Terrorismo y geopolítica en la región del Cáucaso

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Homenaje realizado en la escuela de Beslán en la que un atentado terrorista asesinó a 330 personas. Fotografía: Eduard Korniyenko/Reuters.

Documento OIET 20/2020

Ana Aguilera y Helena de Goñi

Homenaje realizado en la escuela de Beslán en la que fueron asesinadas 330 personas tras un atentado terrorista en 2004. Fotografía: Eduard Korniyenko/Reuters.

1.Introducción

El Cáucaso, región geográfica comprendida entre el Mar Negro y el Mar Caspio, ha sido y es históricamente un escenario de competiciones geopolíticas y rivalidades militares, religiosas y culturales. Dividido en dos subregiones, engloba la región norteña de Ciscaucasia, que es un distrito federal ruso, y el Cáucaso Sur, o Transcaucasia, donde se encuentran las tres exrepúblicas soviéticas de Georgia, Armenia y Azerbaiyán. Esta región, espacio productor y de tránsito de hidrocarburos, es de gran importancia geoestratégica, ya que forma un puente entre hegemones regionales que buscan continuamente expandir su influencia: Rusia y Turquía. Si bien las dinámicas del sur se ven ligadas al conflicto territorial de Nagorno-Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán, y a los juegos geopolíticos de seguridad energética y separatistas en Georgia, en el norte es el radicalismo y terrorismo islámico el que se lleva toda la atención.

Si bien es cierto que el terrorismo del Cáucaso se limita sobre todo a la zona bajo soberanía rusa, la posición clave del Cáucaso como conector entre culturas, religiones, países y zonas económicas hace de la zona una potencial ruta de tránsito y fomento de la radicalización. Asimismo, se ha encontrado supeditada a los juegos geopolíticos de los hegemones regionales colindantes, que compiten unos contra otros por expandir su influencia en la región. Esta competición ha desestabilizado en numerosas ocasiones a los poderes de la zona y, a medida que la inestabilidad regional aumenta por los diferentes conflictos internos, también lo hace la presencia de grupos terroristas, buscando estimular una desestabilización que les permitiría ganar presencia e influencia en una región clave de paso entre Asia y Europa.

Este artículo busca estudiar las magnitudes reales del terrorismo en el Cáucaso atendiendo a sus dos regiones principales, Ciscaucasia y Transcaucasia, así como las dinámicas que las potencias regionales albergan en la zona con el objetivo de analizar los principales retos del fenómeno terrorista y sus posibles implicaciones a largo plazo para la paz y seguridad regionales.

 

2. Terrorismo en Ciscaucasia: del conflicto etnonacionalista al fundamentalismo islámico

Ciscaucasia es la zona correspondiente al Distrito Federal del Cáucaso norte, el más pequeño de los distritos rusos, y el único en el cual los rusos étnicos no constituyen la mayoría de la población. Ciscaucasia, y con ella Rusia, es la región septentrional del Cáucaso que más ha sufrido la violencia por terrorismo durante las últimas décadas.

Fuente: Peter Fitzgerald (2008)

Para comprender el porqué del radicalismo y el desarrollo del terrorismo en esta región es necesario remontarse al colapso de la Unión Soviética en 1991. Tras la desintegración de la URSS, los chechenos, un grupo étnico del Cáucaso de confesión musulmana mayoritariamente suní, declararon su independencia como República Chechena de Ichkeria. Este autoproclamado Estado, sin embargo, no obtuvo su reconocimiento a nivel internacional, mientras que las fuerzas militares rusas aprovecharon esta falta de respaldo para invadir la república en 1994, retirándose dos años después.

Este conflicto etnonacionalista sin resolver comenzó a albergar movimientos insurrectos que con el tiempo terminarían por constituir un auge del radicalismo islamista. Unos años más tarde, la Brigada Internacional Islámica – milicia islamista chechena – invadió la República vecina del Daguestán, apoyada por los rebeldes separatistas sufíes de la zona. Cuando esto ocurrió, se desencadenó una segunda guerra ruso-chechena (2009), y desde entonces Chechenia ha quedado bajo soberanía de Moscú. Es en este punto de la historia donde la identidad nacionalista de la resistencia chechena se vio sobrepasada por una lógica islamista que se extendió como la pólvora por toda Ciscaucasia: comenzaron a surgir numerosas organizaciones paramilitares islamistas que convergían en ideología y objetivos, y ayudarían a crear un caos e inestabilidad en la región con Chechenia como germen de la radicalización.

El principal objetivo de la República Chechena de Ichkeria (1991-2007) pasaba por establecer un estado independiente regido por la ley islámica. Para lograr este objetivo se alió con otros movimientos de corte islamista, como el Regimiento Islámico de Propósito Especial (1996-2003) y la Brigada internacional Islámica del Mantenimiento de la Paz (1998-2007). Estos grupos de ideología fundamentalista y separatista, activos en la república chechena, se fusionaron en 2003 (CISAC, 2018). Todas estas milicias insurrectas crearon el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de nuevos grupos desestabilizadores, como la Brigada de Reconocimiento y Sabotaje Riyadus Salikhin, creada en 1999 y cuyo objetivo era la independencia de Chechenia y más adelante la de toda Ciscaucasia. También surgió el Ejército de Liberación de Daguestán, de similar ideología separatista y fundamentalista y con presencia en la región del Daguestán, y todas estas facciones, aliadas entre sí, convertirían un conflicto etnonacionalista en un imperativo radical islamista, supeditando las motivaciones étnicas o culturales y promoviendo la ideología del islamismo radical.

Entrado el siglo XXI surgió Ingush Jamaat, formada por rebeldes ingusetios, étnicamente emparentados con los chechenos. Este grupo terrorista tenía por objetivo la independencia de la república de Ingusetia de la Federación Rusa. Siguiendo a este grupo, se fundaron en el 2002 Shariat Jamaat y Yarmuk Jamaat, basados en las repúblicas de Daguestán y Kabardino-Balkaria respectivamente (CISAC, 2018).

La afinidad ideológica y sus objetivos políticos llevaron a estas organizaciones paramilitares a crear alianzas y colaborar unas con otras hasta fusionarse, finalmente, en una única organización que engloba a todas las anteriores: el Emirato del Cáucaso.

El Emirato del Cáucaso (EC) fue fundado en 2007 por el último líder de la República Chechena de Ichkeria, Doku Umarov. El objetivo de esta organización islamista-suní, en concordancia con todos los subgrupos que la componen, consistía en establecer una región islámica regida por la sharía en Ciscaucasia, independiente de la Federación Rusa. El Emirato del Cáucaso está afiliado a Al-Qaeda desde 2008, y ha manifestado su fidelidad a la yihad global, proyectando su área de expansión a aquellos territorios históricamente musulmanes más allá del Cáucaso (Hahn, 2009).

Fuente: Institute for the Study of War (2015)

A pesar de esta narrativa global, sus operaciones y ataques siguen teniendo carácter regional, con Rusia en el punto de mira. Desde su creación, el Emirato del Cáucaso ha llevado a cabo tanto operaciones de guerrilla contra las fuerzas de seguridad rusas como atentados contra civiles. Aeropuertos, metro y otros medios de transporte en Rusia han sido repetidamente objetivos del terrorismo yihadista, causando centenares de víctimas mortales (Ter, 2015). No obstante, la guerra en Siria y la consecuente intervención de Rusia llevó al EC a dar un paso hacia la actividad global, luchando junto con los rebeldes contra el régimen de Al-Assad, apoyado por Rusia. A pesar de esta cercana relación con Al-Qaeda, algunos miembros del EC se separaron del grupo para unirse al Estado Islámico (EI) en 2012, incluidos algunos líderes, como el de la división del EC en Daguestán. Esta escisión es fruto de tensiones y rivalidades en el Cáucaso, donde el EI ha echado raíces a través de su rama regional Wilayat Qawqaz, y ha llegado a reemplazar de facto al EC.

Se estima que un cuarto de los combatientes extranjeros -unos 30,000- que se unieron al EI provenían de territorios de la antigua Unión Soviética. De este porcentaje la gran mayoría llegaron de la región del Cáucaso Norte. Las guerras de Siria e Iraq, y el consecuente éxodo de musulmanes radicales de Rusia, fueron de hecho un factor estabilizador en la situación en Ciscaucasia (Sturdee, 2020).

En septiembre de 2015, el EI llevó a cabo su primer ataque en un barracón militar ruso, al sur de Daguestán. Asilderov, antiguo líder del EC en Daguestán, y recién proclamado líder del EI en el Cáucaso Norte, llamó a los militantes a participar en la yihad local, en vez de partir a Siria o Iraq. El asesinato de Asilderov en 2016 por las fuerzas de seguridad rusas y una estructura de células terroristas durmientes, inconexas y dirigidas desde el exterior, así como el éxodo de los individuos más radicales, han contribuido a que el EI tenga en la práctica relativamente poco impacto y presencia en el Norte del Cáucaso (Sturdee, 2020).

A pesar de la reducción en el número y escala de los ataques terroristas en los últimos años, sin embargo, Rusia reconoce que hoy en día el EI sigue siendo una amenaza interna (Barabandi, 2020).

 

3.Terrorismo en Transcaucasia: conflictos domésticos como principal motor de la radicalización

El terrorismo en la región del Cáucaso sur, o también conocida como Transcaucasia, es menos evidente en términos yihadistas en comparación con su vecina del Norte. En su lugar, Armenia, Georgia y Azerbaiyán han sido testigos del surgimiento de grupos terroristas inspirados en diversas motivaciones, sobre todo étnicas, políticas y religiosas.

Sin embargo, y especialmente tras los ataques del 11S y la campaña global contra el terrorismo auspiciada por la administración Bush, el motor desestabilizador comenzó a albergar tintes más propios del terrorismo yihadista; en los periodos más convulsos de Armenia, Azerbaiyán y Georgia en términos de inestabilidad doméstica, grupos terroristas salafistas lo tomaron como una ventana de oportunidad para su penetración y mayor arraigo en la región.En el caso de Armenia, las motivaciones terroristas han estado ligadas a motivos más propios del etnonacionalismo; el movimiento Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia (ASALA) y el Comando para la Justicia del Genocidio Armenio (JCAG) fueron especialmente peligroso en las décadas de los 70 y 80, sobre todo para los diplomáticos turcos, pues los movimientos buscaban reivindicar el reconocimiento del genocidio armenio a manos turcas y recuperar las antiguas provincias armenias hoy día pertenecientes a Turquía. En el caso de Azerbaiyán, el extremismo islámico no ha constituido una gran amenaza dentro de sus fronteras. El gobierno azerí ha combatido grupos terroristas indígenas, como Jayshullah, el Jamaat al-Muwahidun o incluso la milicia radical de los Forest Brothers, pero ninguno de ellos ha tenido tanto peso como para constituir una seria amenaza en suelo azerbaiyano (CRS Report, 2010). Por parte de Georgia, los grupos terroristas predominantes han sido de corte separatista contra Tiblisi, sobre todo de la región de Osetia del Sur, que ha perseguido desde la década de los 90 su independencia. Estos separatistas, cuya motivación buscaba conseguir un Estado independiente, persiguieron a los georgianos durante y después de la Guerra de 2008, donde rebeldes de Osetia se enzarzaron en un enfrentamiento contra Georgia y fueron respaldados por Rusia.

En el caso armenio, y aunque no ha existido durante los últimos años un grupo terrorista etno-nacionalista o yihadista asentado en su territorio, el estallido de nuevas tensiones territoriales e inestabilidad en el territorio disputado con Azerbaiyán del Nagorno-Karabaj están poniendo el foco de atención en cuanto a fenomenología terrorista se refiere, con Turquía afirmando que se están abriendo ventanas de oportunidad a combatientes del PKK de la región norte de Siria entrenados para luchar en filas armenias (Daily Sabah, 2020). De hecho, tanto Armenia como Azerbaiyán se acusan mutuamente de fomentar el terrorismo tanto étnico como separatista.

Fuente: Greek City Times (2020)

En Azerbaiyán, la tendencia a no albergar un gran número de grupos yihadistas se está viendo revertida por los diferentes grupos islamistas que están viendo cómo el sector joven y desempleado del país se está sintiendo cada vez más atraído por la narrativa islamista radical. Poco después del desmantelamiento de la URSS al Qaeda creó una estructura de apoyo a los musulmanes azeríes en su lucha por el control de los territorios del Nagorno Karabaj contra los armenios (Chaliand & Blin, 2007). Además, el hecho de que Azerbaiyán sea un país mayoritariamente musulmán está condicionando también las estrategias violentas de grupos como al Qaeda, como ocurrió en el año 2006 cuando Ayman al-Zawahiri apuntó a Azerbaiyán como un país que debería ser castigado por sus lazos con Occidente (Nichol, 2009).

En Georgia está ocurriendo algo parecido al caso azerbaiyano. De hecho, el mayor desafío yihadista para el país lo representa el auge de la radicalización entre los jóvenes que no pretenden operar en suelo georgiano, pero usan su territorio y sobre todo las zonas más despobladas del país para trazar sus planes operacionales y atentar en suelo ruso. Un ejemplo de ello es el caso de Pankisi Gorge, un valle al noreste de Georgia donde Omar Shishani, antiguo oficial de la armada georgiana y alto comandante en el Estado Islámico (EI) radicalizaba a jóvenes para que cerraran filas con el EI en Siria (Demytrie, 2016).

En esencia, el terrorismo yihadista se está aprovechando del auge de conflictos interestatales en la región. El apoyo de Rusia a países mayoritariamente musulmanes como Azerbaiyán tampoco está ayudando, pues el terrorismo regional encuentra más motivos y espacios para ganar adeptos y reclutar personal joven a la yihad en comparación con periodos de estabilidad política y social. De hecho, existen indicios de que el Estado Islámico y al Qaeda están cada vez penetrando más en la región del sur del Cáucaso, y algunos expertos ya lo tildan de amenaza potencial en auge (Farrell, 2019).

 

4. Poderes regionales y su implicación geopolítica en el ámbito del terrorismo

A las complejidades propias de las dinámicas domésticas de los países del Cáucaso hay que sumarles otro factor clave: la importancia geopolítica y geoestratégica de esta región. El Cáucaso es el puente entre dos poderes regionales que buscan incrementar y expandir su presencia e influencia, Rusia y Turquía. A menudo estas potencias se nutren de conflictos como el de Nagorno-Karabaj, y explotan las inestabilidades políticas domésticas para su propio beneficio.

Rusia sigue percibiendo a los países transcaucásicos -Armenia, Georgia y Azerbaiyán- como su tradicional zona de influencia, queriendo prevenir que potencias externas como Irán, Turquía o la Unión Europea intervengan en la región (Ruiz, 2010). Como antiguos satélites soviéticos, los lazos culturales y la dependencia de la región en Moscú por motivos geográficos hacen que mantenga una firme y asertiva presencia política regional; de hecho, durante los últimos años Rusia ha conseguido reafirmar su poder y hegemonía, evidenciándose en la guerra entre Rusia y Georgia en 2008 por las regiones de Osetia del Sur y Abjasia y más recientemente por la ocupación rusa en la península de Crimea en el año 2014. Este cinturón de influencia ruso, sin duda, actúa como estrategia geopolítica que a la larga ha constituido en serios enfrentamientos, violencia y, por supuesto, un auge de movimientos separatistas y terroristas en la zona.

Los intereses de Turquía en la región vienen de la mano de sus lazos históricos y etnolingüísticos, así como de la persecución de uno de sus principales objetivos: convertirse en un estado clave para el tránsito de hidrocarburos. Turquía quiere convertirse en la cuarta principal entrada energética de Europa, y por ello disputa su hegemonía con Rusia y Europa en el mar Caspio y el Cáucaso. Esto, junto con su membresía en la OTAN, genera recelo entre las potencias regionales. Turquía ha ofrecido a menudo apoyo a los chechenos, viendo en esta operación una manera de desestabilizar a Rusia internamente. A su vez, la guerra abierta que tiene con el movimiento rebelde del PKK y el apoyo de este grupo al músculo militar armenio provoca en Ankara un apoyo incondicional a su vecina Azerbaiyán, echando más leña al fuego en un conflicto diplomático que mantiene en vilo a la comunidad internacional.

Estados Unidos y la Unión Europea son también actores activos en la región del Sur del Cáucaso. Por un lado, Washington ha encontrado aliados claves como Georgia y Azerbaiyán en su campaña global contra el terrorismo, y todos ellos han participado en misiones y operaciones clave junto a la OTAN durante los últimos años. La Unión Europea, por otro lado, juega un papel mucho más comedido y centrado sobre todo en cuestiones comerciales, lazos diplomáticos y tratados de cooperación, con Armenia, Azerbaiyán y Georgia claves en la Política Europea de Vecindad (ENP). Para Europa, la región del sur del Cáucaso es especialmente interesante en vista a su función de cinturón de contención de la expansión rusa y de tráfico de hidrocarburos hacia el interior del continente europeo, sobre todo a través de Georgia. Aunque en la práctica la UE está constituida como un actor débil en la región, la contención de amenazas separatistas o el crecimiento de la influencia terrorista son de vital interés tanto para evitar una catástrofe terrorista en suelo europeo como para facilitar el tráfico de suministros hacia occidente. Como es de esperar, las operaciones tanto de la UE, Estados Unidos o la OTAN son vistas como hostiles desde la óptica rusa, tanto el intento de Georgia de entrar en la OTAN como los intentos de acercamientos europeos en la región (Craig, 2015).

Por último, el rol menos proactivo en la región lo está constituyendo Irán. A pesar de hacer frontera directa tanto con Armenia como con Azerbaiyán, Teherán está focalizando prácticamente todos sus esfuerzos en mantener sus intereses e influencia en los países del mundo árabe – como Siria, Irak o Yemen – lo cual le impide tener un rol predominante en una región donde goza de lazos tanto geográficos como históricos. Esto tiene connotaciones bastante acuciantes para el país persa, pues goza por el momento de una ventaja geográfica que podría verse mermada si se modifican las fronteras y Turquía no necesita cruzar fronteras iraníes para acceder al suministro energético azerí.

 

5.Conclusiones

La amenaza terrorista en la región, especialmente para Rusia, es considerable. Durante los últimos años, el número de ataques terroristas en suelo ruso, a pesar de haber disminuido, sigue provocando sentimiento de preocupación. En una región donde las instituciones sufistas y suníes han llenado en varias ocasiones clandestinamente el vacío de poder de las instituciones públicas debido a la corrupción y su incompetencia endémica para proveer de bonanza y prosperidad a estos lugares, los ataques puntuales de radicales afines a grupos islamistas parecen estar imponiéndose como la norma. Esto incluye particularmente el caso del separatismo checheno, que ha sacudido en numerosas ocasiones ciudades rusas simbólicas, el auge de células terroristas de tintes islamistas asentados en las vecindades del Daguestán y las conexiones remotas entre grupos como Shariat Jamaat, Ingush Jamaat y Yarmuk Jamaat con grupos radicalizados en Asia central. Esta amenaza islamista se manifestó, de hecho, en la proclamación del Emirato del Cáucaso en 2007, cuyo proyecto pasaba por la instauración de un califato con tintes pancaucásicos y adaptado a la idea yihadista del separatismo checheno. En el caso del Daguestán, el terrorismo es una amenaza que persiste a pesar del descenso de los ataques en la región (ACCORD, 2020).

El Cáucaso presenta una dicotomía interesante en términos geopolíticos tanto para los actores domésticos como para las potencias extranjeras, pues todos ellos tienen intereses unilaterales y mutuamente excluyentes en juego a la vez que mantienen necesidades comunes enmarcadas por sus respectivas políticas exteriores de seguridad y defensa. Por tanto, la cuestión del Cáucaso – sobre todo la zona sin soberanía rusa – debería estar enmarcada también bajo un paraguas de cooperación y coordinación conjunto en las áreas donde existan retos y desafíos comunes a la paz y la seguridad regional.

Las áreas compartidas se rigen sobre todo por líneas políticas de prevención antiterroristas. En el caso de Rusia, se ha conseguido disminuir la presencia terrorista en la región del Cáucaso Norte gracias al Comité Nacional Antiterrorista de Rusia (NAC). No obstante, las principales amenazas a la estabilidad regional afectan sobre todo a una posible nueva generación de insurgentes que, motivados por cuestiones radicales y con una percepción de abandono social durante las últimas décadas, pueden concebir la lucha armada como la única vía de escape en este entramado étnico en el que la religión dominante es el islam suní.

Si bien el islamismo radical no es la principal amenaza a la estabilidad del Cáucaso, el retorno de los combatientes extranjeros de zonas de conflicto, como Siria e Irak, supone un problema en la región, especialmente entre los jóvenes, pues son un sector impresionable y vulnerable. El caso de Georgia es especialmente alarmante, pues al hacer frontera con la vecina república chechena, sus inmediaciones fronterizas se constituyen como un caldo de cultivo del radicalismo islamista. Además, el hecho de que las instituciones del estado en las repúblicas no gocen de la confianza necesaria por parte de la opinión pública ha provocado un auge de sentimiento antigubernamental por los sectores más radicales de la población y favorece la actuación de actores no estatales, como pueden ser los grupos islamistas radicales.

El terrorismo en el Cáucaso Norte es, a fin de cuentas, un problema regional bajo la jurisprudencia rusa. Europa, a pesar de haber criticado constantemente las actuaciones de Rusia en la región, no tiene un papel significante en la lucha antiterrorista ciscaucásica. Es más, los intereses europeos en el Cáucaso, relacionados con la consecución de rutas seguras y constantes de hidrocarburos azeríes no supeditadas a la influencia rusa, hacen que el problema de Chechenia no suponga un potencial punto de cooperación entre ambas partes. Es por esto por lo que no comparten puntos de cooperación comunes, aunque en la práctica sí alberguen espacios y retos de seguridad conjuntos.

Si bien el terrorismo ciscaucásico es un problema de Rusia, los combatientes en las zonas de conflicto retornados en el Cáucaso sur son un problema común para actores domésticos y extranjeros. A riesgo de no lograr ninguna cooperación o acuerdo respecto a la situación del Cáucaso, estos factores relacionados con el terrorismo global llaman a una potencial colaboración y estrategia conjunta. El intercambio de inteligencia y el control de fronteras es clave para mantener un puente estrecho entre las partes, y evitar la perpetración de ataques terroristas de carácter transnacional.

 

BIBLIOGRAFÍA

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