El Presidente de Estados Unidos Joe Biden anunciaba la muerte del líder de Daesh Central, Abu Ibrahim al Hashimi al Quraishi, el pasado 3 de febrero de 2022. Durante la operación antiterrorista llevada a cabo por las fuerzas especiales de Estados Unidos en la provincia de Idlib, al noroeste de Siria, el dirigente de la organización se inmolaba antes de caer en manos de las tropas estadounidenses, llevándose consigo la vida de miembros de su familia. De confirmarse su muerte, la pregunta más inmediata resulta evidente: ¿es este el principio del fin de Daesh?
Resulta tentador pensar que la muerte del líder de una de las organizaciones yihadistas más importantes en el panorama del terrorismo global actual puede traducirse en el último golpe de gracia asestado contra este actor transnacional. Sin embargo, desglosando un análisis más detallado se puede comprobar que no es realista apuntar a esa tendencia fundamentalmente debido a tres cuestiones.
En primer lugar, Al Quraishi sería el segundo líder de la organización en ser abatido en terreno enemigo: Idlib. Esta zona del noroeste de Siria es actualmente foco de competidores para Daesh, que, como Hayat Tahrir al Sham o Hurras al Din – este último marca de Al Qaeda en Siria – han perseguido en numerosas ocasiones a combatientes y líderes de la organización a medida que iban aumentando sus reivindicaciones de ataques. Los percibidos intentos de resurgencia de Daesh Central en el país, en vista de las dificultades para reconstruir su poder en el flanco noroeste, se han encontrado proyectándose durante los últimos meses en el resto del territorio, especialmente en áreas alejadas de las zonas urbanas, con ataques incisivos en lugares como Deir-ez-Zor, Raqqa o la zona desértica de Al Badia[1]. Sus incesantes ofensivas, aunque contando por el momento con bajos índices de letalidad y en número, sí apuntan a una voluntad férrea de conseguir reactivar sus células durmientes desde el enclave norte de Siria y en el vecindario iraquí en una estrategia decidida a recuperar el territorio perdido desde 2017.
Ejemplo de ello ocurría el mes pasado, en un asalto que Daesh habría protagonizado contra la prisión de Al Hasaka en la región del noreste, donde se encontraban más de 3.000 combatientes de Daesh, y que tuvo que ser aplacada por las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF, por sus siglas en inglés) y sus fuerzas de seguridad internas (Asayish) en colaboración con las tropas de coalición lideradas por Estados Unidos. Este ataque reavivaba el debate sobre las ineficiencias a la hora de encarcelar a presos yihadistas en infraestructuras vulnerables sujetas de ser blanco de ataques e intentos de liberación por parte de sus militantes, poniendo en peligro además la seguridad del personal penitenciario y a la población de las zonas más próximas a las instalaciones.[2] También reabre la discusión sobre la gestión de otros espacios que albergan a familias de yihadistas, ubicados especialmente en el campo de refugiados de Al-Hol – a escasos 40km de la prisión asaltada – donde en no pocas ocasiones se deja a los mujeres y niños abandonados a su suerte y desprotegidos frente al radicalismo violento y al reclutamiento para la lucha armada.
En segundo lugar, las tendencias apuntan a que la muerte de Al Quraishi no necesariamente implica un cese de la actividad del movimiento yihadista de Daesh al ser hoy en día la organización más descentralizada que existe en el panorama del terrorismo global, y cuyo poder real se ha visto manifestado a través de sus ramas territoriales más significativas en detrimento de los márgenes de actuación de su matriz central. Sus provincias en África, especialmente las que tienen su bastión en la zona de Liptako Gourma (triple frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso) bajo las siglas de EIGS y en la cuenca del Lago Chad (Estado Islámico en África Occidental, ISWAP por sus siglas en inglés) son actualmente las más activas de toda la estructura de la organización, mientras que Daesh Central ha pasado de jugar un rol más decisivo en la actividad yihadista durante la década de 2010 a encontrarse en la actualidad con un poder mucho más residual en el espacio de Siria-Irak. En algunas zonas geográficas bajo su dominio, de hecho, ostentan el monopolio de una violencia que les permite hacer valer el peso de su ley, como en Mozambique, donde su filial territorial Ansar al Sunna siembra el terror sobre la población local sin un gran nivel de oposición a nivel estatal[3]. El hecho de que se entremezclen los intereses locales y la voluntad del comando central, a pesar de los riesgos que ello conlleva en cuanto a la persecución de una verdadera agenda transnacional, ha brindado una incuestionable fuerza de resistencia e influencia a Daesh en grandes espacios, con una agenda lo suficientemente autónoma como para verse en la práctica afectada por la muerte de un líder que además ostentaba un perfil bajo y al que apenas se había visto desde que se aupó en el liderazgo en 2019.
En tercer y último lugar, a pesar de la incesante lista de líderes abatidos en la organización, es importante recordar que su ideología prevalece y su nombre todavía causa una gran atracción tanto para sus seguidores como sus potenciales acólitos, especialmente en vista de la virulencia y notoriedad que está obteniendo en espacios geográficos distantes del eje Siria-Irak. De hecho, la matriz se ha encontrado con fuertes limitaciones en cuanto a liderazgo y consenso a la hora de designar a sus sucesores, con un abanico de elección extremadamente limitado. El nombramiento de Al Quraishi como nuevo emir de Daesh no fue una excepción, abriendo serias disputas en el seno de la organización[4], y su carácter no ha terminado por resultar tan carismático como su predecesor Al Baghdadi, por lo que su muerte no necesariamente causará una derrota moral tan marcada entre sus filas como la que marcó la muerte del fundador de la organización.
De acuerdo a los anteriores factores, que apuntan a una preservación del statu quo del grupo en el panorama del terrorismo global, una de las principales advertencias que los recientes acontecimientos lanzan para la comunidad internacional reside precisamente en la necesidad de seguir manteniendo tropas y presencia internacional en lugares de interés estratégico para la seguridad internacional. En este sentido, las tropas estadounidenses continúan siendo fundamentales en el despliegue de una actuación vital para la contención del auge yihadista encarnado por Daesh, mientras que en otros espacios como el Sahel, los avances en el fortalecimiento terrorista pueden verse intensificados en caso de que la presencia internacional se vea comprometida. El reto en este aspecto se centra en evitar muertes o daños no intencionados que puedan generar un sentimiento de rechazo hacia ellos por parte de la población civil, así como ceñirse a las normas y limitaciones en sus ámbitos de actuación. Por otro lado, los recientes ataques a prisiones y planes de ataque a campos de refugiados donde residen familiares de combatientes indican una necesidad de fortalecer y construir centros de rehabilitación que cuenten con la ayuda y la protección de instituciones internacionales y organismos locales, a fin de prevenir una expansión del extremismo violento en espacios donde conviven las personas más vulnerables en los conflictos armados. Sin perjuicio de lo anterior, las tendencias sobre el futuro más inmediato del poder de la matriz central ofrecen un análisis más conservador, teniendo en cuenta que el intento de liberar a miles de combatientes de la prisión de Al Hasaka fue frustrado de una manera contundente por parte de los actores regionales involucrados en combatir el terrorismo a lo largo de la zona norte fronteriza entre Siria e Irak. Así, los numerosos frentes abiertos de la matriz se ofrecen como un efectivo mecanismo de contención de Daesh en la zona, con fuertes competidores que dominan el espacio de interés del grupo y que los empujan a tratar de reconquistar territorio en espacios rurales y semidesérticos. Por tanto, lo que se entiende realmente con los recientes varapalos a Daesh Central se presenta como una ralentización de los planes del comando central para reactivar su poder en Siria e Irak.
[1] Para un análisis más detallado sobre los ataques ocurridos en el pasado más reciente por parte de Daesh, véanse los informes mensuales sobre actividad yihadista en el mundo: https://observatorioterrorismo.com/atentados-yihadistas/
[2] De hecho, la prisión de Al Hasaka se consideraba como una de las más seguras del país, financiada por países como Reino Unido para que se ajustara a los estándares de calidad y a la cual la coalición internacional ha ofrecido en numerosas ocasiones financiar y endurecer todavía más sus sistemas de seguridad. Sin embargo, el número de reclusos superaba su capacidad y a menudo eran los propios presos los que gestionaban lo que ocurría en el interior de la instalación.
[3] A pesar de la falta de misiones internacionales sobre el terreno y de una constante ausencia de capacidad antiterrorista estatal efectiva, en los últimos meses se han llevado a cabo esfuerzos de cooperación antiterrorista con países vecinos en el marco de la Misión de SADC en Mozambique (SAMIM) que parecen estar dando ciertos éxitos.
[4] En esencia, Daesh exige que los líderes del grupo sean de origen árabe, mientras que las sospechas de que Al Quraishi era de origen turco provocó que ciertos altos cargos se mostraran reticentes a su elección.