Análisis de la actividad yihadista en el Magreb y el Sahel Occidental de noviembre y diciembre de 2018

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Marruecos, uno de los países más seguros del Magreb, ha sufrido este diciembre su primer atentado terrorista desde 2011, cuando una bomba mató a 17 personas en Marrakech. Como en aquel suceso, el blanco de esta nueva agresión han sido extranjeros. Dos turistas, una danesa y otra noruega, han sido asesinadas en un valle aislado del Alto Atlas (caso de estudio #24 de diciembre). Además, conocemos que los autores habían jurado lealtad a Daesh con anterioridad a los asesinatos (aunque Marruecos asegura que eran “lobos solitarios” y que no mantuvieron contacto con la organización terrorista) y que estos habrían grabado en un vídeo cómo decapitaron a una de las mujeres”

Sin duda, la noticia ha causado conmoción en un país, por lo general, alabado por su estrategia antiterrorista, habituado a las detenciones de individuos por sus vínculos con el yihadismo extranjero, pero poco acostumbrado a los atentados de este tipo. Además, conocemos que los autores habían jurado lealtad a Daesh con anterioridad a los asesinatos y que estos habrían grabado en un vídeo cómo decapitaron a una de las mujeres.

Ante una crisis de este calibre, ya se han anunciado los primeros arrestos (ya van 22, incluido el de un ciudadano hispano-suizo, #51 de diciembre) y el gobierno de Saad-Eddine el Othmani insiste en que es un caso aislado y minimiza el resurgir de la amenaza terrorista, sobre todo para impedir que afecte a una economía dependiente del turismo occidental. No obstante, el atentado, seguramente el más significativo de los meses de noviembre y diciembre, pone de manifiesto que Daesh sigue vivo, que ha encontrado en algunos lugares de África el caldo de cultivo propicio para expandirse y que todos los gobiernos, incluido el marroquí, deberán enfrentarse a la amenaza creciente de la radicalización y el extremismo religioso.

Uno de esos lugares propicios para Daesh es la castigada y dividida Libia, que ya sufre los efectos de la diáspora de los yihadistas derrotados en Siria e Irak. La organización terrorista se aprovecha del caos causado por las dos facciones (el Gobierno de Fayez al Serraj, apoyado por la ONU, y el mando militar del mariscal Jalifa Hafter) y sus respectivas milicias armadas, que se disputan el poder. En este contexto, y aunque fue expulsado de casi todos sus bastiones en el país, Daesh demuestra cada mes que es capaz de atentar incluso en las grandes ciudades, como pone de manifiesto el atentado del 25 de diciembre contra el Ministerio de Exteriores en Trípoli (#40 de diciembre). En total, 17 personas han perdido la vida durante estos dos meses.

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Otros países en el inmediato sur de Europa, como Túnez y Argelia, han vivido situaciones muy parejas durante noviembre y diciembre. De hecho, ocupan los puestos 47 y 54, respectivamente, del Índice Global de Terrorismo, del Instituto para la Economía y la Paz, publicado en el último mes del año. Tanto para Túnez como para Argelia, una de las zonas más complicadas es precisamente la frontera que comparten, como cuenta este reportaje publicado en diciembre en Le Monde.

No obstante, solo Túnez empeora con respecto al año pasado. El país acaba de prorrogar en noviembre el estado de emergencia, vigente desde 2015, no solo por el peligro yihadista (el atentado en pleno centro de Túnez, caso #55 de octubre, está todavía muy reciente), sino también por las protestas civiles contra la precariedad y la ausencia de futuro para los jóvenes. Gracias a la labor de las fuerzas de seguridad tunecinas (varias células terroristas desmanteladas y más de 28 arrestos entre los dos meses), tan solo se han producidos dos atentados, uno de los cuales causó la muerte de una persona (caso #20 de diciembre). Asimismo, Argelia ha llevado a cabo 13 arrestos (la mayoría rendiciones motivadas por la presión militar en el sur del país) y ha acabado con la vida de al menos siete terroristas.

Por su parte, Malí sigue consolidándose como el epicentro regional del yihadismo vinculado a Al-Qaeda; una violencia causada en gran medida por el JNIM, que engloba a varios grupos yihadistas y que había estado encabezada por líder del Frente de Liberación de Macina Amadou Koufa. El predicador radical, que protagonizaba los vídeos del grupo -el último publicado en noviembre, en el que trataba de añadir a los tuareg a su bando-, murió el día 22 en una operación conjunta del Ejército de Malí y la Operación Barkhane francesa, en la que además fallecieron otros 29 yihadistas (caso #47 de noviembre). Se trata de un éxito relevante en la lucha antiterrorista que trae esperanzas a la población maliense, muy castigada por los conflictos intercomunitarios y los continuos ataques de grupos armados (como #13, que causó 42 muertos). Esa esperanza está ligada en cierta manera al apoyo de las potencias extranjeras. En diciembre el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha reiterado su compromiso en Chad y su homólogo español, Pedro Sánchez, ha hecho lo mismo en la base de Koulikoro, en Malí.

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Por último, no podemos finalizar el análisis sin comentar la situación en Nigeria. En este caso, las cifran hablan por sí solas: al menos 147 muertos en los dos meses. Sigue siendo, por tanto, el país más castigado por el yihadismo, y eso que casi toda la violencia se concentra en el noreste, especialmente en Borno. En la nueva estrategia del grupo terrorista, que lleva a cabo desde la escisión en dos, las bases militares del Estado norteño son atacadas puntualmente. En estos casos la cifra de muertos no está siempre clara. De hecho, a lo largo de estos dos meses se han sucedido ataques y los medios de comunicación han trasladado números de fallecidos muy cambiantes (como ejemplifican el asalto a la base de Metele, #41 de noviembre, a la de Gudumbali, #18 de diciembre, y a la ciudad de Baga, #42 de diciembre). De confirmarse, las cifras del Observatorio podrían ser mucho mayores. Ahora que se acercan las elecciones de 2019, en las que el presidente Buhari podría ser reelegido, Boko Haram intentará aparentar fortaleza con este tipo de acciones con el fin de convertirse en el factor decisivo en el voto de los nigerianos.