En los doce años transcurridos desde la aciaga mañana del 11 de marzo de 2004, en la que los españoles nos levantamos con el estruendo de las letales bombas de Atocha, muchas cosas han cambiado en el seno del movimiento yihadista global, lo que también ha tenido repercusiones dentro de nuestras fronteras.
El giro más relevante es que Al Qaeda ya no es la única matriz ni, por tanto, vanguardia del terrorismo internacional sino que, como consecuencia de la ruptura con su franquicia en Irak, un nuevo grupo, autodenominado Estado Islámico compite audazmente por el liderazgo de este. Habiendo dado un paso más allá en el objetivo común -propio de la ideología neosalafista que comparten- de restaurar el Califato, al situarlo de manera efectiva en una parte del territorio sirio-iraquí; este nuevo pseudo-Estado ha atraído la atención de miles de jóvenes alrededor de todo el mundo, los cuales han decido abandonar sus países de origen seducidos por la oferta de incorporarse a la construcción de una nueva sociedad utópica. Se calcula que de los 30.000 individuos movilizados en torno a 5.000 son de origen europeo y, de estos, aproximadamente 150 son españoles, unas cifras de movilización sin precedentes.
En este renovado contexto de movilización yihadista, y también como consecuencia lógica de la evolución de la estructura social española, el perfil de los yihadistas en España ha cambiado. Si atendemos a la caracterización de los 25 individuos relacionados con la matanza del 11-M realizada por Fernando Reinares en la obra de referencia “¡Matadlos!” (Galaxia Gutemberg, 2014), todos eran jóvenes varones extranjeros – con una edad media de 30 años y principalmente de nacionalidad marroquí-, de los cuales la mitad estaba en nuestro país de manera regular mientras que otro tanto lo estaba de forma irregular, residentes principalmente en provincia de Madrid, pero con un perfil diverso en lo que se refiere a nivel de estudios y ocupación laboral.
A día de hoy podemos afirmar que los yihadistas son más jóvenes que entonces (la media de edad se sitúa en los 28 años) mientras que ya no podemos referirnos a un fenómeno exclusivamente masculino, dado que casi el 16% de los 140 de detenidos por actividades relacionadas con el terrorismo yihadista desde 2013 son mujeres (aún más jóvenes que los varones, su edad media es 22 años). También debemos destacar el hecho de más de un 14% sean conversos, algo casi inédito en nuestra experiencia, donde sólo un individuo sin ascendencia familiar o cultural musulmana había sido condenado hasta 2013 en nuestro país. Pero si en el primer lustro de los 2000 el terrorismo yihadista en España era un fenómeno foráneo -antes apuntábamos que todos los individuos de la red del 11-M habían nacido en terceros países-, en la actualidad nos encontramos ante un fenómeno autóctono o homegrown. Más del 40% de los detenidos a los que nos estamos refiriendo tiene pasaporte español por nacimiento, habiéndolo hecho tres cuartas partes de estos en Ceuta y Melilla. Por último y como elementos de continuidad, debemos seguir hablando de diversidad en cuanto a estudios y trabajo, si bien observamos cierta precarización en ambas variables.
El surgimiento del terrorismo yihadista homegrown, en el contexto de la actual movilización hacia Siria e Irak, coincide con la progresiva consolidación de las segundas generaciones descendientes de inmigrantes musulmanes en nuestro país. Estos jóvenes se han demostrado como el colectivo más vulnerable a la propaganda de las organizaciones terroristas yihadistas, las cuales les ofrecen una identidad y proyecto de vida al margen de los principios y valores de la sociedad democrática a la pertenecen. Parece claro que las medidas destinadas a prevenir estos procesos de radicalización pasan por ofrecer respuestas inclusivas que favorezcan el sentimiento de pertenencia al país en el que han nacido y se han socializado, parece claro en que si no invertimos en nuestros jóvenes otros vendrán a llenar el hueco.
Carola García-Calvo, Investigadora del Programa de Terrorismo Global del Real Instituto Elcano.