Implicaciones geopolíticas tras la toma taliban de Afganistán

El nuevo paradigma del terrorismo internacional tras la vuelta al poder de los taliban
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Para controlar el pivote geográfico euroasiático (heartland) como defendía Halford Mackinder, resultaba vital asegurar el control y el dominio de su anillo periférico (acuñado en inglés con el término inner crescent). Grandes imperios y potencias de primer orden en el panorama internacional han intentado hacerse con esta área con el objetivo de erigirse con la hegemonía global, por lo que ciertos espacios se han encontrado en la agenda estratégica de ciertos países de una manera muy prioritaria. Entre una región y otra se encuentra Afganistán, un país con un pasado y características propias que han condicionado su porvenir a lo largo de la historia. El país ha sido testigo de incesantes luchas de poder por conquistar el espacio estratégico que representa Afganistán durante siglos, fracasando en los tiempos más contemporáneos invasiones como la británica (hasta en tres ocasiones), la soviética y, se dice, ahora la estadounidense.

En Washington, personalidades encargadas de la toma de decisiones a nivel político, supuestamente guiados por los documentos e informes de la comunidad de inteligencia americana, hicieron caso omiso de lo que muchos de sus propios analistas y personal de inteligencia alertaban. Esto bien puede suponer un error de cálculo que nada se acercaba a la realidad o algo premeditado, trayendo como resultado una toma de poder taliban con relativa permisibilidad – o incapacidad de contener – que han terminado por provocar que el presidente Ashraf Ghani huyera del país. Así, la provincia de Panjshir, el bastión que resiste a 150 km de Kabul, es actualmente el único refugio para la resistencia antitaliban capitaneada por el hijo de Ahmad Shah Massoud (conocido como el León de Panhsjir) e incluye varias personalidades conocidas entre la élite política afgana, como el vicepresidente del anterior gobierno de Ghani, Amrullah Saleh. Recientemente parece ser que hay indicios de un preacuerdo entre los taliban y la resistencia para llegar a una rendición de esta última, y que incluso los grupos taliban, en palabras de Khalil Haqqani, de la rama más radical del grupo, declararon hace días que Massoud les había jurado lealtad.

En cuestión de días, los grupos taliban se han hecho con el control de la mayor parte del Estado afgano, lo cual evoca pensar que ha habido un resurgimiento de la competición por el poder y una vuelta al “gran juego” geopolítico, un término referido a la rivalidad anglo-rusa en Afganistán durante el siglo XIX.[1] La toma del país por parte de los taliban ha sido recibido como un hecho insólito que ha cogido por sorpresa a la abrumadora mayoría de la opinión pública internacional. Sin embargo, es un escenario que ya había sido avanzado por parte de analistas de ciertas potencias extranjeras que hasta la fecha habían estado tomando parte en la reconstrucción del país durante el periodo postconflicto tras la campaña de la “Guerra Global Contra el Terror” (GWOT por sus siglas en inglés) de la administración estadounidense bajo el mandato del presidente George W. Bush.

En este nuevo escenario, se espera una intensificación de la lucha y la competición a gran escala entre los actores involucrados en la región, con la diferencia de que esta vez habrá un protagonismo estadounidense considerablemente menor y mermado por la gestión de la retirada estadounidense de suelo afgano, trayendo como consecuencia un replanteamiento de su papel y de sus alianzas regionales. Sin embargo, el nuevo escenario post americano no necesariamente perjudica a todas las partes involucradas, pues existen algunas que ya están tratando de sacar provecho. Es el caso de potencias como Rusia y China, países que ya han tendido puentes diplomáticos en pro del diálogo con delegaciones taliban a fin de preservar la estabilidad en el convulso país asiático independientemente del tipo de régimen que se implante durante las próximas fechas. Este hecho no debe sorprender, pues los parámetros por los que se rigen ambos Estados nada tienen que ver con el respeto a las libertades y los valores democráticos que reclaman otros actores como podrían ser la Unión Europea o Estados Unidos, una carta blanca bastante atractiva para aquellos actores que no desean incluir el componente humanitario de respeto por el derecho internacional o los derechos básicos de las mujeres y los niños en su forma de hacer política.

El contexto geopolítico actual aventura un proceso de reconfiguración en términos de equilibrio de poderes y una estabilidad percibida como relativamente débil en el sur de Asia, dando más voz a ciertos actores que hasta hacía bien poco habían estado presentes de una manera más secundaria en las dinámicas internas del país, poniendo la causa taliban como un ejemplo a seguir y reproducir para el resto del terrorismo internacional en otros lugares del mundo, como Oriente Medio y en el cinturón del Sahel en el continente africano.

Por tanto, resulta imperante, en el actual contexto en el que nos encontramos, realizar un ejercicio de evaluación del impacto regional y de las implicaciones geopolíticas que de esta realidad se desprende, a fin de entender tanto las motivaciones como los intereses y objetivos perseguidos por cada una de las diferentes partes involucradas.

 

¿Por qué Afganistán?

En líneas generales, y a modo de enfatización, es importante subrayar de antemano que la actual realidad afgana es el resultado no solo de meses sino de años de intensas dinámicas de poder, estrategias y planes de acción premeditados e intereses contrapuestos en el país asiático, y es que Afganistán es un país estratégico para una multitud de actores tanto por su ubicación como territorio de tránsito de bienes y mercancías con destino al resto de Asia y hacia Europa así como por los recursos naturales que en el país se encuentran.

A nivel ideológico, la configuración de Afganistán se ha visto marcada por una serie de procesos históricos complejos y unas características culturales y étnicas muy particulares. A pesar de ser un país donde la práctica totalidad de su población es de confesión musulmana, el país está compuesto de diferentes grupos que profesan distintas corrientes del islam, con los pastunes como grupo mayoritario (42%) de confesión suní (y de la cual se compone la mayor parte de los militantes taliban) y otros grupos minoritarios entre los que destacan los tayikos (27%) o los hazaras (9%), que profesan la confesión chií. Esta heterogeneidad étnica y religiosa responde a la riqueza cultural del país, pero también constituye la principal razón por la que Afganistán se ha mostrado históricamente ineficaz a la hora de contar con una estructura gubernamental cohesionada y unificada bajo un solo liderazgo político. Ello lleva ocurriendo prácticamente desde los inicios de Afganistán como espacio geográfico pero especialmente desde que constituye un ente político independiente en los tiempos de la descolonización, en tanto el establecimiento de la composición y funcionamiento del país respondió a intereses occidentales, con la línea Durand como frontera “artificial” que dividió al pueblo pastún, más que por cuestiones identitarias que definieran el porvenir de futuras configuraciones nacionales de las zonas tribales. Desde entonces, el área fronteriza entre Afganistán y Pakistán, así como las zonas tribales presentes en esta, definen muy profundamente los acontecimientos en toda la zona desde entonces (incluyendo los intereses pakistaníes sobre Afganistán y los taliban), y es un área clave que ejerce como palanca sobre el resto del país como caldo de cultivo para el islamismo radical.

Figura 1. Mapa de la línea Durand que estableció la frontera entre Afganistán y Pakistán. Fuente: National Geographic

Abordando el plano geográfico, el país posee una gran suma de recursos naturales y minerales como el oro, el cobre, el hierro o metales de las tierras raras, pero también tiene una de las mayores reservas de otros elementos estratégicos como el litio, parte esencial para fabricar baterías y cuyo ámbito de aplicación reside en una variedad de sectores, como en la industria tecnológica, automovilística, electrónica e informática. La explotación de estos recursos, especialmente los más atractivos y escasos en el resto del mundo, requiere importantes inversiones de tiempo y dinero, por lo que es esperable que, de ser explotados durante los años venideros, cuenten con ayuda exterior. El aprovechamiento de este recurso, sin embargo, podría provocar un descenso en la dependencia del cultivo ilegal de opio en el país, que actualmente produce entre el 80% y el 90% de la producción mundial de este cultivo, constituyendo una importante fuente de ingresos para los jefes tribales, señores de la guerra y grupos terroristas afganos – especialmente los taliban – que han contribuido a lastrar el desarrollo de una economía más robusta y un estado de bienestar social generalizado entre la población afgana.

Así, el país asiático se presenta como un espacio muy particular y en vías de explotación para ciertos actores, mientras que la victoria taliban revela un punto de partida para un nuevo modelo de gobernanza nacional donde los anteriores factores jugarán un papel muy activo en las dinámicas internas y el porvenir del rejuvenecido y autodenominado “Emirato Islámico de Afganistán”.

 

En un conflicto todos pierden, pero siempre hay quienes salen menos damnificados

Los taliban

El principal beneficiado de la actual realidad es, naturalmente, el protagonista de este proceso histórico. El grupo terrorista pretende ser más vocal en los asuntos regionales y su estrategia pasa por obtener más peso y reconocimiento a nivel internacional que el obtenido durante su anterior mandato, por lo que durante estas últimas dos décadas han buscado la fórmula que les permitiría alejarse de su forma de hacer política y recalcular sus alianzas con otros actores terroristas. Por ello, la diferencia entre los grupos taliban de 2021 de los de 1996, en primer lugar, es que han comenzado por conseguir un mayor respaldo de la sociedad afgana, apoyándolos en las zonas más remotas y rurales del país. Otro hecho bastante revelador es que cuentan en la actualidad con unidades de fuerzas especiales que se han mostrado efectivas contra las fuerzas de seguridad afganas (aunque con una modernización significativamente menor que otras fuerzas especiales como las estadounidenses) y una efectiva infraestructura de inteligencia, por lo que la estructura orgánica de la organización ha ido evolucionando a una forma de aparato estatal que les permita subsanar sus errores y carencias del pasado. Sin embargo, los taliban no cuentan con todo a su favor para dominar la totalidad del país.

Por el momento, uno de los mayores desafíos que tiene por delante el nuevo gobierno taliban que se está gestando será el tipo de relación con los diferentes grupos tribales y étnicos que componen el ecosistema afgano, además de sus propias luchas internas por poder y peso dentro de la nueva administración. Cabe recordar que los taliban no son un grupo homogéneo sino que se han nutrido de diferentes ramificaciones que han contribuido a su avance pero que también cuentan con unas prioridades y unos intereses diferentes a la hora de marcar el destino del país asiático. Consensuar quién será el próximo máximo dirigente será, en este sentido, el primer desafío al que se enfrentarán los contrapesos internos de la organización. Asimismo, la fuerza taliban, esencialmente de la etnia pastún, deberá lidiar con minorías como la hazara, de confesión chií, o la uzbeka y la tayika, así como con los señores de la guerra que tienen una mayor presencia y poder en ciertas zonas del país. En este sentido, no solo actores del vecindario regional que participan de una manera activa como Pakistán, Irán o los países de Asia central (Turkmenistán, Uzbekistán o Tayikistán) serán relevantes para el futuro del país, sino también otros países como Turquía, India o las monarquías de la Península Arábiga serán clave en las dinámicas que se desarrollen en un Afganistán taliban y en los equilibrios de poderes que se deriven de la región.

Dentro de la rama más radical de los taliban, queda por ver su relación con la red Haqqani, el puente más cercano a Al Qaeda, teniendo en cuenta que la premisa de Estados Unidos durante los Acuerdos de Doha que propiciaron la salida de las tropas occidentales residía precisamente en alejar las conexiones de los taliban con esta organización. Que no apoyen abiertamente a organizaciones terroristas como Al Qaeda, algo que hacían públicamente hace dos décadas, no significa, sin embargo, que no tengan una relación estrecha entre ambas. Y es por ello que a la comunidad de inteligencia de Occidente le costará más acceder a Afganistán e investigar en el caso de que el gobierno sea liderado por los taliban.

Pakistán

Pakistán tiene una doctrina ideológica similar a la causa taliban, y junto a Estados Unidos fue un país clave para la formación del movimiento desde sus inicios. De hecho, desde el derrocamiento taliban durante la ofensiva estadounidense de la Guerra Global Contra el Terror en 2001, Islamabad ha tratado de ayudar a que el grupo terrorista vuelva a llegar al poder. En este sentido, este escenario se presenta idóneo por la oportunidad estratégica en la que los pastunes suben al poder y pueden ser usados como proxies en la rivalidad regional pakistaní con su vecina India. No es la primera vez que Pakistán apoya a los grupos terroristas en Afganistán, especialmente la red Haqqani, y los emplea como arma arrojadiza en su beneficio, bien como proxies o directamente como extensión de su servicio de inteligencia, el ISI. Este uso del terrorismo para ejercer su influencia y socavar las milicias islamistas que amenazan la integridad de su territorio, proporcionando financiación, entrenamiento y cobijo a los islamistas, le ha permitido a Pakistán aupar la causa taliban a la posición que ocupa actualmente en el teatro afgano. A cambio, es previsible que aumente su capacidad de influencia en el porvenir de la política interna en Afganistán y que se muestre esta estrecha relación entre el nuevo gobierno taliban e Islamabad como un desafío para India y las tensiones y conflictos territoriales que asolan a estos dos últimos en la región de Cachemira.

Asimismo, Pakistán tiene una clara motivación económica y comercial para asegurar la paz, estabilidad y una sólida colaboración con el gobierno afgano, con importantes proyectos regionales en vías de desarrollo tales como el gaseoducto TAPI, que conectará la energía proveniente de Turkmenistán con el mercado pakistaní e indio a través de Afganistán. Por ello, es previsible que Pakistán se erija como intermediario entre los taliban y el resto del mundo, permitiéndose influir en el incipiente gobierno desde Islamabad. Esta estrategia, a su vez, conlleva una serie de desafíos, especialmente cuando se trata de contener la amenaza terrorista tanto en su propia frontera con Afganistán como en el interior de su territorio. El yihadismo regional, encarnado en mayor medida en la red Haqqani, Lashkar e-Taiba y Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), ha encontrado su santuario tradicionalmente en territorio afgano gracias a los taliban en Afganistán, y no dudará en seguir alimentándose para culminar su objetivo.

China

China lleva un largo periodo de tiempo en constantes diálogos con delegaciones taliban. Abrir estos canales de comunicación les ha permitido tantear el terreno en vista de la deriva que el Acuerdo de Doha estaba tomando y la posibilidad cada vez más manifiesta de un posible futuro gobierno taliban en Afganistán.

El gigante asiático es uno de los actores más interesados en participar en la era post-estadounidense, y rellenar el vacío que ha dejado Estados Unidos, ya no solo por su competición global en prácticamente todos los rincones del mundo sino por expandir la influencia y los intereses chinos en la “zona colchón” de su vecindario próximo (conocido y acuñado con el término geopolítico de buffer zone).

Entre los intereses, el más manifiesto es preservar la seguridad y estabilidad en su patio trasero. Independientemente del tipo de régimen y las medidas de represión que el futuro gobierno pueda tomar contra las mujeres, extranjeros o la población en general, China busca entenderse con los dirigentes afganos que formen parte de la toma de decisiones a nivel político. Este tipo de pensamiento sigue la doctrina de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados en la que Pekín fundamenta su acción exterior, teniendo en cuenta que es una política basada en la soberanía y el respeto por la integridad territorial que a su vez permite al país justificar las acciones dentro de sus propias fronteras o en los territorios que China reclama como suyos. Además del componente de la estabilidad, el país conocido como “imperio del centro” también persigue otros intereses en el Estado asiático, entre los que cabe destacar los elevados beneficios comerciales que le ofrece Afganistán a Pekín bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta (OBOR, por sus siglas en inglés) así como la prevención de la proliferación del terrorismo local en la frontera limítrofe con el territorio afgano, encarnado en pequeños grupos de resistencia que luchan contra el control y la represión del gobierno central chino. Así, la incipiente colaboración entre China y Afganistán se prevé fructífera en el terreno comercial, económico y de búsqueda de una alianza para un beneficio mutuo.

Rusia

Similar al caso chino, Rusia se ha estado manteniendo relativamente al margen de los resultados del conflicto en el país, pero su visión pragmática de la realidad hará que sea un actor muy relevante en el futuro del Afganistán taliban. Para Moscú es importante mantener la estabilidad a lo largo de Asia central y por extensión en el sur de Asia, con especial énfasis en la seguridad de su órbita regional y a modo de control del islamismo radical en su vecindario más próximo dentro de sus antiguos satélites soviéticos. Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán entrarían en su zona de interés para la seguridad con la frontera afgana, con el temor del resurgimiento de importantes movimientos islamistas tales como el Partido del Renacimiento Islámico y el Movimiento Islámico de Uzbekistán, que durante el anterior mandato taliban cometieron ataques terroristas en el interior de sus territorios y han experimentado en repetidas ocasiones el apoyo taliban para este fin.

A pesar de su oscuro pasado durante la invasión soviética en el país, es de esperar que Moscú tenga un papel más activo a la hora de mantener unos lazos de cooperación con el futuro gobierno con el objetivo de impulsar su influencia y contener la expansión del islamismo radical fuera de sus fronteras, previniendo un auge de la inestabilidad entre sus aliados regionales e impidiendo que el yihadismo penetre de una manera mucho más intensa en territorio ruso, especialmente en el área ciscaucásica. El componente migratorio, similarmente, constituye una de las dimensiones fundamentales a su seguridad por las que Rusia estaría interesada en desarrollar un tono más conciliatorio y asegurar la estabilidad que proporcionaría un sólido y generalizado gobierno taliban.

Turquía

Recientemente, Turquía ha mostrado su voluntad de cooperación con el eventual gobierno taliban. A pesar de formar parte de la alianza militar de la OTAN, Ankara busca encontrar su lugar en el futuro escenario post americano.

Con una ideología marcadamente islámica similar a la de Pakistán y Qatar, así como los lazos históricos, económicos y culturales que posee con el país afgano, el apoyo turco al nuevo régimen taliban vendrá condicionado por salvaguardar la seguridad y estabilidad de su vecindario regional – previniendo que estalle otra guerra civil en el país – así como impregnar su huella geopolítica e ideológica en la futura agenda doméstica afgana. La prevención de un éxodo migratorio masivo, asimismo, se suma a los motivos por los que una buena relación con los taliban resulta fundamental para Turquía.

Curiosamente, el país euroasiático se ha mostrado abierto a servir como intermediario entre los grupos taliban y el resto de los actores involucrados en el conflicto, funcionando como un interlocutor válido cuya diplomacia vire a medio camino entre los dos mundos, lo cual hace pensar que la alianza entre Turquía, Pakistán y el Afganistán bajo yugo taliban traerá beneficios sin precedentes para los tres actores a la hora de unir política y religión en la toma de decisiones a nivel regional.

Irán

A pesar de su ferviente animadversión histórica hacia los fundamentos ideológicos de los taliban, Irán teme una deriva más radicalizada del grupo terrorista y prefiere no ignorar el hecho de que deben acabar por entenderse, aunque sea en condiciones mínimas. Las relaciones entre ambos actores están encontrando un nuevo espacio de entendimiento, conectados ambos en su afán por menguar la hegemonía regional estadounidense imperante durante las últimas décadas.

Teherán busca así beneficiarse del caos actual, mientras que asegura los límites de la corriente suní del islamismo taliban en territorio afgano y previene futuras masacres de la etnia hazara, de confesión chií, por parte del grupo terrorista. Esto último responde a uno de los principales desafíos que tiene el nuevo gobierno afgano por delante, por lo que la búsqueda de inclusión de las minorías más representativas en Afganistán se presenta como un potencial foco de colaboración entre ambos regímenes. En este sentido, la filial de Estado Islámico en el país representa el principal enemigo común, siendo el actor que activamente persigue y masacra a la minoría hazara y el más interesado en menguar el monopolio de los taliban y Al Qaeda en la lucha por la yihad global.

 

Occidente, en proceso de cambio

Estados Unidos

Los mandos altos e intermedios estadounidenses cuentan con sólidas métricas y protocolos a la hora de evaluar los niveles de riesgo y el impacto de sus decisiones, por lo que puede entenderse que la estrategia americana siempre concibió la victoria taliban como algo inevitable.

De haber contribuido por activa o por pasiva a las condiciones que han propiciado el avance taliban, Washington puede haber estado buscando un punto de encuentro y entendimiento que comprometiese al grupo terrorista a no hacer de Afganistán un refugio para el terrorismo internacional otra vez. Esta es una apuesta muy arriesgada, pues nada ni nadie puede asegurar que los taliban cumplan con su palabra y no hayan accedido a esta condición para ganar tiempo, además del hecho de haber violado el Acuerdo bilateral de Doha que reclamaba a los taliban no atacar a las fuerzas progubernamentales bajo el mandato de Ashraf Ghani, lo cual deja en entredicho el poder de persuasión y negociación estadounidense a la hora de hacer a los taliban cumplir con lo pactado. Se conoce que siguen la senda de este proceso negociador, habiendo mantenido una reunión a puerta cerrada en Kabul el Director de la CIA, William Burns, y el líder de facto del país y cofundador de los taliban el Mullah Baradar estos últimos días.

Más allá del caso específico de las negociaciones con el terrorismo yihadista o las implicaciones del abandono estadounidense en el país asiático, lo cierto es que Washington está replanteando su posición en el sur de Asia y la periferia de Oriente Medio. Su única premisa avanzada en el Acuerdo de Doha así como en las negociaciones privadas mantenidas con el grupo terrorista se han basado en que los taliban impidan que el país se erija como refugio para el terrorismo global así como prevenir que grupos terroristas antagónicos para Washington, particularmente Al Qaeda, puedan encontrar un santuario en su territorio. Sin embargo, es de esperar que la estrategia resulte en un error de cálculo para el país americano, al haber dado vía libre al desarrollo y expansión del terrorismo como actor válido en el tablero internacional, y previsiblemente tendrá que abordar la amenaza yihadista en su territorio tarde o temprano. Mitigar la influencia americana en esta región del mundo, asimismo, aumenta su capacidad de esfuerzo en otras áreas estratégicas del globo, previsiblemente en Asia Pacífico, pero las consecuencias de esta decisión en términos de influencia y aliados regionales previsiblemente se vuelva contra Washington con el paso del tiempo, dejando a otros competidores la oportunidad de revertir y modelar el nuevo orden político y la creación de alianzas inesperadas.

Unión Europea

Por parte de la Unión Europea, lo que demuestra el bloque al estar dispuesto a abrirse al diálogo con el grupo terrorista responde a la mayor debilidad de este actor en el panorama internacional: su incapacidad para contribuir fuera de sus fronteras en lo que alega defender. Los derechos civiles y políticos, el respeto por el estado de derecho, el balance en el equilibrio de poderes a la hora de marcar las líneas rojas en materia de negociación diplomática o su capacidad para influir en el proceso histórico del país se muestran ineficientes por la parte europea, tal y como dejaban entrever los recientes comunicados emitidos por su cuerpo diplomático.

Estados Unidos está poniendo serios esfuerzos en escalar su influencia en el Pacífico en detrimento del sur de Asia o de las regiones vecinas, como Oriente Medio, mientras que la UE entiende que posee prioridades diferentes y que necesita salvaguardar la estabilidad y prevenir un éxodo migratorio de otros espacios más próximos en términos geográficos como Afganistán, Siria y el cinturón del Sahel. Europa necesita desarrollar su capacidad de influencia global no solo junto a su aliado estadounidense sino también al margen de éste e intervenir sin su apoyo, una estrategia que necesitaría de una única voz y una unidad hasta ahora inexistentes. Por tanto, es previsible que la estrategia adoptada por la diplomacia europea se caracterice por una falta de entendimiento interna enmarcada en discrepancias sobre debates clave como la acogida de los migrantes afganos, su grado de participación en las violaciones a los derechos humanos que los taliban cometan contra el pueblo afgano y el papel que jueguen por defender los derechos fundamentales de la mujer y de los niños el tiempo que dure el nuevo régimen taliban.

 

Las claves del conflicto afgano, para la reflexión

Tal vez la toma del poder taliban a la que asistió el mundo con impotencia durante las últimas semanas es la reivindicación de un modelo de hacer política que poco a poco va expandiéndose por el mundo, no solo en Afganistán sino en el pasado más reciente en otros países tan alejados unos de otros y con procesos históricos tan dispares como son Myanmar, Sudán o Malí. Esto responde a un proyecto político alternativo cuando se trata de gobernar un país a través de la voluntad de la sociedad o por métodos más democráticos, un proceso capitalizado por ciertas potencias que basan el entendimiento diplomático en la no injerencia en los asuntos internos de los demás Estados para así cubrirse sus propias espaldas. De hecho, una eventual aceptación de los taliban como dirigentes legítimos del país por parte de actores clave como la UE, Estados Unidos o el resto de potencias aliadas occidentales no solo sugeriría, sino que afirmaría taxativamente que una toma de poder y el derrocamiento de un régimen por parte de un actor no estatal que – de hecho – es un grupo terrorista, puede llegar a ser reconocido por la comunidad internacional y, por ende, su causa se vería legitimada. Ambas consideraciones resultan, cuanto menos, peligrosas para futuros focos de inseguridad regional que otros actores insurgentes podrían querer reproducir en espacios más próximos a Occidente, subrayando con especial énfasis los países candidatos a albergar potenciales vulneraciones de los derechos más básicos en la región del Sahel.

Por otro lado, se ha podido constatar que, al menos durante el desarrollo del conflicto y el derrocamiento del poder de Ghani, y tras varias decenas de muertes ya confirmadas a medida que el caos se iba adueñando del país, los países han tratado de evacuar a su propio personal y al equipo que ha estado trabajando o colaborando para sus propios gobiernos. Sin embargo, poco se ha visto de la cooperación entre los aliados occidentales para trabajar conjuntamente en la respuesta al conflicto con los taliban. Cabe recordar que la UE se ha reunido para tratar el conflicto, y Estados Unidos ha mantenido contactos con el resto de los aliados de la OTAN, pero a fecha de hoy lo que demuestra este desafío geopolítico es que ocurre en un momento de falta de cooperación internacional y capacidad de respuesta y acción conjunta. Quizá en unas semanas o meses se vea algún tipo de avance en este sentido, pero el multilateralismo manifiesto de la actual realidad internacional aventura que cada vez más los Estados están actuando de una manera más unilateral y pensando esencialmente en sus propios intereses. Las conversaciones entre aliados occidentales o el hecho de que haya voces en Europa que estén poniendo sobre el tablero el debate sobre la autonomía estratégica de la UE en términos de músculo militar para crear una respuesta conjunta no parece resultar un avance en este sentido, sino todo lo contrario, en vista de que no hay un punto de encuentro que satisfaga a todas las partes. Por tanto, Occidente vuelve a representar un foco de disentimiento más que de unidad, haciendo de la lucha por los ideales comunes una quimera en el nuevo orden global imperante desde el fin de la Guerra Fría.

 

[1] Más información sobre esta confrontación política y diplomática puede ser consultada en: Peter Hopkirk (1990). The Great Game. Kodansha International. 564.