Pero, independientemente de la dificultad que esto conlleve, hay cuestiones que se pueden y se deben abordar: las mentiras que subyacen a los mitos que movilizan y agitan las emociones de los seguidores o los potenciales seguidores de ETA. Esos mitos se han construido con mentiras. Volviendo al caso de Txabi Etxebarrieta, hoy sabemos que la forma en que consiguió su pistola, que sirvió como entramado para construir un mito de símbolo de libertad, no es la que el nacionalismo radical cree. Sabemos que fue una pistola encargada por el ejército nazi. Esta verdad fáctica desmonta un mito.
¿Cree que la verdad histórica terminará pesando más que los mitos?
Ojalá sea así, pero se trata de una cuestión abierta: los creyentes acostumbran a ser refractarios a los argumentos racionales. Hablamos de fe, no de razón. Pero, aun así, hay un amplio sector de la sociedad al que, en el momento formativo de su ideología, de sus valores y de su sustrato moral, el conocimiento de la verdad fáctica puede que le marque una diferencia. Saber que un “héroe” que ETA ha expuesto como modelo, como referente, ha cometido acciones criminales y ha asesinado a una persona a sangre fría puede socavar su mito. Es fundamental desmontar la épica de las acciones que han servido para aupar a los terroristas a la condición de héroes o de gudaris. Descubrir que esa épica está podrida puede hacer mucho daño a los mitos. Hay que arañar en los mitos para poner al descubierto su grado de ajuste con la verdad fáctica.
La disolución de ETA ha reavivado algunas peticiones de la izquierda abertzale, y de una parte de la sociedad, que pide a las víctimas “generosidad”. ¿Qué opinión le merece?
Es común en los procesos de salida de situaciones traumáticas que la memoria cohabite con el olvido. En Alemania, en los juicios de Nuremberg, hubo condenados a muerte, pero muchas de las personas que estuvieron comprometidas con el funcionamiento del régimen de los nazis recibieron penas leves. Esa cohabitación con el olvido tiene que tener unos filtros morales. La sociedad puede estar dispuesta a olvidar ciertas cosas, pero ¿bajo qué condiciones? Un olvido completo y sin contraprestaciones sería una abdicación de un Estado liberal, porque sería una injusticia, en primera instancia para con las personas que han sido víctimas del terrorismo, y en última para toda la sociedad que renuncia a un proceso colectivo de aprendizaje para no volver a cometer los mismos errores.
La Historia siempre es aleccionadora. Es necesario refrescar lo que ha ocurrido y por qué ha ocurrido a través de mecanismos de socialización, pedagógicos… Como sociedad tenemos que converger en una norma básica de convivencia: que no tiene cabida el uso de la violencia para conseguir fines políticos.
¿Qué papel deben jugar las víctimas en la construcción del relato? ¿Cree usted que los testimonios de las víctimas del terrorismo pueden ser una herramienta eficaz para que las nuevas generaciones sean conscientes del daño causado por el terrorismo de ETA?
Las víctimas del terrorismo tienen que jugar un papel central a la hora de diseñar las políticas de memoria. Su testimonio es fundamental para transmitir valores de convivencia y tolerancia. Pueden hacer mucha pedagogía, pero más moral que ideológica.
¿Cómo valora las políticas de Memoria del Gobierno vasco?
Abordan víctimas de diferentes naturalezas en el mismo plano: víctimas del terrorismo, víctimas de la Guerra Civil, víctimas republicanas del Franquismo, torturas bajo el Franquismo… Todas son víctimas, pero la causalidad es muy diferente, y al mezclarlas se difuminan los contornos analíticos, históricos y conceptuales. Cada víctima tiene una entidad propia, no conviene mezclarlas.
En un momento en el que se dice que hay que escribir la historia y revisar el pasado, ¿cree que las instituciones deben hacer autocrítica?
Hay varios sectores sociales y políticos que consideran insuficiente la autocrítica institucional que se ha hecho del terrorismo de ETA. Pero las instituciones son un reflejo del pluralismo de la sociedad. La condena del terrorismo y la revisión crítica del pasado podría impulsarse más desde las instituciones si hubiera una base de la que partir. Ahí está el problema: no hay un principio moral y no hay una lectura coincidente del pasado, cosa que en Alemania sí hay. El principio moral del que parten todas las políticas de Memoria en Alemania es que Alemania es la única responsable de lo que allí ocurrió, y ninguna fuerza política relevante lo cuestiona. A partir de ahí hay un suelo moral muy fuerte sobre el que construir Memoria y avanzar. Pero en el País Vasco y en Navarra no existe una base moral compartida con lo que ha ocurrido respecto al terrorismo de ETA. Un horizonte normativo que nuestra sociedad tiene ante sí es fijar esa base: que haya unos puntos compartidos básicos, que matar en nombre de una idea o una abstracción como la patria es inasumible y condenable desde todo punto de vista.
¿Cree que la forma en que se ha contado la historia del Holocausto en Alemania es ejemplar para otorgar Justicia y Memoria a las víctimas? ¿Qué podemos aprender de ello y aplicar en el relato del terrorismo de ETA?
En su conjunto sí lo es. No hay ningún intento dulcificador de la Historia del Holocausto en Alemania. Se parte del conocimiento y de los documentos históricos y de un cuerpo de conocimiento para el que se ha destinado una cantidad ingente de recursos. A grandes rasgos, lo que el Nacionalsocialismo hizo en el Holocausto está bien estudiado y prácticamente no se pone en duda. Sin embargo, nunca se alcanza un conocimiento del todo completo de lo que sucedió, siempre quedan aspectos que estudiar, resquicios en los que profundizar. En el caso del Holocausto, todavía hay huecos: el de los gitanos no está igual de bien estudiado que el de los judíos, por ejemplo. Por tanto, no hay un conocimiento completo de todo el Holocausto, pero el proyecto genocida y liberticida que latía detrás sí está bastante esclarecido.
¿Habría peligro en Alemania de reincidir en el Nazismo o en políticas fascistas?
Intuyo que Alemania sería el último país en el que el fascismo conseguiría algún nivel de verosimilitud política. Los diques morales para que esto no ocurra son muy fuertes, con una sociedad en alerta constante para no repetir las atrocidades del pasado, desde partidos a sindicatos, pasando por iglesias y organizaciones de la sociedad civil.
¿En el País Vasco y en Navarra podemos cometer los mismos errores del pasado? ¿Está la sociedad tentada a “pasar página” del terrorismo de ETA demasiado rápido?
En términos de violencia y de resurgimiento de una organización terrorista, todo apunta a que no. Pero ningún historiador es profeta… Lo que ocurra de aquí a dentro de diez años nadie lo puede saber a ciencia cierta. Tanto en el caso de Alemania con el Holocausto, como en el caso del País Vasco con el terrorismo de ETA, se aprecia una cierta inercia al olvido inmediatamente después de ocurrir los hechos. Alemania pasó una fase de olvido y de silenciamiento inmediatamente después del Holocausto. Pero la situación del País Vasco es muy distinta: las víctimas ahora quieren hablar, sentirse escuchadas, porque durante muchos años no han podido hacerlo.
En las últimas semanas el debate en torno al final de ETA ha tenido dos corrientes diferenciadas: una de ellas hace hincapié en la derrota de ETA por parte del Estado de Derecho y afirma que la banda terrorista no ha alcanzado sus objetivos políticos, resumiendo todo en la frase “ETA no ha conseguido nada matando y no conseguirá nada por dejar de matar”; otra corriente más crítica afirma que ETA ha sido derrotada policialmente, pero no políticamente, que los pasos dados en los últimos años beben de la negociación de Zapatero asumida por Rajoy y que el hecho de que no haya logrado sus máximos no significa que no haya conseguido nada. ¿Cuál es su lectura?
Es muy difícil, desde el estudio de los efectos de los movimientos sociales, saber cuándo un grupo o un movimiento social ha tenido éxito. Es un aspecto muy difícil de trazar. El nacionalismo vasco radical, del que ETA es su expresión vanguardista, ¿ha conseguido los fines que se han propuesto? La independencia y el socialismo del País Vasco, no. Pero este sería un punto de vista del éxito muy estricto. ETA ha conseguido muchos efectos: ha condicionado la vida política, social y cultural de España, especialmente del País Vasco y de Navarra, durante décadas. Pero los efectos no son necesariamente éxitos. Ateniéndome a una noción estricta de éxito cuando se analizan movimientos sociales, diría que ETA no ha tenido éxito porque no ha conseguido su objetivo principal. Pero sus acciones terroristas sí han tenido muchos efectos en la sociedad de este país, a todos los niveles.