Violencia y caos agitan las calles de Afganistán

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Ana Aguilera

Hombres cavan fosas para las víctimas de la explosión del pasado sábado. Fuente: CNN/Stringer/Reuters

La situación en Afganistán ha empeorado durante las últimas semanas. Desde que una escuela secundaria en Kabul, la capital, fuera objetivo de ataque terrorista, la violencia y los enfrentamientos no han dejado de cesar en el país.

El pasado sábado 8 de mayo se produjo una serie de ataques bomba contra una escuela en Kabul, dejando por el momento más de 80 fallecidos, mayoritariamente estudiantes. Con la autoría todavía sin reivindicar, los familiares de los fallecidos se encuentran desamparados por la falta de control del Estado y, tras décadas de guerra, ven en este ataque un grado más de crueldad comparado con anteriores escaladas de violencia.

Por su parte, el Presidente Ashraf Ghani culpó del ataque a los talibán, mientras que estos afirmaron que un acto de tal magnitud solo podía ser obra de la franquicia regional de Daesh en Afganistán. Si bien es cierto que el barrio donde se encuentra la escuela es habitado principalmente por musulmanes de minoría chií hazara, considerados apóstatas y por tanto objetivos habituales de Daesh, todavía nadie se ha atribuido la autoría. De hecho, los talibán también atacan contra esta minoría, por lo que los cruces de acusaciones han terminado por ser emitidos sin pruebas. Por ello, y mientras la investigación sigue en marcha, los actores tanto estatales como no estatales han eludido cualquier responsabilidad hasta el punto de agitar todavía más la violencia que se había trasladado a las calles desde hacía varias semanas.

Todo esto sucede en un contexto de estancamiento en los procesos de paz entre el gobierno afgano y los talibán y el anuncio de la retirada de tropas estadounidenses del país durante los próximos meses. Algunas de las partes involucradas en el contexto avecinan todavía un mayor caos una vez sea total la retirada, temiendo que el gobierno afgano no sea lo suficientemente efectivo como para cesar la violencia en el país y llegar a un acuerdo de paz con la insurgencia talibán.

El gobierno regional se encuentra en una encrucijada, pues no consideran a los talibán una contraparte fiable y, a pesar de que hasta el momento se habían sentido eclipsados por el protagonismo americano en los procesos de paz, ahora que han asumido la responsabilidad de llevar la estabilidad al país, mientras los estadounidenses abandonan su sitio, se sienten abrumados por la situación. Por su parte, los talibán gozan de un relativo apoyo de la sociedad, fervientemente reticente a la presencia estadounidense, por lo que ataques y escaladas como las que se están viviendo estas últimas semanas solo pueden evidenciar una todavía mayor debilidad del gobierno central y la falta de una gobernanza local efectiva.

La situación ha empeorado durante los últimos años en el país, la oleada de ataques indiscriminados por actores terroristas se ha intensificado y las fuerzas del orden estatales se han demostrado insuficientes para proteger a la población. La mayoría de los analistas, de hecho, albergan pocas esperanzas en que las fuerzas estatales sean capaces de contener el avance insurgente en el país, en un momento donde el diálogo intra-afgano no ha demostrado un avance sustancial desde que se iniciara el pasado mes de septiembre. Las críticas al abandono estadounidense de suelo afgano han sido intensas y constantes desde que Biden decidiera continuar lo andado por su antecesor Trump, tanto por la comunidad internacional como por otras grandes potencias intervinientes en la estabilización regional, como Rusia o China. Incluso Pakistán había mejorado la situación bilateral con Estados Unidos en términos de apoyo a los acuerdos de paz y aumento en su confianza mutua, por lo que el papel próximo de Washington en el país va a contar con verdaderas posturas hostiles por parte de los demás países involucrados.

Entre los escenarios futuros, se teme que aumente el caos y descontrol estatal y la violencia impere de una manera crónica en el territorio. De hecho, un contexto de inestabilidad continuada y sentimiento de desamparo generalizado entre la sociedad civil son dos elementos predominantes en el auge de la insurgencia islamista, como ha sucedido anteriormente en países como Irak, Siria o Libia. En el caso afgano, y aunque la franquicia de Daesh en la región (conocida como Wilayat Khorasan) no sea popular entre la sociedad, unas turbulencias políticas como las desencadenadas durante las últimas semanas aumenta las probabilidades de otra guerra civil y un eventual derrocamiento del régimen afgano por los talibanes. Esta posibilidad aumenta a su vez los niveles de riesgo de una presencia todavía mayor del terrorismo islamista, como quedó demostrado por la ONU en su último informe en el que aventuraba una todavía estrecha relación entre grupos cercanos a los talibán, especialmente la Red Haqqani, y Al Qaeda. Con todas las opciones sobre la mesa, la parte que más tiene que perder es el gobierno, por lo que es previsible que intensifique las atribuciones de ataques como el ocurrido el pasado sábado a los talibán en los próximos meses.