“En el País Vasco y en Navarra no existe una base moral compartida sobre la que construir Memoria”

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“Tenemos por delante un reto de hacer pedagogía en valores democráticos, que pasa por una profundización en el conocimiento de la Historia”

El principio moral del que parten todas las políticas de Memoria en Alemania es que Alemania es la única responsable del Holocausto, y ninguna fuerza política relevante lo cuestiona. No hay ningún intento dulcificador de la Historia”

Las víctimas del terrorismo deben jugar un papel central a la hora de diseñar las políticas de Memoria”

Jesús Casquete es Profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad del País Vasco, y fellow del Centro de Investigación sobre Antisemitismo en Berlín. Tras realizar estudios de postgrado en la New School for Social Research de Nueva York, ha sido investigador o profesor invitado en el Wissenschaftszentrum Berlin für Sozialforschung y en las universidades Humboldt de Berlín y Ludwig-Maximilian de Múnich, en todos los casos como becario de la Fundación Alexander von Humboldt, así como en el Instituto de Filosofía del CSIC. Sus trabajos se mueven entre la sociología, la historia, la ciencia política y la antropología; está especializado en el estudio de la acción colectiva, el nacionalismo vasco y el Nacionalsocialismo alemán. Es autor de Política, cultura y movimientos sociales (1998), El poder de la calle (2006), Berlin 1. Mai. Un ritual político en el nuevo milenio (2009), En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical (2009) y Nazis a pie de calle. Una historia de las SA en la República de Weimar (2017).

Casquete asegura que Alemania tiene unas políticas de memoria ejemplarizantes en lo que al relato del Holocausto se refiere, gracias a que se han destinado muchos recursos y esfuerzos para construir un suelo moral sólido sobre el que construir Memoria. En el País Vasco y en Navarra, sin embargo, asegura que todavía no existe una base moral compartida con lo que ha ocurrido respecto al terrorismo de ETA. Se trata, asegura, de una tarea pendiente de la sociedad.

En su capítulo del libro Pardines. Cuando ETA empezó a matar, cita al sociólogo alemán Peter Waldman: “Los terroristas no están preocupados por los efectos disruptivos de sus acciones. Estas son solo un medio, una especie de señal, para comunicar algo a un gran número de personas. El terrorismo es, sobre todo, una estrategia de comunicación”. ¿Cómo ha sido la estrategia de comunicación de ETA en los últimos años, desde que anunció el cese de la violencia en 2011 hasta su anuncio de disolución?

Esa cita de Waldmann apunta a grupos terroristas cuando matan, no cuando dejan de matar. La estrategia de comunicación en cada escenario es diferente. Los grupos terroristas, cuando matan, su estrategia consiste en diseminar el miedo a toda la sociedad para acogotarla, condicionarla y extorsionarla. Condicionan los comportamientos de la sociedad a través del miedo. Cuando dejan de matar, su estrategia de comunicación ya no está basada en generar miedo, sino en justificar haberlo hecho.

¿Ha conseguido ETA justificar su pasado criminal?

Cualquiera diría que está en ello y que centra sus esfuerzos en justificar su trayectoria y su pasado.

¿Qué papel ha jugado la izquierda abertzale en el establecimiento de la estrategia y en la comunicación de los principales mensajes?

El espectro nacionalista radical, tanto social como político, es un colaborador necesario de la estrategia de comunicación de ETA como grupo terrorista. ETA por sí misma no tiene unos altavoces lo suficientemente potentes como para hacer llegar su mensaje a la opinión pública. Y a partir del anuncio del cese de su actividad armada en octubre de 2011, su accesibilidad a los medios de comunicación fue menor porque su causa ya no tenía víctimas y, sin ellas, ya no era tan noticiables. Entonces, sin apoyo social ni político, sus mensajes no hubieran llegado a la sociedad. ETA y su entorno eran animales simbióticos: se necesitaban mutuamente. El colchón político y social que ha tenido ETA ha sido fundamental para sostenerla.

¿Han calado los mensajes de ETA y de su entorno desde el cese de la actividad armada?

Son mensajes para los convencidos. Quien no había sido persuadido antes de 2011, difícilmente va a serlo ahora. Pero estos mensajes sí refuerzan las creencias de los convencidos.

¿Qué se puede hacer para deslegitimar estos mensajes, para desmontar las mentiras?

La estrategia de la propaganda de ETA consiste en apelar a las emociones de los individuos, y no necesariamente con la verdad histórica por delante. Al contrario: la propaganda no es para convencer a todo el mundo, es para reforzar su verdad entre su público. Para los propagandistas, su verdad es La Verdad. No entran en discusión ni en debate con nadie, no están en ese plano. No les interesa el uso público de la razón. No buscan confrontar argumentos, sino imponer el suyo exclusivamente.

"El objetivo es que las nuevas generaciones sean conscientes de que justificando el uso de la violencia para la obtención de un fin político se dinamita la convivencia y la democracia"

Para combatir la propaganda, que apela a las emociones, con la verdad, que apela a la razón, hay que diseñar una estrategia que pivote sobre el conocimiento riguroso de la Historia. Se debe hacer una pedagogía en valores democráticos, que pasa por una pedagogía del conocimiento de la Historia. En Alemania, por ejemplo, a partir de cierta edad del ciclo formativo, se incluye en los programas educativos la visita a campos de concentración, a centros de detención, incluso a campos de exterminio, con el fin de prevenir cualquier intento de glorificar el pasado nazi. El objetivo es que las nuevas generaciones sean conscientes de que justificando el uso de la violencia para la obtención de un fin político se dinamita la convivencia y la democracia.

La glorificación de los mártires o gudaris de ETA ha sido uno de los pilares del trabajo comunicativo de la banda terrorista. ¿Cómo se desmontan los mitos de los “héroes” y “mártires” por la patria?

Pongamos como ejemplo el mito del terrorista de ETA Txabi Etxebarrieta, que asesinó al guardia civil José Antonio Pardines Arcay, la primera víctima de la banda terrorista, el 7 de junio de 1968. Hay una mitología en torno a Etxebarrieta que dice que fue asesinado por la Guardia Civil a sangre fría, pero ahora sabemos que los hechos fueron muy distintos, que lo sucedido fue lo inverso: que fueron Etxebarrieta y su compañero Sarasketa los que asesinaron a un guardia civil a sangre fría, y que después Etxebarrieta tuvo un enfrentamiento con la Guardia Civil, y que la Guardia Civil lo abatió. El conocimiento histórico de la verdad fáctica es el primer ingrediente para combatir la propaganda. Los historiadores juegan un papel primordial en este sentido. Desde la mentira se pueden construir mitos. Desde la verdad, no.

La izquierda abertzale ha iniciado una campaña de homenajes públicos a Txabi Etxebarrieta por el aniversario de su muerte. ¿Qué se puede hacer ante esto?

Es un tema complicado de abordar porque, en cierto modo, camuflan esos homenajes: hemos visto unas camisetas con gafas. No aparece la figura del terrorista ni se hace mención a ETA. Homenajean a Etxebarrieta, pero se mueven en la ambigüedad. Se amparan en la libertad de expresión y de pensamiento de un Estado de derecho para homenajear a los terroristas sin que se les pueda acusar de ningún delito. En tanto no haya declaraciones abiertamente apologéticas de la violencia, entiendo que resulta impracticable e inoportuna su prohibición, medida que en sí misma prejuzga unas intenciones.

¿Hechos como estos suceden en otros países europeos que han padecido el terrorismo?

En Alemania ocurre algo parecido: conmemorar el cumpleaños de Hitler, el 20 de abril, es un delito tipificado en el código penal. Pero no es delito convocar una concentración el 20 de abril para recordar a los muertos en la II Guerra Mundial, o con cualquier otra coartada. Aunque el sentido real de la convocatoria sea la conmemoración de Hitler, al no hacerlo de manera explícita, no es constitutiva de delito.

Otro ejemplo sería lo que ocurre cada 8 de mayo, coincidiendo con el aniversario del Fin de la II Guerra Mundial en Europa, en un pueblo de Alemania del Este, Demmin, donde se suicidaron cientos de personas ante el avance del Ejército Rojo. Los neonazis se manifiestan ese día recordando a esos muertos. Para ellos, el 8 de mayo no es el aniversario de la liberación, sino una fecha de “duelo”. Ellos hacen otra lectura de esa fecha. Sin embargo, entiendo que no se les puede prohibir que se manifiesten ese día por un “duelo” por las personas que se suicidaron el 8 de mayo de 1945. Y de hecho no se les prohíbe.

En el País Vasco y en Navarra sí ha habido homenajes explícitos a terroristas en los que se ha enaltecido su trayectoria criminal, y no se han condenado.

Tenemos un reto de afinar penalmente estos comportamientos y que se les apliquen las consecuencias que el derecho contemple.

¿Qué podemos aprender de cómo se ha contado el Holocausto en este sentido? ¿Qué ocurriría en Alemania si se glorificase a Hitler o a los nazis?

En Alemania glorificar a los nazis o negar el Holocausto es un delito contemplado en el Código Penal; también lo es celebrar el cumpleaños de Hitler o exhibir símbolos nazis. En España, la legislación es más laxa en ese sentido; por ejemplo, la negación del Holocausto no es constitutiva de delito.

¿Hemos normalizado en exceso ciertos comportamientos y mensajes antidemocráticos de los herederos políticos de ETA que están ahora en las instituciones, como la reivindicación de los terroristas muertos o los homenajes a los presos cuando salen de prisión?

Estamos en un proceso de que se aborde un frente que hasta hace relativamente pocos años se ha descuidado en la lucha antiterrorista: el cultural. Este frente atiende a los mecanismos de reproducción emocional de la subcomunidad nacionalista radical. En el caso del terrorismo de ETA juega un papel muy importante la glorificación de los muertos y de los presos. Pero los homenajes de los presos también se pueden camuflar. Si no hay declaraciones explícitas de apoyo a la violencia y a la trayectoria criminal de una persona que ha salido de la cárcel, el Estado de derecho no cuenta con los mecanismos legales necesarios para prohibir un acto de homenaje, aunque sea a un terrorista.

El terrorismo atenta contra la democracia, pero se sirve de sus instrumentos para su estrategia de comunicación. ¿Se puede, desde la democracia, evitar esto? ¿Debe la democracia poner límites que garanticen la libertad al tiempo que se protege de quienes la atacan? ¿Dónde están o cuáles son esos límites?

En una democracia siempre existirá la forma de sortear las actuaciones que puedan estar castigadas penalmente, con alguna perífrasis. Coartar los límites de expresión de un Estado y una sociedad liberal con pluralidad de opiniones y expresiones en este plano es muy complicado. Una forma de jugar con esta ambigüedad son los movimientos simbólicos: decir algo que sea claro para la comunidad que dispone de los códigos interpretativos de un símbolo, pero que no sea igual de claro para todo el mundo. Al no expresar algo de forma abierta y explícita, no es castigable, porque se estarían juzgando intenciones. El “ninguna libertad para los enemigos de la libertad” de Saint-Just nos lleva de la mano al autoritarismo, porque en una democracia que respeta la libertad de expresión los enemigos de la libertad también tienen derechos, siempre y cuando sus opiniones no atenten contra el orden básico de convivencia y contra los derechos humanos.

¿Le costó a la sociedad alemana posterior a 1945 romper la resistencia a reflexionar sobre lo que les había sucedido cuando el nazismo? ¿Cómo lo lograron? ¿Es la resistencia de la sociedad vasca y navarra a reflexionar sobre el terrorismo de ETA mayor que la de la alemana con el nazismo?

Alemania tiene unas políticas de memoria ejemplarizantes. Es un país que ha hecho un trabajo impresionante para poner todos los medios a su alcance para que no se vuelva a repetir lo que sucedió durante la II Guerra Mundial y el III Reich. Pero esto no siempre ha sido así, ha sido fruto de un proceso largo.

Después de la II Guerra Mundial había un porcentaje muy alto de la población alemana que había colaborado con los nazis. Todas las familias tenían un pasado relacionado con el régimen totalitario; inmediatamente después del fin de la guerra, se impuso el silencio. Tuvieron que transcurrir varias décadas hasta que llegaron unas nuevas generaciones que empezaron a preguntar a sus padres qué había ocurrido en la II Guerra Mundial, lo cual sucedió a finales de los años 60. Así se consiguieron redirigir las políticas de la memoria, lentamente, hasta llegar hasta el punto en el que nos encontramos hoy: el sector de la población que pone en duda el Holocausto es muy pequeño, quienes niegan que en Alemania se cometiesen esas atrocidades viven en los márgenes del sistema. Eso ha sido un proyecto pedagógico de muy largo recorrido en el que han estado involucrados muchos historiadores.

¿Puede darse este proceso en el caso del terrorismo de ETA?

Son fenómenos distintos. En el caso de Alemania se trató de un régimen que cometió las atrocidades en el nombre del pueblo, no de un grupo terrorista. Los nazis dejaron un registro de todo lo que hicieron, lo cual facilita la investigación y la divulgación del conocimiento histórico. En el caso de lo ocurrido en el País Vasco con el terrorismo de ETA no hay registros de las atrocidades que cometieron, porque una organización terrorista procura dejar el menor rastro posible de sus actividades criminales. Es, por tanto, mucho más difícil encontrar documentación para plasmar la verdad histórica, lo cual no quiere decir que no haya camino por recorrer ni investigación por realizar.

"El conocimiento histórico de la verdad fáctica es el primer ingrediente para combatir la propaganda. Los historiadores juegan un papel primordial en este sentido. Desde la mentira se pueden construir mitos. Desde la verdad, no"

Pero, independientemente de la dificultad que esto conlleve, hay cuestiones que se pueden y se deben abordar: las mentiras que subyacen a los mitos que movilizan y agitan las emociones de los seguidores o los potenciales seguidores de ETA. Esos mitos se han construido con mentiras. Volviendo al caso de Txabi Etxebarrieta, hoy sabemos que la forma en que consiguió su pistola, que sirvió como entramado para construir un mito de símbolo de libertad, no es la que el nacionalismo radical cree. Sabemos que fue una pistola encargada por el ejército nazi. Esta verdad fáctica desmonta un mito.

¿Cree que la verdad histórica terminará pesando más que los mitos?

Ojalá sea así, pero se trata de una cuestión abierta: los creyentes acostumbran a ser refractarios a los argumentos racionales. Hablamos de fe, no de razón. Pero, aun así, hay un amplio sector de la sociedad al que, en el momento formativo de su ideología, de sus valores y de su sustrato moral, el conocimiento de la verdad fáctica puede que le marque una diferencia. Saber que un “héroe” que ETA ha expuesto como modelo, como referente, ha cometido acciones criminales y ha asesinado a una persona a sangre fría puede socavar su mito. Es fundamental desmontar la épica de las acciones que han servido para aupar a los terroristas a la condición de héroes o de gudaris. Descubrir que esa épica está podrida puede hacer mucho daño a los mitos. Hay que arañar en los mitos para poner al descubierto su grado de ajuste con la verdad fáctica.

La disolución de ETA ha reavivado algunas peticiones de la izquierda abertzale, y de una parte de la sociedad, que pide a las víctimas “generosidad”. ¿Qué opinión le merece?

Es común en los procesos de salida de situaciones traumáticas que la memoria cohabite con el olvido. En Alemania, en los juicios de Nuremberg, hubo condenados a muerte, pero muchas de las personas que estuvieron comprometidas con el funcionamiento del régimen de los nazis recibieron penas leves. Esa cohabitación con el olvido tiene que tener unos filtros morales. La sociedad puede estar dispuesta a olvidar ciertas cosas, pero ¿bajo qué condiciones? Un olvido completo y sin contraprestaciones sería una abdicación de un Estado liberal, porque sería una injusticia, en primera instancia para con las personas que han sido víctimas del terrorismo, y en última para toda la sociedad que renuncia a un proceso colectivo de aprendizaje para no volver a cometer los mismos errores.

La Historia siempre es aleccionadora. Es necesario refrescar lo que ha ocurrido y por qué ha ocurrido a través de mecanismos de socialización, pedagógicos… Como sociedad tenemos que converger en una norma básica de convivencia: que no tiene cabida el uso de la violencia para conseguir fines políticos.

¿Qué papel deben jugar las víctimas en la construcción del relato? ¿Cree usted que los testimonios de las víctimas del terrorismo pueden ser una herramienta eficaz para que las nuevas generaciones sean conscientes del daño causado por el terrorismo de ETA?

Las víctimas del terrorismo tienen que jugar un papel central a la hora de diseñar las políticas de memoria. Su testimonio es fundamental para transmitir valores de convivencia y tolerancia. Pueden hacer mucha pedagogía, pero más moral que ideológica.

¿Cómo valora las políticas de Memoria del Gobierno vasco?

Abordan víctimas de diferentes naturalezas en el mismo plano: víctimas del terrorismo, víctimas de la Guerra Civil, víctimas republicanas del Franquismo, torturas bajo el Franquismo… Todas son víctimas, pero la causalidad es muy diferente, y al mezclarlas se difuminan los contornos analíticos, históricos y conceptuales. Cada víctima tiene una entidad propia, no conviene mezclarlas.

En un momento en el que se dice que hay que escribir la historia y revisar el pasado, ¿cree que las instituciones deben hacer autocrítica?

Hay varios sectores sociales y políticos que consideran insuficiente la autocrítica institucional que se ha hecho del terrorismo de ETA. Pero las instituciones son un reflejo del pluralismo de la sociedad. La condena del terrorismo y la revisión crítica del pasado podría impulsarse más desde las instituciones si hubiera una base de la que partir. Ahí está el problema: no hay un principio moral y no hay una lectura coincidente del pasado, cosa que en Alemania sí hay. El principio moral del que parten todas las políticas de Memoria en Alemania es que Alemania es la única responsable de lo que allí ocurrió, y ninguna fuerza política relevante lo cuestiona. A partir de ahí hay un suelo moral muy fuerte sobre el que construir Memoria y avanzar. Pero en el País Vasco y en Navarra no existe una base moral compartida con lo que ha ocurrido respecto al terrorismo de ETA. Un horizonte normativo que nuestra sociedad tiene ante sí es fijar esa base: que haya unos puntos compartidos básicos, que matar en nombre de una idea o una abstracción como la patria es inasumible y condenable desde todo punto de vista.

¿Cree que la forma en que se ha contado la historia del Holocausto en Alemania es ejemplar para otorgar Justicia y Memoria a las víctimas? ¿Qué podemos aprender de ello y aplicar en el relato del terrorismo de ETA?

En su conjunto sí lo es. No hay ningún intento dulcificador de la Historia del Holocausto en Alemania. Se parte del conocimiento y de los documentos históricos y de un cuerpo de conocimiento para el que se ha destinado una cantidad ingente de recursos. A grandes rasgos, lo que el Nacionalsocialismo hizo en el Holocausto está bien estudiado y prácticamente no se pone en duda. Sin embargo, nunca se alcanza un conocimiento del todo completo de lo que sucedió, siempre quedan aspectos que estudiar, resquicios en los que profundizar. En el caso del Holocausto, todavía hay huecos: el de los gitanos no está igual de bien estudiado que el de los judíos, por ejemplo. Por tanto, no hay un conocimiento completo de todo el Holocausto, pero el proyecto genocida y liberticida que latía detrás sí está bastante esclarecido.

¿Habría peligro en Alemania de reincidir en el Nazismo o en políticas fascistas?

Intuyo que Alemania sería el último país en el que el fascismo conseguiría algún nivel de verosimilitud política. Los diques morales para que esto no ocurra son muy fuertes, con una sociedad en alerta constante para no repetir las atrocidades del pasado, desde partidos a sindicatos, pasando por iglesias y organizaciones de la sociedad civil.

¿En el País Vasco y en Navarra podemos cometer los mismos errores del pasado? ¿Está la sociedad tentada a “pasar página” del terrorismo de ETA demasiado rápido?

En términos de violencia y de resurgimiento de una organización terrorista, todo apunta a que no. Pero ningún historiador es profeta… Lo que ocurra de aquí a dentro de diez años nadie lo puede saber a ciencia cierta. Tanto en el caso de Alemania con el Holocausto, como en el caso del País Vasco con el terrorismo de ETA, se aprecia una cierta inercia al olvido inmediatamente después de ocurrir los hechos. Alemania pasó una fase de olvido y de silenciamiento inmediatamente después del Holocausto. Pero la situación del País Vasco es muy distinta: las víctimas ahora quieren hablar, sentirse escuchadas, porque durante muchos años no han podido hacerlo.

En las últimas semanas el debate en torno al final de ETA ha tenido dos corrientes diferenciadas: una de ellas hace hincapié en la derrota de ETA por parte del Estado de Derecho y afirma que la banda terrorista no ha alcanzado sus objetivos políticos, resumiendo todo en la frase “ETA no ha conseguido nada matando y no conseguirá nada por dejar de matar”; otra corriente más crítica afirma que ETA ha sido derrotada policialmente, pero no políticamente, que los pasos dados en los últimos años beben de la negociación de Zapatero asumida por Rajoy y que el hecho de que no haya logrado sus máximos no significa que no haya conseguido nada. ¿Cuál es su lectura?

Es muy difícil, desde el estudio de los efectos de los movimientos sociales, saber cuándo un grupo o un movimiento social ha tenido éxito. Es un aspecto muy difícil de trazar. El nacionalismo vasco radical, del que ETA es su expresión vanguardista, ¿ha conseguido los fines que se han propuesto? La independencia y el socialismo del País Vasco, no. Pero este sería un punto de vista del éxito muy estricto. ETA ha conseguido muchos efectos: ha condicionado la vida política, social y cultural de España, especialmente del País Vasco y de Navarra, durante décadas. Pero los efectos no son necesariamente éxitos. Ateniéndome a una noción estricta de éxito cuando se analizan movimientos sociales, diría que ETA no ha tenido éxito porque no ha conseguido su objetivo principal. Pero sus acciones terroristas sí han tenido muchos efectos en la sociedad de este país, a todos los niveles.