Mali es una encrucijada de caminos, de rutas ancestrales utilizadas para el comercio de las caravanas que transportaban oro y sal a través de las desérticas arenas. Hoy la evolución ha querido transformar aquellas mercancías en drogas, armamento y tráfico de seres humanos. El comercio ilícito de todo tipo florece en la banda del Sahel y hace posible la vida en tan inhóspitas tierras, de extrema dureza climática.
El control de les redes del narcotráfico, los conflictos inter/intracomunitarios de carácter étnico, exacerbados por un radicalismo islámico en constante infiltración, en una zona con un enorme paro juvenil, sin infraestructuras ni servicios básicos, y la falta de una presencia eficaz del Estado favorecen la actuación de grupos terroristas diversos que utilizan la región para lucrarse, reclutar nuevos efectivos y realizar el adiestramiento básico de sus células operativas, además de refugiarse mientras miran a Occidente. Por si esto fuera poco, la tradición sustenta, en caso necesario, la formación de grupos de autodefensa, a nivel de comunidades, para proteger los intereses familiares y proporcionar seguridad a sus propios miembros.
La presencia de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) en la zona podríamos considerarla como tradicional. Con ocasión de la última revuelta Tuareg en el mes de enero del 2012, algunas de sus katibas (grupos armados de entidad variable) se fundieron con facciones del MNLA (Movimiento Nacional para la liberación del Azawad), de Ansar Dine (Protector de la Religión) y del MUJAO (Movimiento para la Unicidad del África del Oeste). Las alianzas o acuerdos entre grupos terroristas, movimientos armados y religiosos, junto con la presencia de Grupos de Autodefensa, de carácter étnico, ha contribuido a completar un escenario cuya inestabilidad está garantizada.
Como podrá imaginar el lector la lucha antiterrorista en el Sahel no es nada fácil, entre otros aspectos porque, además de su inherente complejidad, existe una dificultad añadida “saber quién es quién”, incluso para la propia población local.
En cualquier caso, para buscar una solución duradera se debería contribuir a la estabilización de cada país del Sahel afectado, aplicando medidas político/diplomáticas, económicas y militares con un enfoque integral. Todo ello dentro de la legalidad internacional, el respeto a la soberanía y tradiciones de cada uno de ellos y manteniendo el equilibrio regional. El G5 Sahel (Mauritania, Mali, Burkhina Faso, Níger y Chad) debería jugar un papel primordial en todo esto, coordinando y apoyando la actuación transfronteriza de sus Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Las medidas militares son imprescindibles pero desde luego por sí solas no son efectivas. Primero hay que proporcionar seguridad de forma que se puedan ejecutar planes de desarrollo. Hay que favorecer la extensión de la autoridad del estado para que la población local perciba que el gobierno central se preocupa de ellos. Lanzar proyectos para proporcionar agua, luz y una atención sanitaria mínima son prioritarios para ganarse la confianza de la población nómada.
Los países de la zona deben ser proactivos en la búsqueda de sus propias soluciones aunque la Comunidad Internacional, con la Unión Europea como principal actor, les esté apoyando decididamente. Poco a poco se van obteniendo resultados satisfactorios pero hace falta tiempo. Al menos no se está mirando para otro lado pues esta sería, sin duda alguna, la actitud más peligrosa.
* Alfonso García-Vaquero es general del Ejército de Tierra y exjefe de la misión de entrenamiento de la Unión Europea en Malí (EUTM-Malí).