Noticia 36/2021
El Ministro de Asuntos Exteriores de la República Popular China se reunió el pasado miércoles 28 de julio con una delegación talibán de alto nivel en la ciudad de Tianjin, a poco más de 100 km de Pekín. Según aseguró el representante de la acción exterior china, Wang Yi, se espera que los terroristas “jueguen un papel importante en el proceso de reconciliación pacífica y reconstrucción en Afganistán”.
Los avances de China por forjar una relación más estrecha con la insurgencia talibán no han tardado en producirse, en vista del reciente anuncio estadounidense de reducir su presencia y protagonismo en el país asiático y el avance talibán en el control de buena parte del país al tiempo que el diálogo intra-afgano se encuentra estancado y sin un progreso sustancial. Este relativo apoyo previsor de Pekín, por tanto, tiene como objetivo asegurar sus intereses en la región a la espera de comprobar si la ofensiva talibán continúa ganando territorio en Afganistán.
Sin embargo, la legitimidad que está brindando China al reconocer a los talibán como un actor que jugará un importante papel en las políticas internas de Afganistán no está exenta de favores, pues a cambio el grupo terrorista se ha comprometido a dejar de prestarle apoyo al separatismo uigur en Sinkiang, región donde en estos momentos se vive una represión y persecución de este colectivo minoritario, a quien el gobierno central pretende erradicar poco a poco.
Lo cierto es que China tiene numerosos intereses en Afganistán. Ambos países mantienen un amplio abanico de proyectos en infraestructuras como la construcción de la autopista Peshawar-Kabul-Dushanbe, donde Pekín está activamente participando en las diferentes negociaciones del proyecto, la inversión directa de China en el desarrollo del corredor de Wakhan (localizado en la cordillera que separa a ambos países) o las intenciones chinas de incluir a Afganistán como participante de su colosal iniciativa de la Nueva ruta de la Seda (Belt and Road Initiative). Una cooperación más estrecha con el país si terminara siendo gobernado por los talibán, además, se traduciría en una fuerza más que hiciera frente a China y a Pakistán en su rivalidad regional con India, permitiendo ampliar la proyección y expansión de la hegemonía regional de Pekín en Asia Central. Sin embargo, para consolidar esta incipiente relación bilateral entre los talibán y China, también se han puesto sobre la mesa algunas concesiones para este último, y es que en términos de seguridad, Pekín percibe en el interior de su territorio cercano a la frontera con Afganistán una amenaza a su integridad territorial y sus intereses estratégicos: la insurgencia uigur, cuya resistencia al gobierno central ha sido canalizada a través de su rama paramilitar del Partido Islámico del Turquestán.
El separatismo uigur, una piedra en el zapato para China
El Partido Islámico del Turquestán o Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO) es el resultado de un movimiento de la minoría étnica musulmana uigur que tiene sus raíces ya desde el siglo XVIII, aunque el grupo no se fundó hasta finales del siglo XX bajo el mando de Hasan Mahsum. Desde sus inicios, el líder del movimiento trató de convencer a países como Turquía o Arabia Saudí de su lucha por la causa uigur y de la necesidad de desprenderse del yugo chino en la región de Sinkiang y crear su propio Estado. En los tiempos modernos, sin embargo, cobró un especial protagonismo tras los ataques del 11S en Estados Unidos, con el punto de mira en este movimiento, al cual se le atribuyó una estrecha relación con los talibán en Afganistán y Pakistán, el Movimiento Islámico de Uzbekistán y la red terrorista global de Al Qaeda.
No existe una evidencia ampliamente aceptada que respalde un grado avanzado de radicalización del Partido Islámico del Turquestán o sus conexiones actuales con la red yihadista global salvo aquella proporcionada por China, por lo que resulta complejo analizar la presencia, las capacidades operacionales reales o la influencia del movimiento en la actualidad. Aun así, se ha podido constatar que el anterior líder del grupo, Mahsun, tuvo un encuentro con Osama Bin Laden a finales de los 1990, antes de ser abatido por militares pakistaníes en 2003. Por su parte, en 2002 el grupo fue catalogado como organización terrorista por la comunidad internacional, y desde entonces se han visto relegados a un perfil relativamente bajo.
Si bien es cierto que nadie niega su existencia, el impacto del grupo se ha visto sistemáticamente reprimido por las fuerzas del orden chinas, mientras que la comunidad uigur y diversos especialistas académicos del estudio del movimiento radical uigur alegan una exageración china de la amenaza de este movimiento para justificar la represión y las altas medidas de seguridad en el país. Y es que el gobierno chino ha sido acusado en numerosas ocasiones de no saber separar entre actos de disidencia política pacífica y actos criminales, en detrimento de una minoría étnica que antes de la llegada de otros grupos étnicos, como los Han, disfrutaban de unas libertades e incluso de una independencia hasta que la China comunista tomó el control del territorio en 1949. Aun así, se han producido ataques ocasionales a objetivos chinos por parte de este movimiento, lo cual revela que el separatismo uigur también puede llegar a erigirse como una contraparte potencialmente violenta.
Abordar qué se puede considerar terrorismo, un tema pendiente entre China y sus socios
En este balance por mantener una estrecha relación entre China, Pakistán y Afganistán también existen sombras, pues lo que Pekín considera como terrorismo no necesariamente es compartido por Islamabad o un Kabul controlado por los talibán. Ya ha habido un incidente en este sentido, al descarrilar hace unas semanas un autobús que transportaba a personal del proyecto de construcción de la presa hidroeléctrica de Dasu, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, Pakistán. Inicialmente, fuentes de exteriores pakistaníes lo tildaron de accidente, mientras que China lo calificó de atentado terrorista. Al final, Islamabad reculó en su valoración y se unió a la opinión de Pekín. Este tipo de malentendidos a la hora de abordar qué es terrorismo para cada una de las partes previsiblemente se verá intensificado en caso de incorporar a una Afganistán liderada por los talibán como socio estratégico, por lo que es previsible que tanto unos como otros se anden con cautela en el avance de sus relaciones. Los talibán afganos han simpatizado abiertamente con la militancia insurgente islamista de Pakistán, con su brazo armado en Tehrik-e-Taliban Pakistan que busca expulsar al gobierno pakistaní de su zona de influencia. Pakistán, por su parte, al mismo tiempo que tiene un problema con el yihadismo en su país, también hace uso de él para debilitar a India en la región de Jammu y Cachemira, principalmente a través del grupo Lashkar-e-Taiba. También el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental ha recibido históricamente el amparo de los talibán, permitiendo que asentaran su centro de operaciones en Kabul en 1998, territorio entonces controlado por los talibán, con el objetivo de seguir preparando operaciones de resistencia contra la represión del gobierno chino. Aun así, se espera que la causa talibán se aleje de las pretensiones separatistas uigures para acercarse a la contraparte más fuerte, pues un acercamiento a China brindaría más apoyo, respaldo y beneficios a los talibán que una causa minoritaria de nacionalismo étnico. Por tanto, la consolidación de unos lazos de mutua confianza se auguran complejas, aunque esto no parezca impedir a China de buscar en el actor talibán una relación de beneficio mutuo.