Una de las aulas de la Universidad de Kabul en la que se produjo el atentado. Imagen: AFP/Wakil Koshar
Noticia 6/2021
Una de las aulas de la Universidad de Kabul en la que se produjo el atentado. Imagen: AFP/Wakil Koshar
El pasado 2 de noviembre, terroristas pertenecientes a Wilayat Khorasan, la franquicia regional de Daesh en Afganistán, llevaron a cabo un atentado en la Universidad de Kabul, asesinando a 22 estudiantes que allí se encontraban. Esta masacre volvió a ser revivida durante la semana pasada, ya que la Justicia de Afganistán condenó a muerte a dos de los autores intelectuales de esta masacre contra civiles. Ambos, han sido condenados también por otros tres atentados que habían cometido previamente sobre cargos gubernamentales. Asimismo, durante el mismo juicio, otro de los detenidos en relación a este atentado ha sido condenado con la misma pena por pertenencia a Daesh.
Los atentados terroristas y la violencia que sufre la población afgana es una realidad con la que conviven desde hace décadas. Los ataques diarios que llevan a cabo tanto los grupos talibán como Wilayat Khorasan provocan numerosas pérdidas de vidas humanas, algo que ha provocado que este país sea desde 2018 el más afectado de todo el planeta por el terrorismo de corte yihadista, como así queda de manifiesto en las últimas ediciones del Anuario del terrorismo yihadista publicado por el OIET.
Pese a que los talibán claman reiteradamente que su objetivo prioritario son las fuerzas de seguridad, lo cierto es que la cifra de civiles que son asesinados por este grupo terrorista insurgente pone más que en entredicho esta afirmación. Una simple muestra de ello son el elevado número de vidas que se pierden en las carreteras afganas, especialmente aquellas vías que conectan espacios con presencia talibán, ya que no es poco frecuente que en estas se hallen artefactos explosivos improvisados (IED por sus siglas en inglés) que son activados al paso de los vehículos. Pese a que el objetivo de estos suele ser el mermar a las fuerzas de seguridad, en no pocas ocasiones las víctimas acaban siendo pasajeros de vehículos particulares.
Por otro lado, Wilayat Khorasan ha centrado durante los últimos años buena parte de su atención en los denominados objetivos blandos. Ataques como el ocurrido en la sala de maternidad en la capital afgana en mayo de 2020 en el que murieron al menos 16 personas, la mayoría de ellas bebés y mujeres, o el anteriormente citado en la Universidad de Kabul son ejemplos de cómo la franquicia regional de Daesh hace uso extremo de la violencia para recuperar el tan necesario protagonismo mediático de antaño.
Haciendo un ejercicio de prospectiva, se antoja realmente difícil vislumbrar un futuro halagüeño para Afganistán a corto plazo. La firma de los acuerdos de Doha hace un año entre representantes talibán y estadounidenses abría la puerta a una opción de paz futura para el país. No obstante, el tiempo ha acabado por confirmar que el proceso de paz no está teniendo los resultados deseados, ya que la violencia sigue sin reducirse. Asimismo, los grupos talibán siguen dando cobijo a Al Qaeda, algo que pone de manifiesto el incumplimiento de lo acordado en Doha. Por si todo esto fuese poco, las negociaciones intraafganas entre talibán y gobierno difícilmente llegarán a buen puerto, dado que el grupo insurgente no estará dispuesto a compartir el poder. En cualquier caso, el tiempo juega a favor de los talibán, quienes no desperdiciarán la oportunidad mientras tanto de seguir expandiendo y ampliando sus áreas de control sobre el territorio. Pese a los intentos de llegar a acuerdos, los talibán está más cerca que nunca de volver a instaurar un régimen de gobierno como el que implantaron hace algo más de dos décadas.