El mes pasado Afganistán estuvo presente en la actualidad informativa por la violencia terrorista que afecta al país. Durante los últimos años, el foco mediático del terrorismo yihadista se ha centrado en la actividad yihadista ejercida por el Dáesh en el escenario sirio e iraquí. Sin embargo, diecisiete años después de la caída del régimen talibán el 22 de diciembre de 2001, los grupos talibán han ido ganando poco a poco más terreno en Afganistán y el terrorismo yihadista no ha dado respiro en el país.
Los últimos días de enero han sido de una actividad terrorista frenética. Tanto la rama afgana del Dáesh como los grupos talibán han atacado de manera reiterada. El 20 y 21 de enero, los grupos talibán asaltaron en Kabul el hotel Intercontinental dejando un balance de al menos veintidós muertos. El día 24, el Dáesh en Afganistán protagonizó un atentado contra la oficina de Save the Children en Jalalabad, dejando un saldo de seis muertos. El día 27 murieron en Kabul al menos ciento tres personas después de un atentado suicida talibán. El vehículo usado para el ataque fue una ambulancia. Para culminar esta oleada de violencia, el día 29 de enero Dáesh ejecutó un ataque suicida contra la academia militar afgana “Marshal Fahim” en el que murieron al menos once personas.
El invierno afgano se vincula tradicionalmente a una época de calma relativa en lo que respecta a grandes ofensivas terroristas. Sin embargo, este comienzo de año no ha seguido este patrón, ya que se ha producido una escalada de violencia protagonizada no sólo por los grupos talibán, sino también por el Dáesh, que intenta no perder lustro y prestigio entre sus seguidores, trata de instigar recelos sectarios y busca transmitir a los afganos la sensación de inseguridad. En cuanto a los grupos talibán, su presencia en Afganistán está extendida y cuentan con una posición de fortaleza. Según la base de datos del FDD’s (Foundation for Defense of Democracies) Long War Journal, de los 407 distritos que conforman las 34 provincias afganas, los grupos talibán tienen bajo su control 45 de ellos, mientras que 117 están en disputa con lucha activa con el Gobierno afgano. Esto supone un control territorial elevado en áreas rurales que sirve de soporte a los grupos talibán como enclaves estratégicos en los que fortalecerse y desde los que lanzar ataques contra áreas urbanas.
Los grupos talibán han demostrado durante estos años una gran resiliencia y adaptabilidad, siendo capaces de hacer frente a los esfuerzos del Ejército Nacional Afgano y de la misión asistencial de la OTAN “Resolute Support” dirigidos a arrebatarles territorio. En 2017 fueron los autores del atentado contra la mayor base militar afgana situada en la provincia de Balkh, dejando un saldo de más de doscientos cincuenta muertos, en lo que fue uno de los atentados mortales más graves desde el año 2001. Por lo tanto, a pesar del probable aumento de la actividad del Dáesh en Afganistán, la insurgencia llevada a cabo por los grupos talibán y su implementación territorial, sumado al papel ambiguo de Pakistán, les sitúa como los actores yihadistas que suponen un mayor riesgo para la estabilidad del país. Además, se debe tener en cuenta otro factor importante que explica la posición de fortaleza talibán: el año 2017 marcó un récord en cuanto a niveles de cultivo y producción del opio en Afganistán. Los beneficios derivados de la explotación de esta actividad, ya sea proveyendo seguridad a productores locales de opio o a contrabandistas de heroína y morfina, aseguran para el grupo talibán un flujo de recursos económicos que les permite financiar su actividad terrorista.
Las labores de asistencia, asesoramiento y entrenamiento a las fuerzas de seguridad afganas son un pilar indiscutible sobre el que debe asentarse la lucha contra ambos actores yihadistas en Afganistán. No obstante, después de 17 años de esfuerzos en la lucha contra el terrorismo yihadista, éstos quedan minados por una administración estatal mediocre, una corrupción extendida y una sensación de desasosiego por parte de los afganos. Se debe insistir en mejorar la gobernanza y en transmitir a la ciudadanía una sensación de seguridad real y efectiva. Cualquier esfuerzo en materia de contrainsurgencia quedará desarbolado si los actores yihadistas consiguen infundir en los afganos la sensación de desamparo frente al terror, minando así la capacidad estatal de proveer seguridad a sus ciudadanos.
Mientras tanto, tomando prestado el título original de un documental sobre la ocupación de Irak en 2003 titulado “No End in Sigh”, parece que de momento para Afganistán tampoco hay un final a la vista.
Álvaro H. de Béthencourt, investigador del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo OIET.