Terrorismo en el Sudeste Asiático: la amenaza de Abu Sayyaf y su rejuvenecimiento en Filipinas

Psicotrópicos, narcotráfico y terrorismo yihadista
29/09/2020
Documentos de análisis
02/10/2020

Principal zona de influencia de Abu Sayyaf. Fuente: BBC

Análisis jóvenes investigadores 2/2020

Ana Aguilera

Principal zona de influencia de Abu Sayyaf. Fuente: BBC

Los atentados de dos terroristas suicidas el pasado mes de agosto en la provincia de Sulú han vuelto a sembrar el pánico en la sociedad filipina, y a su vez ponen de manifiesto el duro trabajo que le queda por delante en materia de lucha antiterrorista al gobierno filipino de Rodrigo Duterte.

El país lleva sufriendo una constante amenaza que ha puesto en jaque a la actual administración. El grupo Abu Sayyaf, también conocido como Al-Harakat Al-Islamiyya, lleva casi tres décadas amenazando con alterar el actual mapa político filipino, cuyo objetivo busca establecer un Estado islámico independiente para la comunidad musulmana (también conocida como el pueblo moro), minoría en el país. La amenaza de este grupo terrorista se centra en la región de Mindanao, área ubicada en el sureste del país insular.

Mapa de la zona reclamada por Abu Sayyaf para el pueblo moro. Fuente: U.S. National Counterterrorist Center

 

¿Por qué representa Abu Sayyaf una amenaza para Filipinas?

La historia del grupo ayuda a entender la amenaza que supone hoy día, pues desde el inicio del siglo XXI hasta el año 2017 se había considerado más bien una agrupación de crimen organizado. Sin embargo, esta realidad no siempre ha sido así. Si hablamos en términos históricos, podemos entender que la evolución del grupo se ha visto marcada por tres etapas diferentes.

Originariamente, el grupo es el resultado de una escisión del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN), el movimiento musulmán separatista que alcanzó un acuerdo de paz con el gobierno filipino en 1989 para crear la Región Autónoma del Mindanao Musulmán (RAMM), que gozaría desde entonces de una región administrativa especial y acabaría con los movimientos violentos que se habían dado en la región durante décadas para conseguir su independencia. Este acuerdo no gustó especialmente a un sector más extremista dentro del FMLN que, bajo el mando de Abdurajak Abubakar Janjalani, líder de la resistencia afgana contra los soviéticos, entendían que Mindanao debería ser un país independiente para el pueblo moro y no solo una región autónoma. Además, el territorio que abarcaba la lógica de este sector comprendía no solo la actual RAMM sino también la isla entera de Mindanao, segunda isla más grande de las Filipinas, y el archipiélago de Sulú, bañando las costas del mar de Célebes. Este pensamiento los llevaría en última instancia a escindirse y continuar la lucha armada bajo el nombre de Comando Muyahidín de Luchadores por la Libertad (MCFF, por sus siglas en inglés) en 1991.

Territorio comprendido en la Región Autónoma del Mindanao Musulmán desde 1989. Fuente: CNN.

Los orígenes de Abu Sayyaf: la lucha por la independencia del pueblo moro

El MCFF, que pasaría a conocerse posteriormente como Grupo Abu Sayyaf (ASG, por sus siglas en inglés) llevó a cabo un proceso de radicalización y episodios de violencia en la región para alcanzar una total independencia del país filipino en la forma de un Estado que estuviera regido por la ley islámica y la instauración de un califato en la región. Los combatientes de las filas de Abu Sayyaf entendían que el pueblo moro tenía derecho a forjar su propio destino. Por ende, aquellos enemigos que se opusieran a él, tanto extranjeros como cristianos, autoridades gubernamentales y fuerzas de seguridad, o incluso musulmanes que no apoyaran el cambio mediante el uso de la violencia, pasaron automáticamente a convertirse en sus principales objetivos de ataque.

En la etapa inicial, que se comprende entre principios de los años 90 hasta principios de los 2000, las tácticas que utilizaba el grupo armado eran de diversa naturaleza: las operaciones se canalizaban por medio del uso de granadas, bombas, asesinatos y secuestros. Gracias al mando de Janjalani, quien había luchado codo con codo con Osama Bin Laden para expulsar a los soviéticos de suelo afgano, el grupo contaba con el apoyo de una de las organizaciones terroristas más importantes del momento: Al Qaeda. Este vínculo tanto material como ideológico les permitió conseguir objetivos de largo alcance y repercusión mediática, siendo su primer ataque en la ciudad de Zamboanga en 1991 contra dos evangelistas. Una vez Janjalani y sus seguidores vieron que sus tácticas conseguían los resultados esperados, se volvieron mucho más sangrientos, y durante todo el fin del siglo XX se centraron en perseguir y ejecutar a los seguidores de la fe cristiana, dejando a su paso la muerte de decenas de creyentes. Entrado el siglo XXI las operaciones se vuelven más ambiciosas, y ejecutan su primera ofensiva a gran escala fuera de territorio nacional, secuestrando a 21 rehenes en un resort de Malasia. Por suerte, en esta ocasión todos fueron liberados o escaparon. La ofensiva malaya se considera, de hecho, la última operación a gran escala con el grupo unido, ya que dos años antes el líder del grupo, Abdurajak Janjalani, había sido asesinado a manos de las fuerzas armadas filipinas, lo cual propició inevitablemente la primera debilitación del grupo. Su hermano, Khadaffy Janjalani, asumió entonces el control del grupo, y los secuestros y el uso de bombas continuaron hasta el año 2004, momento en el cual el grupo se cobró la vida de 116 personas en la explosión del Super Ferry 14 a su llegada a la bahía de Manila proveniente de Mindanao, provocando el acto terrorista marítimo con mayor número de víctimas mortales hasta la fecha. La presencia y magnitud de este grupo terrorista hacía temblar los cimientos de la administración Duterte, que hizo serios esfuerzos por cercar al grupo y tratar de neutralizarlo durante los siguientes años, y el fin de la etapa inicial quedaría marcado por la muerte de Khadaffy Janjalani en una ofensiva hostil contra el grupo a manos de las autoridades militares filipinas en 2006.

La segunda era de Abu Sayyaf: de grupo terrorista a organización criminal

Desde la muerte de Janjalani, el grupo se descentraliza en comandos dispersos, y aunque colaboran puntualmente con una facción radical del FMLN (conocida como Frente Moro de Liberación Islámica) en un atentado bomba contra el parlamento en 2007, sus actividades quedarían relegadas a partir de este momento a acciones propias de una banda criminal, donde los ataques bomba y asesinatos se sustituyeron por secuestros a cambio de rescates como principal objetivo del grupo. Durante los años posteriores a 2008 y hasta 2016, varios líderes de los comandos mueren o son capturados a manos gubernamentales, y el alcance y la repercusión mediática del grupo comienza a disminuir. Es por esto que en esta segunda ola se registran secuestros puntuales de extranjeros a cambio de un rescate, en un intento de asegurar la supervivencia del grupo.

Donde antes el objetivo se vislumbraba mucho más ambicioso, buscando incesantemente la yihad como vía para conseguir la independencia del pueblo moro, ahora el grupo carece de los medios y personal operativo necesario para conseguir unos objetivos tan codiciosos. El apoyo recibido inicialmente por Al Qaeda empieza a desaparecer de la esfera internacional y Abu Sayyaf entra en un periodo más retrotraído en el que emigra a las zonas del sur (sobre todo a las provincias de Sulú y Tawi-Tawi) para esconderse de las autoridades. Su número de militantes también se ve seriamente afectado: inicialmente no habían sido muy numerosos, pues según datos oficiales se contabilizaban entre 200 o 400 miembros activos, por lo que la percepción de amenaza había resultado siempre menos evidente para la comunidad internacional. No obstante, para Filipinas ha supuesto históricamente una gran amenaza, en un país donde la religión cristiana como primera religión mayoritaria del país y musulmana como segunda habían intentado buscar el camino de convivencia pacífica a medida que pasaba la historia. Además, en los últimos años el grupo separatista había llegado a reclutar a más de 1.000 combatientes a la causa, por lo que era una amenaza potencial en auge. Viendo como su potencial disminuía a gran velocidad supuso, pues, un triunfo para el país.

La etapa de persecución a escala nacional culmina con la ofensiva militar más grande de todos los tiempos bajo el régimen de Rodrigo Duterte como presidente de las Filipinas. El golpe que recibe Abu Sayyaf en la batalla de Marawi en 2017, un asedio a la ciudad que dura cinco meses, es de tal magnitud que fallece aproximadamente el 70% de su militancia, perdiendo por tanto la mayoría de su poder, tanto de capital humano como de capacidad de autonomía y subsistencia. Esto se tradujo como la derrota casi total del terrorismo islámico en esta región del Sudeste Asiático, y provocó un punto de inflexión en la historia de las Filipinas.

La tercera era de Abu Sayyaf: la vuelta a la yihad

Los militantes de Abu Sayyaf habían empezado unos años atrás a darse cuenta de los privilegios que disponían cuando contaban con el respaldo abierto de organizaciones terroristas más numerosas y expandidas por el mundo, como le ocurrió con Al Qaeda. El asedio de Marawi es el resultado de un proceso de cambio ya existente donde el grupo, para recuperar el peso que tenía, había reorientado durante esos años su disciplina ideológica y sus tácticas operativas a unas mucho más propias de una organización terrorista al servicio de la yihad, abandonando el crimen organizado como único modo de vida. Este giro ideológico había marcado el regreso de Abu Sayyaf como grupo local al servicio del fanatismo religioso, poniéndose de manifiesto en la jura de lealtad al Estado Islámico (EI) en el año 2014 bajo el mando del entonces emir del Estado Islámico y líder de Abu Sayyaf en las Filipinas, Isnilon Totoni Hapilon. Es en este punto de la historia donde Abu Sayyaf reinventa su razón de ser para volver a luchar por la independencia y la creación de un Estado islámico en la región de Mindanao, objetivo al cual el grupo estaba destinado inicialmente. Su vuelta se manifiesta a través de la ofensiva propagandística mediante el lanzamiento de un video titulado “Si no pueden llegar a Siria, únanse a los yihadistas de Filipinas”, haciendo un llamamiento a los extremistas islámicos en Asia para que cerrasen filas con la célula yihadista en Mindanao.

Respondiendo a la llamada, en 2018 el grupo perpetró el primer atentado suicida en la provincia del Basilán a manos de Abu Kathir al Maghribi, un combatiente de origen marroquí, combinando el modus operandi convencional de Abu Sayyaf con una nueva forma de terrorismo más similar a otros grupos terroristas como el EI. En 2019, dos terroristas suicidas provenientes de Indonesia que habían viajado a las Filipinas a luchar por la yihad local atentan contra la Catedral de Nuestra Señora del Carmen en Sulú y matan a más de una veintena de personas y el pasado mes de agosto no solo emplean la misma táctica suicida sino que simbólicamente atacan la misma catedral en la que perpetraron los atentados del año 2019. Estos indicios alertan no solo de que el número de combatientes extranjeros está en constante aumento sino que, como también recientes investigaciones apuntan, Abu Sayyaf está entrenando y albergando a combatientes de todas las partes del mundo, sobre todo de Indonesia, Malasia, Pakistán, Bangladesh y algunos países de Oriente Próximo, introduciendo la fenomenología suicida en las Filipinas como táctica operativa.

La resiliencia y el dinamismo como métodos de supervivencia

Como se puede comprobar, esta filial local del terrorismo yihadista en el Sudeste Asiático ha superado varios periodos transicionales desde su nacimiento, pasando de unos objetivos separatistas basados en el radicalismo islámista y el fanatismo religioso desde los años 90 hasta un modo operativo más definido como guerrilla o grupo criminal que encontraba en los secuestros y rescates su lógica principal de financiación y razón de ser durante los primeros años del siglo XXI. El grupo se ha enfrentado a amenazas tanto internas como externas durante su historia, pero la capacidad de adaptarse y transformarse en lo que necesitaban en cada punto de su historia les ha salvado de desaparecer. Actualmente, el grupo parece hacer intentos de recentralización bajo el mando de Radullan Sahiron, Hatib Hajan Sawadjaan y otras figuras que lideran y subdirigen el grupo, a raíz de la muerte del comandante Hapilon en el asedio de Marawi. Se desconoce por el momento que haya un solo líder del grupo desde la muerte de Hapilon, pero existen indicios de que se están moviendo rápido para jerarquizar su estructura y seguir sembrando el caos en el país.

La tendencia resiliente ha otorgado a Abu Sayyaf la capacidad de sobrevivir en numerosas ocasiones, sobre todo del golpe que para el grupo supuso la batalla de Marawi en 2017, y el gobierno de Duterte sabe que tiene mucho en juego cuando se trata de esta organización. Para un presidente que fue alcalde de Dávao desde 1988 hasta su nombramiento como Jefe de Estado en las elecciones de 2016, la delincuencia y el crimen organizado son un tema muy delicado al que el presidente ha tratado históricamente con mano de hierro[1]. Habiendo puesto la lucha contra el crimen organizado como uno de sus ejes fundamentales en la campaña política para las elecciones presidenciales de 2016, el resultado de las operaciones tanto unilaterales como conjuntas con los países vecinos no ha vencido totalmente al terrorismo islamista ni en Filipinas ni en sus alrededores. Con miles de muertos producto de la guerra contra el crimen en el país, la idea de Abu Sayyaf como grupo terrorista ha vuelto a la superficie con más fuerza que nunca, hecho que a los ciudadanos filipinos les recuerda con pesar a los inicios de la organización. La diferencia, desgraciadamente, es que ahora cuentan con el apoyo remoto del Estado Islámico, quien ve a Abu Sayyaf como su provincia o wilayah en el Sudeste Asiático y a quien respalda en redes sociales y en la comunidad virtual.

El espacio marítimo como fuente de financiación de Abu Sayyaf y epicentro de las operaciones de lucha contra el terrorismo

Actualmente se conoce que la amenaza terrorista de Abu Sayyaf se ha trasladado también al ámbito marítimo, donde tendencias actuales sitúan dicho espacio como la nueva fuente económica de autofinanciación del grupo para futuras operaciones. Los controles marítimos, sobre todo después del ataque al Super Ferry en 2004, se han visto intensificados a tal efecto, y la interacción con combatientes extranjeros como la nueva mano de obra que migra a luchar entre sus filas probablemente reoriente las tácticas del grupo en los próximos años.

Para evitar que la situación en Mindanao eventualmente sea un reflejo de la piratería marítima en las costas somalíes, las Filipinas ha desplegado un marco de operaciones conjuntas a todos los niveles. Jurar lealtad al EI ha beneficiado a Abu Sayyaf en incontables ámbitos, desde hacer un llamamiento a la fuerza extranjera para que ayuden a la causa mora en las Filipinas hasta permitir al grupo modernizar su equipamiento y armamento actual, adquiriendo desde lanchas rápidas hasta maquinaria para la creación de bombas masivas y sofisticados programas de ataques simultáneos. Bajo este ámbito de actividad, los esfuerzos gubernamentales se han canalizado en coartar su mayor fuente de financiación, la cual ocurre principalmente en Sulú (sur) y en las costas malayas de Sabah. Para ello se han servido de un marco de operaciones conjuntas a nivel regional con el gobierno malayo para el intercambio de inteligencia en materia de colaboración con las autoridades filipinas para perseguir al grupo. De hecho, fruto de esta colaboración se descubrió que Abu Sayyaf tenía contactos en la provincia sureña de Tawi-Tawi para identificar objetivos de alto nivel para sus operaciones, y desde entonces los esfuerzos en materia de colaboración a nivel tanto regional como internacional se han visto intensificados para hacer frente a esta fórmula rejuvenecida de terrorismo local.

A nivel bilateral, las fuerzas armadas filipinas llevan colaborando con los Estados Unidos en la ofensiva internacional estadounidense conocida como “guerra contra el terror” desde los ataques del 11 de septiembre. Desde entonces, soldados americanos se han desplegado en suelo filipino con el objetivo de entrenar a la armada nacional y local en operaciones contraterroristas en la lucha contra Abu Sayyaf. Estas operaciones han dado sus frutos, ya que como resultado de este entrenamiento se consiguió capturar a Galib Andang, antiguo líder de la facción del Sulú después de la fragmentación del grupo a finales de los 90.

A nivel regional, Filipinas ha participado en programas e iniciativas con sus países vecinos para controlar el espacio marítimo que Abu Sayyaf amenaza desestabilizar, siendo el mayor hito el Acuerdo de Cooperación Trilateral (TCA, por sus siglas en inglés) entre Indonesia, Malasia y las Filipinas para coordinar patrullas marítimas en los mares de Sulú y Célebes y boicotear los intentos de piratería marítima que afecta a la seguridad y estabilidad en los tres Estados fronterizos. Esta iniciativa comprende colaboración en materia de operaciones, así como intercambio de información en materia de inteligencia.

También es relevante el papel del Acuerdo de cooperación regional para la lucha contra los actos de piratería y robos a mano armada contra los buques en Asia (RECAAP, por sus siglas en inglés). Este modelo de cooperación regional engloba a 16 estados, uno de los cuales es Filipinas, que desde 2004 luchan contra la piratería y los robos a mano armada contra los buques en Asia. También monitorizan los incidentes en tiempo real contra buques navegando por las aguas regionales con el objetivo de facilitar el tráfico de información y evaluar los riesgos acordes a la gravedad de los ataques.

Todas estas iniciativas y operaciones en la lucha antiterrorista complican tanto el alcance y la magnitud de los futuros ataques de Abu Sayyaf como su propia supervivencia en el largo plazo, aunque también es importante tener en cuenta que cuentan con el apoyo de uno de los grupos terroristas más peligrosos del siglo XXI. Además, con el auge de las redes sociales y la radicalización que se ha ido desarrollando a través de internet, y siendo las Filipinas un país donde el 97% de sus ciudadanos usan las plataformas digitales a diario, cada vez son más los que piensan que el impacto mediático de Abu Sayyaf va a ser mayor que nunca. Combatientes tanto nacionales como extranjeros viajan a la región y cierran filas para luchar por la yihad local, y a pesar de que el grupo como tal no hace un gran uso de las redes sociales hoy día, Al-Qaeda entonces y el Estado Islámico en la actualidad se encargan de darles la propaganda necesaria para que sigan creciendo en número y visibilidad.

El traslado de las actividades del grupo al espacio marítimo pone retos adicionales a la seguridad de la región y añade unas connotaciones un poco más acuciantes. Si barajamos la posibilidad de que esta filial del EI pudiera asaltar un cargamento, por ejemplo, de material para uso explosivo, entonces la respuesta a nivel nacional se queda corta. Ya no solo porque el país no pudiera dar una respuesta acorde a la magnitud del problema, sino porque la seguridad de toda la comunidad internacional en su conjunto se vería comprometida.

El futuro del grupo, por tanto, dependerá en gran medida de cómo el actual gobierno filipino responda. En un contexto social cada vez más agitado donde las políticas de la guerra contra Abu Sayyaf se están volviendo cada vez más polémicas, diversos colectivos en el país temen que el presidente esté haciendo uso del terrorismo para combatir su propia disidencia política y atentar contra aquellos que protesten pacíficamente contra el gobierno. De hecho, se espera que la nueva ley antiterrorista aprobada este mes de julio continúe siendo altamente contestada a nivel nacional. Mientras tanto, el futuro de Abu Sayyaf se verá marcado por un auge de la narrativa propagandística islamista y el fanatismo religioso, donde el yihadismo intentará seguir ganando terreno con Abu Sayyaf como líder de la resistencia local, buscando establecer un califato islámico en un enclave estratégico a orillas del Pacífico. Las actividades de colaboración y persecución de la piratería marítima en materia policial y militar en las aguas compartidas con las vecinas Indonesia y Malasia, por tanto, parecen ser por ahora la baza más segura para el país.

[1] De hecho, se le conoce en la ciudad de Dávao con el nombre del “Castigador” por su cruenta batalla contra el crimen y la creación de “escuadrones de la muerte” que patrullaban las calles y sumieron a la ciudad de Dávao en el terror y la constante persecución policial

 

*El Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo no se hace responsable de las opiniones vertidas por los autores de los artículos publicados.