Noticia 19/2021
Ana Aguilera
Pocos terroristas hay más conocidos a nivel mundial que Osama Bin Laden. La muerte del yihadista saudí celebra hoy su décimo aniversario en un contexto donde Al Qaeda como organización sufre sus propias crisis estratégicas y desavenencias internas.
La trayectoria mediante la cual Bin Laden guio a Al Qaeda ha sufrido un proceso de cambio desde sus inicios. Si bien el grupo nació a finales de la década de 1980 con el deseo de dar continuidad al fenómeno iniciado en Afganistán y establecerse como una fuerza de presión hacia los gobiernos tiranos de países musulmanes, con el tiempo la ambición globalista de Al Qaeda bajo el liderazgo de este líder le llevó a definir su razón de ser en la lucha contra Estados Unidos y el establecimiento de un califato a nivel mundial. Esta lógica existencial en cuanto al giro estratégico que dio la organización para hacer frente al denominado enemigo lejano, con el tiempo, sería tanto la causa de su éxito como su condena.
De lo que no cabe duda es del papel fundamental que jugó el líder en la organización en todo el entramado regional a finales del siglo XX. Invirtió tiempo, recursos y energía reclutando adeptos a su causa, jóvenes yihadistas de origen diverso que compartían la idea de venganza y unión contra “los otros” por una causa que concebían más grande que todos ellos. Así, Bin Laden no solo formó y entrenó a fieles dispuestos a morir por un objetivo común, sino que además les otorgó un sentimiento de pertenencia e identidad contra un enemigo definido: Estados Unidos y Occidente.
En 2001, Al Qaeda logró materializar el que ha sido el mayor atentado terrorista de siempre, un ataque directo al corazón de Estados Unidos dentro de sus propias fronteras. La respuesta a este macroatentado no se haría esperar; la administración Bush respondió inmediatamente con el inicio de una campaña antiterrorista interminable conocida como “war on terror” (guerra contra el terrorismo) y que tuvo en la guerra de Afganistán su primer escenario a finales de ese mismo año. Desde entonces, el yihadismo y las organizaciones que actúan bajo el influjo de su ideología no han dejado de crecer hasta día de hoy.
Diez años después, y a pesar de que Al Qaeda haya perdido cierta influencia a medida que Daesh le ha robado parte del protagonismo como referente dentro del movimiento yihadista global, este sentimiento identitario que trasciende toda elección racional ha llevado a que la muerte de Osama Bin Laden no haya implicado la desaparición de su legado. Los que ocuparon su lugar tras su fallecimiento tuvieron muy presente la agenda ideológica y su compromiso con el objetivo final de establecer un califato global. Así, Ayman al Zawahiri y otros miembros de la cúpula como al-Masri o al-Wuhayshi recogieron su herencia y guiaron a la organización para que el nombre de Al Qaeda no quedara reducido a cenizas. Por ello, y más allá de la reorganización por la que pasa Al Qaeda Central, en la actualidad el movimiento trasnacional tiene fuertes bastiones repartidos a lo largo de la geografía africana, especialmente en la región del Sahel y el cuerno de África, con líderes regionales que han sabido adaptar la agenda global a unas dinámicas locales y que han conseguido constituirse como actores influyentes y poderosos en los territorios donde operan. La estrategia de Al Qaeda Central, quien trasladó el mensaje a sus ramas regionales de presentarse como una opción moderada ante estas poblaciones locales, ha sido un gran acierto para sus intereses. La mejor muestra de ello es la oportunidad que se ha presentado de establecerse como un actor con peso reconocido, hasta el punto de negociar con distintos gobiernos nacionales, como ya ocurre en el caso de Mali.
Sea cual sea el porvenir de Al Qaeda Central y sus franquicias, no cabe duda de que las experiencias que llevaron en su momento a Osama Bin Laden a crear la organización resonarán en las acciones y el futuro de todo el que la preceda. Así, su figura en el décimo aniversario de su muerte sigue erigiéndose como una gran influencia en la causa yihadista, una causa que cada vez se presenta con más fuerza como una idea en sí misma y no como un movimiento organizado.