Los 136 atentados cometidos por organizaciones yihadistas o individuos inspirados en su ideología son un nuevo ejemplo de la presencia a escala global de un fenómeno que continua presente, mostrándose constantemente de forma activa y en permanente evolución. Así lo evidencia, además, la muerte de 565 personas en 18 países durante marzo. Estas cifras siguen un patrón similar a la actividad documentada un mes atrás.
El rasgo más característico en el mes de marzo se ha visto en el aumento de atentados por parte de Daesh tras varios meses de un descenso lento pero progresivo de los mismos. Por su parte, los grupos talibán han visto reducida su actividad ligeramente, tras tres meses en los que sus acciones habían crecido de forma preocupante, llegando a marcar en febrero su máximo en cuanto a atentados cometidos desde que este observatorio registra la evolución de los grupos yihadistas.
A lo largo del presente análisis se comentarán estas y otras cuestiones que han surgido a lo largo de este mes como es la confirmación por parte del gobierno nigeriano de negociaciones con Boko Haram, el aumento de atentados de al Shabaab en Somalia, o la cada vez mayor difusión de la ideología salafista yihadista que se observa en la mitad sur del continente africano.
Análisis
El atentado sucedido en Damasco el día 21 (caso de estudio #102) en el que varios proyectiles impactaron contra un mercado de comida en hora punta es la acción terrorista con mayor número de víctimas a lo largo del mes. Este ataque ha sido atribuido a grupos yihadistas, aunque todavía no ha sido revindicado por ninguna entidad, y es probable que así siga siendo porque a excepción de Daesh, las organizaciones yihadistas no suelen adjudicarse la autoría de este tipo de acciones en las que se producen decenas de víctimas civiles, porque si lo hiciesen, esto se traduciría directamente en una pérdida del apoyo social que reciben.
Ese mismo día, en Kabul (#100), se produjo el segundo mayor atentado del mes, tras hacerse estallar un terrorista de Daesh durante la celebración del año nuevo persa en el interior de un santuario chií. Afganistán, también ha sido escenario de otros ataques que han provocado un número elevado de víctimas este mes, como fue el ocurrido en Farah el día 9, (#40) en el que murieron 24 soldados afganos tras una emboscada talibán o en Takhar, un día antes (#38), en el que un nuevo ataque talibán contra un importante puesto de control acabó con la vida de 10 policías y 7 soldados. Estos dos últimos casos siguen el patrón del modus operandi talibán de los últimos años, focalizando la mayor parte de sus ataques en las fuerzas de seguridad afganas y extranjeras.
Un balance en términos genéricos de las acciones yihadistas permite afirmar que el mes de marzo no ha dejado atentados que hayan provocado una elevada cifra de fallecidos, como si ha sucedido en otros meses anteriores. No obstante, el hecho de que se hayan producido más de una decena de ataques con al menos una docena de víctimas influye en que la media de fallecidos por atentado se sitúe en 4.1, siendo ligeramente superior a la de febrero, establecida en 3.9.
La tabla 2 refleja la evolución de los atentados perpetrados por las distintas organizaciones yihadistas más importantes durante el último año y medio. El dato más llamativo en este sentido es el aumento de ataques cometidos por Daesh, especialmente en Irak, donde este grupo ha perpetrado al menos 45 atentados que han provocado al menos una víctima en cada uno de ellos. Esta cifra es la representación gráfica que realmente Daesh seguirá existiendo pese a la caída del califato y la pérdida de sus territorios, manteniendo gran parte de su capacidad logística para seguir perpetrando acciones yihadistas, y aquel que afirme que su desaparición como organización está cerca errará en su vaticinio.
El repunte que ha tenido Daesh tras varios meses de ligero, pero continuo descenso de su actividad, contrasta con los grupos talibán, quienes han venido desarrollando un proceso diametralmente opuesto. El incremento de su actividad, iniciado en noviembre y aumentado progresivamente hasta febrero, ha sufrido un retroceso este mes, debido al descenso de sus acciones, producidas más en Afganistán que en Pakistán, donde su facción en este país ha mantenido una actividad similar a la de meses atrás.
En cuanto al resto de organizaciones yihadistas más representativas es preciso comentar la situación de al Shabaab. Desde que ha comenzado el año, el grupo somalí ha mantenido unos niveles de actividad elevados respecto a su evolución en los últimos tiempos, llegando a registrar este mes de marzo su máximo con 16 atentados. La situación en Somalia es preocupante, ya que en un principio se podría pensar que la derrota militar y el desmantelamiento del pseudocalifato que habían logrado implantar en el país a través del dominio territorial en ciertas regiones se traduciría en una pérdida de apoyo, perdiendo con ello su capacidad operativa. Sin embargo, la realidad es que, pese a la presión de las fuerzas de seguridad, al Shabaab ha conseguido reestructurarse e incluso ha aumentado sus zonas de influencia, extendiéndolas por la frontera con Kenia, donde cada vez son más frecuentes las incursiones y los atentados terroristas.
Boko Haram sigue siendo una de las principales amenazas para la seguridad del Sahel, si bien es cierto que en los últimos meses se están dando algunos signos que pueden entenderse como una muestra de debilidad. Desde la segunda mitad de 2017 y en el primer trimestre de 2018 se ha reducido considerablemente su actividad, a excepción de enero. Su principal seña de identidad, los atentados terroristas suicidas perpetrados por chicas adolescentes y mujeres, están siendo sustituidos por incursiones a poblados en los que, en primer lugar, saquean todos los recursos posibles, y posteriormente arrasan con todo lo que les resulta inservible, incluida la propia población, que frecuentemente suele ser asesinada. Mediante estos ataques a poblado, Boko Haram consigue abastecerse y cometer nuevos secuestros de jóvenes que posteriormente son utilizadas o bien como esclavas sexuales o como terroristas suicidas. El auge de este tipo de acciones está siendo entendido por las autoridades como un evidente debilitamiento en la organización, quien actúa de esta forma para recuperar de cierta forma su capacidad logística, la cual ha ido perdiendo con el paso de los meses a causa de la presión ejercida por las fuerzas de seguridad. La última muestra de su posible debilitamiento se ha producido este mismo mes, tras el anuncio por parte de las autoridades gubernamentales nigerianas en el que afirmaban que desde hace varios meses se están llevando a cabo conversaciones y negociaciones con el grupo terrorista. La duda reside en el hecho de saber si estas conversaciones se están produciendo con la facción liderada por Abubakar Shekau o con la que permanece fiel al Daesh.
Por su parte, Al Qaeda continua su lenta pero segura reaparición, preparada para hacerse de nuevo con la preponderancia y el liderazgo del movimiento yihadista. A medida que la luz de Daesh vuelve a apagarse, al Qaeda abandona su posición en la sombra. La actitud mostrada durante estos años es clave para entender el giro estratégico que se está produciendo en la organización, que parece haber focalizado su principal objetivo en ganarse de nuevo “las mentes y los corazones” de la población local, conocedores de que el respaldo social es clave para la supervivencia. La organización liderada por Ayman al Zawahiri es consciente de que la debilidad gubernamental y la incapacidad de las autoridades de estos países por satisfacer las necesidades de sus ciudadanos acabará por lanzarlos a los brazos de aquel que se presente para ofrecerles una mejora de sus condiciones. Esta estrategia a largo plazo les obliga a dar una imagen moderada, que le permita granjearse pocos enemigos y sin que su estructura central cometa grandes acciones terroristas. Precisamente esto es lo que llevan haciendo desde hace años con la descentralización de su actividad a través de sus franquicias regionales, quienes son las encargadas de llevar el nombre de la organización y actuar bajo su amparo. Sin duda alguna, al Qaeda se ha mostrado una vez más como la organización yihadista con mayor perspectiva y visión de futuro, sabiendo adaptarse a las necesidades y dando un paso al lado en los momentos difíciles, cediendo el protagonismo a otros y siendo conscientes de que en caso de no hacerlo esto podría suponer la desaparición de la organización.
Oriente Medio sigue siendo la principal región en la que se produce la mayor parte de los atentados yihadistas. La caída del califato de Daesh en ningún caso iba a suponer que se produjese un cambio radical en este sentido. Incluso en el caso de que se diese su más que hipotética desaparición, su lugar sería rápidamente ocupado por otras organizaciones que llevasen por bandera la misma ideología radical. El caldo de cultivo que se cuece en la mayoría de estos países seguirá siendo la base durante las próximas décadas para garantizar la supervivencia del salafismo yihadista. Precisamente, esta misma situación es la que se lleva dando en regiones como el Sahel desde hace menos años. Esta certeza debería ser más que suficiente para que los países europeos se concienciasen realmente de la amenaza que representará esta región en el corto-medio plazo, aunque es posible que la reacción ya esté llegando demasiado tarde. La aparición de JNIM, hace algo más de un año, es una de las claves para comprender el aumento de atentados en el Sahel, volatilizando completamente un país como es Mali, cuya estabilidad resulta fundamental para mantener el equilibrio regional.
Por otro lado, Europa ha vuelto a despertar bruscamente del letargo que suponía la inactividad del terrorismo yihadista en forma de atentados. Lo ocurrido en Trèbes es la muestra de que, en cualquier ciudad o población, por pequeña que sea, se puede producir un atentado por parte de un individuo radicalizado, que inspirado en la ideología yihadista decide pasar a la acción. Una vez más, la sociedad occidental debe ser consciente de que la seguridad no puede en ningún caso garantizarse al 100%, y que la única forma de vencer al fanatismo religioso y sus procesos de radicalización es mediante la resiliencia, la educación y la integración.
Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Irán, India, Yemen, Egipto, Libia, Mali, Níger, Nigeria, Burkina Faso, Sudán, Somalia, Kenia, Rusia y Francia. Estos son los 18 países que este mes han sido escenario de al menos un atentado de inspiración yihadista. Todos ellos son un nuevo ejemplo del carácter global del fenómeno que se está estudiando. La realidad es que, si bien es cierto que en los últimos años el número de atentados está disminuyendo, la preocupación reside en el aumento cada vez mayor de la difusión de su ideología, la cual desemboca en acciones terroristas en países donde hasta fechas recientes no se había producido esta situación. El ejemplo de ello se observa en el centro y sur del continente africano, donde debido a la presión que están ejerciendo las organizaciones yihadista en el Sahel, cada vez es más común encontrar individuos radicalizados que de forma aislada cometen acciones en sus países de origen. Quizá uno de los casos más preocupantes en este sentido es Mozambique, donde a finales del año pasado se produjo el primer atentado de carácter yihadista, teniendo varias réplicas desde entonces. Esta situación da a entender que posiblemente se esté dando la formación de agrupaciones de individuos inspirados en la ideología yihadista, dispuestos a seguir el modelo de las organizaciones radicales de sus países vecinos.
Balance del primer trimestre de 2018
Durante los tres primeros meses de lo que llevamos de año, el seguimiento realizado desde el Observatorio de Atentados Yihadistas sobre la actividad de las organizaciones que siguen esta ideología a nivel global ha documentado y analizado una gran cantidad de información que resulta útil para conocer la evolución de este fenómeno, el cual ha dejado en el primer trimestre al menos 1.878 muertos en 423 atentados.
En el corto plazo, la desaparición del califato de Daesh ha supuesto que el foco se desvíe en cierto modo hacia Afganistán, país en el que se ha producido mayor número de víctimas durante estos tres meses. Los motivos que explican esta situación es, por un lado, el incremento de la amenaza talibán, que cada vez abarca mayores porciones territoriales en el país, y la llegada de combatientes de Daesh procedentes principalmente de Irak y en menor medida de Siria, con la intención de sumarse a la Wilayat Khorasan. Ambas razones son la causa principal de que Afganistán haya desbancado a Irak como el país en el que se produce un mayor número de víctimas a causa de la actividad yihadista.
Mientras tanto, y pese a la derrota militar de Daesh, Irak sigue siendo el escenario principal sobre el que se produce un mayor número de atentados. Además, la difusión de su ideología y sus mecanismos propagandísticos siguen siendo una fuente de radicalización para muchos individuos que se adentran en procesos de adoctrinamiento, con el riesgo de que éstos acaben por cometer un atentado, como el sucedido este mismo mes en Francia.
La región del Sahel, y especialmente Mali, comienza a recibir paulatinamente la atención tanto de los medios de comunicación como de las potencias occidentales. Estas últimas han comenzado a aumentar los recursos destinados a hacer frente a las organizaciones yihadistas en la región, ya sea a través del envío de ayudas económicas, el entrenamiento de las fuerzas de seguridad locales o con una implicación más activa, como es el caso de Francia que desde hace varios años lleva realizando distintas operaciones sobre el territorio. Así mismo, la mayor presencia de Estados Unidos durante los últimos meses en países como Níger o los bombardeos que realiza sobre Somalia son claros indicadores de que el Sahel y el Cuerno de África serán otros los grandes epicentros en la lucha contra el terrorismo de cara al futuro más cercano.