El terrorismo de carácter yihadista ha mantenido una actividad similar a la estudiada el mes anterior. Si bien el número de atentados se ha establecido en cifras parecidas, siendo 140 los casos de estudio documentados, la mayor reducción se ha apreciado en las víctimas producidas, produciéndose 231 muertes menos respecto a enero.
La tendencia al alza marcada por los grupos talibán, especialmente en Afganistán, y el lento pero progresivo descenso de las muertes provocadas por atentados de Daesh en Irak permite explicar el hecho de que el país afgano se haya convertido por segundo mes consecutivo en el escenario que más víctimas ha provocado a causa de la actividad yihadista. En cambio, Irak sigue siendo el país en el que se han producido un mayor número de atentados.
A lo largo de este análisis de la actividad yihadista se prestará especial atención a la evolución que están teniendo durante los últimos meses las dos organizaciones citadas en el anterior párrafo, así como el incremento progresivo de las acciones cometidas por las franquicias de al Qaeda, especialmente al Qaeda en el Magreb Islámico y JNIM, la coalición de grupos yihadistas que opera bajo el paraguas de al Qaeda. Por otra parte, se hará hincapié en el creciente foco para la recepción de terroristas yihadistas en el que se está convirtiendo la región de Cachemira, en la que Daesh ha revindicado este mes nuevos atentados, mientras que las autoridades gubernamentales siguen empecinadas en negar su presencia.
Análisis
Los 140 atentados documentados y las 541 víctimas mortales producidas en ellos son los datos que mejor representan la existencia de un fenómeno que sigue golpeando una gran cantidad de países cada mes, a pesar de que los medios de comunicación occidentales hayan desviado el foco de atención tras más de cinco meses sin que se haya producido ninguna acción terrorista de esta naturaleza sobre suelo europeo. Sin embargo, la realidad en Irak, Afganistán, Yemen, Mali o Somalia sigue siendo la misma que cinco meses atrás y los grupos yihadistas siguen cometiendo atentados de forma diaria en muchos de estos lugares.
Un ejemplo muy significativo de esta situación se refleja un mes más en los atentados más letales. El doble atentado con coche bomba ocurrido en la capital somalí el día 23 (caso de estudio #118) en el que murieron 45 personas, tanto civiles como fuerzas de seguridad, supone el atentado con mayor número de víctimas del mes. A este ataque terrorista en Somalia se le pueden añadir otros que han causado entre una veintena y una treintena de fallecidos, como son el ocurrido ese mismo día en Farah donde murieron 25 soldados afganos en una emboscada a un ckeckpoint (#116), el del día 21 en la provincia iraquí de Anbar en el que terroristas de Daesh asesinaron a una 20 camioneros (#110), otro en Kirkuk con 27 milicianos progubernamentales muertos (#89) o en el estado de Borno en Nigeria, en el que un triple atentado suicida acabó con la vida de 21 civiles (#81).
A pesar de estos atentados que provocaron varias decenas de víctimas, en términos generales la letalidad de los mismos ha mantenido un perfil bajo en comparación con las medias establecidas en los meses anteriores. En febrero, la media de víctimas por atentado ha sido de 3.8, mientras que el mes pasado fue de 5.2, siendo ambas cifras relativamente bajas si se tiene en cuenta las de otros meses anteriores.
La tabla 2 refleja la actividad terrorista de las organizaciones yihadistas más representativas. Daesh sigue siendo el grupo más destacado en cuanto a atentados, aunque cada vez con menor diferencia por el descenso progresivo de su propia actividad sumado al aumento de la misma en los grupos talibán. Irak es el mejor escenario sobre el que plasmar la evolución que está teniendo la organización liderada por al Baghdadi, pasando a comportarse de nuevo como un movimiento insurgente en el que se intenta hostigar de forma recurrente tanto a las fuerzas de seguridad como a la población civil. No obstante, el descenso paulatino de su actividad tanto en Siria como en Irak, lugares donde consiguieron establecer su califato, también puede ser entendido como una pérdida de capacidad para atentar en estos territorios motivada por la huida de sus combatientes hacia otros focos en los que continuar la lucha yihadista. En este sentido, la Wilayat Khorasan, que abarca territorios de Afganistán y Pakistán ha sido uno de los lugares escogidos hacia los que se han dirigido los terroristas de Daesh en mayor proporción. Por su parte, la Wilayat Sina en la Península del Sinaí, el sur de Libia, el Sahel y el Sudeste Asiático, han sido otros de los destinos escogidos por sus combatientes.
En cambio, la situación actual para los grupos talibán es completamente distinta, arrebatándole cada mes nuevos territorios al gobierno afgano, quien ha perdido a estas alturas el control sobre más del 50% del país. Si bien es cierto que sigue manteniendo su poder en las zonas urbanas y grandes ciudades, las regiones rurales prácticamente escapan a su gobierno, quedando la mayoría de ellas bajo el control talibán. El creciente respaldo con el que cuentan estos grupos se ha visto traducido en un incremento importante de sus ataques contra las fuerzas de seguridad en emboscadas cometidas especialmente en los miles de checkpoints que se encuentran por el territorio. Solo en febrero han muerto al menos 109 soldados y policías que se encontraban en estos puntos de control esparcidos por el país, tras ser atacados por pequeños grupos talibán que a modo de guerrillas atacan a sus enemigos y se retiran de nuevo a zonas montañosas antes de que puedan llegar los refuerzos. Los datos recogidos por este observatorio, ya señalaban en el Anuario de Terrorismo Yihadista 2017 que, para ese año, el 38% de los atentados talibán fueron cometidos mediante este modus operandi. A pesar de que el gobierno afgano no facilita datos oficiales sobre el número de soldados y policías que mueren a causa de atentados, nuestro estudio permite afirmar que al menos 1.500 de ellos perdieron la vida en acciones talibán en 2017.
Como se puede observar en la tabla superior, los grupos talibán han marcado un nuevo máximo este mes en cuanto al número de atentados. Aunque los datos solo reflejan hasta el mes de junio, en los dos últimos años el registro documentado que se realiza de su actividad nunca ha mostrado unos valores como los que se han dado en febrero, siendo incluso superiores al momento de máximo auge durante su campaña de primavera, una ofensiva que, precisamente, este último año se alargó hasta el mes de agosto. Desde entonces, y a partir de noviembre se ha visto un nuevo resurgimiento de su actividad, la cual ha ido aumentando hasta llegar a este mes.
En cuanto a la actividad de al Qaeda, la descentralización de la organización ha permitido que la actividad recaiga sobre sus franquicias, las cuales han sabido mantenerse fuertes a pesar del empuje de Daesh en los momentos de expansión del califato. Este mes, tanto AQMI como AQPA y la coalición de grupos yihadistas en Mali, que opera bajo las siglas JNIM, han cometido varios atentados. Especialmente preocupante es la situación de JNIM, quien, a medida que aumenta el número de sus acciones en Mali, sigue expandiendo su zona de influencia por Burkina Faso y bajo la amenaza de seguir haciéndolo por otros países vecinos.
A lo largo de este año, será interesante comprobar cuál es el papel que jugará al Qaeda de nuevo en Siria o Irak, donde el vacío dejado por Daesh es sin duda una atracción para ganar nuevos adeptos y favorecer su reaparición. Así mismo, será clave durante los próximos meses monitorizar su actividad en esta región y seguir de cerca los movimientos de Hamza Bin Laden, considerado por muchos como el futuro líder de la organización.
Por último, Boko Haram ha vuelto a llevar a cabo nuevas incursiones en poblados del sureste de Nigeria y el norte de Camerún. Estas incursiones son vistas como una necesidad de supervivencia en la que sus miembros buscan aprovisionarse y secuestrar a chicas jóvenes para ser utilizadas posteriormente como esclavas sexuales o como terroristas suicidas. En este sentido, debe ser entendido el nuevo secuestro de más de 110 jóvenes en una escuela de Dapchi, así como el triple atentado suicida en Borno, que ya ha sido comentado antes cuando se hablaba de los ataques más letales del mes. La noticia positiva es que, a finales de mes, las fuerzas de seguridad consiguieron liberar a cerca de un millar de personas, la inmensa mayoría adolescentes y mujeres, que permanecían secuestradas por la secta nigeriana en la frontera entre Camerún y Nigeria.
La tabla 4 refleja cuantitativamente los atentados yihadistas a nivel regional. Oriente Medio ha sido tradicionalmente el principal foco de la actividad de organizaciones terroristas islamistas, con países como Irak o Afganistán donde el vacío de poder, la incapacidad gubernamental, las rivalidades geopolíticas o el sectarismo han acabado por formar el caldo de cultivo idóneo para la aparición y proliferación de grupos de esta ideología radical. La previsión en el corto-medio plazo no es demasiado esperanzadora, ya que la caída del califato, en un principio, no ha supuesto un gran retroceso de la actividad yihadista y se están produciendo de nuevo los mismos errores que precisamente fueron claves a la hora de explicar el surgimiento de estos grupos. Sirva como ejemplo el caso de Irak, donde tras la derrota de Daesh se están comenzando a ver de nuevo las tensiones sectarias entre unos y otros. Mientras, en Siria, no sería de extrañar que las fuertes rivalidades e intereses geopolíticos de los distintos actores regionales acabasen por involucrar de nuevo en mayor medida a grupos extremistas, utilizados interesadamente para debilitar al enemigo.
La mitad norte del continente africano se ha convertido en el otro gran foco de presencia yihadista, mostrándose especialmente de forma intensa en los países del Mageb, el Sahel y el Cuerno de África. Estas regiones son las grandes olvidadas en la lucha antiterrorista por parte de las grandes potencias, a pesar de que la amenaza que pueden suponer para la seguridad occidental en un futuro cercano puede ser incluso mayor que la proveniente de Oriente Medio. El peligro que supone el asentamiento de grupos que siguen la ideología del salafismo yihadista sobre el territorio de Libia o Egipto, puede acabar por convertirse en una fácil entrada hacia Europa por la proximidad geográfica. De hecho, las consecuencias del aumento de poder de los grupos yihadistas ya está afectando directamente a los Estados europeos del Mediterráneo con la llegada masiva de población inmigrante que ha sido desplazada de sus países de origen, huyendo de las atrocidades que los terroristas yihadistas cometen en el Magreb, y cada vez más en el Sahel. Precisamente, Mali ha acabado por convertirse en la principal amenaza de la región, obligando a las potencias europeas a tomar medidas para colaborar con las fuerzas regionales del G5 en la lucha antiterrorista. A la muerte este mes de dos soldados franceses tras ser atacado su convoy militar en Mali, hay que sumarle el fallecimiento de otros cuatro cascos azules bangladesíes de la MINUSMA y ocho soldados malienses.
En contraste con todo ello, Europa Occidental ha cumplido su quinto mes consecutivo sin que se haya producido ningún atentado de inspiración yihadista sobre el territorio. Este dato es especialmente interesante si se tiene en cuenta que esto no sucedía desde que en enero de 2015 comenzó la oleada de atentados yihadistas, tras los atentados de Charlie Hebdo, en la que estamos inmersos desde entonces No obstante, es preciso señalar que, si no se ha dado ningún nuevo atentado desde el que ocurrió en Marsella en el que murieron dos jóvenes apuñaladas, es gracias al trabajo de estos países en materia de seguridad e inteligencia, ya que desde entonces se han desbaratado varios intentos de llevar nuevos ataques y varias detenciones de individuos radicalizados que presumiblemente tenían el objetivo de cometer nuevos atentados.
La tabla superior resulta útil para hacerse una idea de la presencia del terrorismo yihadista a nivel global. Durante el último año y medio, los atentados se han producido de forma mensual en una media de 20 países. No hay que olvidar que en el 2017 fueron 42 los Estados que en algún momento se convirtieron en escenario de al menos una acción yihadista, de acuerdo a la investigación publicada en el Anuario de Terrorismo Yihadista presentado hace escasas semanas por el OIET.
En febrero, el total de países en los que el yihadismo ha hecho acto de presencia ha sido precisamente de veinte. Estos han sido: Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, India, Yemen, Líbano, Egipto, Libia, Argelia, Mali, Nigeria, Camerún, Chad, Burkina Faso, Somalia, Kenia, Filipinas, Indonesia y Rusia.
En cuanto al número de víctimas por países, como ya se ha comentado anteriormente, Afganistán ha sido el país en el que más personas han muerto a causa de la actividad yihadista, siendo al menos 168 el número de víctimas. Le siguen Irak, donde a pesar de producirse un descenso importante, han perdido la vida 108 personas y Somalia, con 66 víctimas, dándose gran parte de ellas en el atentado de Mogadiscio del día 23. Por detrás, estarían Siria, Pakistán, Nigeria y Mali. Un dato significativo es que, de los 541 fallecidos documentados en todo el mes, el 51% se han producido en sólo dos países: Irak y Afganistán.
Conclusiones
La caída del califato de Daesh se está viendo que no ha producido grandes cambios, algo que también era de esperar. Si bien es cierto que el foco principal de la actividad yihadista se está desviando, de nuevo, hacia Afganistán, Irak sigue ocupando un lugar hegemónico en cuanto al número de atentados. Por otro lado, es preciso mostrar especial atención a la evolución del yihadismo en Mali, sin olvidar la amenaza que siguen representando Boko Haram en el entorno del lago Chad y al Shabaab en el Cuerno de África.
El movimiento yihadista se presenta en la actualidad como un ente polimorfo y descentralizado, pudiendo actuar en cualquier región de la forma más imprevista. Por ello, y aun sabiendo que en ningún caso representa una amenaza existencial para la comunidad internacional, es preciso que se adopten las medidas necesarias para combatirlo allá donde surja, sin esperar a que tengan la oportunidad de hacerse con un territorio y gobernarlo de forma efectiva, porque cuanto más tiempo se deja que crezca la amenaza, más difícil es hacerle frente.
El futuro se muestra incierto en este sentido. Existe una gran incertidumbre sobre el devenir de Daesh como organización terrorista. Será interesante comprobar si se mantiene en la actual estrategia insurgente o pone el foco de acción en otra región bajo la idea de establecer un nuevo califato. Esta misma incertidumbre se vilsumbra en al Qaeda, una organización cuyo regreso ya lleva meses anunciándose ante el progresivo declive de Daesh, y cuyo retorno se aprecia en el aumento de las acciones cometidas por sus franquicias, así como en los propios comunicados de la organización, quien cada vez con más frecuencia hace nuevos llamamientos para unirse y hacer la yihad frente a sus enemigos.