“Túnez no solo se enfrenta a grupos terroristas activos en su propio territorio, sino que ha exportado combatientes a prácticamente todos los escenarios de conflicto actuales”

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“Túnez ha invertido mucho dinero y ha modernizado bastante, con dudoso éxito, la seguridad de sus fronteras con Libia. Es muy complejo para Túnez y le supone un nivel de alerta constante”

Sergio Altuna Galán (Logroño, 1985) es desde hace un año investigador asociado del Real Instituto Elcano especializado en actores violentos no estatales en el Magreb y el Sahel y en el análisis de la narrativa yihadista. Su dominio del árabe, uno de los cinco idiomas en los que se maneja, le ha permitido seguir de cerca el discurso y la retórica salafista y ejercer de consultor en prospectiva y seguridad en el norte de África desde 2010, año en que Túnez se convirtió en su base de operaciones.

Fue precisamente en una ciudad tunecina, Sidi Bouzid, donde se iniciaron las revoluciones conocidas como Primavera Árabe. Un joven se roció de líquido inflamable y se prendió fuego de forma pública el día que la policía confiscó su puesto de venta callejero. Las protestas ante el suceso y ante los casi veinticuatro años de régimen autocrático se extendieron al resto del país y sirvieron de modelo para el resto del mundo árabe. El desorden político y social que siguió a la caída del dictador Ben Ali, unido a la desconexión de las instituciones con la realidad, alentó un repunte del islamismo que algunos aprovecharon para convencer a los salafistas radicales de dar el salto hacia el terrorismo yihadista. El último atentado fue perpetrado por una milicia vinculada a Al-Qaeda en el puesto de Ghardimaou el pasado 8 de julio, en la frontera de Túnez con Argelia. Seis agentes de la Guardia Nacional perdieron la vida y otros tres resultaron heridos.

El número de atentados yihadistas ha disminuido notablemente en Túnez en los últimos dos años. ¿Cómo se explica este descenso del número de ataques terroristas en el país?

El año 2015 supuso un punto de inflexión en la evolución del terrorismo yihadista en el país. Túnez se ha integrado en diferentes programas, ya sean bilaterales o regionales, para mejorar y para formar sus fuerzas y cuerpos de seguridad, pero el peligro sigue ahí, no hace más de un mes del último ataque terrorista. La UE ha puesto en marcha diferentes iniciativas y coopera con Túnez a través de diferentes agencias como EUROPOL, CEPOL o FRONTEX. Asimismo, también se han multiplicado las iniciativas bilaterales de cooperación antiterrorista con países miembros de la UE como Francia, Alemania o España. Tienen como ejes de acción principales reforzar las capacidades técnicas y operacionales de las fuerzas y cuerpos de seguridad tunecinos, contribuir a la modernización de los servicios de información y mejorar el flujo de información de inteligencia, así como apoyar diferentes reformas institucionales en el sector, aunque este último pilar es el que está resultando menos permeable al cambio.

Si bien es cierto que no se han repetido atentados tan impactantes como los del hotel de Souza o del Museo del Bardo, Túnez no solo se enfrenta a grupos terroristas activos en su propio territorio, sino que ha exportado combatientes a prácticamente todos los escenarios de conflicto actuales: en Siria, Irak, Libia, Mali, Yemen, Mali… La amenaza terrorista en Túnez se mantendrá constante al menos en el medio plazo.

¿Cuál es el flujo real de tunecinos que han ido a combatir en el extranjero?

Naciones Unidas estableció el número de combatientes tunecinos desplazados a zonas de conflicto entre los 5000 y 5500. The Soufan Group disminuyó un poco estos cálculos y lo estableció en unos 3500. El Gobierno tunecino no comunica una cifra al respecto, entre otras razones por la dificultad de identificar a algunos de los que partieron por la ruta libia. La frontera con Libia es muy porosa y tiene unos flujos de contrabando elevados; normalmente, esta frontera se cruza sin pasaporte. El número de personas que han abandonado el país con pasaporte es relativamente más fácil de medir, sobre todo hasta que comenzó la segunda oleada de violencia en Libia, entre 2013 y 2014. En avión hay cierta trazabilidad; si no vuelven se puede, más o menos, establecer dónde se han ido y quiénes son.

La desconfianza de los tunecinos para con sus instituciones, sobre todo de seguridad, hace que se haya marchado gente sin haber sellado su correspondiente pasaporte y que muchas familias no hayan declarado esta ausencia por temor, por una herencia de años de un control policial muy exhaustivo de la ciudadanía, de su pensamiento político y de sus inclinaciones religiosas.

¿Por qué un país tan pequeño como Túnez exporta tantos combatientes?

El discurso de liberación nacional, de justicia social y de reconstrucción de una umma musulmana (comunidad universal de creyentes con independencia de su nacionalidad u origen étnico) resuena en todo el mundo árabe. Hay un porcentaje muy importante de combatientes que partió hacia Siria cuando los actores del conflicto aún no estaban del todo establecidos y no existía el “Estado Islámico” tal y como lo conocemos hoy. No todos se marcharon para participar directamente como yihadistas. A partir de 2014, la mayoría sí.

"Solemos tender a prestar mucha atención a AQMI, pero Boko Haram tiene un impacto enorme en la zona del lago Chad y Nigeria. No hace falta mirar más allá del número de atentados terroristas en Mali en los últimos años; la tendencia es enormemente preocupante"

Es importante también señalar que, cuando se amnistió a un buen número de presos en Túnez en 2011, había individuos muy importantes de la yihad global que fueron liberados y tenían un plan bastante claro para poner en marcha. La limitación del pensamiento crítico durante los largos años de la dictadura dejó como resultado una parte de la población fácilmente influenciable.

En 2014 apareció Daesh y estableció filiales en el Magreb y el Sahel. ¿Cómo ha influido esto en el papel de Al-Qaeda?

Las filiales de Daesh en el Magreb, salvo en un estado fallido como Libia, han tenido un impacto bastante limitado. Al-Qaeda estableció su estructura actual, como Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), a finales de 2006 o principios de 2007, no hay una fecha exacta establecida. Son más de diez años y hay toda una historia de militantismo ligada al pensamiento de Al-Qaeda, heredada en muchos casos o traída por el Grupo Islámico Combatiente en Libia (LIFG por sus siglas en inglés), y por el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate y sus predecesores.

El pensamiento fundamentalista yihadista de Al-Qaeda tiene mucho mayor calado, sus raíces están bien asentadas en la región. Sus redes en el Magreb son bastante más amplias que las de Daesh. En Argelia, por ejemplo, aunque que consiguieron que una facción de AQMI desertara y jurase lealtad a Daesh, fueron rápidamente desmantelados.

¿Cómo ha sido la irrupción del Daesh en Túnez?

La penetración real de Daesh en Túnez es muy limitada con respecto a AQMI. Todos estos tunecinos que ahora militan en Daesh han pasado por otros campos de entrenamiento. Pasaron por Libia, se formaron allí en campos seguramente fundados y construidos por militantes de Al-Qaeda, tunecinos muchos de ellos, y es luego en Siria o en Libia donde las cosas cambiaron. La mayoría venía con unos planteamientos muy qaedianos. En Túnez han basculado muy pocos combatientes de Al-Qaeda al Daesh. Lo mismo en Argelia.

En Túnez, Daesh opera a través de Jund Al-Khilafa. ¿Cuál es su papel actual?

Son un grupo muy pequeño de desertores de AQMI, de militantes en su momento de Ansar Al-Sharia que se limitan casi exclusivamente a la zona del Mghilla, un monte del centro de Túnez, en la provincia de Kasserine. Un grupo terrorista que no comunica nada con lo que lleva a cabo, al final es como si no existiese. Hay una diferencia entre arrestar o detener a un pastor, interrogarle como si fuera un espía y degollarle y lo que ocurrió en Susa, lo que ocurrió en el Museo El Bardo o el ataque contra Ben Gardane con supuesta intención de tomarlo. Aquellos que han llevado a cabo atentados de cierta envergadura no lo han hecho desde la pequeña estructura de Jund al-Khilafa, sino que han salido de Túnez, han pasado tiempo fuera, han recibido formación y han vuelto para atacar.

Se especulaba bastante sobre el efecto que pudieran tener los combatientes retornados. ¿Se está notando ya este movimiento en Túnez?

La cifra del Ministerio de Interior tunecino es de unos 800 retornados. Actualmente está en boga el debate sobre cómo gestionarlo, qué hacer con ellos. Los hay en prisión, los hay bajo arresto domiciliario, los hay bajo seguimiento… Están aplicando diferentes políticas teniendo en cuenta los perfiles que hay. El retorno no está siendo masivo, pero tampoco se conocen más datos al respecto.

Existe la posibilidad también de que no vuelvan a Túnez. No sería la primera vez; en los años noventa, tanto argelinos como libios regresaron de Afganistán y fueron capaces de articular diferentes movimientos islamistas en sus respectivos países. Los tunecinos, conscientes de la severidad del Gobierno de la época, optaron por establecerse en otros países. Algunos de ellos acabaron fundando muchas de aquellas primeras células y estructuras de Al-Qaeda en Europa.

Hay otros escenarios abiertos y las personas más convencidas y más ideologizadas no tienen por qué tener como único y último objetivo volver para atentar. Todavía tienen posibilidad de llevar a cabo una insurgencia sostenida durante muchos años.

¿Qué está haciendo el Gobierno tunecino para abordar la cuestión de los retornados?

Al igual que en otros lugares, la Plataforma de Vecindad Europea ha cobrado una importancia creciente y se están poniendo en marcha planes en diferentes barrios. También hay algunas agencias de cooperación que están trabajando mucho sobre la rehabilitación de retornados. Sin embargo, pese a la acuciante necesidad, todavía no se ha adoptado un plan nacional para la prevención de la radicalización, quizá por las carencias de consenso y por la situación de inestabilidad política de los dos últimos años en Túnez. Tampoco hay programas públicos de reinserción ni de desradicalización.

Túnez comparte y coopera tanto con países de la región como con países de todo el Mediterráneo a nivel de inteligencia. El país ha ido dando pasos positivos, pero tiene ante sí un horizonte complejo: las cifras de combatientes tunecinos en diferentes escenarios de conflicto, además de los grupos activos en su propio territorio, le auguran muchos años de problemas.

¿Cómo gestiona Túnez las prisiones con un número tan elevado de retornados?

Las prisiones están, en general, a un 150% de su capacidad, algunas de ellas por encima del 200%. El 7% de la población carcelaria en 2017 estaba o tenía causas pendientes por terrorismo. En estas condiciones resulta muy complicado llevar a cabo programas serios de aislamiento, de reinserción o mantener un control férreo de qué mensajes se están pasando o de si se está radicalizando a más gente en prisiones.

Estos datos llevan a pensar que seguramente en las prisiones tunecinas existe un caldo de cultivo apropiado para difundir su mensaje. Cabe recordar que quienes fundaron Ansar al-Sharia pasaron largas temporadas en prisiones y que salieron con un plan para poner en marcha y con más acólitos de los que entraron.

Desde 2014 se empezó a tomar conciencia del problema. En 2015 se modificó la legislación que atañe al terrorismo, lo cual permite una mayor horquilla de acción a las fuerzas y cuerpos de seguridad. El Ministerio del Interior tunecino dice que entre 2011 y 2017 se ha impedido abandonar el país a veintinueve mil personas porque se les presuponía una voluntad de desplazarse a zonas de conflicto.

Todas estas personas no van directamente a prisión, pero esta cifra habla de una población que, si bien no ha dado el paso al militantismo, durante un tiempo largo ha interiorizado posicionamientos fundamentalistas con posibilidad de bascular hacia la violencia política y, por ende, hacia el terrorismo. Espero, eso sí, que el Estado tunecino tampoco abuse de las prerrogativas que se ha concedido a sí mismo, que no vuelva a caer en los errores del pasado de encarcelar u hostigar más allá de la cuenta al creyente conservador lambda y que esto acabe teniendo consecuencias no buscadas.

¿La mala praxis policial ha contribuido a la radicalización en Túnez?

Túnez no ha aprovechado la oportunidad y legitimidad histórica que favorecía la revolución para reformar el Ministerio del Interior, percibido como órgano de represión estatal. A día de hoy no se sabe cuántas personas trabajan en él, se desconoce su presupuesto, qué misiones tienen, cuánto cobran… La relación entre el ciudadano y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, sobre todo la policía, es malsana. El ciudadano tunecino, por lo general, tiene miedo si le para un policía.

¿Cómo controla el Gobierno tunecino la frontera con un país tan inestable como Libia?

Túnez ha invertido mucho dinero y ha modernizado bastante, con dudoso éxito, la seguridad de sus fronteras con Libia. Geográficamente se trata de un foco de inestabilidad complejo para Túnez, pues supone mantener un nivel de alerta constante, Libia es un país enorme, sin infraestructuras de Estado y con distintos grupos controlando su frontera occidental. Supone un quebradero de cabeza.

A través de Libia se han colado quienes han perpetrado los atentados más preocupantes en Túnez. Ansar al-Sharia supo establecerse y estrechar lazos con diferentes facciones en Libia y acabaron construyendo una infraestructura muy sólida. La mayor parte de los combatientes extranjeros en Libia son o eran tunecinos en 2016. Es un problema a largo plazo.

"Siempre había estado en los planes de Al-Qaeda poder tener un control mayor sobre el Sahel y lleva muchos años en ello. El movimiento de aunar facciones que tienen ideología más o menos cercana, como ocurre en Mali con el JNIM, puede acabar por tener un impacto muy relevante.

¿Cómo valoras la situación actual del yihadismo en el Magreb y el Sahel?

El Sahel tiene desde hace muchos años problemas estructurales difíciles de atacar. La mayoría de países de la franja saharo-saheliana tienen unas perspectivas de futuro bastante poco halagüeñas y de ello se ha aprovechado el yihadismo.

AQMI siempre ha tenido su vista puesta en el Sahel como teatro de acción por las posibilidades que plantea. Concentra un porcentaje muy importante de la actividad terrorista, mucho más que en el Magreb en la actualidad. De hecho, Abdelmalek Droukdel, el emir de AQMI, afirmaba que su atención había girado sobre todo hacia el Sahel; son estados muy débiles, porosos, muy grandes, y se ha ido desplazando hacia allí la mayor parte de su actividad. Lo mismo ocurre con Daesh.

¿Cómo ha evolucionado la actividad terrorista de la región desde la irrupción de Daesh?

Hubo pequeñas sinergias entre AQMI y Boko Haram, sobre todo en la zona de Lago Chad, norte de Nigeria, oeste del Chad, pero Daesh acabó capitalizando una facción de Boko Haram, en principio toda la organización. Con la organización fragmentada, Shekau, emir desde la muerte de Youssouf, ha acabado quedándose con la parte independiente y Al-Barnawi, cuyo perfil es menos problemático para Daesh, le sigue fiel. Esas dos facciones son realmente mortíferas. Una escisión de AQMI también ha acabado cristalizando como Daesh en África Occidental y lleva a cabo operaciones en nombre del grupo.

Solemos tender a prestar mucha atención a AQMI, pero Boko Haram tiene un impacto enorme en la zona del lago Chad y Nigeria. No hace falta mirar más allá del número de atentados terroristas en Mali en los últimos años; la tendencia es enormemente preocupante, hay más atentados, de mayor calado y contra instituciones complejas.

¿Cómo se augura el futuro de las filiales de Al-Qaeda y Daesh a medio plazo?

La situación actual de Al-Qaeda es mucho mejor que la de Daesh. Sus raíces son más profundas y tienen muy trabajado el terreno y los contactos dependiendo del lugar en el que actúan. Daesh es un movimiento que ha tenido un impacto muy importante por la espectacularidad de sus inicios, pero que puede acabar desgastándose. Al-Qaeda ha mantenido siempre el paso firme y un perfil más elitista a la hora de seleccionar sus reclutas; considero que ahora tiene más presencia en África de la que ha tenido nunca.

Siempre había estado en los planes de Al-Qaeda poder tener un control mayor sobre el Sahel y lleva muchos años en ello. Es muy importante el movimiento de aunar facciones que tienen ideología más o menos cercana, como ocurre en Mali con el JNIM, porque gestionan grupos poblacionales diferentes como son los tuareg, los árabes, los dogones, o los peul a través de distintos movimientos y alianzas. Puede acabar por tener un impacto muy relevante.

¿Cómo trabaja para lograr esas adhesiones tan numerosas?

En el caso de JNIM, han creado una mezcla muy importante de líderes con años de militancia en el Sahel, para que no resulten incómodos a la población local y no sean percibidos como injerencia exterior, pero con lazos muy directos con AQMI para poder gestionar un territorio tan amplio, con tantas sensibilidades y un islam más africano, desde Argelia.

Están poniendo muchos esfuerzos en la multiculturalidad, en la existencia de diferentes grupos poblacionales que están representados. Y esto además lo utilizan como un arma arrojadiza contra los diferentes Estados, que son mucho más homogéneos. Es un enfoque que creo que les dará medianamente buenos resultados.

¿Qué ofrece Al-Qaeda para que los grupos locales le apoyen?

Además de un paraguas religioso para sus acciones, una mayor organización o transparencia que la del Estado. El Sahel es un abanico de oportunidades. Estamos hablando de zonas muy amplias de terreno con poblados muy poco desarrollados. La presencia estatal es muy limitada, con una legitimidad prácticamente nula y que desaparece fuera de la capital.

Los grupos son capaces de prestar servicios, de asegurar que en ciertas zonas no haya robos, que no haya ciertas disputas, de cohesionar ciertas sociedades. Llevan años emparentando con ellos, trabajando con ellos, han traficado conjuntamente, ofrecen posibilidades laborales… Al final hay que poner un pan encima de la mesa. Y en estas zonas, semi-desérticas algunas, muy poco pobladas, si Al-Qaeda ofrece una alternativa ante nada, a la población puede resultarle interesante.

En el Sahel hay muchos casos en los cuales el ciudadano no recurre al Estado para solucionar sus problemas. Puede haber individuos con cierto peso, el líder de la tribu, el anciano, personas con prestigio reconocido entre la población, que son quienes gestionan el día a día. El Estado no siempre es percibido como una ayuda, a menudo no es garante de nada.

El terrorismo en el Magreb y el Sahel, ¿podría constituir una amenaza para España?

En el imaginario salafista yihadista la recuperación de Al-Ándalus es de obligatorio cumplimiento. Y, de hecho, la mayor parte de los grupos consideran que desde la caída de Al-Ándalus la yihad es un precepto obligatorio. Por otra parte, España lleva a cabo labores de cooperación y sinergias con los militares y otros cuerpos y fuerzas de seguridad de los estados tanto de la banda saharo-saheliana. Seguramente esto podría servir a los terroristas de legitimación para posibles acciones contra España o intereses españoles.

Tenemos fronteras con África, hay ciudadanos con doble nacionalidad españoles o cercanos a Ceuta, Melilla, Canarias, o del Sáhara o Marruecos, que han militado o militan en estas organizaciones, que tienen un impacto a la hora de captar, que pueden volver en un futuro para llevar a cabo actos terroristas en nuestro país. De hecho, no pocos líderes, tanto de JNIM como de Daesh, son saharauis. Si bien no somos Francia, que es el objetivo principal y el que más odio genera, sí somos uno de los blancos prioritarios para todo este tipo de grupos. Otra cosa es que estén más preocupados o más concentrados en llevar a cabo por el momento otras actividades. Pero son escenarios a tener muy en cuenta.

Todo lo que sea permitir o no impedir que siga creciendo este tipo de pensamiento en el Sahel, que se expanda en el norte de África, es peligroso para España en todos los sentidos. Y a medio plazo lo mismo. Cuanta más presencia tenga, más nos veremos obligados a invertir en seguridad y en defensa fuera de nuestras fronteras y en seguir a un mayor número de individuos por sus posibles conexiones con España.

Y en el Magreb, ¿podría expandirse este pensamiento?

Por el momento, no parece haber indicios de que esto pueda a ocurrir. En Túnez parece que se ha puesto más o menos coto, teniendo en cuenta que las cifras son dramáticas. En Marruecos y en Argelia hay dos regímenes bastante estables. Cuando tiene lugar la independencia de estos países, la religión se utiliza para legitimar el Estado y para crear una conciencia nacional, pero a partir del 11S se utiliza como herramienta de seguridad del Estado.

Las revoluciones árabes suponen otro punto de inflexión, se hacen concesiones porque se entiende que va a haber un pequeño auge del pensamiento islamista, no por ello militante o yihadista, y estamos en ese punto. En Marruecos se hicieron concesiones al islamismo, en Argelia también. En Libia estamos por ver qué ocurre en este sentido. Hasta un nuevo punto de inflexión o algún evento que cambie la tendencia, no parece que vaya a haber repuntes de un islamismo inesperado.

¿El terrorismo yihadista es un factor clave para los movimientos de inmigración que provienen de la región?

Desde luego, las perspectivas que tiene la población no son las que nos gustaría a ninguno. Entiendo que cada vez más tienen acceso a la tecnología y son capaces de comparar lo que ven en una pantallita y lo que ven delante de sus ojos; lo uno dista bastante de lo otro. Entonces es comprensible que el contexto y las perspectivas les hagan tomar este tipo de decisiones arriesgadas.

¿Cuánta población libia emigra a Túnez?

El flujo poblacional es enorme. Después de la revolución, en 2012 y 2013 se hablaba de medio millón de libios. Las razones para emigrar eran la mayor calidad de los servicios médicos o la inseguridad de su país… En la actualidad, Túnez es un país muy atractivo tanto por prestación de servicios, como por compra de artículos que en Libia no están disponibles por los diferentes embargos que hay, como destino vacacional. Hay muchos libios que tienen propiedades en Túnez, sobre todo después de la modificación de requisitos para poder adquirir bienes inmobiliarios. Además, hay poblaciones al sureste de Túnez cuyas familias están establecidas a ambos lados de la frontera.