Oportunidades de la lucha antiterrorista en la región del Sahel

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Noticia 3/2021

 

Entrada a una de las instalaciones del G5 Sahel. Imagen: AFP/SEBASTIEN RIEUSSE

 

La semana pasada, en la celebración de la cumbre en la capital del Chad a la que asistieron líderes de la Unión Europea y de los jefes de Estado de Burkina Faso, Mali, Níger, Chad y Mauritania, que representan al G5 Sahel, el presidente francés Emmanuel Macron afirmó que es fundamental “decapitar” a las organizaciones yihadistas, especialmente aquellas que son afines a al Qaeda en la región.

Esta afirmación viene dada en un momento en el que diversas informaciones apuntaban a una reducción de tropas francesas en el Sahel de forma inmediata. No obstante, en esta misma rueda de prensa, Macron también afirmó que es posible que esto ocurra a medio-largo plazo, con el objetivo de que en un futuro sean capaces las propias fuerzas locales de aportar la estabilidad que tanto necesita la región.

Lo cierto es que a día de hoy se antoja complicada la posibilidad de que las autoridades locales estén capacitadas como para hacer frente únicamente por sí mismas a la amenaza yihadista y a otras manifestaciones violentas que siembran la inseguridad en buena parte de la región del Sahel. Pese al apoyo internacional, durante los últimos años las organizaciones terroristas de carácter yihadista no han hecho más que expandir su área de influencia, abarcando nuevos territorios desde hace más de un lustro y formándose nuevas agrupaciones que contribuyen todavía más a desestabilizar la gobernanza.

En este sentido, son dos a día de hoy las organizaciones terroristas con mayor preponderancia en el Sahel. Por un lado, se encuentra la coalición yihadista Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes, más conocida como JNIM. Esta agrupación actúa bajo el paraguas de Al Qaeda y, pese a que en su origen su área de actividad se restringía a Mali, lo cierto es que en los últimos años ha adquirido fuerza en la vecina Burkina Faso, llegando a tener presencia en una parte del territorio. Hasta la fecha, no parece haber debilitado excesivamente a esta coalición las importantes bajas que ha sufrido en el pasado más reciente, siendo la última de ellas la muerte en 2020 de Abdelmalek Droukdel, uno de los líderes yihadistas africanos más carismáticos. Por otro lado, Daesh también tiene una fuerte presencia en el Sahel a través de una de sus franquicias regionales con mayor capacidad: el Estado Islámico del Gran Sahara, también conocido por sus siglas EIGS. Burkina Faso es por antonomasia el país sobre el que este grupo desarrolla su actividad. De forma similar a lo que ocurre con JNIM, EIGS también ha conseguido expandir sus acciones terroristas más allá de su tradicional área de influencia y se ha consolidado en la denominada Triple frontera que se encuentra entre Mali, Burkina Faso y Níger.

El deseo de ampliar el radio de actividad por parte de las dos potencias yihadistas hegemónicas del Sahel ha propiciado que desde el año pasado se produzcan de forma cada vez más frecuentes enfrentamientos directos entre combatientes de ambas. Lo que en un pasado reciente se entendía como una relación de conveniencia e incluso entendimiento a partir de algunas operaciones puntuales conjuntas, ahora se entiende como una profunda enemistad. Difícilmente esta situación vaya a revertirse a corto o medio plazo, dado que la intensidad de los enfrentamientos se está incrementando durante los últimos meses.

Este incierto escenario se plantea como una buena opción para hacer mayores esfuerzos en la lucha antiterrorista, dado que la rivalidad generada entre las distintas facciones yihadistas se presenta como una oportunidad para conseguir debilitarlas e incluso eliminarlas, a la vez que se establecen medidas y herramientas necesarias para evitar que estos grupos sigan teniendo el apoyo de una parte de la población.