Documento OIET 01/2021
Helena de Goñi
*La primera parte del presente artículo fue publicada en el número 1 de la Revista Internacional de Estudios sobre Terrorismo y se puede acceder a ella aquí.
1. Introducción
Asia Central es la región compuesta por las cinco repúblicas exsoviéticas de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Esta región de mayoría musulmana presenta niveles de radicalización islamista relativamente bajos en comparación con otros países tanto de Oriente Medio como de Occidente. Igualmente, dentro de la propia región, la radicalización no es homogénea, siendo Uzbekistán y Tayikistán los países centroasiáticos con mayores índices de extremismo.
Estos niveles de radicalización comparativamente bajos y las propias diferencias entre las repúblicas centroasiáticas se puede explicar desde el análisis histórico-cultural y político de esta región. Existen dos etapas claves que ayudan a comprender la configuración del islam en Asia Central. La primera, que se remonta al siglo VIII con la islamización de esta región; y la segunda, que comprende la primera década tras la independencia de las repúblicas centroasiáticas de la Unión Soviética (1991-2001).
Durante el siglo VIII las estepas de las actuales Kazajistán, Kirguistán y Turkmenistán estaban habitadas por pueblos nómadas, mientras que los tayikos y uzbecos eran pueblos históricamente más sedentarios. Esta diferencia sociocultural fue un factor clave que marcó en gran medida la aceptación e incorporación del islam a las vidas de los centroasiáticos. Mientras que los pueblos nómadas asimilaron el islam a sus culturas y tradiciones ya existentes, mezclando prácticas y creencias, en Uzbekistán y Tayikistán, el establecimiento de núcleos urbanos y poblaciones sedentarias permitieron una asimilación del islam en su forma más clásica, mediante la creación de escuelas de enseñanza del islam escrito.
Estos dos tipos diferentes de asimilación del islam dieron lugar a prácticas diferentes dentro de la región. Los kazajos, kirguizos y turkmenos incorporaron y adaptaron el islam a las tradiciones ya existentes, dando lugar a prácticas religiosas moderadas, que prevalecen hoy en día. El arraigo de un islam más fundamentalista en Tayikistán y Uzbekistán, han llevado a sectores de la población actual a resistir a los gobiernos seculares y querer implantar un estado islámico regido por la sharía (De Goñi, 2020).
Durante la primera década tras su independencia de la Unión Soviética, las repúblicas de Asia Central abordaron el problema del terrorismo y la radicalización islámica en la región atendiendo a las particularidades y capacidades de cada país. Si bien a rasgos generales se puede afirmar que durante esta década el terrorismo no fue la principal amenaza a la seguridad y estabilidad estatales, surgieron grupos islamistas radicales que operaban a nivel nacional y regional y poseían relativa capacidad de actuación e influencia. Estos son los casos del Partido del Renacimiento Islámico de Tayikistán e Hizb-ut-Tahrir, de naturaleza política; y del Movimiento Islámico de Uzbekistán, de naturaleza militante. Estos grupos radicales surgieron a raíz de las represalias por parte de algunos gobiernos -sobre todo Tayikistán y Uzbekistán- en contra de las primeras manifestaciones del islam político.
Estas dos etapas son clave para comprender el porqué de los niveles relativamente bajos de radicalización en Asia Central, así como de su desarrollo heterogéneo. A pesar de presentar Asia Central prácticas moderadas del islam, no son pocos los académicos y analistas que consideran esta región un potencial exportador de terrorismo y radicalización a nivel global.
Este artículo busca comprender si en verdad es esta región un caldo de cultivo terrorista, o si estas deducciones han sido infatuadas por los propios gobiernos centroasiáticos, que en ocasiones han utilizado el terrorismo como excusa para controlar a la población y a la opinión pública, y por factores eventuales como el 11-S y el surgimiento y culmen del Estado Islámico. Para ello, el presente trabajo se va a dividir en tres partes principales que abordarán el impacto que tuvo el 11-S en la radicalización y en las políticas antiterroristas de Asia Central; hasta qué punto el Estado Islámico penetró en Asia Central; y, por último, se dedicará un apartado a analizar el verdadero potencial del terrorismo como principal amenaza en la región.
2. Asia Central tras el 11-S
El 11-S atrajo el terrorismo al centro de la atención internacional. La resolución del Consejo de Seguridad 1373 (2001) describía varias medidas de contraterrorismo que vinculaban a los Estados Miembros de las Naciones Unidas. Las repúblicas centroasiáticas, siguiendo la tendencia internacional, endurecieron la legislación y medidas antiterroristas. No obstante, aprovechándose de la situación, endurecieron también las regulaciones domésticas sobre las libertades políticas y religiosas. Tras los atentados terroristas del 11-S, las potencias extranjeras, como es el caso de Estados Unidos, se interesaron mucho más en prevenir la propagación de organizaciones terroristas islámicas radicales, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán.
Las repúblicas de Asia Central, sumándose a la campaña global contra el terrorismo auspiciada por la administración Bush, ofrecieron su territorio y espacio aéreo para las operaciones de Estados Unidos y sus aliados contra los talibanes en Afganistán. La relevancia geopolítica de Asia Central, una región por lo general pasada por alto por parte de la comunidad internacional quedó de manifiesto, reconociendo la importancia de garantizar la estabilidad en esta región para combatir el terrorismo.
Uzbekistán permitió a los Estados Unidos utilizar su espacio aéreo y su base en Karshi-Khanabad para invadir Afganistán. Como parte de este acuerdo, Estados Unidos clasificó al Movimiento Islámico de Uzbekistán como grupo terrorista. La intervención en Afganistán fue un gran golpe contra la cohesión y financiación del MIU, que se aprovechaba del narcotráfico con Afganistán para financiar sus operaciones (Sayfulin, 2007). Igualmente el líder del MIU, Juma Namangani, que operaba desde Afganistán, murió en uno de los ataques aéreos estadounidenses (Boucher, 2002).
En respuesta a esta colaboración entre el gobierno uzbeko y los estadounidenses, la Unión Yihad Islámica , llevó a cabo una serie de atentados suicidas en Tashkent , capital uzbeka, en abril de 2004. Los atentados fueron dirigidos contra las embajadas de Estados Unidos y su aliado Israel.
Tayikistán, la república centroasiática que más ha sufrido tanto la violencia política como el extremismo religioso , fue rápida en incorporar las medidas antiterroristas impulsadas por la comunidad internacional a su legislación doméstica. Poco después del 11-S, Tayikistán anunció que Hizb ut-Tahrir tuvo contactos con Al-Qaeda y los talibanes, declarando al grupo una amenaza mayor para la seguridad tayika (Karagiannis, 2005). El gobierno tayiko aprovechó la situación para erosionar la posición del islam en la vida política y social de Tayikistán. A pesar de que el 99% de los tayikos son musulmanes, la administración impuso la prohibición del hijab en escuelas públicas, y redujo los derechos legales de los grupos islámicos (Khalid, 2007).
A pesar de la tendencia internacional a adoptar medidas más concretas antiterroristas tras el 11-S, Turkmenistán, caracterizado por su falta de alineación a las tendencias globales y regionales, no introdujo medidas antiterroristas hasta finales de 2002, siendo estas motivadas por el intento de asesinato del presidente Niyazov en noviembre del mismo año.
Aunque Niyazov culpó a miembros de la oposición y empresarios turkmenos, y no a ningún grupo terrorista, se sirvió de este intento de asesinato para crear la Comisión Estatal de Lucha Antiterrorista y Crimen Organizado del Ministerio de Interior (2003), amparado por la “Ley de Turkmenistán sobre la lucha contra el terrorismo” (Niyazov, 2003).
Junto con Uzbekistán, Kirguistán cedió bases aéreas a Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo. La invasión a Afganistán contribuyó a un incremento de la radicalización en el sur de la república kirguiza (Abbas, 2007). Kirguistán, que durante la primera década tras su independencia procuró conciliar sus políticas con las de grupos islámicos como Hizb ut Tahrir, prohibió el grupo en verano de 2006, después de que declarase una yihad contra la policía kirguiza. Esta yihad se materializó en ataques esporádicos a guardas de puestos fronterizos entre Tayikistán y Kirguistán.
Kazajistán respondió a la llamada de Estados Unidos en la lucha conjunta contra el terrorismo, proporcionándole ayuda logística y operacional. Esta república, ejemplo de estabilidad en la región, no ha sido atacado por militantes islámicos ni ha sufrido muertes por violencia terrorista. Por ello el gobierno de Kazajistán nunca ha visto el islam como la principal amenaza para su seguridad, pero si lo percibe como un potencial factor desestabilizante.
En octubre de 2004, la Corte Suprema de Kazajistán emitió un fallo en el que reconocía a Al Qaeda, El Partido Islámico del Este de Turkistán, el Congreso del Pueblo Kurdo y el Movimiento islámico de Uzbekistán como organizaciones terroristas, prohibiendo cualquier actividad relacionada con las mismas dentro del territorio. Medio año después, prohibió las actividades de Hizb ut-Tahrir, tildándolo de organización extremista. No obstante, la persecución y represión contra activistas religiosos es comparativamente baja en relación con los demás países de la zona (ICG, 2003). Por ejemplo, la ley kazaja no contiene disposiciones que permitan condenas por la distribución de literatura religiosa o prácticas Islámicas no tradicionales (Rotar, 2005).
En 2005, el Parlamento de Kazajistán endureció la legislación nacional en temas de religión y adoptó una ley de persecución de actividades extremistas y la financiación de las mismas (Rotar, 2005). Bajo el pretexto de la prevención del terrorismo y el extremismo religioso se llevaron a cabo investigaciones a organizaciones religiosas de todo el país, llegando a suspender algunas de ellas.
3. Asia Central: El cénit del Estado Islámico y las guerras en Siria e Iraq
Con la intervención de Estados Unidos en Afganistán y las consecuentes leyes antiterroristas emitidas a raíz de los atentados del 11-S, dos de los grupos islamistas más activos en Asia Central -el MIU y HUT- quedaron debilitados, mermando su capacidad de actuación. De hecho, como se muestra en la gráfica, en la década entre el 2001 y el 2011 se aprecia decrecimiento en la región en el número de ataques terroristas en comparación a la primera década tras la independencia de la URSS.
No obstante, lejos de reducir la radicalización en Asia Central, el apoyo de los gobiernos centroasiáticos a la administración Bush, y el endurecimiento de las políticas contra los grupos islámicos, exacerbaron los sentimientos extremistas entre varios segmentos de la población centroasiática. Durante las dos primeras décadas tras su independencia, el terrorismo centroasiático quedó limitado a las fronteras regionales, y tras los ataques del 11-S el número de incidentes relacionados con el terrorismo siguió una tendencia a la baja. No obstante, la guerra en Siria a partir de 2011 y el surgimiento del Estado Islámico constituyeron un punto de inflexión para las organizaciones islamistas centroasiáticas más radicalizadas, las cuales dieron el salto del terrorismo regional a la yihad global. Es precisamente a partir del año 2011 cuando se observa un ligero incremento en el número de ataques terroristas en Asia Central. Kazajistán, que hasta entonces no había sufrido la violencia extremista, sufre varios ataques con víctimas mortales.
En el 2015, quedó claro que el Estado Islámico había penetrado en Asia Central y estaba ganando adeptos. Militantes tayikos del Estado Islámico emitieron un video declarando la yihad contra el gobierno secular (Paraszczuk, 2015). En septiembre del mismo año, el líder del Movimiento Islámico de Uzbekistán, juró lealtad al líder de ISIS Abu Bakr al-Baghdadi.
Según los datos, Asia Central fue el tercer mayor proveedor de combatientes islamistas en las guerras de Siria e Iraq (Barret, 2017), con más de 5.000 militantes acudiendo a formar filas junto con el Estado Islámico y sus filiales.
Los datos reflejados en la tabla concuerdan con los índices heterogéneos de radicalización entre las repúblicas de Asia Central, siendo Uzbekistán y Tayikistán, histórica y culturalmente más radicales, los que más combatientes han proporcionado. No obstante, Asia Central muestra índices de radicalización comparativamente bajos a aquellos de otros países. Si bien es cierto que, en números absolutos, la presencia de centroasiáticos en Siria e Iraq es y ha sido alta, los flujos de combatientes extranjeros per cápita son más bajos que los de los estados de Oriente Medio y el Norte de África (MENA). En el caso de Kazajistán 1 de cada 72.000 kazajos fueron a combatir en Siria, en Kirguizistán fue 1 de cada 56.000, en Tayikistán 1 de cada 40.000 y en Uzbekistán 1 de cada 58.000.
Figura 2. Combatientes extranjeros en Asia Central. Fuente: Elaboración propia a partir de The Soufan Center
Por establecer una comparativa, en el caso de algunos países de la región MENA, 1 de cada 5.300 jordanos fueron a combatir junto con el ISIS, 1 de cada 6.500 del Líbano, 1 de cada 7.300 de Túnez y 1 de cada 18.200 de Arabia Saudí, por mencionar algunos (SecDev, 2018). Si bien la proximidad geográfica es un factor determinante en la diferencia entre los flujos de combatientes, una serie de legados histórico-culturales contribuyen a prácticas más moderadas del islam dentro de Asia Central, que explican estos índices de radicalización comparativamente bajos.
Figura 3. Diáspora y remesa de centroasiáticos en Rusia (2019). Fuente: Elaboración propia a partir de Институт Гайдара
Existe, no obstante, otro vector correlacionado con la radicalización entre los centroasiáticos, siendo clave para analizar y sopesar correctamente el alcance de la actual amenaza terrorista en Asia Central. En Rusia habita una gran diáspora de migrantes laborales centroasiáticos. La economía de países como Kirguistán o Tayikistán es altamente dependiente de las remesas enviadas por estos migrantes. Los datos sugieren que la gran mayoría de centroasiáticos hasta el 80% (Lemon, 2017), que fueron a luchar junto con el ISIS, habían sido reclutados en Rusia, y no en sus países de origen.
Teniendo estos datos en consideración, ¿es verdaderamente el terrorismo, un problema acuciante en Asia Central?
4.Evaluación de la amenaza terrorista real
Actualmente, una de las principales preocupaciones a nivel internacional es el regreso de los combatientes extranjeros de zonas de conflicto como Siria e Iraq. Estas personas de mentalidad extremista violenta, y entrenadas en el arte de la guerra y el uso de armas suponen una seria amenaza para la seguridad y estabilidad nacional de todos los países a los que retornan.
Esto no es diferente para las repúblicas de Asia Central, no obstante, existen varios indicadores que sugieren que esta amenaza está sobrevalorada. El temor de que todos estos combatientes extranjeros regresen puede no llegar a materializarse.
Si se toma como punto de referencia el modus operandi del Movimiento Islámico de Uzbekistán, el principal grupo terrorista en la región, se puede observar una ausencia de combatientes extranjeros pertenecientes al MIU que hayan regresado de luchar junto con Al-Qaeda en Afganistán. Los miembros del MIU han ido estableciendo sus centros de operaciones en los países limítrofes a Asia Central, en vez de regresar a sus países de origen.
Gran parte de los uzbekos y kirguizos que se unieron al ISIS eran miembros del MIU, perseguido en Asia Central. Esto puede indicar que los combatientes acudieron a formar filas con mentalidad de no retorno, ya sea por perseguir el martirio o por querer establecerse permanentemente en los territorios del califato. Las duras represalias legales que las repúblicas centroasiáticas han adoptado con relación a los combatientes extranjeros son otra rémora que puede desincentivar un posible regreso (Falkowski y Lang, 2015). Antes que regresar a casa, es probable que los combatientes prefieran migrar a Europa como refugiados, o buscar otro conflicto. Afganistán, dada su proximidad geográfica y afinidades lingüísticas, parece un destino lógico.
Igualmente, otros grupos terroristas que operan en la región, como Jamaat Ansurallah, la Unión de la Yihad Islámica, y el Movimiento Islámico de Uzbekistán, que juraron fidelidad al ISIS, pueden absorber a estos combatientes en sus filas. No obstante, estos grupos terroristas se han ido debilitando con las guerras, surgiendo una nueva organización con mayor capacidad de captación: El Estado Islámico de la Provincia del Khurasán (ISKP, por sus siglas en inglés). Este grupo ha sido el más activo a la hora de captar excombatientes y nuevos reclutas, y opera principalmente en la provincia del Badakhsan, al sur de Tayikistán en la frontera con Afganistán, una región originalmente controlada por el ahora debilitado MIU. Con una ideología similar a la del MIU, el ISKP también busca implementar un Estado Islámico centroasiático regido por la sharía (Lemon, 2018).
A pesar de la actividad del ISKP en esta región, los datos sugieren que la radicalización y la capacidad de captación de grupos extremistas no es alarmante, y tampoco lo es el potencial regreso de los combatientes extranjeros. Estos grupos terroristas han logrado reclutar a un 0’005% de la población regional, y el 80% de este pequeño porcentaje, ha sido reclutada en la diáspora.
Conclusiones
El terrorismo representa un desafío para la seguridad de Asia Central, pero no es, ni ha sido, la principal amenaza a la estabilidad. Históricamente, esta región de mayoría musulmana, se ha caracterizado por prácticas religiosas muy moderadas y niveles muy bajos de radicalización. Incluso los países con mayores índices de radicalización – Uzbekistán y Tayikistán- siguen presentando niveles comparativamente bajos con el resto de países de la región MENA.
La guerra contra el terrorismo de la administración Bush tras los atentados del 11-S fomentó el extremismo religioso en la región, que se tradujo en ataques terroristas esporádicos y rudimentarios, con pocas víctimas. Con el cénit del Estado Islámico, unos 5.000 centroasiáticos fueron a luchar a Siria o Iraq. No obstante, el 80% de estos combatientes fueron reclutados de entre los migrantes laborales en Rusia.
Con la actual decadencia del Estado Islámico y la creciente preocupación por el retorno de los combatientes extranjeros, los estados centroasiáticos han endurecido sus políticas y medidas antiterroristas. No obstante, los bajos índices de radicalismo en la región, y un legado de represión y persecución al islam político y grupos de oposición, indican que estas medidas no son sino maneras que tiene el gobierno de incrementar su poder y autoridad.
Estudios sociales llevados a cabo por Radio Free Europe con kirguizos, tayikos y kazajos, parecen indicar que existe un nexo entre los abusos de la ley y las libertades por parte del gobierno y el incremento en los índices de radicalización. Unas medidas antiterroristas mal implementadas están avivando el mismo problema que buscan combatir.
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