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Unos individuos inspeccionan el lugar donde un dron de Estados Unidos apuntó a los operativos de Daesh el 12 de julio. Fuente: Rami Al Sayed/AFP/Getty Images

Según el Comando Central de Estados Unidos, el ataque con dron que llevó a cabo el país en el noroeste de Siria – muy próximo a la frontera con Turquía, controlado por rebeldes sirios respaldados por Ankara – terminó con la vida de Maher al-Agal, líder de la provincia de Daesh en Siria, el pasado martes 12 de julio. Otro alto mando de la organización resultaba gravemente herido, informaba el comunicado de prensa, y moriría poco después, según grupos humanitarios sobre el terreno. El ataque habría contado con una elevada precisión que se habría saldado sin ningún rastro de víctimas civiles detectado en las evaluaciones preliminares de la operación.

La muerte del líder regional de Daesh vendría precedida de una serie de logros antiterroristas a manos de las tropas estadounidenses sobre el terreno tras el anuncio de la muerte de Al Qurashi hace tan solo unos meses, si se tiene además como referencia la muerte del líder y califa del autodenominado Estado Islámico Abu Bakr Al Bagdadi en 2019.

La estrategia de descabezamiento que aplica Estados Unidos en el caso de Daesh se ha hecho visible una vez más con la muerte de este dirigente, que contaba con un importante entramado de contactos fuera de Irak y Siria, formando parte del núcleo de poder en los últimos remanentes que el grupo terrorista todavía posee en Oriente Próximo.

La rama de Daesh en Siria habría buscado durante los últimos meses rearmar su poder en el país, proyectando su músculo ofensivo especialmente en espacios rurales y semidesérticos. El asalto a la prisión de Al Hasaka ilustra uno de los ejemplos más recientes del deseo de Daesh de reactivar sus células durmientes en el extremo noreste del país y al otro lado de la frontera iraquí, por lo que la lectura del reciente éxito militar de Washington puede entenderse como un varapalo adicional a la voluntad expansionista del comando central y de sus células periféricas.

La operación, ampliamente elogiada por el Presidente Biden, se producía un día antes de la visita del mandatario a Oriente Próximo con una agenda bajo el brazo que reconfiguraba los intereses americanos en la región: de hecho, el previsible repliegue de los intereses estadounidenses ha sido forzado a recalcularse en mitad de la crisis energética, la guerra en Ucrania y las continuas provocaciones de Irán contra sus vecinos árabes, por lo que Washington ha terminado por tratar de profundizar las alianzas con sus socios y aliados regionales ampliando la seguridad regional y fomentando una cooperación económica que le permita limar sus asperezas con países como Arabia Saudí. En un contexto donde la presencia estadounidense en la región se ha visto sustancialmente reducida en los últimos años, la estrategia en materia de política exterior se había orientado especialmente en los riesgos que presenta China en la región del Indo Pacífico y la amenaza rusa en el continente europeo. De hecho, el líder demócrata hacía gala de que Estados Unidos “no necesita miles de tropas en misiones de combate para identificar y eliminar las amenazas a nuestro país”, por lo que es previsible identificar el empleo de aviones no tripulados y similares enfoques tecnológicos en futuros ataques a miembros de la organización que permitirían un menor despliegue de militares y fuerzas convencionales sobre el terreno mientras seguirían proporcionando un apoyo a la lucha contra el terrorismo en las zonas de conflicto.

Tal y como se ha venido sugiriendo en anteriores análisis, la neutralización de líderes regionales no necesariamente implica una victoria de las fuerzas de seguridad contra una de las mayores organizaciones yihadistas en el panorama del terrorismo global, aunque puede conseguir mermar su capacidad de respuesta y proyección de fuerza sobre el terreno de manera temporal. La principal actividad del grupo se presenta en el escenario africano, con la proyección de fuerza de sus filiales como el Estado Islámico en el Sahel (EIS) en países como Mali, Níger o Burkina Faso, en el espacio occidental con su franquicia Estado Islámico en África Occidental (ISWAP) en Nigeria o la recientemente restructurada filial del grupo en Mozambique (IS-Mozambique). Por tanto, el impacto se podría medir en términos regionales y en cómo afecta el reciente ataque a la agenda del comando central de Daesh en estos dos enclaves de Siria e Irak, pero no necesariamente en la deriva del movimiento yihadista en su conjunto.