Intervención de Juanfer F. Calderín, director del OIET, en el primer seminario de 2016 organizado por el Grupo ALDE en el Parlamento Europeo sobre la creación de una narrativa capaz de frenar el extremismo violento.
El título de la mesa redonda en la que estamos hoy congregados gira en torno a la construcción de contranarrativas a través de estrategias y prácticas desarrolladas en entornos locales. Mi intervención se apoyará en el trabajo desarrollado tanto por el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, creado por el Colectivo de Víctimas del Terrorismo, COVITE, como por el trabajo que durante los dos últimos años COVITE ha puesto en marcha en el País Vasco para luchar contra la radicalización promovida por ETA y por su brazo político.
Antes de resaltar la importancia de que agentes de distinto signo desarrollen su labor a nivel local, es imprescindible mencionar algunas consideraciones clave a la hora de encarar un fenómeno que, hoy más que nunca, es un problema que debe ser abordado desde el punto de vista de la comunicación estratégica; disciplina que hasta ahora se ha aplicado casi en exclusiva al mundo de la política y del marketing digital.
El terrorismo, ya sea interno, transnacional, internacional o global, tiene como fin coaccionar a oponentes mediante el miedo y, en la mayoría de los casos, ganar adeptos. El terrorismo se diferencia de otras formas de violencia porque la práctica de esa violencia se planifica con la pretensión de captar la atención de públicos objetivos a través, sobre todo, de los medios de comunicación de masas. No obstante, el escenario ha cambiado. Si hasta ahora la prensa jugaba un papel capital en la estructura del plan de comunicación de una banda terrorista, organizaciones como el Daesh han evidenciado de forma clara que esa concepción ha quedado desfasada.
ALDE New Year Seminar – A counter narrative to violent extre from COVITE on Vimeo.
Tal y como ha señalado el catedrático y experto del Observatorio Javier Jordán, antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 los sitios web que se adscribían a la ideología yihadista no alcanzaban la decena. En 2010, en cambio, estos superaban los cinco mil. Hoy, entidades como el Daesh cuentan con más de una treintena de productoras que desarrollan productos audiovisuales de una calidad envidiable. En 23 meses, y citando el trabajo del investigador y periodista Javier Lesaca, Daesh ha promovido un total de 1065 campañas audiovisuales. Las producciones han sido adaptadas al árabe, al ruso, al inglés, al francés o al alemán. Las producciones, y aquí surge un detalle interesante, han reflejado el asesinato de 1200 personas y el 50% de esos asesinatos se han inspirado en películas y videojuegos reales. Concretamente, insiste Javier Lesaca, en aquellos más populares entre jóvenes de 25 y 30 años; desde Call of Duty o Grand Theft Auto hasta las sagas de Saw, Matrix o V de Vendeta. Hay otro detalle importante que aporta Javier Lesaca. Del total de las 1065 campañas audiovisuales, solo el 15% de ellas mostró asesinatos. Y solo el 2% de las campañas giró específicamente en torno a la religión. El resultado de este plan de marketing diseñado por verdaderos profesionales de es abrumador: en apenas 23 meses, Daesh incrementó el número de terroristas extranjeros integrados en sus filas en un 70%.
La pretensión del terrorismo es ganar la batalla de la opinión pública, nacional o global, utilizando herramientas de comunicación estratégica y de marketing político. En otras palabras, ganar “las mentes y los corazones” de cientos de miles. Esa batalla encuadrada en la opinión pública debe lidiarse con técnicas del marketing político y de la comunicación estratégica. Hoy, el reto es enfrentarnos a sofisticadas estrategias de comunicación destinadas a transformar el terrorismo en un producto cultural imitable y popular.
En este punto, surgen dos tipos de preguntas planteadas con dos enfoques diferenciados. La primera: ¿cómo desarrollar una contranarrativa eficaz? La segunda: ¿cómo construir una narrativa eficaz? El camino no es el de desarrollar una narrativa que contrarreste mensajes propuestos desde el mundo de la radicalización violenta. La clave reside en crear una narrativa que deba ser contrarrestada por los terroristas y por su mundo. Y este planteamiento se propone desde la teoría de la comunicación pública, desde las estrategias que han logrado construir y asentar relato público.
Los marcos interpretativos adoptan un papel crucial a la hora de que agrupaciones terroristas legitimen su actividad e incluso logren reunir apoyos útiles para ejercer presión sobre un actor político determinado. En el caso de ETA, por ejemplo, la organización ha logrado fascinar a miles de jóvenes vascos, ha establecido la escala de valores de la juventud y de la sociedad vasca.
Cómo explicamos la realidad es capital porque quien logre marcar la interpretación sobre el terrorismo marcará los límites de la discusión pública sobre esa realidad. En todo esto entran en juego los marcos interpretativos, herramientas con las que actores sociales o políticos encuadran una realidad de forma medida para destacar determinados aspectos de por encima de otros. El objetivo es imponer un marco propio distinto al que propone el oponente político. La pretensión final es establecer un relato público determinado que se asuma como cierto socialmente.
¿Quién puede activar marcos interpretativos con éxito? Según el modelo de activación en cascada, hay cuatro actores que siguen un orden equivalente a la capacidad que tienen de ofrecer frames que dominen la interpretación de distintas realidades: el Gobierno o la Administración pública, las elites políticas, los medios de comunicación y, por último, el público. A estos cuatro actores habría que incluir, en el último peldaño, las redes alternativas o redes sociales, que comienzan a erigirse en parte fundamental de los mecanismos de construcción de la realidad social y política. Es imprescindible que todos estos actores tengan muy presente la importancia y la responsabilidad que tienen a la hora de construir una narrativa sólida fundamentada en valores y en marcos interpretativos infranqueables para aquellos que intenten justificar la violencia ilegítima.
Para llevar a cabo esta labor, hay cuatro pilares sobre los que debería fundamentarse cualquier narrativa que aspire a ser un dique contra la radicalización: el testimonio vivo de víctimas del terrorismo, la figura real y cercana de miembros de las fuerzas de seguridad, el papel de entidades independientes capaces de generar relato a nivel local y, por último, el lenguaje cultural audiovisual.
Hoy el mundo del extremismo no busca promover impactos únicos en sus públicos, sino fidelizarlos y fomentar retroalimentación, para, más tarde, proponer una y otra vez marcos interpretativos en los que planteamientos fanáticos son plenamente válidos. En su estrategia de comunicación pública, uno de los objetivos es generar propaganda que destaque contradicciones en las políticas públicas de seguridad y defensa de los Gobiernos. Otra de las pretensiones es minar la credibilidad de agentes estatales, presentando la violencia legítima de las fuerzas de seguridad al mismo nivel que la ejercida por grupos terroristas.
En este punto, entidades locales que actúen sobre el terreno, como las ONGs o los colectivos de víctimas del terrorismo, deberían ser tenidas en cuenta como agentes capaces de generar un relato público blindado a los ataques de la propaganda radical. El testimonio vivo de las víctimas del terrorismo no solo es el espejo en el que el terrorismo no quiere mirarse. Además, es el sonido que aleja a las nuevas generaciones de la irrealidad de la propaganda terrorista y les devuelve a la realidad, a la responsabilidad. Pese a todo, hoy es dificilísimo encontrar en las redes sociales testimonios de familiares de víctimas del Daesh.
Organizaciones terroristas como ETA o Daesh buscan difuminar sus acciones violentas en un mar de violencias que coloca al terrorista al mismo nivel que a un policía. Que un terrorista de hoy siga siendo un terrorista mañana depende del lenguaje y de los marcos cognitivos. Esto es relevante porque si alguien que antepone un proyecto político o religioso al derecho a la vida acaba siendo percibido como un ciudadano comprometido, ¿qué dique moral impide a las nuevas generaciones seguir un mal ejemplo?
Aquí aparece la necesidad de generar asociaciones mentales que animen a nuestros públicos objetivos a identificarse con quienes nos protegen de la violencia. Solo poniendo rostro y nombre a quienes nos defienden lograremos generar, en primer lugar, empatía. Tras ello, es imprescindible fidelizar a nuestros públicos para transformar la seguridad y la defensa en un producto cultural imitable y popular.
Lo mencionado hasta ahora es importante. Pero jamás lograremos llegar a públicos potencialmente radicalizables si no condensamos planteamientos estratégicos en el lenguaje cultural audiovisual de las audiencias más jóvenes. El idioma ha dejado de ser el inglés, el alemán o el árabe. Hoy el lenguaje universal, el que consumen las nuevas generaciones, es el audiovisual.
Podríamos hablar de generar contenidos en los que afectados por la violencia fanática narren su calvario. También podríamos proponer que esos contenidos sean sensibles de ser difundidos por la prensa en virtud de la fuerza de esos testimonios y de una cuidada edición. No obstante, este tipo de iniciativas han quedado desfasadas con la llegada de grupos terroristas que utilizan de forma magistral la comunicación estratégica. Grupos que no solo son capaces de explotar al máximo el terrorismo mediatizado, sino que ya han conseguido generar una sólida retroalimentación con sus públicos, algo que convierte un atentado en una verdadera campaña de comunicación.
Las fuerzas de seguridad no pueden asumir funciones propias de expertos del marketing, de la publicidad o de la comunicación estratégica. Del mismo modo que los Gobiernos deberían delegar funciones de prevención y amplificar la labor de entidades que trabajan sobre el terreno, las Fuerzas de Seguridad deberían abrir sus puertas a profesionales de la comunicación pública y estratégica. La batalla contra la narrativa terrorista se libra en la opinión pública, y esa opinión pública se concentra en los smartphones de nuestros jóvenes.
Estamos a tiempo, pero debemos ponernos manos a la obra.