Cómo fue posible la matanza del 11-M

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MADRID, 11-03-2004 ATENTADO EN LA ESTACIÓN DE ATOCHA EN UN TREN DE CERCANÍAS FOTO JAIME GARCÍA

Los atentados del 11-M fueron ideados al concluir 2001 como una venganza por el desmantelamiento de la célula que Al Qaeda había establecido siete años antes en España, cuyos ciudadanos y gobernantes son acusados por los principales doctrinarios del salafismo yihadista, desde hace ya más de tres décadas, de estar ocupando lo que aún consideran el territorio islámico de Al Andalus. Se prepararon y ejecutaron con la participación de individuos anteriormente relacionados con aquella célula y de otros movilizados por ellos o por dirigentes del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), quienes en 2002 optaron por reorientar su actividad operativa, atendiendo a criterios de oportunidad, hacia países donde residieran sus miembros. Pero los propios líderes de Al Qaeda asumieron los planes terroristas en 2003, mientras Amer Azizi, un antiguo integrante de la célula de Abu Dahdah, se convertía en adjunto al jefe de operaciones externas de esa estructura terrorista, y cuando la guerra de Irak ofreció un contexto favorable para adecuarlos a su estrategia y aprovechar el impacto.

Los atentados de Madrid pusieron de manifiesto que en nuestras sociedades abiertas en general y en Europa occidental en particular podían formarse redes yihadistas proclives a la dirección y el apoyo proporcionados desde el mando de operaciones externas de Al Qaeda, por medio de intermediarios con buen conocimiento del eventual espacio operativo delimitado para cometer un atentado y vínculos personales con miembros clave de las células locales movilizadas con esa finalidad. Redes yihadistas aptas para incorporar individuos adscritos a entidades asociadas con Al Qaeda cuya presencia en algunos países europeos fuese notable. Redes que podían preparar y ejecutar atentados sofisticados, coordinados y altamente letales, como fue el caso del 11-M. En conjunto, esta matanza reveló mucho sobre el terrorismo global como un fenómeno polimorfo, diversi cado y heterogéneo, a la vez que exible y adaptable a circunstancias especí cas, hasta el punto de desarrollar extraordinarias combinaciones en las que convergen la estrategia global de Al Qaeda, las agendas regionales de sus entidades afiiadas y la movilización de yihadistas locales.

MADRID, 11-03-2004 ATENTADO EN LA ESTACIÓN DE ATOCHA EN UN TREN DE CERCANÍAS FOTO JAIME GARCÍA

Uno de los trenes de Cercanías atacados, tras los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Foto: Jaime García

Pero si los terroristas pudieron llevar a cabo la matanza en los trenes de Cercanías, pese al conocimiento previo que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tenían de una sustanciosa porción de quienes pertenecieron a la red del 11-M e incluso al seguimiento al que habían sido sometidos algunos de ellos, fue porque se dieron varias condiciones. Para empezar, los desajustes judiciales, el durante demasiado tiempo limitado conocimiento sobre el nuevo terrorismo internacional por parte del ministerio público y una legislación inadecuada para abordar los desafíos de dicho fenómeno global, lo cual hizo posible que distintos individuos vinculados a células y grupos yihadistas en nuestro país eludieran su detención o condena para terminar implicándose en la preparación y ejecución de los atentados de Madrid. Las disposiciones sobre delitos de terrorismo que contempla el Código Penal no se modificaron, para mejor corresponder a las características y manifestaciones del actual terrorismo yihadista, hasta diciembre de 2010, más de nueve años después del 11-S y transcurridos casi siete desde el 11-M.

Por otro lado, los terroristas del 11-M mostraron una gran habilidad, a buen seguro derivada de la capacitación que alguno de ellos había adquirido en campos de entrenamiento de Al Qaeda en Afganistán, a la hora de preservar la naturaleza de sus intenciones. Por ejemplo, comunicándose entre sí mediante un uso del correo electrónico o de la telefonía móvil hasta entonces desconocido no solo para la policía o los servicios de inteligencia españoles sino también para el resto de los europeos y de los occidentales en general. En cualquier caso, una coordinación –no ya óptima sino a la altura de las auténticas necesidades– entre las correspondientes secciones del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil dedicadas a la lucha contra el terrorismo, el tráfico de drogas y el comercio ilícito de sustancias explosivas, muy probablemente hubiese permitido cruzar datos, hacer sonar las alarmas y desbaratar los preparativos para perpetrar los atentados de Madrid. Pero no fue hasta mayo de 2004, dos meses después del 11-M y transcurrido más de un cuarto de siglo desde que la democracia española afrontaba el terrorismo de ETA, cuando se hizo realidad el hasta esos momentos inexistente acceso conjunto y compartido a las bases de datos policiales para ambos cuerpos con competencias antiterroristas en todo el territorio nacional, al tiempo que se fundó el Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista (CNCA).

Tampoco la cooperación intergubernamental en relación con la amenaza del terrorismo internacional –aunque se habían registrado avances desde los atentados del 11-S y era un campo al que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado venían prestando una cuidadosa atención, en especial por lo que se re ere a la Comisaría General de Información–, contribuyó a impedir los atentados de Madrid como sí permitió frustrar los planes para perpetrar un segundo 11-M a inicios de 2008 en el metro de Barcelona. Pese a que los directa o indirectamente implicados en los atentados de Madrid eran extranjeros, residentes o no en nuestro país, sobre todo marroquíes, un buen número de ellos eran conocidos por las agencias de seguridad de sus países de origen e incluso algunos destacados integrantes de la red del 11-M fueron detenidos o investigados, antes de que se iniciara su formación o durante el proceso, en países como Francia, Marruecos o Turquía. Pero del mismo modo que una Comisión Rogatoria internacional dirigida a las autoridades de este último país demoraba su tramitación en exceso, las agencias antiterroristas marroquíes no trasladaron indicio alguno en base al cual sospechar de lo que se estaba prepa- rando en España, pese a que en 2003 detuvieron al iniciador de la red del 11-M, Mustafa Maymouni, y a que las autori- dades turcas entregaron ese mismo año a las de Rabat a Abdelatif Mourafik, quien inicialmente le transmitió las instrucciones de Amer Azizi desde Pakistán.

Sería un error, en otro sentido, ignorar que buena parte de los individuos implicados en la red del 11-M eran conocidos, en el seno de la colectividad musulmana residente en Madrid, precisamente por el extremismo de sus actitudes y creencias. Tampoco resultaría acertado obviar el hecho de que fueron bastantes quienes en el seno de las mismas, acudiendo regularmente a lugares de culto islámico y teniendo contacto con sus responsables, en algún momento tuvieron razones para pensar que entre sus conocidos o amigos había quienes estaban preparándose para cometer atentados, dentro o fuera de España. La justificación que a menudo se hace del terrorismo en esos ámbitos, dependiendo de dónde, contra qué blanco o con qué propósito se ejecute un atentado, o la pretensión de que la lealtad basada en la pertenencia a una misma religión está por encima del respeto al Estado de Derecho, no son excusa para incumplir el deber de informar a las autoridades. Aún dos años después de la matanza en los trenes de Cercanías, un 16% de los musulmanes residentes en España –casi dos de cada diez– exhibían actitudes positivas hacia los atentados contra civiles en supuesta defensa del islam o hacia el entonces líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.

(*) Este texto reproduce algunos párrafos correspondientes al Epílogo del libro ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores): http://www.galaxiagutenberg.com/libros/¡matadlos!.aspx

Fernando Reinares es director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos y Adjunct Professor de Estudios de Seguridad en la Universidad de Georgetown.