Nunca, desde la óptica cristiana. De ahí el escozor provocado por algo tan inherente al Cristianismo como es el reconocimiento de la culpa. En este caso, el que hacen los Obispos de las diócesis de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián, Vitoria y Bayona en su Comunicado conjunto ante la “Declaración sobre el daño causado” de la banda terrorista ETA, afirmando ser “conscientes de que también se han dado entre nosotros complicidades, ambigüedades, omisiones por las que pedimos sinceramente perdón”. Que ese “entre nosotros” comprende tanto a la jerarquía como a los sacerdotes y a los fieles también parece evidente. También que, por eso, los concernidos se sientan ahora molestos. Es mejor no ver. Como hicieron tantos que, ensimismados en su ideología, nunca vieron al otro, a la víctima. Ni siquiera cuando iban al templo. Durante tantos años.
De ahí que suene a broma pretender quedar bien con un simple libro Una ética para la paz (Los obispos del País Vasco 1968-1992), San Sebastián, Idatz, 1992. ¡Qué menos que decir que matar está mal! Para decir eso no hace falta ser cristiano. ¿Y los actos concretos de caridad, de amor fraterno? ¿Dónde están? No los hubo.
A quienes tanto ha molestado ese párrafo de los Obispos les recomiendo la lectura de la parábola del buen samaritano pues refleja con gran exactitud el comportamiento por el que ahora los Obispos piden “sinceramente perdón”. Léanlo y examinen cómo se comportaron frente al “extranjero” apaleado: nosotros, los no nacionalistas, víctimas (por ello) del terrorismo. ¿Cuántas veces nos vieron incluso estando a su lado y no fueron conscientes de que estábamos ahí ni sintieron nada por nosotros ni con nosotros aunque después se aprestaran a comulgar? ¿Cuántos sacerdotes durante la Eucaristía que celebraban pidieron por el hermano asesinado, secuestrado, amenazado, extorsionado? Puedo decirles que en casi cuarenta años sólo fui testigo de ello en dos ocasiones. ¿Cómo es posible que los celebrantes permanecieran mudos cuando tenían delante de ellos en plena misa mayor, en las fiestas de la Ciudad, como era el caso, a los miembros no nacionalistas de la Corporación Municipal con sus escoltas bien visibles a los lados de la nave del templo? Se lo dije a un párroco antes de la misma. “No es el momento,” me respondió. Nunca fue el momento y eso que se celebraba “el día de la Caridad” con colecta para Cáritas. “Atiende usted las necesidades materiales y olvida las espirituales”, le dije. “No es el momento, no es el momento”, reiteró. Nunca lo fue. ¿Y los fieles? ¿Algún gesto de solidaridad? Tampoco. Consolidación de la injusticia.
¿Son ambigüedades u omisiones la inexistencia de las víctimas del terrorismo de ETA en los comentarios al Evangelio que realizaba todas las semanas el Vicario general de la diócesis guipuzcoana durante la época de Monseñor Setién? ¡Qué mejor ocasión para haberse referido a ellas con ocasión del relato de la huida de la Sagrada Familia a Egipto para evitar el asesinato del Niño por Herodes! Pese a ser un estudioso de la vida de Jesús calificó a éste en ese episodio como “Hijo de emigrantes” (DV, 30-12-2007). Curioso concepto de la emigración o ejemplo evidente de no querer llamar a las cosas por su nombre cuando, como Jesús, continuaba el goteo de los vascos que abandonaban el País Vasco sin que ni él ni su superior inmediato ni la mayor parte de la sociedad pronunciaran una palabra al respecto. Así se “limpió” el censo electoral.
Otra experiencia real de la parábola del buen samaritano la viví en persona el 20 de enero de 1996 en los jardines de Alderdi Eder, en San Sebastián con ocasión de una de las concentraciones que los hijos y los trabajadores de José Maria Aldaia realizaban cada semana exigiendo la liberación de su padre y empresario secuestrado por ETA. Por la acera de enfrente vi a Monseñor Setién. En mi candor, imaginé que se acercaría a saludar y consolar a los hijos del secuestrado. Candor, sí, porque el prelado no sólo no cruzó la calle sino que continuó impasible hacia la Basílica de Santa María para celebrar la misa en honor del Patrono de la ciudad.
¿Es cristiano y propio de un Obispo decir a dos víctimas del terrorismo que acuden a él en busca de consuelo que un padre no quiere igual a sus hijos (lo que en el caso concreto explicaba el diferente trato dispensado por él a los presos de ETA y a las víctimas del terrorismo durante su mandato)? ¿Qué calificación merece semejante comportamiento?
Complicidad, ambigüedad u omisión, lo cierto es que para los titulares de la diócesis de Bayona las víctimas de ETA nunca existieron hasta el Obispo actual. Y no es que no tuvieran motivos: en Francia estaban los asesinos, allí regresaban después de matar en España, a bares de San Juan de Luz y de Bayona acudían los extorsionados a pagar la extorsión y allí estuvo secuestrado el Cónsul alemán Sr. Beihl incluso con conocimiento del cura del pueblo. A pesar de todo, ninguna de esas víctimas fue nunca vista ni por los titulares de la diócesis de Bayona, ni por muchos de sus cristianos ni, menos todavía, durante muchos años, por gran parte de la sociedad francesa.
Motivos todos ellos suficientes para congratularse de la participación del Obispo de Bayona en el comunicado que tanto irrita a algunos.
Es cierto que hubo cristianos que actuaron como tales frente a ETA y que se comportaron como tales con las víctimas del terrorismo. Pero fueron pocos y no creo que se sientan ofendidos por lo que dicen los Obispos. Todo lo contrario, éstos reconocen que “han dado lo mejor de sí mismos en esta tarea, algunos de forma heroica.”
A la veracidad de todo lo anterior hay que sumar el hecho de que hubo que esperar hasta el año 2000 para que un Obispo de una diócesis vasca pidiera expresa y públicamente perdón a las víctimas del terrorismo por la falta de caridad con la que habían sido tratadas hasta entonces. Fue D. Ricardo Blázquez quien, por no ser vasco ni nacionalista fue insultado y denostado por un sector del nacionalismo vasco por el pecado de no hablar la lengua vasca. ¡Evidente ejemplo de caridad… y de educación!
En la diócesis de San Sebastián un gesto similar no tuvo lugar hasta la llegada de José Ignacio Munilla, quien el 15 de abril de 2012 celebró una misa por el eterno descanso de las víctimas del terrorismo. Antes, nadie.
Los ejemplos son abundantes. Entre ellos, mi propia experiencia como cristiano de la diócesis guipuzcoana y víctima del terrorismo, desterrado desde hace ya 20 años por aquellos a los que tantos que se dicen cristianos comprendieron, justificaron o se aprovecharon del terrorismo practicado por ellos. En realidad, como las críticas al comunicado de los Obispos ponen de manifiesto, para muchos vascos (cristianos o no) el terrorismo ha sido una enfermedad padecida por otros (los no nacionalistas, los “extranjeros”). Nunca les afectó. Por eso les molesta que se lo recuerden.
Carlos Fernández de Casadevante Romani, Catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales (Universidad Rey Juan Carlos)