Es la ciudad vasca en la que ETA ha cometido más asesinatos y la capitalizad cultural debía ser una plataforma para recordarlo sin versiones edulcoradas. ¿Lo está siendo?
“ETA tenía por propósito subyugar una democracia mediante la amenaza, la violencia y el asesinato. Esta era su razón de ser. Me siento muy lejos de algo así”. Estas palabras están recogidas en un libro recientemente publicado por Ana Terradillos, y son de Carrasco Aseginolaza, un exetarra que formó parte del comando Buruntza que asesinó el 24 de mayo de 2001 al director Financiero de El Diario Vasco, Santiago Oleaga, tras dispararle siete tiros por la espalda. Las palabras de Carrasco, lamentando lo ocurrido, ya no pueden reparar el mayor mal que se puede causar a un ser humano y a sus allegados: arrebatarle la vida.
Los puntos que aparecen en el mapa de San Sebastián corresponden a los asesinatos terroristas perpetrados en la ciudad.
El asesinato de Oleaga tiene además una significación especial pues fue la última víctima que ETA se cobró en nuestra ciudad. Hasta su derrota y obligada renuncia, en 2011, San Sebastián ya no soportó nuevos asesinatos de la banda, y sí, en cambio, fue escenario de una creciente repulsa hacia el terrorismo. El mito de la ETA invencible e imposible de derrotar, saltaba hecho añicos y con él las estrategias políticas que implicaban concesiones a la banda (recuerden ustedes la cantinela de la “negociación política”).
Pero hasta llegar a ese año, San Sebastián padeció, casi como ninguna ciudad española, la acción terrible del terrorismo, que es como decir de ETA y sus grupos afines. Durante muchos años San Sebastián fue escenario de una violencia inusitada, que tuvo su expresión más dramática en los asesinatos cometidos en sus calles. No escapó ningún lugar de la ciudad: podía ser el Centro, La Concha, Bidebieta, La Paz, Gros…, todos nuestros barrios vivieron los atentados de ETA con resultado de muerte. Con sus acciones, ETA lograba que el terror y la coerción estuvieran presentes en cualquier lugar de la ciudad y si alguien pretendía olvidarlo, periódicamente los asesinatos recordaban de manera obscena que los ciudadanos corrían un riesgo si se manifestaban en su contra.
Entre 1967 y 2001 se produjeron 93 asesinatos en nuestra ciudad consecuencia de atentados terroristas, 92 de ellos como resultado de las acciones de ETA y grupos afines, debido a la extrema derecha, en la persona del concejal de HB Tomas Alba, ocurrido en Astigarraga, entonces municipio de San Sebastián1. Esta diferente entidad entre el terrorismo de ETA y el de extrema derecha o parapolicial, tiene su correlato en las cifras de asesinatos producidos por el terrorismo en relación con el caso vasco en España: del total de las 915 víctimas mortales que se produjeron, el 92% corresponden a las ramas de ETA y grupos afines (un total de 845), mientras que el terrorismo de extrema derecha y parapolicial ha ocasionado el 7% de víctimas (62 personas), en tanto que un 1% está pendiente de aclarar su autoría. Son datos que expresan la distinta incidencia de los terrorismos padecidos, la muy diferente proyección social que tuvieron, y que siendo todos los terrorismos repudiables sin matices, fue el de ETA el que lastró y condicionó la vida política de Euskadi, y el que impidió que los ciudadanos que discreparan de la banda pudieran desenvolverse en libertad. En ocasiones se busca enmascarar lo que ha supuesto ETA con una ingeniería terminológica que nos habla de las “dos violencias”, del “conflicto”, o se emplean conceptos genéricos y aplicables a muy distintas situaciones (“violación de derechos humanos”), para evitar hablar con aspereza del drama que ha asolado en los años recientes a una parte de la ciudadanía de Euskadi: el terrorismo de ETA.
Esos 93 asesinatos cometidos en San Sebastián supusieron que fuera la segunda ciudad española tras Madrid (con 119) en la que el terrorismo vinculado al caso vasco se cobró más vidas, por encima de Bilbao (con 64 asesinatos), Barcelona (34), Vitoria (28)…, siendo nuestra provincia, Gipuzkoa, la que más asesinatos padeció con 324 personas, por delante de Bizkaia, con 225 personas (Datos extraídos del Informe Foronda). Todos los asesinatos sucedidos en nuestra ciudad son terribles y carecen de cualquier fundamento, todos sin distinción. En cualquier caso, hay algunos que hacen más ostensible la sinrazón del terrorismo, como es el caso del jubilado de 71 años, Enrique Moreno, condenado a muerte bajo el franquismo, confundido por ETA con un policía (en 1986); o el de la joven de 17 años, Mª del Coro Villamudria, asesinada como consecuencia de una bomba lapa puesta en el coche de su padre, un policía nacional (1991); o bien los de Josu Leonet y José Ángel Santos, muertos cuando transitaban hacia su trabajo como consecuencia de la onda expansiva de una bomba dirigida a un edil socialista (2001).
Esta breve descripción puede pecar de fría, sobre todo teniendo en cuenta que tras estas cifras hay familias que han sufrido un daño irrevocable. Con la torpeza que tienen las palabras cuando nos referimos a la rememoración de esto hechos, lo que se pretende es llamar la atención sobre el compromiso que deben tener San Sebastián y Gipuzkoa para recordar lo sucedido, con veracidad, sin versiones dulcificadas. Parecería que la capitalidad cultural podría ser una buena plataforma para ello, o al menos así se concibió en su origen. Pero la pregunta que nos hacemos algunos donostiarras es ¿lo está siendo?