Los autores de la oleada de atentados terroristas que ha sufrido Francia en 2015 se han abrazado a la ideología yihadista en suelo europeo.
Sin duda, 2015 será recordado como el año en que los europeos, más aún los franceses, volvieron a tomar conciencia de su vulnerabilidad ante el terrorismo yihadista.
Nada más estrenar calendario, el 7 de enero, dos hombres enmascarados y armados con rifles de asalto irrumpieron en la oficina del semanario satírico Charlie Hebdo en París e iniciaron un tiroteo que acabó con la vida de once personas e hirió a otras once. En la inmediata fuga uno de los asaltantes asesinó a sangre fría a un oficial de la Policía Nacional de Francia, mientras éste se hallaba tendido en el suelo a consecuencia del primer tiro recibido en la pierna. Después de varios días de persecución y huida que mantuvieron a todo el país en vilo hasta el 9 de enero, ese día, tras intercambiar algunos disparos con otros policías y verse cercados en la comuna Dammartin-en-Goële, los autores del ataque en París, Chérif y Said Kouachi, se refugiaron en las instalaciones de una empresa donde terminaron siendo abatidos por las fuerzas de seguridad. Un día antes, el 8 de enero un tercer individuo, Amedy Coulibaly, había asesinado a tiros a una policía municipal y herido gravemente a otra persona en Montrouge, otra comuna localizada al sur de la capital francesa. A continuación, el 9 de enero Coulibaly asaltó un supermercado judío en la capital francesa donde tomó rehenes, mató a cuatro de ellos e hirió a varios más antes de que la policía lograra abatirlo. En una llamada realizada a un medio de comunicación Coulibaly advirtió que su acción había sido sincronizada con la de los hermanos Kouachi y que “obedecía” a Abu Bakr al Bagdadi, líder del Daesh o Estado Islámico. Por su parte, los hermanos Kouachi habían declarado actuar en nombre de la rama de Al Qaida ubicada en Yemen. De ellos también se pudo averiguar luego que la relación con tal grupo se había concretado en el paso por un campo de entrenamiento para terroristas situado en el mismo país del Golfo Pérsico.
Aproximadamente un mes después de haberse producido los ataques de París, el 14 de febrero, un sujeto interrumpió un homenaje a la revista Charly Ebdo que se estaba celebrando en un centro cultural de Copenhague y abrió fuego contra los asistentes asesinando a una persona e hiriendo a tres agentes de policía. Horas más tarde, la misma persona inició otro tiroteo cerca de una sinagoga de Krystalgade matando a un guardia de seguridad e hiriendo e dos policías. El incidente terminó con otro intercambio de disparos y la muerte de quien luego sería identificado como Omar Abdel Hamid El-Hussein, un joven danés de origen árabe. Horas antes de perpetrar su primer atentado Hussein había colgado un vídeo y proclamas yihadistas en su cuenta de Facebook a favor del Daesh.
A mitad de año, el 26 de junio, el trabajador de una empresa gasística decapitó a una persona, cuya cabeza apareció cubierta de inscripciones en árabe y colgada de una verja, e hirió a varias tras hacer estallar varias bombonas en sus instalaciones próximas a Lyon. Este ataque tuvo lugar el mismo día en que se produjeron otros dos atentados de mayor consideración en un hotel de Túnez (37 muertos) y una mezquita de Kuwait (25 muertos), ambos reivindicados por el Daesh, sólo cuatro días después de que sus portavoces instaran a realizar ataques durante el mes de ayuno del Ramadán. Dos meses después, el 21 de agosto de 2015, dos pasajeros de un tren que viajaba de Ámsterdam a París evitaron una masacre al reducir a un joven marroquí cuando éste se disponía a iniciar un tiroteo en el interior de uno de los vagones.
Y ya acercándonos al final del año, el 13 de noviembre un equipo de atacantes suicidas llevó a cabo una sofisticada cadena de atentados en las calles de París que acabó con la vida de 137 personas e hirió a más de 400, en el mayor plan terrorista consumado en Europa desde el 11 de marzo de 2004. También esta acción fue reivindicada por el Daesh.
Conforme a una tendencia de la que han participado la mayoría de los yihadistas que han intentado atentar en Europa en años recientes o que han partido de allí para combatir en zonas de conflicto, los autores de la anterior oleada de atentados sufridos en Francia este año adquirieron su orientación extremista y se adhirieron a la ideología yihadista en territorio europeo. Es decir, esas personas se radicalizaron en nuestro continente. Pero ¿cómo? y ¿por qué? Estos interrogantes que las opiniones públicas occidentales vuelven a plantear con cada nueva noticia sobre actores yihadistas europeos y norteamericanos ha inspirado un gran número de investigaciones y análisis, hasta el punto de que en los últimos años el centro de gravedad en los estudios académicos sobre terrorismo yihadista se ha desplazado esencialmente desde otros aspectos antes considerados prioritarios hacia las temáticas de la “radicalización” y la “contra-radicalización”. Pero, ¿hasta dónde ha dado de sí toda esa investigación? Y ¿cuánto ha aportado a la comprensión del fenómeno yihadista?
Aunque de forma meramente introductoria, las siguientes líneas están destinadas a tratar estas cuestiones.
A qué llamamos radicalización
El interés reciente suscitado por los fenómenos de radicalización yihadista se explica por dos razones principales. La primera radica en el giro preventivo impuesto en las políticas antiterroristas europeas, a partir de las cuales la anticipación del terrorismo deja de entenderse como la mera aplicación de medidas de protección y pasa a priorizar la acción preventiva frente a la expansión de las ideas y actitudes extremistas que subyacen al terrorismo y otras formas de violencia vinculadas al yihadismo (Consejo de la UE, 2005a; 2005b). Esta nueva orientación es congruente con el esos estudios como la porci tanto la mayorrrorista o de radiaclizaciacotacitemos el sentidocambio de enfoque sobrevenido en el ámbito de los estudios dedicados a desentrañar la psicología de individuos y grupos extremistas. Así, la propia literatura científica sugiere la gestación de un amplio consenso en torno al supuesto de que las inclinaciones que promueven el activismo político o religioso violento pueden tener menos que ver con rasgos estables y motivaciones innatas y bastante más con creencias y motivaciones adquiridas y de la adhesión a una u otra ideología extremista que propugne la violencia (Horgan y Taylor, 2006; De la Corte, 2006, 2009; Kruglanski, 2013). Bajo tal premisa, “radicalización” es el término elegido para designar el proceso de cambio a través del cual puede avanzarse desde posiciones políticas y/o religiosas moderadas hacia otras radicales o extremas. Puesto que no todos los radicalismos ideológicos son necesariamente virulentos algunos autores prefieren emplear la expresión “radicalización violenta” para referirse con mayor precisión a aquellos procesos que, como en los casos que ahora nos ocupan, conlleven la adopción de juicios o intenciones favorables al uso de la fuerza.
Aunque la radicalización violenta puede involucrar a individuos, grupos o colectivos humanos más amplios (McCauley y Moskalenko, 2008), la generalidad de los estudios sobre dicha temática se han elaborado a nivel individual, el mismo al que se refieren los comentarios que siguen.
Algunas ideas claras sobre la radicalización yihadista y sus causas
1.Las explicaciones en clave sociopolítica son relevantes pero insuficientes
Existen distintas formas en que estructuras, coyunturas y eventos sociopolíticos pueden contribuir a la radicalización yihadista. El enfoque más reiterado ve en las expresiones violentas del extremismo islamista sunní el síntoma de alguna clase de disfunciones, conflictos o agravios sociales. Al confrontar a los futuros sujetos radicalizados con situaciones, vivencias o sucesos indeseables e indignantes (frustrantes, humillantes, crueles, etc.), esas disfunciones, conflictos o agravios pueden crear afinidades con los argumentos y relatos maniqueos y agresivos del salafismo yihadista. La lista de factores causales propuestos a este nivel incluye el padecimiento de regímenes políticos represivos y corruptos, la pobreza, divisiones y tensiones sectarias, conflictos armados, condiciones de desigualdad y discriminación generalizada padecidas por los miembros de las diásporas musulmanas establecidas en países no musulmanes, etc. A estos factores cabría añadir algunos sucesos puntuales que puedan interpretarse como insulto a la comunidad islámica: inicio de una guerra entre países occidentales e islámicos, represión de partidos o asociaciones islamistas, prohibición del velo, publicación de opiniones y obras críticas con el islam, etc. (Taylor & Quayle, 1994; Nesser, 2005; Jordán, 2009). Finalmente, dos acontecimientos que han incrementado de forma espectacular el número de individuos ganados para el yihadismo en los últimos años han sido las dinámicas de protesta surgidas a finales de 2010 en algunos países del mundo árabe, especialmente en aquellos donde las revueltas han desembocado en una fuerte represión o en guerras internas, y la eclosión de la organización terrorista DAESH o Estado Islámico de Irak y Levante en junio del pasado 2014.
Con todo, las explicaciones de la radicalización que sólo atienden a causas sociopolíticas presentan una limitación esencial (De la Corte, 2006; De la Corte y otros 2007). La religión que los yihadistas afirman representar y defender aglutina más de mil trescientos millones de fieles repartidos por todo el mundo, la mayoría de los cuales no respaldan ninguna versión beligerante del islam. De hecho, la mayor parte de las víctimas de la violencia yihadista siguen las enseñanzas del profeta Mahoma. Considerando los profundos problemas políticos, económicos y sociales que aquejan a la mayoría de los países islámicos, las difíciles condiciones en las que viven ciertos sectores de sus diásporas repartidas por todo el planeta y la insistencia con que la propaganda yihadista señala y denuncia esas tres circunstancias, cabría preguntarse por qué la radicalización violenta no constituye de hecho una tendencia mucho más extendida en el mundo musulmán.
2. No existe un único perfil que predisponga a la radicalización yihadista
Si bien el número de mujeres adheridas al yihadismo ha ido aumentando, la generalidad de los militantes yihadistas son hombres. Rara vez se radicalizan después de los 35 o 40 años, aunque existen variaciones considerables por debajo de ese límite. En países occidentales son mayoría los que se radicalizan por encima de los 25 años habiendo nacido y crecido en esos mismos países, aún contando con ascendencia originaria del mundo islámico. Sin embargo, otros yihadistas radicalizados en Europa han sido conversos o inmigrantes de primera generación (Reinares y García Calvo, 2013). Se han encontrado más casos de individuos cuya radicalización partió de una instrucción religiosa escasa, incluyendo un cierto número de personas que hasta iniciar su transformación solían infringir los preceptos y costumbres islámicas. Empero, tampoco han faltado ejemplos de personas que ya eran profundamente religiosas antes de adquirir una orientación hacia el extremismo violento, aunque prácticamente ninguno recibió un adoctrinamiento temprano de corte extremista (Sageman, 2004; 2010). En cuanto a su nivel educativo y socioeconómico y estatus ocupacional comprende casos de formación universitaria de posgrado hasta otros de estudios mínimos, desde situaciones de escasez a posiciones de clase media, desde ausencia de trabajo alguno hasta empleos estables y bien remunerados. Y aunque la soltería haya sido más frecuente un número no despreciable de los individuos se han radicalizado después de contraer matrimonio y adquirir descendencia. Una cierta proporción de yihadistas llegaron a esa condición previo paso por el mundo de la delincuencia (Ranstorp, 2010), mientras que algunos crecieron en familias desestructuradas o han padecido algún tipo de trastorno mental, si bien ninguna de esas dos condiciones han sido frecuentes. En suma, no hay un solo perfil que predisponga al yihadismo sino, en todo caso, una variedad de ellos (Kimhi y Even, 2003; Nesser; 2006, 2010).
3. Antes que producto, proceso
Antes de cristalizar en una disposición o estado mental definitivamente orientado al activismo violento, la radicalización comporta un avance gradual a través de distintas etapas. La radicalización sólo puede arrancar a partir de un estado de apertura mental favorable a la recepción y consideración de nuevas formas de otorgar sentido a la propia existencia y al mundo (Wiktorowicz, 2005). De ahí la necesidad de postular una primera fase de sensibilización, en la que los futuros radicales puedan familiarizarse con el discurso y la visión del mundo propiamente yihadista. A ese primer estadio habrá de seguirle una o más etapas que permitan internalizar esas ideas y principios hasta adoptarlos como propios, convirtiéndolos en filtro de sus propias impresiones y juicios sobre la realidad y guía práctica y moral para orientar vida y conducta. En concreto, la radicalización conduce a la consolidación de una perspectiva fundada en la oposición moral entre “creyentes” y “no creyentes”, generalmente acompaña del afianzamiento de una actitud “piadosa” y hostil que oriente al cumplimiento escrupuloso de los ritos islámicos y conceda legitimidad a la violencia presuntamente interpretable en términos de yihad: esfuerzo para seguir la senda y los deseos de Alá, defender al Islam de todos sus enemigos y preservar su pureza.
El proceso de radicalización puede interrumpirse en distintos momentos de su desarrollo, de modo que son muchas más las personas que la inician que los sujetos que acaban por completar todas sus fases, sean estas cuales fueren. La velocidad a la que se produce la radicalización varía de ejemplo a ejemplo, si bien en los últimos tiempos se viene constatando una cierta aceleración de estas dinámicas.
4.Múltiples motivaciones
La radicalización no suele iniciarse por efecto de una única motivación sino por una combinación de necesidades o motivos básicos, emociones y sentimientos, y por las experiencias vitales que funcionan como antecedentes causales de aquéllas. Nadie puede radicalizarse si no parte de un interés por conocer y explorar ideas o ideologías extremistas, frecuentar ambientes radicales y entablar relación con individuos o grupos radicalizados. Así, necesidades de pertenencia y de reconocimiento social pueden estimular la integración en redes o grupos radicalizados, así como el desarrollo de conductas recompensadas por muestras de aceptación o admiración por parte de los líderes y compañeros de grupo. Y la necesidad de significación o sentido puede estimular a buscar información y explorar nuevas formas de interpretar el mundo y de atribuir valor y propósito a la propia existencia (Baumeister, 1991; Kruglanski et al, 2009; Heine, Proux y Bols, 2010). Otros motivos que también pueden promover el acercamiento a entornos y círculos extremistas son la búsqueda de sensaciones o de aventuras, el afán de notoriedad, etc. (Al-Berry, 2002; Sageman, 2004; Nesser, 2005; Cottee y Hayward, 2011).
Las emociones y sentimientos más frecuentemente relacionadas con la radicalización yihadista son la frustración, la humillación, la indignación, la ira, el odio e incluso la culpa (Atran, 2010; Speckhard, 2012). Además de generar deseos de revancha, castigo y restauración de la justicia, venganza o redención, esas experiencias afectivas también puedan aumentar la receptividad hacia las ideas, argumentos e imágenes del salafismo yihadista, dada su capacidad para ofrecer una explicación sencilla a los problemas sociales, políticos o personales que las originaron y proponer una solución (moralizadora y violenta) a los mismos. A saber, la conversión al islam “verdadero” y la yihad.
Entre las vivencias y circunstancias personales que pueden activar las anteriores necesidades, motivos, deseos y sentimientos se incluyen experiencias de marginación o exclusión social; episodios (puntuales o reiterados) de discriminación interpersonal o intergrupal; maltrato o abuso por causa de la propia identidad nacional, étnica o religiosa; vivencias traumáticas de origen sociopolítico (represión y persecución, conflictos armados); y crisis familiares (pérdida de parientes) o personales (caída en la delincuencia, desengaños sentimentales).
5. Relaciones humanas y redes sociales como estímulo y vehículo
Las experiencias de auto-radicalización o radicalización sin interacción social constituyen una extrañeza o, según se mire, un imposible pues incluso los contados ejemplos de sujetos aparentemente radicalizados en soledad se ven poderosamente influidos por otros individuos con los que interactúan vía internet. Al indagar en las fases previas o iniciales a una dinámica de radicalización siempre suele encontrarse algún rastro de relación con una o varias personas que ya frecuenten algún entorno radical o que sean miembros activos de algún grupo u organización terrorista (Toboso, 2013). Y el avance del proceso suele conllevar el distanciamiento paulatino respecto de amistades y grupos de referencia previos a cambio de profundizar en el trato con otros sujetos ya radicalizados, o en vías de radicalizarse (De la Corte, 2006). Una circunstancia particularmente propicia a ese respecto es la que afrontan los inmigrantes procedentes de países musulmanes que se desplazan en solitario a un país de acogida donde no cuentan con familiares ni conocidos.
Los primeros encuentros con sujetos radicalizados, predicadores radicales o miembros de grupos u organizaciones terroristas no siempre son activamente buscados sino que también pueden acontecer de forma imprevista y fortuita (Sageman, 2004). Los entornos más veces señalados por haber facilitado los primeros contactos o incluso la inmersión en redes y estructuras yihadistas suelen tener su ubicación en espacios preferentemente urbanos, a menudo en barrios que concentran una amplia proporción de los integrantes de alguna diáspora. Los casos que casi siempre se tienen en mente corresponden a lugares de culto islámico, como mezquitas y, en menor medida, oratorios legales o clandestinos (Bakker, 2006). Asimismo también lugares de ocio donde se recrean ciertas costumbres características de la cultura islámica (por ejemplo teterías o carnicerías halal) o donde se dan cita o suelen coincidir individuos de igual confesión, como locutorios, cibercafés, librerías, instalaciones deportivas, sedes de asociaciones culturales. También pueden establecerse vínculos en entornos formativos (así, en centros universitarios) o de trabajo, principalmente en pequeños comercios regentados por personal musulmán y algunas veces en el ámbito rural, por ejemplo, entre inmigrantes empleados en el campo. Preocupan especialmente las prisiones, donde se han detectado múltiples experiencias de radicalización.
Varias de las redes sociales que se han mostrado determinantes para activar o reforzar dinámicas de radicalización yihadista están estrechamente vinculadas a los escenarios que acabamos de destacar (Jordán, Mañas y Trujillo, 2006). Es el caso de ciertas redes vecinales (algunas de tipo delictivo), las configuradas alrededor de espacios de culto y/o de predicadores radicales, asociaciones estudiantiles o las redes que se gestan en prisiones. Algunas redes no se hallan circunscritas a un único entorno físico, lo que resulta particularmente evidente en el caso de las fundadas en lazos de amistad y parentesco y las desarrolladas mediante interacción vía internet. Otro tipo de redes de suma importancia son las configuradas por seguidores y simpatizantes de movimientos y organizaciones islamistas, y desde luego las terminales de captación y movilización de grupos u organizaciones yihadistas.
Las funciones que cualquiera de esas redes sociales desempeñan en el proceso de radicalización son variadas:
6.Importancia creciente de Internet
Los grupos yihadistas y sus seguidores hacen un uso intensivo de internet y de todas sus funcionalidades: páginas web, foros y chats, blogs, emails, mensajes y publicaciones multimedia, comunidades virtuales, etc. (Cilluffo y Saathof, 2007). De hecho, la Red opera desde hace años como principal canal de distribución de la propaganda yihadista. En segundo lugar, internet amplía oportunidades para que sujetos susceptibles a una “conversión extremista” entren en comunicación con otros individuos en igual situación o plenamente radicalizados que puedan validar sus inclinaciones extremistas y arrastrarles así hacia posiciones cada vez más extremas. En tercer lugar, al permitir el trato entre personas ubicadas en cualquier punto del planeta el empleo de internet alimenta la impresión de pertenencia a un movimiento transnacional como el evocado por la propaganda yihadista (Ulph, 2005; Torres, 2009). Finalmente, internet ha ampliado las posibilidades de colaboración entre sujetos radicalizados y estructuras terroristas a instancias de unos u otros: de los primeros, cuando en algún momento de su proceso de radicalización optan por aprovechar su actividad en internet para captar la atención de grupos y organizaciones terroristas y establecer contacto con ellos; o de grupos u organizaciones terroristas si sus líderes u otros miembros deciden recurrir a la comunicación online a fin de reclutar nuevos militantes.
Algunos especialistas han vaticinado que la influencia de internet se volverá predominante, con el consiguiente incremento de casos de radicalización on-line, en los que el proceso llega a sus etapas finales sin necesidad de que sus protagonistas establezcan contacto ordinario con sujetos o grupos extremistas (Bergin y otros, 2009). Hasta ahora los ejemplos a ese respecto han sido excepcionales (ICSR, 2009; Torres, 2009). Sin embargo, esa evidencia no significa que la tendencia no pueda cambiar en un futuro en el que las cifras de mensajes y vínculos sociales compartidos sobre la base de internet seguirán creciendo de manera exponencial, tal y como viene sucediendo desde hace más de una década (RCMPR, 2011).
7.Múltiples motivaciones
La consolidación de la nueva mentalidad extremista también se ve favorecida con la implicación progresiva en diferentes actividades. De la comunicación vía internet (a través e-mails, chats y foros) con otros individuos radicalizados ya hemos hablado. El consumo de propaganda radical (en formato audiovisual y documental) está presente invariablemente. Los contenidos y recursos retóricos que definen dicha propaganda tienden a repetirse: informaciones y relatos de ficción que ejemplifican el sufrimiento y las humillaciones padecidos por poblaciones musulmanes en países en conflicto, noticias y crónicas sobre biografías y acciones de terroristas a los que se describe como combatientes rectos, sacrificados y eficaces, discursos de líderes espirituales e ideológicos llamando a practicar el yihad, etc. (De la Corte, 2005; Torres, 2009). No menos importantes son las actividades en grupo: reuniones privadas en las que se practica la oración colectiva y otros ritos y se debate sobre asuntos de tipo político y religioso, actividades deportivas y lúdicas, sesiones de adiestramiento terrorista o paramilitar y otras.
Comunicación online, consumo de propaganda y dinámicas grupales se complementan a la perfección reforzando la radicalización en varias de todas las dimensiones ya identificadas: adoctrinamiento, inducción o amplificación de motivaciones y sentimientos favorables a la violencia, recepción de argumentos que la justifican en términos morales y prácticos, etc. Además, las interacciones con individuos extremistas contribuyen decisivamente a forjar una identidad compartida y promueve sentimientos de camaradería tan determinantes para la eventual implicación en acciones violentas.
Si bien algunas de las actividades grupales pueden surgir de forma incidental o espontánea, lo más corriente es que sean promovidas y dirigidas por alguna suerte de mentor, instructor o sancionador ideológico, a menudo miembro o colaborador de algún entramado extremista o propiamente terrorista. La actividad desplegada por tales agentes de radicalización no siempre se limita a dirigir reuniones en grupo sino que también suele implicar el cultivo de una relación personal con los sujetos en vías de radicalizarse, a fin de ajustar el proceso a los ritmos más convenientes para cada caso.
8.La brecha entre radicalización y acción violenta
De acuerdo con algunos modelos la radicalización yihadista concluye al culminarse la adopción de una mentalidad y actitud favorables a la violencia. Algunos autores distinguen entre una radicalización cognitiva y otra conductual (Vidino, 2010). Corroborando el problema de la discontinuidad entre actitud y conducta, largamente estudiado desde la Psicología social, la experiencia indica que la adopción de ideas y posiciones extremistas favorables al uso de la fuerza no garantiza la implicación efectiva en actividades violentas. Dicho de otro modo, aunque la gran mayoría de los terroristas sean extremistas no todos los extremistas acaban convirtiéndose en terroristas. Pero ¿por qué? Una forma de responder pasaría por considerar la actividad terrorista partiendo de un esquema general que analiza las acciones humanas como resultantes de la interacción entre tres vectores básicos: deseos, oportunidades y capacidades (véase Elster, 2009). Así, la radicalización violenta podría concebirse como el proceso que da origen a los deseos que incitan a promover acciones violentas. Sin embargo, para que esos deseos resulten satisfechos es necesario además que los sujetos radicalizados cuenten con la capacidad y encuentren las oportunidades necesarias para traducir sus actitudes en intenciones y actos violentos. Desde luego, las capacidades y oportunidades aumentan significativamente para los sujetos cuya radicalización conduce al ingreso en un grupo u organización terrorista, aumentando significativamente las posibilidades de implicación violenta. En este sentido, Sinaí (2012) ha propuesto un modelo sobre el ciclo completo de la actividad terrorista que incluiría tres etapas sucesivas, donde la radicalización sería continuada por una fase de movilización, o proceso de afiliación a algún grupo u organización extremista ya existente; y culminada en la fase de acción, que incluiría la ideación, preparación y ejecución de atentados o campañas terroristas (ver Gráfico 1). Así, una razón por la que individuos radicalizados no llegan nunca a implicarse en acciones violentas puede residir en la ausencia de oportunidades para incorporarse a una estructura terrorista. Otros en cambio pueden ser rechazados, quizá por falta de competencias o capacidades. Pero no todos los individuos radicalizados ingresan en una estructura terrorista.
Gráfico 1:
Ciclo completo de actividad terrorista
(Adaptado de Sinaí, 2012)
En cualquier caso, el esquema de Sinaí presenta varias limitaciones. De un lado, puesto que los procesos de radicalización y movilización tienden a solaparse a menudo la distinción entre uno y otro no siempre parece oportuna o necesaria. Por otro lado, el modelo no puede aplicarse a aquellos casos en los que el paso de la radicalización a la violencia no está mediado por ninguna dinámica de movilización, tal y como ocurre en los atentados preparados por parte de células independientes auto-constituidas a tal efecto o por actores o lobos solitarios. Ambas posibilidades muestran que la brecha entre radicalización y acción violenta no siempre puede explicarse por la ausencia de vínculos organizativos. Empero, aún son mayoría los individuos radicalizados que nunca llegan a actuar con violencia por cuenta propia o fundar su propia célula terrorista. Ello puede deberse a limitaciones personales o psicológicas tales como el clásico problema de la debilidad de la voluntad, falta de confianza, ausencia de carisma para arrastrar a otras personas, u otros. Aunque estos argumentos tampoco pasan de ser simples conjeturas.
En definitiva, sabemos bastante más que antes sobre los factores que contribuyen a la radicalización yihadista, muchos de ellos comunes a otras formas de extremismo violento pero todavía nos faltan respuestas concluyentes para algunas preguntas sumamente relevantes. Por ejemplo, ¿cómo se inician o reactivan los periodos de auge y expansión de ideas y actitudes extremistas?; ¿qué factores inmunizan contra la radicalización yihadista?; ¿por qué hay muchos menos actores violentos que personas radicalizadas?; ¿en qué se parece o se diferencia la radicalización yihadista respecto a la que se produce bajo otras coordenadas ideológicas?, etc.
Pero, además, la consecuencia más importante de nuestro déficit de conocimiento sobre las experiencias de radicalización violenta es que ignoramos hasta qué punto las políticas y programas que se vienen aplicando para contrarrestarlas y prevenirlas se apoyan sobre premisas válidas o inadecuadas. Pero, puesto que nada indica que las amenazas relacionadas con la difusión de extremismos violentos estén prontas a remitir la investigación sobre tales asuntos debe continuar, pese a todas sus dificultades.
Notas
1. Este texto es una versión abreviada y adaptada de varios trabajos anteriores del mismo autor: De la Corte Ibáñez, Luis, “¿Por qué se radicalizan? Apuntes sobre la implicación en el terrorismo yihadista y su abordaje desde la Psicología Social” Boletín de la Sociedad Científica Española de Psicología Social, 5, Mayo de 2015; De la Corte Ibáñez, Luis (2015), “¿Qué sabemos y qué ignoramos sobre la radicalización yihadista? Algunas consideraciones a partir de la investigación reciente”, en J. A. Mellón (ed.), Islamismo Yihadista: Radicalización y Contra-radicalización, (pp. 39-68), Valencia, Tirant lo Blanch; De la Corte Ibáñez, Luis (2010), “Experiencias de radicalización que alimentan la violencia político-religiosa: el caso del movimiento yihadista global”, en J. Sanmartín, R. Gutiérrez, J. Martínez y J. L. Vera (eds.) Reflexiones sobre la violencia, México. DC., Siglo XXI.