“Las personas que han sufrido la violencia de ETA son las que han acabado con ella”

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“Aunque ETA ya no sea nada más que el rastro que ha dejado de sangre y de sufrimiento -que no es poco-, para mí nunca tendrá fin. Mi vida, como la de muchas otras personas, ha estado predeterminada por su acción terrorista”

 

“Es muy necesario tener conciencia de que ETA es una parte de la Historia que nos ha desgarrado por completo como sociedad”

Gonzalo Araluce (Madrid, 1987) conoce muy de cerca la realidad de ETA. Es periodista, especializado en temas de seguridad, defensa y terrorismo. También coautor de los tres volúmenes de Relatos de plomo, Historia del terrorismo en Navarra, y de Sangre, sudor y paz, una narrativa de la lucha contra ETA desde la perspectiva de la Guardia Civil y sus familias, que publicó el pasado mes de octubre junto al escritor Lorenzo Silva y al teniente coronel de la Guardia Civil Manuel Sánchez. Araluce es además reportero en El Español.

Gonzalo Araluce no sólo ha investigado y analizado a ETA en el plano profesional, sino que también ha vivido personalmente las consecuencias de la violencia impuesta por la banda terrorista. Su abuelo, Juan María de Araluce Villar, presidente de la Diputación de Guipúzcoa, consejero del Reino y procurador en Cortes, fue asesinado por ETA el 4 de octubre de 1976 en San Sebastián. Cuatro individuos armados con metralletas dispararon casi un centenar de proyectiles contra el coche oficial en el que viajaba, y contra el vehículo de su escolta, ocupado por tres policías. En el atentado fallecieron -además del abuelo de Gonzalo- José María Elícegui Díaz, conductor del coche, y los tres miembros de su escolta, Alfredo García González, Antonio Palomo Pérez y Luis Francisco Sanz Flores. Los terroristas también hirieron a diez peatones.

La Guardia Civil fue uno de los colectivos más castigados por ETA -con más de doscientos muertos y muchos centenares de heridos- y, a su vez, una de las Fuerzas de Seguridad del Estado que más compromiso y coraje manifestó en la lucha contra la banda terrorista. Sangre, sudor y paz es un homenaje a la labor de este Cuerpo policial para terminar con ETA.

A partir de testimonios de quienes asumieron el desafío de acabar con una de las bandas terroristas más letales de la historia reciente de Europa, el libro hace un recorrido por todo el trabajo realizado por la Guardia Civil desde el primer asesinado de ETA -el guardia civil José Antonio Pardines, abatido el 7 de junio de 1968-, hasta las detenciones de David Pla e Iratxe Sorzabal, los últimos jefes representativos de ETA -actuación que se bautizó como “Operación Pardines” en honor a José Antonio Pardines-.

En estos casi cincuenta años de actividad criminal de ETA, la Guardia Civil pasó de ser un Cuerpo de las Fuerzas de Seguridad del Estado sin apenas recursos y muy poco preparado para combatir a ETA, a ir muy por delante de la banda terrorista y a conocer ETA mejor que los propios etarras.

La Guardia Civil ha estado siempre en el punto de mira de ETA. Además, sobre todo en el País Vasco y en Navarra, era una institución con poco apoyo social. ¿Nunca perdieron el compromiso ni las ganas de luchar contra ETA?

No. Además de una cuestión de compromiso, fue por pura supervivencia. Al ser ellos mismos un Cuerpo constantemente castigado por ETA, con más de doscientos guardias civiles asesinados y viviendo a diario situaciones extremas -por la falta de recursos-, no les quedó otro remedio que agudizar su capacidad de supervivencia.

Cuando se está siempre expuesto a poder morir en cualquier momento, o se reacciona bajando los brazos y dejando que el terrorismo cumpla con su objetivo, o se reúne la fuerza para intentar superar la situación y revertirla, combatiendo el terror, la violencia y la presión. Y esto último hizo la Guardia Civil.

¿Se podría haber respaldado más y mejor a la Guardia Civil? ¿El Estado podría haber proporcionado más medios a los guardias civiles para que no estuvieran en constante peligro de ser alcanzados por la violencia de ETA?

Se han hecho muchas cosas mal durante muchos años y se ha llegado muy tarde a intentar proteger a la Guardia Civil. El trato que han recibido los miembros del Cuerpo a lo largo de todos estos años de violencia terrorista no ha estado, en muchas ocasiones, a la altura de las circunstancias.

Por ejemplo, en los años 80 en Madrid, los autobuses de guardias civiles se paseaban por la ciudad sin ningún tipo de protección ni seguridad. No existía ningún protocolo de defensa a la Guardia Civil. El atentado que se produjo en la esquina entre las calles de Juan Bravo y Príncipe de Vergara de Madrid el 25 de abril de 1986, en el que asesinaron a cinco guardias civiles, y el de la Plaza de la República Dominicana, también en Madrid, el 14 de julio de 1986, que provocó la muerte a doce guardias civiles, son ejemplos del peligro al que estaban expuestos continuamente los guardias civiles.

Con el tiempo se fue dotando de más medios de protección a la Guardia Civil, y se ha caído en la cuenta de que se han cometido muchos errores. En temas tan sensibles y tan difíciles de abordar como el terrorismo es fácil fallar, lo cual no justifica que no se haya respaldado más a la Guardia Civil. La perspectiva que da el tiempo pone de manifiesto que fue una irresponsabilidad que estuvieran tan expuestos.

Ese sentimiento de desprotección provocó que los guardias civiles sufriesen de lo que se llamó “Síndrome del Norte”, una sensación de angustia constante provocada por el aislamiento y el permanente peligro que sufrían los guardias civiles, un efecto similar al Síndrome de Estrés Postraumático.

Muchos etarras utilizaban rifles de precisión para asesinar a guardias civiles, eran auténticos francotiradores. La Guardia Civil no sólo tenía que enfrentarse casi diariamente al dolor de perder a sus compañeros, sino que, además, sabían que en cualquier momento y en cualquier lugar un enemigo invisible los podía abatir. No podían luchar abiertamente contra los terroristas, sino que les mataban sin que ellos pudieran predecir cuándo y dónde.

Toda esta situación de dolor y de angustia era enfermiza, y dejaba graves secuelas psicológicas como el “Síndrome del Norte”. Pero, por pura supervivencia, los guardias civiles seguían adelante y trabajaron muy duro para acabar con ETA, con su dolor, su angustia y su miedo.

¿Se ha reconocido lo suficiente el trabajo que ha realizado la Guardia Civil, así como el sufrimiento que han tenido que superar sin casi apoyo psicológico ni social?

En las diversas presentaciones de Sangre, sudor y paz han acudido a mí guardias civiles que estuvieron destinados en lugares especialmente conflictivos en los años 80 para darme las gracias por este libro. Para ellos, en cierta medida, ha puesto una terapia para curar las heridas que les han dejado todos estos años de terror. Muchos han sentido que su trabajo y su sufrimiento no se ha valorado.

España es un país con muy poca memoria. Ahora que ETA ya no mata, nos acordamos muy poco de todos aquellos que han sido claves en la lucha contra ETA y que han arriesgado, a lo largo de todos estos años, su propia vida para que ahora podamos disfrutar de un contexto de mayor libertad y seguridad.

Las víctimas del terrorismo también han sido fundamentales para que estemos donde nos encontramos ahora, gracias a la labor que han realizado de activismo social pacífico, y a no haber respondido violentamente a la acción terrorista. Las personas que más de cerca han sufrido las consecuencias de la violencia de ETA son las que han acabado con ella, y eso está muy poco reconocido. Estas personas, además, no quieren homenajes, sólo quieren justicia.

¿Pudo haber existido una mayor colaboración entre la Guardia Civil y otros Cuerpos policiales, como la Ertzaintza, por ejemplo?

Se conoce de muy bien lo que la Guardia Civil y la Policía Nacional han hecho para luchar contra ETA. En cuanto a las policías autonómicas, la Policía Foral de Navarra llegó en un momento en que ya prácticamente no había terrorismo y no tuvo ningún peso en la lucha contra ETA; los Mossos d’Esquadra sí sufrieron algún atentado y detuvieron en 2010 a los etarras Adur Aristegui Aragón y Jon Rosales Palenzuela; y la Ertzaina también ha jugado un papel importante en la lucha contra ETA.

No obstante, hay que tener presente que las policías autonómicas trabajan en ciertos escenarios políticos concretos y, como tal, tienen una implicación política. Es necesario mirar el trasfondo: la Ertzaintza es el brazo policial del Gobierno Vasco, que durante muchos años ha estado en manos del PNV. Ahora bien, no podemos ser injustos: ha habido mucha gente dentro de la Ertzaintza que ha hecho un gran trabajo para acabar con ETA y lo ha pagado con su propia vida.

En Sangre, sudor y paz se pone en cuestión el papel que ha desempeñado el PNV en la lucha contra ETA.

Ha habido momentos en los que podría haberse implicado mucho más de lo que lo hizo. Ahí queda la frase de Xabier Arzalluz, dirigente durante muchos años del PNV: “Unos agitan el árbol y otros recogemos las nueces”. Él, ahora, niega haberla dicho.

¿Cuándo se produjo el punto de inflexión a partir del cual la Guardia Civil pasó de ser un Cuerpo limitado a ir por delante de ETA y a ser un referente para otras policías europeas?

En la desarticulación de la cúpula de ETA en Bidart, Francia, en 1992. Tras muchos años en los que ETA daba siempre el primer paso y las instituciones del Estado reaccionaban después, con la detención en Bidart de etarras como Fiti [Joseba Arregi Erostarte], Txelis [José Luis Álvarez Santacristina] y Pakito [Francisco Mujika Garmendia], jefes del aparato político y militar de ETA, la Guardia Civil empezó a ir por delante de los terroristas.

A partir de Bidart se marcaron todas las pautas de la lucha contra ETA. La clave de esta batalla ha sido la información. No servía de nada detener a un comando si luego no se extraía información de esa detención, si no se lograban pistas de hacia dónde seguir con las investigaciones. En Bidart se conocieron tanto la estructura de los comandos, como la estrategia de ETA en todos los frentes para lograr esa ofensiva total que ha buscado desde que surgió: la violencia callejera, la violencia de los comandos y la lucha política. Una vez comprendida la estructura de ETA, la Guardia Civil empezó a ser la que tomaba la iniciativa en la batalla contra la banda terrorista.

Después de Bidart, la Policía francesa empezó a colaborar con la Guardia Civil y se les permitió operar en Francia como lo hacían en España. ¿Por qué tardó tanto la Policía francesa en cooperar en la lucha contra ETA?

En la trayectoria de la policía francesa se pueden establecer dos etapas diferentes: en un primer momento miraron para otro lado, no quisieron que ETA se convirtiera en un problema para Francia, y por eso ETA tenía su santuario al otro lado de los Pirineos. Ahí se refugiaban, se movían con total libertad y huían de la justicia española. El punto de inflexión que situó a la Policía francesa en un plano de acción diferente fue la detención de la cúpula de ETA en Bidart. A partir de ahí, hay que reconocer que, sin la colaboración de Francia, no hubiera sido posible derrotar a ETA. La juez francesa Laurence Le Vert fue la gran artífice de la lucha contra ETA en Francia y su actuación fue clave para la caída del grupo terrorista.

¿Qué errores cometió la Guardia Civil en la lucha contra ETA? ¿Se podría haber evitado la lucha de los GAL? En Sangre, sudor y paz se habla del GAL verde y se mencionan algunos casos incómodos para la Guardia Civil, como el Caso Almería o de la muerte de Mikel Zabalza.

Hay muchos testimonios dentro del libro que son comprometedores para el Cuerpo. Aunque Sangre, sudor y paz no sea un libro neutral y tomemos partido por la Guardia Civil, no podemos dejar de contar estos casos. No podemos obviar el GAL verde, que de algún modo surgió de la propia Guardia Civil.

Si no contásemos esto, estaríamos escribiendo una historia cercenada, parcial. A partir del ejercicio de honestidad de reconocer que tomamos partido por la Guardia Civil, tenemos que contar todo lo que está relacionado con ella, tanto sus actuaciones heroicas como sus episodios más oscuros. Si olvidamos estos episodios, ¿qué podría pasar en un futuro? Son conclusiones que no podemos pasar por alto.

¿La responsabilidad de estos casos corresponde a agentes concretos, o hubo algún tipo de consigna?

Ha habido condenas contra algunos responsables del GAL, pero no se han dirimido suficientes responsabilidades políticas por lo que ocurrió entonces. Es inevitable mirar hacia arriba. Si ha existido un GAL verde de la Guardia Civil, un GAL azul de la Policía y un GAL marrón del CESID [actual CNI]… es porque se fomentaron desde diferentes escenarios. Quizá no se han rendido suficientes cuentas judiciales por lo que se hizo.

"Ahora que ETA ya no mata, nos acordamos muy poco de todos aquellos que han sido claves en la lucha contra ETA y que han arriesgado, a lo largo de todos estos años, su propia vida para que ahora podamos disfrutar de un contexto de mayor libertad y seguridad"

Las negociaciones políticas para llegar a un acuerdo de paz con ETA ¿entorpecían la actuación de la Guardia Civil?

Hubo muchos casos en los que la Guardia Civil no pudo detener a terroristas a los que estaban siguiendo exhaustivamente porque había negociaciones políticas en marcha. Ocurrió, por ejemplo, durante las de Argel, en 1989. La Guardia Civil tenía acechado al comando Eibar, era un momento de mucha tensión. Sabían absolutamente todo sobre ellos. Sin embargo, no los pudieron detener hasta que cayeron las conversaciones de Argel.

Aun así, en este caso concreto, la detención tardía del comando Eibar tuvo una consecuencia positiva: la Guardia Civil se dio cuenta de que era muy importante investigar de forma muy exhaustiva un comando antes de detenerlo y dejar algún cabo suelto que les sirviera para enlazar con futuras investigaciones. No detuvieron a un camionero que se sabía que colaboraba con el comando Eibar para seguirle y ver con qué otros comandos trabajaba, y gracias a eso pudieron llevar a cabo otros operativos y más detenciones.

Que hubiera treguas de ETA no significó en ningún momento que los Cuerpos y las Fuerzas de Seguridad del Estado dejasen de trabajar y de investigar, así como los terroristas tampoco dejaron de hacerlo.

¿Fue un error negociar con ETA?

Con el tiempo se ha demostrado que lo que acabó con ETA fue la actuación policial y las armas del Estado de Derecho. A lo largo de todas las negociaciones quedó plasmado que ETA no quería otra cosa que tiempo. Tiempo para rearmarse y reestructurarse en momentos en los que estaban especialmente debilitados.

Ahogar la capacidad de armamento de ETA fue imprescindible para acabar con ella, y eso lo hicieron las Fuerzas de Seguridad del Estado. También fue importante acabar con los comandos, pero sobre todo lo fue diezmar su capacidad de atentar, y para eso hubo que interceptarles las armas mediante muchos golpes contra su aparato logístico.

En el escenario político se ha fallado en la lucha contra ETA, pero también hay que reconocer que, en muchas ocasiones, se ha actuado con rotundidad y que los políticos también han sido un objetivo claro para ETA, que también han estado muy expuestos. Ha habido políticos cuya actuación y oposición a la violencia de ETA ha sido ejemplar, y por eso sus asesinatos despertaron tanta conciencia social [por ejemplo, el de Gregorio Ordóñez, candidato a la alcaldía de San Sebastián por el PP y asesinado el 23 de enero de 1995, y el de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua y asesinado el 13 de julio de 1997]. Además, si no hubiese existido el Pacto de Estado contra el Terrorismo, probablemente no se hubiera acabado con él.

¿La disminución del apoyo social a ETA también fue necesaria para su caída?

Sin duda alguna lo fue. Y ahí jugaron un papel clave las víctimas del terrorismo. El terrorismo de ETA bebió muchas veces del apoyo social para poder sostenerse. Y en cuanto empezó a perder ese apoyo social, sobre todo a raíz del secuestro de Ortega Lara y del asesinato de Miguel Ángel Blanco, se debilitó.

ETA hacía suyas muchas luchas sociales para ganarse el apoyo de los ciudadanos vascos y navarros, principalmente. En cuanto detectaban un conflicto en una empresa no dudaban en secuestrar o extorsionar al empresario para tener a los trabajadores de su lado. También se abanderaron la lucha por impedir que se construyeran la autovía de Leizarán y la central nuclear de Lemóniz. Gracias a eso, obtuvieron mucho apoyo social, pero lo fueron perdiendo a medida que las víctimas del terrorismo iniciaron campañas de activismo social pacífico para deslegitimar a los terroristas.

Sin embargo, se ha sido muy injusto con las víctimas del terrorismo que tanto han luchado por la paz, especialmente en el plano judicial. Todavía existen más de trescientos casos de asesinatos de ETA sin resolver. ¿Cómo es posible que haya tanta impunidad?

La memoria es muy débil. Los archivos judiciales de ETA son una clave muy importante del escenario en el que nos encontramos ahora. Y están completamente descuidados. Los papeles están acumulados en diferentes almacenes sin ningún tipo de orden, ni de clasificación, y eso dificulta mucho esclarecer lo que ha pasado durante tantos años.

La lucha contra ETA ha sido apabullante en muchos momentos a lo largo de su trayectoria, los aparatos del Estado han estado desbordados en muchos momentos en los que la capacidad de asesinar de ETA era arrolladora.

Enjuiciar todos esos atentados es complicado, pero eso no justifica que no se haya hecho. No sé si ordenando todos esos archivos judiciales de ETA se podría hacer justicia, no sé si llegando tan tarde es posible hacer justicia… Pero, por lo menos, sí se podría escribir correctamente la Historia. Es fundamental para esta tarea tener el pasado ordenado. Y esto, en España, no se da.

¿Podemos hablar de un final de ETA sólo con la entrega de armas y el anuncio del “cese de su actividad armada”, sin que la izquierda abertzale haya hecho una autocrítica moral de sus acciones y haya reconocido el daño causado?

Según qué se entienda por un final de ETA. Para mí, personalmente, ETA no tiene fin. Toda mi trayectoria vital y la de mi familia está marcada por ETA, por el trabajo que hizo mi abuelo para acabar con ellos y, a su vez, por su asesinato. Yo nací en Madrid porque mataron a mi abuelo en San Sebastián y mi familia se tuvo que marchar de allí. Mi vida, como la de muchas otras personas, ha estado predeterminada por su acción terrorista. Ahora bien, ETA ya no tiene razón de ser. Existen sus siglas, pero ya no existe nada más detrás. No es más que el rastro que ha dejado de sangre y de sufrimiento -que no es poco-.

Pero se tiene que seguir trabajando para poner el final a ETA en otros frentes. La lucha contra ETA tiene cuatro frentes fundamentales: el policial, el judicial, el político y el social. La policía sigue investigando casos de atentados porque todavía hay mucha gente a la que se le tiene que hacer justicia y hay muchos etarras huidos a los que hay que encontrar y enjuiciar. El tema judicial está muy cojo. El político no se puede descuidar, no hay que olvidar que muchos de los que hoy hacen política en el pasado apoyaron la lucha armada, y el social es fundamental para que no se reactiven ciertos mecanismos que den lugar a una nueva aparición del terrorismo.

COVITE ha registrado decenas de actos en los que se recibe los terroristas en sus pueblos como si fueran héroes. ¿Queda mucho por hacer para poner fin a la radicalización violenta?

Todos estos actos de enaltecimiento del terrorismo se producen porque todavía queda mucho trabajo por hacer en el plano social de la lucha contra el terror. Que tengan lugar estos actos con completa impunidad es un fracaso del Estado de Derecho y un fracaso del relato. Si a nivel de sociedad tuviéramos conocimiento real de quiénes son estos terroristas a los que se les da la bienvenida cuando salen de la cárcel, nuestra conciencia moral nos obligaría a tomar partido. Sabríamos que se comete una injusticia no sólo hacia las víctimas del terrorismo, sino también hacia nuestra democracia.

“Lo más importante ahora es que las víctimas se sientan escuchadas. También que se les haga justicia, pero, sobre todo, algo tan básico y tan fundamental como que se sientan tenidas en cuenta”

Sangre, sudor y paz contribuye a la derrota literaria de ETA y a que los terroristas difundan una perspectiva falsa de la historia.

Manuel Sánchez dijo en alguna ocasión: a lo mejor este libro es el fin de ETA. En él damos cuenta de cómo se ha terminado con ETA. Desde ciertos sectores radicales abertzales han intentado, desde hace tiempo, imponer su visión de la historia, su relato. Nosotros hemos tenido la suerte de ofrecer un nuevo relato con Sangre, sudor y paz, para que, en un futuro, las nuevas generaciones puedan conocer los hechos, los datos y los testimonios de quienes sufrieron durante mucho tiempo las consecuencias de la violencia. No creo que el relato sea una batalla abierta entre lo que puedan escribir unos y otros, sino que hay que intentar aportar todos los elementos posibles para que sea la propia Historia la que dirima qué relato se sostiene mejor.

¿Los testimonios de Sangre, sudor y paz podrían emplearse –en libros de texto, por ejemplo- para prevenir la radicalización de los jóvenes?

Es muy necesario tener conciencia de que ETA es una parte de la Historia que nos ha desgarrado por completo como sociedad. No ser consciente de ello es gravísimo. La sociedad está todavía destrozada en muchos aspectos y es muy importante saber a qué se debe esa ruptura. Si no sabemos el origen del desgarro, es posible que se atribuya a las razones equivocadas, y las brasas que todavía quedan podrían convertirse en llamas en un futuro.

Otra función del relato es interpelar al lector para que se pregunte dónde estaba él y qué hizo para tratar de evitar todo ese daño que se estaba produciendo.

Esta es una pregunta muy interesante que ojalá que todos los lectores de Sangre, sudor y paz se susciten: “¿Dónde estaba yo, cuando todos estos horrores tenían lugar?”. Es una pregunta fundamental. Todos los que escribimos sobre esta parte de la historia, si conseguimos que nuestros lectores se hagan esta pregunta, habremos logrado el gran objetivo de difundir el relato verdadero y justo de la Historia.

Con relatos como Sangre, sudor y paz, ¿se está consiguiendo curar la indiferencia y la anomia de la sociedad hacia temas duros y desagradables como el terrorismo?

La indiferencia es, sin duda, asesinar dos veces. Aquellas personas que sufren la indiferencia del resto se encuentran con un doble asesinato. Manuela Simón y Elena Gómez, dos guardias civiles que han recopilado muchos testimonios para Sangre, sudor y paz, se encontraron con una situación muy dolorosa: personas que se han enfrentado una indiferencia tremenda, por parte de todos los estamentos sociales, de la violencia y del sufrimiento generado por ETA.

En mi caso, cuando mataron a mi abuelo, mi abuela se enfrentó a una situación económica frágil y tuvo que dejar toda su vida en San Sebastián. Eran años especialmente dolorosos en los que mucha gente tenía miedo de ir a los funerales, otros iban simplemente a hacerse la foto y luego desaparecían por completo, y muy pocos se quedaban del lado de las víctimas.

Si mi abuelo leyera el libro, lo haría con una mezcla de orgullo y frustración: orgullo porque se han alcanzado todos los valores por los que él luchaba, y frustración porque su atentado aparece en la página 66, faltando otras más de 400 páginas por delante.

La herida de la indiferencia está todavía abierta. Contar lo que se ha sufrido muchas veces ya supone una iniciación a una reparación psicológica y moral. Queda mucho trabajo por hacer en este sentido, los que tenemos la capacidad y los recursos para difundir la verdad tenemos una obligación moral y con la sociedad de hacerlo. La indiferencia se cura cuando hay personas hay personas que están dispuestas a luchar, a difundir la verdad, a explicar a la sociedad por qué no se debe aceptar el terrorismo y conseguir, así, que no vuelva a suceder.

Hay muchas organizaciones que están luchando por recuperar la memoria: el Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo, la Fundación de Víctimas del Terrorismo, COVITE… Y esa lucha se convierte en dignidad. Lo más importante ahora es que las víctimas se sientan escuchadas. También que se les haga justicia, pero, sobre todo, algo tan básico y tan fundamental como que se sientan tenidas en cuenta.

Ahora nos enfrentamos a otro tipo de terrorismo, que afecta a toda la comunidad internacional: el yihadista. ¿Qué podemos aprender y aplicar de la actuación de la Guardia Civil en la lucha contra ETA para disolverlo?

Todo. La Guardia Civil es un Cuerpo policial admirado en todo el mundo. Vienen muchos cuerpos de otros países a España a aprender de las técnicas contra el terrorismo de la Guardia Civil. Lamentablemente la Guardia Civil ha aprendido a base de supervivencia,

no le ha quedado más remedio que desarrollar unas técnicas de combate muy eficaces porque eran el objetivo claro de ETA.

Las Fuerzas de Seguridad del Estado español son un referente mundial en la lucha contra el terrorismo. Cambian los mecanismos, cambian las banderas y cambia el contexto, pero el objetivo final de todo terrorismo es el mismo: imponer una ideología usando el terror como arma.

¿Hay algún testimonio de Sangre, sudor y paz que le haya marcado de forma especial?

El de Diego Salvá, un pamplonés que fue asesinado con veintisiete años el 29 de julio de 2009 en Palma de Mallorca. Era guardia civil y, unos meses antes de ser asesinado por ETA, tuvo un accidente tremendo de tráfico muy grave. Estuvo en coma, se recuperó y sintió que volvió a nacer. Se convirtió en un niño que tenía que aprender a andar, a expresarse… Aprender todo desde cero.

Tras su recuperación, el primer día que se incorporó a la Guardia Civil, ETA lo mató. Su familia y sus compañeros sienten que tuvieron una segunda oportunidad de vivir con él unos meses más para poder despedirse en paz. Creyeron que se iba a morir a raíz del accidente, pero murió en el atentado. Es una historia tremenda.