Su gestión en Mechelen está considerada como un ejemplo de prevención de radicalización violenta. ¿Por qué?
Como he dicho antes, trabajamos duro en una sociedad inclusiva. Y cuando digo nosotros, no estoy pensando únicamente en mí mismo y en los departamentos de la ciudad. Pienso también en todos los habitantes de mi ciudad. Independientemente del contexto cultural, edad o sexo. Todos tenemos que trabajar juntos y conocer a nuestro vecino, hermana, estudiante, etcétera. Así, cuando las cosas estén cambiando y una persona empiece a hablar de ideas radicales, a faltar al gimnasio o a la escuela, la gente se da cuenta. Puede ser un profesor, un entrenador, una madre o un joven trabajador. Ellos son el entramado social que ve los primeros signos. Ellos son nuestros ojos sobre el terreno, en el mundo real. Necesitamos a toda esa gente.
¿Qué tipo de medidas ha promovido usted para evitar la radicalización violenta?
La ciudad trabaja con jóvenes trabajadores que mantienen a los jóvenes motivados y ocupados, para que estos no empiecen a vagar en las calles. Pero estos jóvenes trabajadores no están sólo para jugar. También dan seguimiento a los grados escolares de los chicos. Si empiezan a faltar al colegio, hablan con ellos. Intentan motivarlos para que tomen las mejores decisiones, para que escojan lo mejor de la vida. Los jóvenes que pierden toda esperanza, toda visión de futuro, y que están decepcionados con la sociedad, con las posibilidades que no reciben, son una víctima fácil para las ideas radicales.
Ponga un ejemplo concreto en el que estos mecanismos hayan funcionado.
En mi ciudad tenemos un entrenador de boxeo que hace unos años iba por el mal camino. Incluso fue a prisión algún tiempo. Salió de la cárcel y quería darle un giro a su vida. Montó un club de boxeo para enseñar a jóvenes que las cosas podían ser de otra manera. Él es muy estricto. Los chicos deben obtener buenas calificaciones en el colegio o, de lo contrario, no podrán ir al club hasta que mejoren en la escuela. Él les dice: “Si alguna vez os veo peleando fuera del club, estáis fuera”. Y ellos le escuchan. Su credibilidad en la calle le da acceso. En una ocasión vio a uno de sus pupilos que, lentamente, estaba renunciando. El chico se estaba dejando barba, vestía con largas ropas y comenzó a hablar de ideas radicales. Le apartó y comenzó a hablar con él: “¿Qué te está pasando? ¿Por qué estás diciendo estas cosas?”. Gracias a que habló intensamente con este joven, pudo reconducirle. Le convenció para que dejara a un lado esas ideas estúpidas, para que fuera al colegio y para que se afeitara la barba.
¿Fuerzas de Seguridad o servicios de Inteligencia han contactado con usted para interesarse por las políticas de prevención que está desarrollando en Mechelen?
Por supuesto. No somos una isla. Otras ciudades también han venido a tomar ideas sobre los instrumentos que hemos introducido. Es importante intercambiar buenas prácticas. Sin olvidar nunca que no hay dos ciudades idénticas.
Usted ha vinculado el aislamiento de las comunidades musulmanas con la radicalización. ¿Cómo ha superado estos problemas?
Me convertí en alcalde de Mechelen hace 15 años. Era una ciudad conocida en el resto del mundo por ser una de las tres ciudades con más criminalidad de Bélgica. Quería cambiar eso. En primer lugar, comencé a invertir con fuerza en fuerzas policiales. Incluso les permití patrullar con caballos. Ellos fueron a las calles a limpiar las zonas de criminales. Con una política de tolerancia cero exterminamos las zonas grises de criminalidad. No digo que hayamos acabado con la criminalidad. Pero de ser la ciudad con más criminalidad, nos hemos convertido en la tercera ciudad más segura de las ciudades centrales. En segundo lugar, invertí en áreas públicas. La gente quiere vivir en calles agradables, tener parques verdes, ambientes donde los niños puedan correr libremente y jugar. Invirtiendo en un ambiente social la gente no siente que su vecindario se ha quedado atrás, o que ellos no son respetados. He creado un clima en el que la clase media quiere ir a áreas pobres. En consecuencia, las casas se renuevan. Haciendo esto creas un clima en el que la gente viva unida y que nadie se quede atrás. Ese es el primer paso para prevenir la frustración de la gente, su aislamiento e incluso su radicalización.
¿Cree que las segundas generaciones de musulmanes de Mechelen se identifican como ciudadanos europeos?
Nosotros ya hablamos de terceras generaciones. Creo que la gente tiene diferentes identidades. Y el contexto determina qué identidad es la más fuerte. Por ejemplo, un musulmán de Mechelen se verá fácilmente como marroquí. Pero cuando él está en Antwerp (un vecindario de la ciudad), el se sentirá como un ciudadano de Mechelen. En Marruecos, les llaman “los europeos” y allí ellos se sienten europeos. Conozco a separatistas flamencos que se sienten muy belgas cuando nuestro equipo nacional juega bien. Lo importante es que se consideren a sí mismos como parte de mi ciudad, como parte de nuestra sociedad. Las identidades que llevan y la jerarquía de esas identidades no es el elemento más importantes. Siempre y cuando se sientan parte del contexto global.
En virtud de sus políticas de prevención, ¿cree posible que los jóvenes de Mechelen dejen su ciudad para reducir la presión sobre ellos mismos?