Noticia 4/2021
El pasado viernes, hombres armados secuestraron en Nigeria a 279 niñas en la escuela Jangebe, en el Estado de Zamfara, al noroeste del país. El lugar al que habrían llevado a las víctimas según las autoridades nigerianas sería un bosque cercano, por lo que la policía desplegó un fuerte operativo de rastreo tanto aéreo como terrestre. Este incidente se produce tras el secuestro a 42 personas, 27 de ellas estudiantes, en el Estado de Níger la misma semana, que acabó con un estudiante muerto a manos de los grupos armados. Durante la jornada de hoy, el Jefe de Policía del Estado de Zamfara Abutu Yaro y el portavoz del gobierno regional Yusuf Idris han confirmado la liberación de las niñas.
Este rapto masivo de estudiantes no es el primero que se sucede en el país, que ha sufrido una oleada de secuestros de manera incesante y de los que todavía no se ha repuesto. La sociedad nigeriana todavía recuerda el último secuestro masivo ocurrido en el Estado de Katsina, a finales de diciembre del año pasado, donde casi 350 niños fueron secuestrados. También el secuestro de 276 estudiantes en 2014 que se dio en la localidad de Chibok, en el Estado de Borno, de los cuáles alrededor de una centena continúan desaparecidos a día de hoy.
Nadie se ha atribuido la autoría del secuestro y las autoridades no han dado información sobre si los secuestradores han sido arrestados, limitándose a señalar que los hechos han sido obra de una banda criminal. Sin embargo, llama la atención una nueva forma de operar que se está llevando a cabo recientemente entre el crimen organizado y el yihadismo. A menudo, estos grupos organizados se erigen como intermediarios de organizaciones yihadistas asentadas en el país, como es el caso de Boko Haram, con los que llegan a un acuerdo para la venta de rehenes a cambio de un precio determinado. Así, las acciones son perpetradas por grupos de bandidos, éstos reciben una retribución del grupo yihadista por la cesión de los rehenes (cuyo pago del rescate a menudo las autoridades se niegan a abonar) y los últimos se aseguran cierta notoriedad reivindicando ataques que quedan fuera de su zona de influencia y que por tanto es probable que no hayan cometido. Este nuevo ingenio trae como consecuencia una situación de beneficio mutuo entre crimen y yihad en la que los únicos perjudicados acaban siendo los rehenes, sus familias y el conjunto de la sociedad.
Nigeria es el segundo país del mundo que más está sufriendo el efecto del terrorismo, solo por detrás de Afganistán. En 2020, casi 1.500 personas han muerto y otras miles han resultado heridas en lo que constituye una proliferación yihadista exponencial en el país. De hecho, en su territorio se encuentra el mayor volumen de ataques terroristas del continente africano, y la inseguridad y consolidación del yihadismo y el crimen organizado han acabado estableciéndose como la norma general.
Las escuelas y centros educativos han sido el blanco perfecto para las milicias y organizaciones terroristas asentados en la zona, tanto por su bajo nivel de seguridad como por el gran impacto mediático que estos acontecimientos suponen para la sociedad local y la prensa internacional. También les sirve esta práctica a las organizaciones criminales para pedir un rescate a cambio, por lo que es una actividad bastante frecuente por parte de grupos armados y rebeldes en el país. Aun así, secuestrar niños en las escuelas es una ofensiva que numerosas ONGs han tratado de denunciar. Un ejemplo de ello es el acontecido a raíz del secuestro del pasado viernes, fruto del cuál Amnistía Internacional subrayó que las “escuelas estaban bajo ataque” y que “ningún niño debería tener que escoger entre su educación y su vida”.