Documento OIET 17/2020
Incautaciones comunicadas y rutas de tráfico de comprimidos captagon (2013-2017). Fuente: mapa UNDOC (United Nations Office on Drugs and Crime).
Puerto de Salerno (Italia), 1 de julio de 2020. Efectivos del GICO (Gruppi d’Investigazione sulla Criminalità Organizzata) de la Guardia di Finanza de Nápoles se incautan de un cargamento de estupefacientes de una magnitud no conocida hasta la fecha. Fueron interceptadas en torno a 84 millones de pastillas con un peso de 14 toneladas de una sustancia denominada captagon. En el comunicado de prensa de la Guardia di Finanza se recoge, citando a la DEA (Drug Enforcement Administration) estadounidense, que Daesh produce esa sustancia en los territorios en los que todavía mantiene influencia y controla su venta.
El hogaño no tan boyante aparato propagandístico de los yihadistas se hizo eco de la noticia en el número 242 de su semanario en árabe al-Nabā’. La publicación de Daesh exteriorizaba la sorpresa de la organización al asociarlos con el cargamento de drogas interceptado. Achacaba tal circunstancia a un intento de las autoridades italianas para encubrir a personas de relevancia implicadas en el hecho y responsabilizaba al régimen de Bachar al Assad del tráfico de esta sustancia también conocida, de una manera un tanto efectista, como la “droga de los yihadistas”.
Imagen de la página 3 del número 242 de la revista al-Nabā’. Fuente: Jihadology.
El captagon (o biocapton) tiene como principio activo la fenetilina, un derivado de teofilina y de anfetamina con potentes efectos estimulantes, que empezó a producirse en 1961 por la farmacéutica alemana Degussa AG. En sus estadios iniciales fue destinada al tratamiento de menores con déficit de atención por hiperactividad, depresión y narcolepsia. Al no elevar la presión arterial como las anfetaminas también se destinó al tratamiento de enfermos con patologías cardíacas.
Los efectos que el captagon causa en el organismo son: la supresión del apetito, un aumento de la energía y la desaparición de la sensación de cansancio. Estos se manifiestan pocos minutos después de su consumo y se mantienen a lo largo de un periodo de tiempo de entre 10 y 12 horas. A partir de la década de 1980 se descartó su uso médico y fue prohibido debido fundamentalmente a sus propiedades adictivas.
El espacio de mayor implantación de esta droga es el norte de África y sobre todo los países de la península arábiga.
En el tráfico de captagon ha llegado a implicarse hasta un miembro de la familia real saudí. El príncipe Abdulmohsen bin Walid bin Abdulaziz y otros cuatro acompañantes fueron detenidos el 23 de noviembre de 2015 en el Aeropuerto Internacional Rafik Hariri de Beirut cuando se disponían a volar con destino a la localidad de Hail, en el norte de Arabia Saudí. A bordo del avión se hallaron cocaína así como dos toneladas de captagon en lo que supuso la mayor operación contra el narcotráfico de esta sustancia llevada a cabo en el aeropuerto libanés.
El valle de Bekaa, en Líbano, el sur de Turquía y el norte de Siria, son zonas en las que se elaboraba y distribuía el Captagon mucho antes del estallido en 2011 del conflicto civil sirio. En una información de la agencia Reuters, fechada en enero de 2014, se citaba a un traficante de drogas del valle de Bekaa que afirmaba que la producción en Líbano había experimentado un descenso del 90 por ciento desde el año 2013 atribuyendo esta caída a que parte de la producción podría haberse trasladado a territorio sirio.
Por su posición geográfica, Siria ha sido durante mucho tiempo un lugar de paso para cargamentos de droga destinados Jordania, Irak y los países del Golfo que tenían su origen en distintos puntos de Europa, Turquía y Líbano. El estallido de la guerra civil trajo consigo derivadas como el debilitamiento, o directamente la desaparición, de las estructuras estatales con el consiguiente aumento de la porosidad en sus fronteras. Todo esto en un entorno emergente de una variada poliarquía armada no estatal.
En el marco de la 32ª Conferencia Internacional de Lucha contra las Drogas celebrada en Cartagena de Indias (Colombia), Yuri Fedotov responsable de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) señaló que los talibanes afganos y los yihadistas en África occidental, el Sahel y Medio Oriente estaban obteniendo beneficios del tráfico de drogas. Este se obtendría de manera directa o también indirectamente a través del cobro de impuestos por permitir esa actividad. Fedotov apuntó que tanto Daesh como Jabhat Al Nusra facilitaban el contrabando de precursores químicos necesarios para la producción de Captagon.
La relación del yihadismo y el narcotráfico no es un fenómeno nuevo. Sirva como ejemplo que los terroristas chechenos, haciendo uso de los contactos obtenidos por Shamil Basayev (1965-2006) en Afganistán establecieron redes de tráfico de heroína. Por su parte el Movimiento Islámico de Uzbekistán, vinculado a Daesh ha colaborado con los Talibán efectuando labores de protección de las redes de tráfico de drogas además de facilitar los recursos necesarios para la elaboración de heroína procedentes de China y Rusia. Como contrapartida sus militantes recibían entrenamiento y refugio.
Al Qaeda tampoco ha sido ajena a este fenómeno. En el año 2000 su líder, Osama Bin Laden, compro una importante porción de los stocks de opio existentes en Afganistán antes de que los talibanes prohibiesen el cultivo de la adormidera. Tres años después, las fuerzas armadas de Estados Unidos asaltaron una embarcación en el Golfo Pérsico que portaba un cargamento de opio valorado en más de tres millones de dólares. En la misma operación se detuvo a dos terroristas vinculados a Al‐Qaeda.
En junio de 2018 la Combined Joint Task Force Operation Inherent Resolve mediante un comunicado de prensa anunciaba la destrucción de un alijo incautado en las cercanías de la ciudad siria de At Tanf en mayo de ese mismo año. La operación fue ejecutada por Jaysh Maghawir al-Thawra (MaT), milicia encuadrada en la coalición. El alijo, cuya propiedad se atribuyó a Daesh, estaba compuesto por más de 300.000 pastillas de captagon cuyo valor en el mercado negro podría alcanzar la cifra de 1.400 millones de dólares (unos 1.180 millones de euros). Según el comunicado: “A pesar de la apariencia de pureza islámica de Daesh, sus criminales terroristas son conocidos consumidores y traficantes de drogas”.
Imagen del alijo intervenido por Jaysh Maghawir al-Thawra (MaT) en las cercanías de At Tanf (Siria). Fuente: Military Times.
La relación entre estimulantes y el campo de batalla viene de antiguo. Los hoplitas griegos consumían opio mezclado con vino, los vikingos setas alucinógenas y los guerreros zulúes, dagra, una variedad del cannabis por citar tres ejemplos. El empleo de drogas con fines tácticos siguió, y sigue, vigente. En la II Guerra Mundial los combatientes de todos los bandos consumían anfetamina, llegando los nazis a experimentar con una droga, la DI-X, con la que buscaban hacer a sus soldados invencibles. Estaba compuesta por metanfetamina, cocaína y un opiáceo. Esta sustancia fue probada en campos de concentración y nunca llegó a ser administrada a las tropas. Más recientemente, ejércitos como el francés y el estadounidense facilitaron a sus tropas comprimidos de modafinil una sustancia que inhibe el sueño y los síntomas de fatiga durante 72 horas.
Precisamente la resistencia al cansancio, y también al hambre, fue puesta a prueba por los diez integrantes del comando del grupo yihadista asentado en Pakistán Lashkar-e-Taiba que perpetraron una serie de atentados en la ciudad india de Bombay en noviembre de 2008. Mediante el empleo de artefactos explosivos y fusiles de asalto, los terroristas ejecutaron una serie de ataques coordinados contra un centro judío, un restaurante, un hospital, una estación de tren y dos hoteles. A consencuencia de ello, fueron asesinadas 164 personas y heridas otras 308. Los yihadistas lograron resistir a las fuerzas de seguridad a lo largo de casi 60 horas. Según fuentes indias, en la escena de los atentados fueron halladas jeringuillas que contenían restos de cocaína y LSD. En la sangre de los terroristas se detectaron trazas de drogas así como de esteroides, sustancia que haría más llevadero el intenso entrenamiento al que habrían sido sometidos antes de perpetrar la cadena de atentados.
En 2015, Daveed Gartenstein-Ross, experto en terrorismo yihadista en The Foundation for Defense of Democracies (FDD), señalaba : “Al Qaeda en Irak, que es el antecesor de ISIS, era conocida por tener combatientes que tomaban anfetaminas que les permitirían soportar el dolor al sufrir impactos de bala”. En este sentido, un informe (2016) de Global Initiative against Transnational Organized Crime, recoge que con frecuencia se han hallado en los cadáveres de terroristas de Daesh bolsas con píldoras en su interior. Además, señalaba los esfuerzos del “califato” por hacerse con opiáceos sintéticos como el tramadol para su empleo en el campo de batalla ya que suprime el dolor y aumenta la capacidad física.
Para Paul Rexton Kan, profesor de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos, el consumo de drogas facilita una serie de ventajas a los grupos yihadistas ya que los hace más proclives a cometer todo tipo de atrocidades. Ello contribuye a reforzar su macabra reputación en la psique de aquellos a los que se enfrentan. Además, al suministrar sustancias de este tipo a menores de edad, o incluso a niños, se facilita su conversión en instrumentos letales incapaces de calcular el riesgo para sus propias vidas cuando son dirigidos a los combates.
Según un informe (2019) del European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction (EMCDDA) de un total de 69 yihadistas que participaron en atentados en suelo europeo en el periodo comprendido entre los años 2012 y 2017, al menos cinco terroristas, lo que supone un 7% del total, habían consumido psicotrópicos en los días u horas previos a la perpetración de los ataques.
En el Corán se define el alcohol como procedente de la “actividad de Satanás” con el fin de suscitar “la enemistad y el odio” para alejar a los creyentes “del recuerdo de Dios” (1) por lo que su consumo está taxativamente prohibido, no siendo tan explícito con otras sustancias.
Así, a finales del siglo VII y comienzos de VIII se introdujo el consumo de hachís entre los musulmanes coincidiendo con la expansión de los mongoles acaudillados por Genghis Khan. Cuando la sociedad musulmana empezó a sufrir sus nocivas consecuencias, eruditos religiosos comenzaron a establecer analogías entre su consumo y el del de alcohol. El prestigioso teólogo Ibn Taymiyya, con frecuencia citado tendenciosamente por los yihadistas, indicaba: “en cuanto al hachís el tóxico maldito, es similar a otros tóxicos, y todos los tóxicos están prohibidos (haram) por consenso académico. […] El consumo de intoxicantes está sujeto a castigos corporales (hadd)”.
A diferencia del alcohol, en el Corán no hay referencias específicas a estas drogas, habiendo por contra evidencias del empleo de las mismas en los primeros tratados de medicina del periodo islámico. Los médicos griegos ya recomendaban el uso del cannabis, al igual que el del opio, cuando existía una necesidad terapéutica. Estas sustancias no se fumaban sino que se introducían en el organismo por vía oral al creerse que facilitaba la digestión así como la “claridad de los pensamientos”. En su obra “Libro del Canon de la Medicina” (Kitab al Qanum fi al Tibb) el médico persa Al-Husayn ibn Abdullah ibn Sīnā (980–1037), comúnmente conocido como Avicena, recomendaba el hachís como analgésico efectivo para las cefaleas cuando el opio no hacía efecto.
Esta interpretación, la del consumo por cuestiones médicas y por ende de urgencia, tiene una particular relevancia ya que podría encajar en el principio de Zarurat, vocablo árabe cuya traducción es “necesidad o emergencia”. Este principio puede ser interpretado como un permiso para la realización de actos generalmente prohibidos si existiesen razones de suficiente entidad y fuesen útiles para la supervivencia de una persona, supuesto que se contempla en el Corán (2). Otras citas coránicas, sostienen el concepto de Taquiyya, el rechazo aparente a las prescripciones religiosas en base a un estado de necesidad(3).
Abundando en el concepto de necesidad, una interpretación del derecho islámico permiten la justificación de la comisión de alguna actividad delictiva mediante la aplicación de conceptos como que “las prohibiciones se vuelven permisibles por necesidad”. El derecho islámico también recoge el principio de Maslahah, según el cual, en función de circunstancias particulares, es posible permitir algo prohibido si ello beneficia a la comunidad.
En la propaganda de Daesh también se encuentran referencias a las drogas. En el número dos de la revista Dabiq, publicada en julio de 2015 se recoge, en su página número 41, como la “policía islámica” había detenido al mayor traficante de drogas de Wilāyat Homs (la provincia de Homs en Siria). En la página inmediatamente anterior se reproduce la imagen de la puerta de entrada de The State Company for Drug Industries and Medical Appliances situada al norte de la ciudad iraquí de Mosul en la que ondea la bandera del “califato”. Un breve texto glosa la captura de las instalaciones en la que fueron intervenidos gran cantidad de suministros médicos y fármacos, sin especificar de qué tipo, asegurando que estos serían empleados para “las necesidades médicas de los musulmanes”.
Imagen páginas 40-41 de la revista Dabiq. Fuente: Jihadology.
En un vídeo difundido en diciembre de 2017 con el título “Failing Your State 2” el narrador cuenta como los yihadistas desplazados a zonas de conflicto provenían de comunidades en las que el “comportamiento desviado” era algo habitual. La grabación establecía tres categorías de individuos: aquellos cuya prioridad era la obediencia a Dios; los que apenas practican la religión y los que se dedican a los placeres de la vida en lugar de a la adoración divina.
La relación yihadismo – consumo de drogas y/o narcotráfico podría parecer a priori una situación contra natura toda vez que uno de los sellos de identidad de de esta manifestación fenomenológica del terrorismo es una rigorista, y distorsionada, interpretación de la religión musulmana, que es contraria a este tipo de conductas. Esta cuestión no parece tan clara a la luz de los hechos, circunstancia que podría explicarse mediante el binomio redención-supervivencia.
En el primer caso, la propaganda de Daesh mediante el bombardeo continuo de material destinado a mostrar el “califato” como tierra de promisión, y de redención, ha favorecido el desplazamiento al territorio que tenía bajo su control a individuos que en su pasado reciente habían tenido problemas con las drogas. Sirva como ejemplo el caso un grupo de jóvenes del Reino Unido que en 2015 decidieron emprender la “emigración”. Mientras se encontraban en un piso de seguridad de Daesh en la ciudad turca de Gaziantep uno de ellos declaró que sus amigos le dijeron que se incorporarían al “estado islámico” donde impera la Sharia y donde “No habría bebida, drogas ni tentaciones”.
En el segundo apartado, la supervivencia, tiene un gran peso adaptación del terrorismo yihadista al teatro de operaciones en el que actúa derivada de la constatación empírica de que, respecto de aquellos que considera “enemigos”, se halla en una situación de inferioridad material, humana y financiera. Respecto del consumo de drogas para acometer más convenientemente tanto atentados terroristas como episodios de combate convencional, la praxis yihadista puede encontrar acomodo en su propia teoría.
Según Paul Rexton Kan, para los terroristas, el acto de ingerir psicotrópicos para mejorar el rendimiento bélico es permisible ya que está en las antípodas de finalidades lúdicas o hedonistas por tener como meta última la consecución de objetivos de clara inspiración religiosa. Por ello, “el consumo de drogas no es inmoral, sino sagrado porque ayuda a un individuo a vincular lo terrenal con lo divino”. Además como apunta Justin Thomas, profesor asistente de psicología y psicoterapia en la Universidad Zayed de los Emiratos Árabes Unidos, en el caso concreto del captagon, es plausible que los yihadistas no contemplan la sustancia como “una droga o un narcótico porque no está asociado con fumar o inyectarse”.
La adecuación torticera de los preceptos de la religión islámica para la consecución de sus fines ha sido empleada con profusión por el terrorismo yihadista. Principios como el Zarutat, más orientado a la salud de las personas, el Maslahah, al beneficio comunitario efectivo, o la Taquiyya, destinada a la preservación de la fe en épocas de persecución religiosa pueden ser convenientemente manipulados por la retórica yihadista en su propio beneficio. No tendrían más que aplicar la taxativa “fórmula” de Daesh sobre el takfir (anatema) colectivo, según la cual ciertas prácticas, todas las que no coincidan con su particular doctrina, anulan la condición de musulmán de una persona. En ese punto, se convierte automáticamente en kafir (infiel). Una vez asignado este estatus sus bienes, y su propia vida pueden ser arrebatados sin contemplaciones.
En base a esta lógica, Anwar al Awlaki, prominente teólogo de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), eliminado en Yemen en septiembre de 2011, defendía la legalidad de “despojar a los infieles de sus riquezas en Dar al-Harb”, expresión esta última que puede ser traducida como “morada de guerra” y es el territorio en el que para los yihadistas es lícita la yihad hasta la implantación de la Sharia. Al Awlaki, figura también respetada por Daesh, insistía en la conveniencia de robar a los “incrédulos” para financiar sus actividades: “Queridos hermanos: La yihad depende en gran medida del dinero” y “sin riqueza no puede haber yihad”.
En el número 11 de la publicación digital de Daesh, Rumiyyah, de julio de 2017, el grupo terrorista, a la par que exaltaba la figura de los criminales convertidos en yihadistas, nótese la tautología, alentaba la práctica delictiva para reforzar la yihad. Por ello no sería en absoluto descabellado cuanto menos la tolerancia por parte de los yihadistas del narcotráfico ya que este les reportaría un interrelacionado doble beneficio: recursos financieros y debilitamiento de los kufar (infieles).
Años antes, el jordano Abu Musab Al Zarkawi líder de Tanzim Qaidat Al Jihad fi Bilad al Rafidayn (“Organización de la Jihad en el País de los Dos Ríos “), la filial de Al Qaeda en territorio iraquí y que a la postre se convertiría en el embrión de Daesh, escribió una carta, que fue interceptada en el año 2005, en la que solicitaba más dinero procedente del narcotráfico y menos de donaciones con origen en los países del Golfo .
A pesar del afán de presentarse como el paradigma de la pureza desplegado en la cosmovisión del terrorismo yihadista el consumo y el comercio de sustancias estupefacientes se muestra como rechazable de todo punto, en la realpolitik yihadista parecen tolerarse, cuando no fomentarse, ambos supuestos. Por cuestiones tal vez más estéticas que éticas, esta no constituye una práctica medular de este tipo de organizaciones terroristas sino más bien tangencial. Para poder superar las reticencias “pseudomorales” que tales actividades puedan suponer, el yihadismo, del que Daesh, es hasta la fecha el mayor exponente, no debería tener grandes problemas a la hora de hallar subterfugios en su manipulada interpretación religiosa para adornarlos incluso con una suerte de pátina de “mandato divino”. Manipulación teológica con interesados objetivos teleológicos.
En este status quo también cabe destacar que sería caer en un peligroso reduccionismo circunscribir el fenómeno yihadista a un problema de narcotráfico y el del los atentados a una mera cuestión de consumo de drogas. El yihadismo puede recurrir a la venta ilegal de estas sustancias pero sin dejar de buscar otras vías de financiación como “piadosas” donaciones o la extorsión de los habitantes de las zonas que tienen bajo su control.
Aunque se han dado episodios de la comisión de atrocidades por parte de yihadistas que se encontraban bajo el influjo de sustancias psicotrópicas este no parece un fenómeno generalizado. El factor de impulsión más potente del terrorista es su propio convencimiento. La alteración de su escala de valores, en la que no es necesaria la intervención de ninguna droga, permite hacerles creer que crímenes gravísimos son justificados por los objetivos que persiguen.
El “consumo” del fanatismo por parte de los actores implicados en este tipo de terrorismo ocupa el primer estadio de peligrosidad ya que elimina cualquier barrera moral que les impida implicarse en acciones violentas con finalidad letal en cualquiera de sus múltiples variantes. Ese es el verdadero elemento inspirador de individuos dispuestos a matar y morir, a morir matando y, lo que es peor, a matar muriendo.
[1] “¡Oh los que creéis! Ciertamente el vino, el juego de maysir (juego de azar), los ídolos y las flechas (método adivinatorio) son abominaciones procedentes de la actividad de Satanás. ¡Evitadla! Tal vez seáis los bienaventurados”. “Satanás quería suscitar entre vosotros la enemistad y el odio mediante el vino y el juego del y apartaros del recuerdo de Dios, de la plegaria…” El Corán, azora V (La Mesa), aleyas 92-93, en Vernet, Juan, “El Coran”, Ed Óptima, Barcelona (1999), pp.111-112.
[2] “Dios os ha prohibido comer las carne del animal que haya muerto, la sangre, la carne de cerdo y lo que se inmoló en nombre de otro que no sea Dios. Quien, forzado, sin intención ni trasgresión, coma, no cometerá pecado. Dios es indulgente, misericordioso” El Corán, azora XVI (La Abeja) aleya 116. Vernet, J., pag. 199.
[3] “Sobre quien reniega de Dios después de su profesión de fe – se exceptúa quien fue forzado pero cuyo corazón está firme en la fe – y sobre quien abre su pecho a la impiedad, sobre estos caerá el enojo de su Señor, y tendrán un terrible tormento”, “(…) Di: «tanto si ocultáis lo que hay en vuestros pechos como si lo mostráis, Dios lo conoce y conoce los que hay entre los cielos y la tierra»…” El Corán azora XVI (La Abeja) aleya 108 y azora III (La familia de Imram) aleya 23, en Vernet J., pp. 208 y 23 respectivamente.