La metamorfosis de los Talibán afganos: de amenaza terrorista global a interlocutores válidos

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Solo su odio indomable a la norma y su amor a la independencia individual les previenen de convertirse en una nación poderosa; pero esta irregularidad e incertidumbre en su actuación les hace vecinos peligrosos”. Esta cita de Friedrich Engels data del año 1857. En aquel momento Afganistán estaba sumido en sangrientas querellas internas que convivían con la injerencia, a través de invasiones y otros medios de presión, de potencias extranjeras (1).

Más de un siglo y medio después, el estado de las cosas poco parece haber cambiado en Afganistán ya que en su historia reciente, el conflicto y el daño derivado del mismo, han sido y son elementos  que forman parte consustancial de la existencia de sus sufridos habitantes. En los últimos 40 años de la historia del país la violencia ha sido una constante desde la invasión soviética en 1979.

Esta invasión provocó un gran contingente de refugiados, la mayor parte de ellos hacia Pakistán, en donde se hallaron en una complicada situación, según apuntaba el profesor Mansur Kundi ya en el año 2001: “Cuando llegamos los refugiados hace 20 años a Pakistán, el Gobierno no nos aceptaba en sus escuelas públicas” (…) Y sólo las madrasas, los criaderos de talibanes, nos acogieron en Pakistán con los brazos abiertos. El resultado de todo eso se está viendo ahora”.

Es precisamente de esas madrasas, escuelas coránicas, de donde tomaron su nombre los Talibán, plural de talib “estudiante” en pashto.

La salida de los soviéticos una década después de iniciada la invasión no extinguió el conflicto violento sino que este mutó en un enfrentamiento entre distintas facciones armadas.

El 27 de septiembre de 1996 los Talibán toman Kabul, ahorcaron al ex presidente comunista, Mohammad Najibulá, y proclamaron la implantación de su rigorista visión de la ley islámica, la sharia. Tras los atentados del 11S de 2001 y la negativa de los Talibán a entregar a su organizador, Osama Bin Laden, Estados Unidos y sus aliados, con el apoyo de grupos armados locales, pusieron en marcha el  7 de octubre de 2001 la operación “Libertad Duradera” que derrocó a los Talibán antes de finalizar 2001. Tras perder el poder, los Talibán iniciaron una intensa campaña terrorista que se mantiene hasta la actualidad. Las acciones de los Talibán y de otros grupos yihadistas siguen afectando profundamente a Afganistán. Este  país durante el pasado mes de agosto fue el escenario del mayor número de ataques yihadistas, tal y como se recoge en el “Informe Semestral de la Actividad Yihadista 2019” elaborado por el OIET.

Para tratar de poner fin a la campaña militar de más larga duración que EE.UU. ha mantenido en su historia, la Administración estadounidense ha iniciado en la capital de Qatar, Doha, una ronda de conversaciones para alcanzar un acuerdo de paz con los Talibán, a los que paradójicamente, no consideran una organización terrorista.

Afghanistan

Imagen 1. Mapa y gráficos sobre las consecuencias del conflicto afgano en los que se aprecia las áreas de influencia de los Talibán. Fuente: ACLED

Contexto afgano

 El pasado día 6 de septiembre, el medio digital The Political Room publicó una entrevista que Miriam González realizó a Jesús Díez Alcalde, Teniente Coronel Ejército de Tierra y Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos. Díez Alcalde, uno de los mayores expertos del contexto africano, planteaba los elementos necesarios para hacer frente a algunos de los desafíos que sufre el continente: terrorismo yihadista, tráficos ilícitos de diverso tipo y escasa capacidad de algunos estados. Esta fórmula, por la notable similitud de contextos bien podría haber sido pasada por el prisma afgano:

Una amalgama de amenazas tangibles (…) cuya supresión requiere, en primer lugar, medidas en el ámbito estricto de la seguridad, pero que a largo plazo solo se solventarán a través de la buena gobernanza y de instituciones estatales fuertes, la mejora de las expectativas sociales —en especial el acceso al mercado laboral de la juventud—, la erradicación de la pobreza y el subdesarrollo o el incremento de los bajos niveles de educación”.

Esos principios, u otros de corte similar, cuya aplicación práctica y efectiva hubiera sido altamente beneficiosa para poder superar la precaria situación del escenario presente en Afganistán, a tenor del status quo actual, no parecen haberse implementado con éxito. Este déficit no solo se hace perceptible en el ámbito securitario, sino también en el estrictamente social.

Tal vez, y sólo es uno de los múltiples elementos, no se valoró en su justa medida la profundidad de las estructuras sociales de Afganistán derivando en lo que Ahmed Rashid, periodista paquistaní y uno de los mayores expertos a nivel mundial en el conflicto afgano definió en 2010: “La población afgana está a favor de la idea de modernización, pero esta idea se ha asociado a una visión negativa de la occidentalización (2).

Esta población a la que se refería Ahmed Rashid, ha sufrido las peores consecuencias del conflicto. Según The Watson Institute for International and Public Affairs, de la Universidad Brown de Estados Unidos, entre octubre de 2001 y octubre de 2018, el número de víctimas mortales causadas por el conflicto afgano se sitúa en unas 147.000 de las que más 38.000 son civiles, lo que ha tenido como consecuencia (datos de 2017) 2.61 millones de refugiados internos y 1.84 millones de desplazados de una población total que se sitúa en torno a los 35 millones de habitantes.

 

La “agenda afgana” de los Talibán

Tras ser desalojados del poder en 2001, los Talibán destinaron parte de sus esfuerzos a reforzar su posición en el seno de la sociedad afgana. La estrategia a seguir consistió en ir socavando la fidelidad de los grupos tribales en torno a los máliks, los jefes de los distintos clanes, normalmente ancianos. Los Talibán fueron sustituyendo a estos ancianos por mulás (clérigos) más jóvenes. Con esa maniobra, de forma paulatina se colocaron en el lugar preeminente de un sistema con siglos de existencia basado en el papel de intermediación que tenían los máliks con el gobierno central. Además del papel de intermediación, los Talibán fueron reuniendo en torno a sí, redes clientelares y de servicios (3).

A pesar de que las tácticas de los Talibán no difieren, grosso modo, de las empleadas por otros grupos yihadistas de ámbito global, no son tan “ambiciosos” territorialmente hablando y se “conforman” con tratar de dominar “únicamente” el territorio afgano. Este modo de actuar, ha sido definido muy acertadamente  por Luz Gómez García, gran especialista en islam e islamismo como “islamonacionalismo yihadista”, el cual: “surgió en conceptos estatales débiles o inexistentes y se distingue de otros yihadismos (…) en primer lugar por haber transformado la lucha armada en una estrategia islámica de movilización y legitimación social con fines nacionales.”(4)

Tal vez para reforzar su ámbito “afgano” en los comunicados de la máxima autoridad del los Talibán, el mulá Hibatullah Akhundzada, firma sus comunicados en primer lugar como “Líder del Emirato Islámico de Afganistán” y después como Amir-ul-Momineen (Príncipe de los Creyentes), titulo de rango similar al de “califa”(5) autoimpuesto en 1996 por el mulá Omar, al que han prestado baia, juramento de lealtad, al menos en el plano formal, los dos líderes que ha tenido Al Qaeda, Osama Bin Laden y Ayman Al Zawahiri.

Aunque el origen de los radicales fundamentos religiosos de los Talibán es más bien exógeno, con grandes influencias del wahabismo saudí, también le dan mucha importancia al Código Pashtunwali, un compendio de normas ya vigente en la región antes incluso de la llegada del islam. Uno de sus puntos más valorados es el Truah, la valentía, entendida esta en defensa de la tierra y la familia, epígrafe en el que pueden encajar los ataques de los Talibán contra fuerzas extranjeras. Por ello, los episodios de demostración de fuerza por parte de los Talibán pueden ser un factor que refuerce su imagen sobre todo entre la mayoritaria población pastún.

 

Map of Afghanistan

Imagen 2. Mapa que refleja la distribución de los grupos etnolinguisticos de Afganistán – Pakistán. Como puede comprobarse comparando este mapa con el anterior, la mayor parte de los atentados de los Taliban se concentran en el área   de mayoría pastún junto a la zona tribal al otro lado de frontera con Pakistán, también poblada mayoritariamente por pastones. Fuente: National Geographic 

 

Capacidades de los Talibán.

Para implementar su praxis violenta, lo que constituye sin duda su principal activo, los Talibán afganos cuentan con un importante volumen de recursos materiales y humanos. Según Antonio Giustozzi, profesor del King´s College London y gran conocedor del conflicto afgano, el número de integrantes con los cuentan los Talibán puede cifrase en decenas, si no cientos, de miles de efectivos. El número total de miembros podría superar la cifra de 200.000 componentes sumando a los militantes que  desempeñan tareas de apoyo con los que se dedican exclusivamente a la actividad violenta. Estos últimos serían unos 150.000 efectivos, 60.000 de ellos “a tiempo completo” y el resto compuesto por milicias locales. El número total de combatientes a “a tiempo completo” no supera el de 40.000 debido fundamentalmente a parte de estos efectivos se mantiene en reserva y que los Talibán tienen un sistema de “permisos” por el cual sus combatientes dispones de tres meses de “licencia” en cada periodo anual.

La inmensa mayoría de los militantes de los Talibán son pastunes, etnia predominante en Afganistán con aproximadamente un 42% de la población, si bien entre sus filas también cuentan con uzbekos, baluchis, tayikos, e incluso algunos cientos del hazaras. Estas alianzas se deben fundamentalmente a la existencia de conflictos locales lo que en ocasiones han propiciado un escenario, como por ejemplo en el área de Badakhshan en el que los pastunes no son mayoría en las filas de los Talibán que alista a reclutas locales.

Según publicaba Robert Pape en Foreing Policy en base a datos del Inspector General para la Reconstrucción Afgana (SIGAR en sus siglas en inglés), los Talibán controlan o disputan el control  del 46% de los distritos de Afganistán cifra que analistas militares independientes elevan hasta el 65%.

 

Negociaciones Talibán-EE.UU 

Estas conversaciones tienen su antecedente cercano en julio de 2018 cuando la Casa Blanca, tras casi dos décadas de presencia militar en Afganistán, ordenó a sus funcionarios que explorasen la posibilidad de establecer vías de diálogo directo con los Talibán. Con anterioridad, a petición de EE.UU., los Talibán establecieron una oficina en la capital de Qatar (Doha). La instalación acabó siendo clausurada poco después debido a que sus usuarios enarbolaron en el exterior una bandera, la misma que enseña que ondeaba durante el régimen de los Talibán en Afganistán, hecho del que se quejó el presidente afgano Hamid Karzai.

El 12 de octubre de 2018, Zalmay Khalilzad, diplomático estadounidense nacido en Afganistán, al frente de una delegación de ocho miembros se reunió en Doha con representantes de la oficina política de los Talibán encabezados por Sher Mohammad Abbas Stanakzai. Los Talibán rechazaron establecer negociaciones con el gobierno de Kabul al considerar que carece de poder real y que es un “gobierno títere”.

Para tratar de solventar ese obstáculo se puso en marcha “Diálogo Intra-Afgano de Doha los días 7 y 8 de julio de 2019. Posteriormente los participantes pasaron a denominar el acto como “Conferencia de Paz intra-afgana” El encuentro, auspiciado por Qatar y Alemania,  contó con la participación de un equipo integrado por seis componentes, todos ellos pertenecientes a la Fundación Berghof, un actor no estatal asentado en Alemania con experiencia de mediación en conflictos. En el evento, que se realizó a puerta cerrada, participaron representantes del gobierno de Kabul, partidos de la oposición, miembros de la sociedad civil y de los Talibán. Para poder hacer efectivo la presencia de los Talibán en esta reunión, los organizadores invitaron a todos los participantes a “título individual”. Finalmente se consensuó una resolución conjunta para tratar de poner fin al ciclo de violencia, aunque el contenido de la misma era muy genérico.

De forma paralela, representantes de los Talibán, en una suerte de naturalización de su actividad pública, han participado en diversos eventos públicos. En julio de 2019 el mulá Abdul Ghani Baradar, co-fundador del movimiento Talibán y líder de la oficina política que el grupo tiene en Doha, visitó Indonesia para buscar apoyos a las negociaciones de paz. Durante su estancia en la capital, Yakarta, se reunió con funcionarios gubernamentales y con  Abdul Manan Ghani, presidente de Nahdlatul Ulama (NU), la mayor organización islámica de Indonesia que cuenta con unos sesenta millones de seguidores. También hubo visitas de miembros de los Talibán a Irán, China y Rusia.

El jueves 22 de agosto de 2019, arrancó la novena ronda de conversaciones entre EE.UU. y los Talibán afganos. Los temas a desarrollar, al igual que en anteriores ediciones fueron la retirada de las tropas de Estados Unidos y del resto de países que prestan servicio en territorio afgano cuya cifra se sitúa en torno a los 14.000 militares estadounidenses en unión de cerca de otros 17.000 efectivos de un total de  de 39 países. Un acuerdo final en estos dos puntos sentaría las bases para futuras conversaciones entre el gobierno afgano y los Talibán y con el que estos últimos rehúsan mantener encuentro alguno.

Con el inicio del mes de septiembre de 2019 finalizó la novena ronda de conversaciones las cuales fueron fructíferas de cara a alcanzar un acuerdo si se tiene en cuenta las declaraciones del representante de EE.UU. Zalmay Khalilzad: “Estamos en el umbral de un acuerdo que reducirá la violencia y abrirá la puerta para que los afganos se sienten juntos a negociar una paz honorable y sostenible, para un Afganistán unificado y soberano que no amenace a Estados Unidos, a sus aliados ni a ningún otro país“. Khalizad también afirmó el día 2 de septiembre que en el plazo de “135 días” si se cumplían las condiciones acordadas, las fuerzas armadas de Estados Unidos retiraría sus tropas de cinco bases establecidas en territorio afgano.

Mientras la principal cadena de televisión afgana Tolo News estaba retransmitiendo una entrevista a Zalmay Khalilzad en la que hablaba de los resultados de la novena ronda de conversaciones con los Talibán, estos pusieron en marcha un ataque contra la llamada “Green Village”, un gran complejo fortificado de Kabul para organizaciones internacionales. El atentado fue cometido por un conductor suicida en unión de individuos armados. Dieciséis personas fueron asesinadas y más de cien heridas. Los Talibán reivindicaron el ataque aduciendo que el recinto alberga a “delincuentes extranjeros y nacionales” a los que responsabilizan de  “masacres masivas en las aldeas de Afganistán”.

Otra zona que cuenta con grandes medidas de seguridad en la capital afgana, las cercanías del  National Directorate of Security (NDS) fue escenario el pasado día 05 de septiembre de un nuevo atentado. Un terrorista suicida, a los mandos de un vehículo cargado de explosivos, hizo detonar la carga causando la muerte a doce personas y dejando varios heridos. Para los Talibán, que reivindicaron el atentado, esta acción contra los “invasores extranjeros” se enmarcaba dentro de las “atronadoras operaciones de Al-Fath”. Al-Fath (“La Victoria”) corresponde con el título de la azora número 48 del Corán y fue el nombre elegido por los Talibán para su “ofensiva de primavera” anunciada mediante un comunicado el 12 de abril de 2019.

En el plazo de unos pocos días, estos dos atentados en Kabul, en unión del fallido asalto masivo a Kunduz, una de las mayores urbes del país localizada al nordeste del Afganistán, ejemplificaron la capacidad operativa de los talibán afganos.

El 45º presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, apuntaba  que el proceso emprendido en Afganistán discurría por buenos cauces, tal y como se desprende de unas declaraciones realizadas el 18 de agosto de 2019: “”Estamos teniendo muy buenas conversaciones con los talibanes. Estamos teniendo muy buenas conversaciones con el gobierno afgano”. Desde el seno del gobierno de Afganistán, al menos  no parecía compartirse la visión del presidente Trump. Sediq Seddiqi, portavoz del presidente Ashraf Ghani, dio su versión , no tan optimista, del panorama afgano: “”El nivel de amenazas de los Talibán y del EIIS ha aumentado en Afganistán y, por lo tanto, se necesita ahora más que en cualquier otro momento para contrarrestarlos y asegurarnos de que no dejemos ninguna brecha que brinde a los Talibán la oportunidad de convertir este país de nuevo en un refugio seguro para los terroristas internacionales”.

 

Paz de Doha

Imagen 3.-  Fotografía de una de las sesiones de las conversaciones de paz de Doha. De izquierda a derecha Abdul Latif Mansur, ex- ministro de Agricultura, Shahabuddin Delawar, ex-enviado a Arabia Saudí, Amir Khan Mutaqi, ex-ministro de Información y Cultura, Abdul Salam Hanafi,  ex-viceministro de Educación, y finalmente Abbas Stanekzai, negociador de los Taliban. Fuente: New York Times.

Conscientes de todo ello, los Talibán estaban afrontando las conversaciones de paz con una suerte de estrategia de “palabras y bombas” ya que de forma interesada mezclaban su presencia en la mesa de negociaciones con la comisión de atentados. En una suerte de macabro pragmatismo, los Talibán consideraron que los asesinatos terroristas contribuían a afianzar las negociaciones. Al menos eso se desprende de las declaraciones del portavoz de los Talibán, Suhail Shaheen . Durante una entrevista en la CBS, en relación al asesinato de dos militares de EE.UU en un atentado perpetrado por los Talibán Shaheen dijo que el ataque  “debería tener un impacto positivo” en las conversaciones de paz entre los Talibán y el gobierno de Estados Unidos.

Las palabras de Suhail Shaheen se volvieron en su contra ya que entre las 12 personas asesinadas en el atentado de Kabul figuraba un militar estadounidense. A consecuencia de ello, el presidente Trump anunció a través de su cuenta de Twitter la anulación de una cumbre secreta que se iba a realizar el día 8 de septiembre de 2019 en Camp David en la que mantendría, por separado, reuniones con los Talibán y el presidente de Afganistán. Poco después, el secretario de Estado norteamericano, Michael Pompeo anunció que había ordenado el regreso a EE.UU. de Zalmay Jalilzad, enviado especial para Afganistán y, siendo interpelado sobre si las conversaciones con los Talibán estaban “muertas”, la respuesta fue que “por el momento lo están“.

En medio de los “dientes de sierra” que suelen caracterizar negociaciones complejas como esta, la respuesta de los Talibán también llegó vía comunicado. En el documento criticaban duramente la decisión de Trump, afirmaban estar dispuestos al diálogo, postura de creen que debería adoptar EE.UU. para acabar diciendo que no aceptarían otra cosa distinta al “final completo de la ocupación” y que continuarían su “…Yihad por esta gran causa y mantendremos nuestra fuerte creencia en la victoria final, si Alá lo permite”.

 

Actores externos, los relojes y el tiempo

Ustedes tienen los relojes, nosotros el tiempo” es una cita atribuida a un comandante talibán dirigiéndose al ex Jefe del Estado Mayor de Defensa de Canadá. En esa misma línea, un ex ministro talibán manifestó en el año 2011, una década después de la intervención militar en Afganistán: “No tenemos calendarios, relojes o calculadoras como los estadounidenses (…) Desde el punto de vista talibán, el tiempo aún no ha comenzado“.

Los Talibán afganos, con métodos medievales aunque con medios del siglo XXI, son conscientes de que el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre de 2020, Estados Unidos celebrará sus elecciones presidenciales. El actual presidente, Donald Trump, se presenta a la reelección por lo que jugaría a su favor, una vez encarados los comicios, el poder presentar como objetivo cumplido la salida de EE.UU. del largo y farragoso conflicto afgano.

En 1994 el presidente Clinton proclamaba que el “terrorismo global” en especial el de inspiración yihadista, era la “amenaza más importante para Occidente a finales del siglo XX(6). Recién iniciado el siglo XXI, el gobierno estadounidense presidido por George W. Bush, declaraba la guerra global contra el terror poniendo en su punto de mira al terrorismo yihadista. Con el paso del tiempo, el orden de prioridades para la Administración estadounidense parece haber cambiado.

En la Estrategia de Seguridad Nacional de diciembre de 2017, se fija como principal elemento de preocupación el papel mundial de potencias como Rusia o China. Aunque el documento contiene hay referencias a Afganistán, cinco en concreto, estas tratan fundamentalmente sobre el deseo de que el país tenga  autosuficiencia y de que no sea un refugio para terroristas, circunstancia esta última medular en las negociaciones de paz. Esto podría ser un indicador de que, en el orden de prioridades del gobierno estadounidense, el conflicto afgano parece haber sido relegado a una posición, cuanto menos secundaria.

Pakistán por su parte, acoge en su territorio a un importante número de población pastún concentrada en la región situada en las inmediaciones  de la línea Durand, en su frontera con Afganistán. Esta zona paquistaní sirvió de refugio y acomodo a los Talibán afganos con el consentimiento del gobierno de Islamabad. Las autoridades paquistaníes tampoco dudaron en emplear el territorio de Afganistán bajo control talibán como lugar de refugio y entrenamiento para terroristas que actuaron en la Cachemira bajo control de India, causa frecuente de tensiones entre ambos países. Por ello, un eventual aumento del poder de los Talibán en Afganistán puede llevar una mayor influencia de Pakistán en el país y, de llegar a materializarse este extremo, quedaría por ver la influencia que ello tendría  en los equilibrios de poder regionales.

China también contempla el escenario afgano con interés ya que el gobierno de Beijing cree que la inestabilidad en Afganistán tiene “influencia directa” en el nivel de seguridad en suelo chino, concretamente en la región autónoma de Xinjiang. La preocupación de China se basa en que el grupo yihadista Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (ETIM, en sus siglas en inglés) pueda introducir combatientes través del corredor de Wakhan en Afganistán para radicalizar a los uigures, mayoritariamente musulmanes, o cometer atentados en China. El ETIM tiene bases en Tayikistán y en territorio afgano, en las montañas de Badakhshan, que cuentan con el apoyo de los Talibán.

Los intereses chinos en Afganistán, que no se limitan únicamente a las consecuencias que pudiera acarrearles la actividad yihadista, se verían beneficiados con un escenario afgano estable ya que en la actualidad ya posee contratos de explotación de minas de cobre en la zona de Kabul y de yacimientos petrolíferos en el norte. Una hipotética mejora en las condiciones de seguridad en Afganistán podría franquearle el paso a China para el aumento de inversiones, y del control derivado de las mismas, en el país vecino.

Este interés en una futura estabilidad afgana también fue hecho visible de manera pública por Irán. Tras conocerse la suspensión de las negociaciones de paz, Mohamad Javad Zarif, ministro de Asuntos Exteriores de la República Islámica de Irán, a través de su cuenta de Twitter dijo mostrarse “gravemente preocupado” por la situación en Afganistán, pidió la salida del país de las tropas extranjeras y afirmó que Irán está preparado para trabajar con el gobierno y los partidos afganos con el objetivo de “…forjar un final duradero de la violencia”. Zarif ya afirmó el pasado mes de enero en el transcurso de una entrevista concedida al canal indio NDTV que  sería imposible tener un futuro Afganistán sin ningún papel para los talibanes”, si bien estos, “no deberían tener un papel dominante”. Para Irán la salida estadounidense de Afganistán, alejaría la posibilidad de que tropas de EE.UU. se instalasen cerca de su frontera terrestre y verán con mejores ojos a los Talibán que a la filial de Daesh que opera en Afganistán bajo la denominación de “Estado Islámico de Jorasán” (IS-K, en sus siglas en inglés), que es furiosamente anti-chií.

 

Escenarios posibles

En 1929 René Magritte pintó un cuadro llamado “La traición de las imágenes en el que puede verse la imagen de una pipa bajo la cual figuraba la frase “Esto no es una pipa”. El genio belga de la pintura aclaraba que su cuadro no era un pipa sino la representación de una pipa. Algo similar puede ocurrir con un hipotético acuerdo de paz con los Talibán afganos: que se quede en una mera representación de la paz en lugar de ser una paz efectiva.

Aunque llegasen a pactar en el plano formal no acoger en su territorio a yihadistas extranjeros, podrían soslayar ese punto modificando en su interés la jurisprudencia islámica, algo que hacen otros grupos yihadistas como Daesh o Al Qaeda, amenaza esta susceptible de sostenerse en el tiempo y que no podría ser descartada en su totalidad.

En otro escenario posible, en el que los Talibán cumpliesen esa parte del pacto, no parece previsible que, habida cuenta su capacidad operativa, renuncien a mantener o incluso traten de ampliar, su control territorial a costa del gobierno afgano corriéndose el riesgo de  entrar de nuevo en una espiral de violencia interna.

Igualmente, cabría la posibilidad de que los Talibán afianzasen el control territorial dentro de la zona de mayoría pastún en la que son fuertes estableciendo una suerte de “Pastunistán oficioso” dentro de los márgenes del débil estado afgano y de esa manera poder explotar sin dificultades los recursos de ese territorio bajo la égida de la Pax Talibán.

Si finalmente se rompiesen definitivamente las negociaciones, no parece probable, entendiendo la definición de “probable” en el contexto de las maniobras políticas de Donald Trump que ha hecho de lo inesperado una línea de actuación, un aumento de tropas estadounidenses en Afganistán. Por ello, tal vez se continuase en el escenario de “eterno empate” en el que los Talibán no son capaces de imponerse pero tampoco derrotados completamente. Este hipotético orden de cosas, en unión de que los países de la región ya han naturalizado de facto a los Talibán podrían presagiar una nueva ronda de conversaciones.

La extraordinaria complejidad del escenario afgano compartido por actores armados estatales y extranjeros y no estatales, de los que los Talibán son la mayor representación pero no la única, en unión de los cambios en el orden de prioridades de la Administración estadounidense en el panorama geopolítico mundial pueden haber sido factores importantes de cara a desembocar en la actual situación. En un nuevo giro del concepto de realpolitik, parece existir de cara al conflicto afgano la percepción del aforismo que reza que “situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas”. Se ha pasado de combatir a los Talibán a darles la oportunidad de convertirse en un factor que sino solucione, sí mejore, la situación en Afganistán, eso sí, todo ello contemplado desde la óptica de los intereses occidentales y de las potencias de la región, dejando fuera de la ecuación, como suele ocurrir en estos casos, a la sociedad afgana.

Si finalmente llegara a materializarse un acuerdo, que los Talibán negocian tratando de proyectar una posición de fortaleza, quedaría en  evidencia, por enésima vez, que la fuerza es el lenguaje que mejor maneja la historia como ejemplifica el hecho de que se invitase a los Talibán a sentarse a la mesa de negociaciones en lugar de obligarles a sentarse en el banquillo de los acusados.

Los Talibán afganos, han experimentado una notable metamorfosis pasando de ser una organización terrorista que suponía una amenaza global a convertirse en interlocutores válidos negociando de tú a tú con representantes gubernamentales. En este cambio de percepción han influido no sus fines sino sus medios. Resistir la acción militar, gubernamental y extranjera, de forma paralela desplegar una violenta actividad terrorista e insurgente y un importante control territorial, manteniendo en el tiempo ambos factores, han hecho variar, por la más expeditiva vía de los hechos, su rol a desarrollar en Afganistán. El papel que finalmente acaben jugando los Talibán influirá en el futuro, no solo del país sino también de la región.

No sería aventurado apuntar que otros grupos yihadistas que puedan tener “agendas locales” seguirán con atención el devenir de los acontecimientos y, muy probablemente, extraigan provechosas lecciones si es que finalmente se llegase a algún tipo de acuerdo vía negociación, entre los Talibán y EE.UU.0

 

Bibliografía.

(1) REQUENA Pilar: “”Afganistán”, Ed. Síntesis (p-29).

(2) RASHID, Ahmed: “XIII Curso Internacional de Defensa: El laberinto afgano” Ministerio de Defensa (ISBN 978-84-9781-554-3, 2010 (p-53).

(3) GÓMEZ, Luz: “Entre la Sharía y la Yihad. Una historia intelectual del islamismo. Ed. Catarata, Madrid, 2018 (p-280).

(4) GÓMEZ, Luz  (p.257).

(5)GÓMEZ, Luz (p.183).

(6) GRIFFIN, Michael: “El movimiento Talibán afgano. Cosecha de tempestades” Catarata, Madrid, 2001 (pp. 202-203).

(7) KAPLAN, Robert D. “Soldados de Dios. Un viaje a Afganistán con los guerrilleros islámicos” Ediciones B, Barcelona, 2001 (p.53).

(8) KIPLING Rudyard: “Kim” (Trad. De José Luis López Muñoz), Unidad Editorial, Madrid, 1999 (p.117).