convertirse en su enemigo. Todavía nos quedan tantas cosas por ver.
¿Cuál es el mayor reto al que nos enfrentamos con el ciberterrorismo?
Toda acción por bien intencionada que esté genera un efecto no deseado, minimizar los efectos teniendo presentes las consecuencias que genera cualquier tipo de innovación, es una ecuación que hay que tener presente. En toda la reflexión actual, no solo hay que dejarse llevar por la innovación rápida, sino reflexionar en conjunto como sociedad, para poner frenos antes de que el problema se haya iniciado. Ser capaces de prevenir y de anticipar los efectos, porque sino volveremos a repetir errores del pasado.